miércoles, 3 de julio de 2013

Editorial del número 103


LA DÉCADA INFECTA
  
Ha corrido demasiada tinta a propósito de la reforma judicial, y por cierto que no se nos escapa la maniobra política que subyace tras la misma. Si de concentrar el poder tiránicamente se trata, este gobierno es tan especialista en hacerlo como en acumular riquezas mal habidas. De modo que, en principio, sean bienvenidos los reparos y los obstáculos que algunos representantes honorables de la justicia puedan presentarles a los titulares de este régimen atroz, para atemperar en algo el avance arrollador de sus atrocidades.
  
Sin embargo, en el fondo del planteo, es Cristina quien tiene razón y no sus impugnadores. Una razón endiablada y pervertida, pero razón sustentable.  Es ella quien gana la partida de la lógica, y no sus contendientes. De una lógica igualmente malsana, pero sin fisuras en el despliegue de su ruin coherencia.
  
Expliquemos el punto. Si la democracia ha sido deificada, idolatrada y adorada hasta las heces; si ella viene siendo predicada como objeto sacro por antonomasia, ante la cual ceden tiaras, cetros, altares y plazas públicas. Si sus correlatos naturales, el sufragio universal y la soberanía del pueblo, son los pilares que la flanquean, igualmente dotados de inmaculada sustancia, ¿por qué la justicia no habría de democratizarse?, ¿por qué sustraerla del Jordán purificador del voto de las masas?, ¿por qué someterla al aristocratizante ludibrio de permanecer en un ámbito exento del calor de las urnas, de la pringue de las papeletas electorales, del aliento tabernoso de los punteros, del vivificante hedor de los comités? ¿A título de qué extraño título nobiliario los miembros del Consejo de la Magistratura quieren verse privados del olor de multitudes que, sabias e infalibles como son, ora pueden decidir quién juzga, ora quién legisla u ora quién nos opera del corazón o del páncreas?
  
En el Prefacio de la Crítica de la razón pura, Kant se los había dicho, y todos lo repitieron dócilmente. ¡Basta de intangibilidades! ¡Basta de objetos y sujetos metafísicos, no legitimados por el baño numérico de la plebe! “Nuestra época es, de modo especial, la de la crítica. Todo ha de someterse a ella. Pero la religión y la legislación pretenden de ordinario escapar a la misma. La primera a causa de su santidad y la segunda a causa de su majestad”. Ergo, sea acusado de crimen de leso populismo quien osare sustraerse a la crítica, y a la más impoluta y certera de todas ellas, la de la mitad más uno. Tras haber reemplazado a la Verdad Revelada por la Democracia, y a Aristóteles por Kant, ¿de qué se quejan ahora?
  
El insensato Lorenzetti, que en nombre de la religión democrática justifica y convalida, entre otras aberraciones, el cautiverio contra derecho de los soldados que abatieron al marxismo, acaba de descubrir que “las mayorías son muy importantes en democracia porque guían hacia dónde va el país, pero también son las que cometen muchas equivocaciones”; y que “la gobernabilidad basada en las elecciones deja muy de lado a las futuras generaciones”.
  
Lo dijo en Paraná, el pasado 16 de mayo, en una Jornada Nacional de Magistrados, esbozando una objeción al proyecto cristínico de pasar por las urnas a todo jurisconsulto que camina. No quiere advertir la aporía en que incurre al declarar guías de una nación a las mayorías electorales, pero sostener a la par que las tales aglomeraciones amorfas pueden equivocarse magnamente.  Ni quiere advertir la herejía en que incurre al ponerle condicionamientos y límites al credo del que el universo entero se nutre: vox populi, vox Dei.
  
Como alguien tiene que decir la verdad es nuestro lema, también la diremos ahora. Democratizar la justicia es malo, porque la democracia lo es. Todo cuanto ella roza lo enferma, lo degenera, lo emputece, lo subvierte.  Sea el derecho, las costumbres, la educación o la política. Cristina no yerra primero al querer doblegar la justicia al poder del sufragio universal. Yerra, como tantos católicos incluso, al creer en la licitud de tan perverso e irracional mecanismo, y en la deificación de la democracia.
  
Entonces, no se siga repitiendo insensatamente desde la “oposición” que estas y otras medidas análogas convierten al régimen kirchnerista en fascismo, o que nos retrotraen a los comienzos del Tercer Reich, como editorializó tartufamente “La Nación”, el pasado 27 de mayo. Aquí no tenemos el fin de la República de Weimar, ni los pródromos de la Marcha sobre Roma. Aquí tenemos una banda de delincuentes dedicados a la política, consumando —democracia mediante— una década entera de hechos aborrecibles, que por su repugnante amplitud y hondura, bien permitirían hablar de la década infecta.
  
Para que llegue la hora de la pulcritud patria, no se necesita seguir convalidando al sistema. Sino incrementar y acrecentar los actos virtuosos en todos los ámbitos sociales en que podamos testimoniar la Verdad.
  
Antonio Caponnetto

  

4 comentarios:

Ariel dijo...

Recordemos que el neo-opositor Lorenzetti funge de alma máter del mamarrachesco neo-código civil y comercial.

Anónimo dijo...

A mí me parece que cualquier régimen puede ser bueno, a condición de que no se funde en la corrupción. En este caso se trata de "democracia con más democracia" es decir "democracia corrupta con más democracia corrupta", pero un fascismo sostenido con corrupción, también ahoga a la sociedad a la que tiene que gobernar. O es que el fascismo tiene garantizada la incorruptibilidad?
Laura

Anónimo dijo...

Estimada Laura, no existe la "democracia no corrupta", ya que es un sistema -o una bolsa de gatos- donde el corrupto anda a sus anchas y se mezcla con lo que pueda haber de bueno. Si el corrupto no manda, entonces entorpece y destruye, amparado por un sistema donde "vale todo".
Es independiente de los hombres, podrá haberlos honestos -son muy pocos- o corruptos, pero el sistema democrático y la perversidad que lo engendró son los que determinarán los infames resultados.
Esa es la diferencia sustancial con un régimen fascista. Este si depende de la calidad de sus hombres. Su naturaleza no está viciada per se. Podrá liderar un tirano, y será algo verdaderamente lamentable, pero también podrá erigirse un verdadero Caballero Cristiano, y reinará la Verdad.



Agustín de La Plata

Ariel dijo...

Laura: "Democracia" es un término terriblemente ambiguo. Por momentos, me dan ganas de que desaparezca de la faz de la Tierra. Así, hasta Pío XII dijo que una "noción amplia" de Democracia es compatible con cualquier forma de gobierno; en tal sentido, se utiliza "Democracia" como forma de Estado. De todas formas, es seguir confundiendo lo confuso. En Cabildo, encontrarás que por "Democracia" se entiende la corrupción de la República; esto es, aquella en que la voluntad fluctuante de las masas determina prácticamente todo. Se basa en el Sufragio Universal como sistema para acceder al poder, y en la Soberanía Popular rousseauniana -aunque con correcciones, por impracticable- como "fuente de toda razón y justicia" -sin importar lo que diga la Constitución en el Preámbulo-.