HIJOS DE LA PACHAMAMA
Cuando el escritor Drieu La Rochelle llegó a Buenos Aires le presentaron a Borges, y dicen que fue él quien le habría sugerido a La Rochelle, para la novela que pensaba escribir, la estrambótica historia de Mariano Melgarejo, tirano boliviano que a fines del siglo XIX proponía reconstruir el imperio incaico, no solo en su forma y territorio original, sino que además especulaba con extenderlo por toda América.
De acuerdo a la crónica, Melgarejo era un hombre brutal, un megalómano de dudosa intelección y recursos mínimos, que desde un rincón del mundo, declara nada menos que la creación de un nuevo reino “originario”, lugar donde sus habitantes lejos de angustias y preocupaciones solo conocerían la felicidad…
Ignoramos como el francés resolvió semejante entuerto, pero como si la saga continuara hasta el infinito, otros nuevos Melgarejos aparecen en estas latitudes y discursean frenéticamente sobre “reinos maravillosos”.
De este modo arrastran décadas tronando sobre la liberación de los pueblos, amenazando con la prosperidad, aunque todavía-no, y en verdad tratando de imponer a todos una extraña paz, sostenida por estados violentamente opresores y por otras violencias como las que generan el ateísmo, la miseria sin atenuantes, la ignorancia propiciada desde el estado, la mentira, etc.
Muy por el contrario la realidad muestra que no han creado nada semejante a esos dulces paraísos anunciados, aunque alguno de ellos lleve casi cincuenta años, recitando el verso del bienestar inminente. Porque es difícil ignorar que Castro ha sido el artífice —junto al Che— de una de las mayores atrocidades sociales y políticas de nuestro tiempo, que sembró de muertos la isla y el continente. Cuba es la viva imagen de un pueblo arrasado, que además ha dejado de ser libre, sometido durante cincuenta años a la perversa voluntad de un hombre.
Aunque quizás, lo más difícil de entender, es que hayan aparecido algunos que reclaman el dudoso privilegio de ser los herederos de la momia asesina del caribe. Pero sorprendente o no, ahí están, son los neocastristas del siglo veintiuno que, como Melgarejo, hablan de volver a los modos de vida “originarios”, con el novedoso y alentador añadido del castroterrorismo y la droga, todo bien mezclado, en busca de la felicidad perdida hace cinco siglos.
De este modo creen justificar el ingreso de la región en el naturalismo mágico, el del culto a la madre tierra, dudoso lugar sin Dios donde toda degradación del hombre es posible y que no es sino un instrumento de penetración y de dominio.
Tal por estos días la propuesta del cocalero Evo que pretende que el estado controle rigurosamente a la Iglesia Católica y anticipa que su acción será vigilada y reducida al mínimo por ser un “símbolo vivo del colonialismo”.
Chávez ¡el socio protector aliado de las FARC! exige que el Papa se disculpe por defender la evangelización que él llama genocidio, el mismo Hugo sostiene que con Colón llegó a América el anticristo, curiosidad retórica no menor si tenemos en cuenta, que sale de la boca de uno que niega a Cristo.
Todo indica que transitan el camino que prolijamente les señalara el Gorbachov de la Perestroika: pues “siendo el socialismo la creatividad viviente de las masas” hay “necesidad de democratizar todos los aspectos de la sociedad”; en síntesis, “hace falta más democracia y más socialismo”, y al final dice muy claramente: “hay que volver a Lenín”.
Pero regresando a la historia, ella nos recuerda que fueron los propios indígenas bolivianos quienes combatieron de manera decisiva junto al ejército para derrocar a Melgarejo, que contrariamente a lo que decía, no era más que un déspota que se había apropiado de sus vidas, de sus tierras y de sus rentas. En los hechos, del “todopoderoso imperio”, quedaba un país ruinoso y la población indígena encarcelada, saqueada, devastada.
Crear estados donde la vida oscilaba entre la muerte y la prisión, lo obligatorio y lo prohibido constituyó en buena medida el nefasto legado del siglo veinte.
Experiencias totalitarias en el mismo sentido conocemos en el continente y abundan en nuestro país. Hoy mismo Chávez se apoderó de radios y canales de televisión venezolanos para que nada interfiera, ni disienta, ni discuta el único modelo válido, o sea, el suyo. El otro narco terrorista, Correa, sigue el mismo camino de su jefe. Por su parte los hermanitos Castro ahora declaran el derrumbe de la economía cubana —novedad que ya cumplió medio siglo— pero que preanuncia nuevas penurias y más hambre para los habitantes de la isla.
Sospecho que ni la más fantástica de las literaturas los hará trascender de los antros roñosos y las cárceles que siguen inaugurando y en las que nos empujan a vivir en esta maltratada América nuestra.
Es que son lo que son, socialistas fundadores de infiernos, hijos de la pachamama y el terrorismo, traficantes de drogas y de la muerte, corruptos hasta el asco, no tienen más —ni menos— para mostrar.
