ALGUNAS
REFLEXIONES
SOBRE LA
PARTIDOCRACIA
“Pensando
engañado, que es un dulce juego
das vuelta la noria, caballito ciego.
Caballito ciego, ¡qué engañado estás!;
¡Ah, si tú supieras que no lo hallarás!”
José
Pedroni
Si
quisiéramos empezar bien este sencillo escrito debiéramos hacerlo remitiendo a
los que saben. Seguro que están en las mejores y honestas librerías, así como
las bibliotecas, abarrotadas de obras tratando eruditamente este tema menor.
Así lo llamo porque lejos está la partidocracia de la verdadera política, término
que ha sido bastardeado o vaciado de su superior contenido, con fines espurios.
Pero
estamos hablando de cosas diametralmente opuestas; política es la del servicio
al bien común; partidocracia, la del negocio; las dos no pueden cohabitar; la
una morirá en la otra, por ese principio según el cual entre lo malo y lo bueno
sufre lo segundo. Para la política, en cambio, los maestros, desde la
antigüedad, siguiendo todos ellos un hilo conductor, nos la han definido,
perfeccionado y presentado como baluarte para aquellos hombres de bien que
rehuyen de la segunda: la partidocracia.
La
partidocracia es más propia del hombre víctima de la feroz publicidad que de
ella se hace para imponerla y sostenerla, a pesar de que este hombre común la
sabe patológica, cuando no, un remedio dulce al tomar y amargo al tragar; o el
peor negocio: aquel en el cual uno elige ser estafado ex profeso al ingresar al
salón donde se hállan los sucios escaparates del producto a comprar. En este momento
en que se han exacerbado las pasiones de partido (empezando por los deportivos)
le basta a ese hombre común, presionado o intimidado por este sistema, tomar
partido por lo que fuere. Ya lo decía el viejo tema de Pedro Aznar: “elegí,
nada importa sólo elegí”; tan repetido incansablemente hasta haber penetrado en
nuestras seseras y sentirnos ogros si no lo hacemos.
Lógicamente
que este sistema no se mantiene solo; necesita un ejército muy bien adiestrado
con años de preparación (sobre todo en psicología y marketing), específicamente
incluso, un ejército llegado desde afuera, vulnerando nuestra idiosincrasia
ancestral y genuina. La partidocracia, como otros males, es un producto
importado. Al llegar a estas costas se contaminó de todo lo malo que encontró a
su paso.
La
partidocracia o la tiranía de los partidos tiene sus metas propias, sus
objetivos propios y sus medios propios que distan totalmente de los intereses
reales de este hombre de a pie; no tenemos nada en común con este sistema. Al
contrario, saca lo peor de nosotros porque ella no conoce de virtudes sino simplemente
de despropósitos. Basta con volver la mirada hoy hacia sus principales
protagonistas, que no hacen otra cosa más que mostrarse impúdicamente contando
dinero sucio en sus cuevas. Son tantos los hechos perversos que están a la
vista, que uno sobrepasa al otro. La partidocracia, en resumen, se devora las
mejores voluntades; aquellas que queriendo inmolarse por el bien común son
inmoladas pero no como víctimas sino, al mejor estilo mafioso, como
victimarios.
Nuestra
enemistad con la partidocracia no es caprichosa, es porque ella va contra el
sentido común; aquel que aún se resiste a ser derrocado. Ella se ha encargando
de ir construyendo, con el correr del tiempo, sus propios males. Hasta
mostrarse tal cual es: una obscena imagen repetida, corregida y aumentada desde
hace mucho más de un siglo.
Todo
ha pasado ya pero aún falta lo peor. Esta receta ya ha sido degustada por otras
regiones y los resultados han sido los mismos; los que decía Gramsci en sus Cuadernos:
la gran revolución. La de anular el sentido común. Así estamos. Este sistema al
decir de Castellani es un esqueleto andante y pútrido, con quien sólo se puede
contraer “náuseas”, y nadie que yo sepa en su sano juicio quiere ésto.
La
democracia en todas sus facetas: plutocracia, cléptocracia, dedocracia,
partidocracia, oclocracia etc. no es venida del cielo. No; la han hecho hombres
y hombres de carne y hueso como nosotros, los mortales, pero con una
particularidad: quieren repartirse el botín. Para ellos, la suntuosidad y el
escándalo son moneda corriente.
Pero
cuál será el secreto para intervenir partidocráticamente. No hay secretos en la
partidocracia; es puramente el azar. El azar controlado como en la mejor ruleta
del mundo; no hay ciencia, la ciencia es el engaño, la trampa, el dolo y la
mentira. Hay sí, como en una falsa religión, el cumplimiento de todos los
pecados y la obligación de que sus “sacerdotes” sean los que den el “ejemplo”;
esto es, que cometan todos los pecados que sean necesarios cometer para que la
gran farsa de echar los votos siga en pie.
Esto
es esencialmente lo que nos esta negado. Nosotros no debemos comer las peras de
aquel centenario olmo “al que hicieron ceder a la tentación de un viejo
reclamo”. No seamos cándidos; conocemos los resultados. Sólo tenemos nuestra
ejemplaridad, silente por momentos, pero en otros saliendo filosamente al cruce
y denunciando a los enemigos verdaderos; a los externos y a sus cómplices
internos; a aquellos que no han hecho más que burlarse de todas nuestras
instituciones, empezando por la familia.
¿Qué
es lo que hay que hacer? Aquello que decía un poeta español de la Cruzada nos
es aplicable: “mientras España exista, y rece y jure en español su credo,
siempre habrá en Somosierra un
falangista, un requeté en Navarra o un cadete en Toledo”. Esto es: resistir.
Para que no nos pase lo que entona esta elegía:
“Este es el pueblo argentino el de los tristes destinos
El que
lo ha tenido y el que todo lo ha perdido
El que
forjó una leyenda de martirios y heroísmo
Y al
repartir los laureles no se acordó de sí mismo”.
Héctor Daniel Aldao
1 comentario:
Me parece que los partidos políticos ya no existen hace años. En los 60 en mis viajes a Bs.As. pude comprobar que el socialismo, peronismo, radicalismo, etc interesaban a los jóvenes y se hacían reuniones donde se debatían ideas. Creo que so ya no existe mas. Mas que partidocracia me parece que hay mercadeo.
PACO LALANDA
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