Lo demás, es puro cuento.
De acuerdo a la crónica, Melgarejo era un hombre brutal, un megalómano de dudosa intelección y recursos mínimos, que desde un rincón del mundo, declara nada menos que la creación de un nuevo reino “originario”, lugar donde sus habitantes lejos de angustias y preocupaciones solo conocerían la felicidad…
Ignoramos como el francés resolvió semejante entuerto, pero como si la saga continuara hasta el infinito, otros nuevos Melgarejos aparecen en estas latitudes y discursean frenéticamente sobre “reinos maravillosos”.
De este modo arrastran décadas tronando sobre la liberación de los pueblos, amenazando con la prosperidad, aunque todavía-no, y en verdad tratando de imponer a todos una extraña paz, sostenida por estados violentamente opresores y por otras violencias como las que generan el ateísmo, la miseria sin atenuantes, la ignorancia propiciada desde el estado, la mentira, etc.
Muy por el contrario la realidad muestra que no han creado nada semejante a esos dulces paraísos anunciados, aunque alguno de ellos lleve casi cincuenta años, recitando el verso del bienestar inminente. Porque es difícil ignorar que Castro ha sido el artífice —junto al Che— de una de las mayores atrocidades sociales y políticas de nuestro tiempo, que sembró de muertos la isla y el continente. Cuba es la viva imagen de un pueblo arrasado, que además ha dejado de ser libre, sometido durante cincuenta años a la perversa voluntad de un hombre.
Aunque quizás, lo más difícil de entender, es que hayan aparecido algunos que reclaman el dudoso privilegio de ser los herederos de la momia asesina del caribe. Pero sorprendente o no, ahí están, son los neocastristas del siglo veintiuno que, como Melgarejo, hablan de volver a los modos de vida “originarios”, con el novedoso y alentador añadido del castroterrorismo y la droga, todo bien mezclado, en busca de la felicidad perdida hace cinco siglos.
De este modo creen justificar el ingreso de la región en el naturalismo mágico, el del culto a la madre tierra, dudoso lugar sin Dios donde toda degradación del hombre es posible y que no es sino un instrumento de penetración y de dominio.
Tal por estos días la propuesta del cocalero Evo que pretende que el estado controle rigurosamente a la Iglesia Católica y anticipa que su acción será vigilada y reducida al mínimo por ser un “símbolo vivo del colonialismo”.
Chávez ¡el socio protector aliado de las FARC! exige que el Papa se disculpe por defender la evangelización que él llama genocidio, el mismo Hugo sostiene que con Colón llegó a América el anticristo, curiosidad retórica no menor si tenemos en cuenta, que sale de la boca de uno que niega a Cristo.
Todo indica que transitan el camino que prolijamente les señalara el Gorbachov de la Perestroika: pues “siendo el socialismo la creatividad viviente de las masas” hay “necesidad de democratizar todos los aspectos de la sociedad”; en síntesis, “hace falta más democracia y más socialismo”, y al final dice muy claramente: “hay que volver a Lenín”.
Pero regresando a la historia, ella nos recuerda que fueron los propios indígenas bolivianos quienes combatieron de manera decisiva junto al ejército para derrocar a Melgarejo, que contrariamente a lo que decía, no era más que un déspota que se había apropiado de sus vidas, de sus tierras y de sus rentas. En los hechos, del “todopoderoso imperio”, quedaba un país ruinoso y la población indígena encarcelada, saqueada, devastada.
Crear estados donde la vida oscilaba entre la muerte y la prisión, lo obligatorio y lo prohibido constituyó en buena medida el nefasto legado del siglo veinte.
Experiencias totalitarias en el mismo sentido conocemos en el continente y abundan en nuestro país. Hoy mismo Chávez se apoderó de radios y canales de televisión venezolanos para que nada interfiera, ni disienta, ni discuta el único modelo válido, o sea, el suyo. El otro narco terrorista, Correa, sigue el mismo camino de su jefe. Por su parte los hermanitos Castro ahora declaran el derrumbe de la economía cubana —novedad que ya cumplió medio siglo— pero que preanuncia nuevas penurias y más hambre para los habitantes de la isla.
Sospecho que ni la más fantástica de las literaturas los hará trascender de los antros roñosos y las cárceles que siguen inaugurando y en las que nos empujan a vivir en esta maltratada América nuestra.
Es que son lo que son, socialistas fundadores de infiernos, hijos de la pachamama y el terrorismo, traficantes de drogas y de la muerte, corruptos hasta el asco, no tienen más —ni menos— para mostrar.
Lo demás, es puro cuento.
Miguel De Lorenzo
1 comentario:
Muy bueno el paralelismo trazado entre el tirano Melgarejo y los tiranos izquierdistas de hogaño. Sin lugar a dudas a todos los caracteriza la brutalidad y la hipocresía.
Edgardo
Publicar un comentario