jueves, 5 de mayo de 2011

Históricas

UNOS PELEARON,
OTROS MINTIERON
    
    
Si preguntamos a un hombre medio acerca de la baja performance de las fuerzas francesas, belgas o polacas en la Segunda Guerra Mundial, seguramente responderá que lo desconoce y que ignora lo relativo al desempeño de esas fuerzas.
    
Si la misma pregunta se la formulamos a un hombre con mayores conocimientos históricos, probablemente arguya que el escaso rendimiento se debió a factores como la falta de una doctrina militar avanzada, la carencia de armamentos modernos y adecuados, las falencias formativas en sus estados mayores, o al hecho de  tratarse de ejércitos preparados para conflictos de baja densidad.
    
Ahora bien, si preguntamos a cualquier hombre las razones de los pobres resultados de las Fuerzas Armadas Italianas, lo más probable es que nos responda con un comentario irónico y peyorativo referido al valor y la eficiencia del soldado de la Italia fascista. Es más, finalizada la contienda una usina inagotable comenzó a inundar el mundo de crueles bromas que ridiculizaban el valor de los italianos. Cabe entonces preguntarse: ¿fue en realidad el italiano un ejército de ineptos, de pusilánimes o de cobardes, cómo se los ha presentado a la opinión pública mundial?
    
Para responder a esta pregunta recurriremos a fuentes seguras: el juicio siempre severo de comandantes alemanes, directamente vinculados con los italianos.
    
Recuerda, por ejemplo, el Mariscal Rommel la gallardía con que luchó la División “Ariete” en la zona de Bir el Abd, rodeada por la poderosa fuerza acorazada británica, hasta que fue aniquilada. “Junto con la «Ariete» perdimos a nuestros camaradas italianos más antiguos, a los que habíamos exigido quizás más de lo que podían dar con su inadecuado armamento” (“Memorias”, Tomo II, pág. 129).
    
El General Bayerlein, a su vez, recuerda la bravura demostrada por las divisiones italianas en los estertores de la batalla de El Alamein, donde “Los tanques italianos del Cuerpo estaban luchando su última y desesperada batalla contra un centenar de tanques pesados británicos, que habían atacado el abierto flanco derecho italiano.  Después de oponer heroica resistencia, el Cuerpo italiano fue aniquilado” (“Batallas Cruciales de la Segunda Guerra Mundial”, pág. 141).
    
En su retrospectiva sobre la Batalla de El Alamein, Rommel, ya distanciado del fragor del combate, intenta un juicio definitivo sobre los italianos: “El italiano fue voluntarioso, abnegado y buen camarada, y considerando las condiciones en que luchaba se portó mejor de lo que cabía esperar. Las unidades italianas, en especial las formaciones motorizadas, sobrepasaron en aquella corta época lo logrado por su ejército entero en cien años. Muchos jefes y oficiales se ganaron nuestra admiración, como hombres y como soldados” (“Memorias”, Tomo I, pág. 557).
    
En un sentido similar se expide el Mariscal alemán Kesselring cuando sostiene: “Sería por lo tanto un error considerar al soldado italiano como un guerrero inferior y poco apto para intervenir en una guerra dura y larga… He sido testigo de numerosas acciones de las formaciones y de los combatientes italianos… recuerdo la actuación de la División Paracaidista «Folgore» en El Alamein; de la artillería en la lucha por Túnez; las tripulaciones de los torpederos, etc...” (“Soldado…”, pág. 117).
    
Al igual que para Rommel y Kesselring, para el Almirante Dönitz no era valor lo que les faltaba a los italianos. Por el contrario, “son muy capaces de arremeter contra el adversario con valor y arrojo. En esto, y si se dan  determinadas circunstancias, se muestran en el momento del ataque más audaces que nosotros, que quizás no nos dejamos llevar tanto por el momento de exaltación del combate…” (“Diez Años y veinte días”,  pág. 156).
    
El legendario Otto Skorzeny afirma en “Misiones secretas” (pág. 97): “Desde que Italia del Norte, bajo la dirección del Duce, había vuelto a combatir a nuestro lado… tuve ocasión de estudiar de cerca la notable labor de una de las mejores unidades italianas: la «Xª Mas Flotilla», puesta bajo el mando del príncipe Borghese. Esta unidad había preparado y perfeccionado varias «armas menores» destinadas a operar contra la flota aliada… una pequeña lancha atiborrada de explosivos, conducida por un solo hombre que, al llegar junto al objetivo, era despedido y lanzado al agua. Los italianos empleaban, también con los mismos fines, un torpedo de modelo especial sobre el cual iban dos buzos que podían así conducir el enorme proyectil hacia el buque enemigo. Con estas armas y gracias a su combatividad, los comandos italianos habían logrado realizar operaciones sensacionales contra los navíos aliados: la primera vez en el puerto de Alejandría; la segunda, en la dársena principal de Gibraltar. Por otra parte, la «Xª Mas Flotilla» tenía una sección de hombres-ranas, nadadores extraordinarios que se acercaban buceando a los barcos enemigos y colocaban junto al casco cargas de explosivos…” El elogio no es menor, si se considera de quién proviene.
    
Es legítimo concluir entonces en que el soldado italiano no fue un cobarde o un  inepto; sino que, por el contrario, con medios tan pobres como los que tenía se batió decididamente por su patria, pagando con una cuota generosa de sangre su singular osadía.
    
Pero hay una premisa que, a sesenta y tantos años de los hechos, no puede ser desconocida sin caer en una ingenuidad cómplice: Italia fue fascista y el fascismo no debía salir indemne de la guerra. Si no se podía montar un escenario como en Nüremberg o Tokio, pues al menos había que someter a la nación de Mussolini a tal escarnio que el mundo no lo olvidara por mucho tiempo. La dosis habitual de propaganda, generosamente financiada por el siempre presente Poder Internacional del Dinero, y alimentada con mentiras, haría el resto.
    
Así, simplemente así, llegamos a la caricatura del soldado italiano. Terrible, injusta, inmoral.  El fascismo sería entonces un totalitarismo despiadado que, a diferencia de lo ocurrido con el marxismo y el Ejército Rojo, ni siquiera pudo convencer a sus propios hijos para que lucharan virilmente por la Patria.
    
En los tiempos inmediatos a la posguerra, insidiosamente, se estaba trabajando para el futuro políticamente correcto. Sabían perfectamente los enemigos que, con el transcurso de las décadas, los logros que pudo haber alcanzado la Italia fascista irían desdibujándose y desapareciendo a la par los hombres que fueron testigos de aquéllos.
    
Sólo la acción psicológica sostenida haría perdurar como un verdadero dogma las deformaciones y las falsedades. Rédito doble para los vencedores. Porque  al denostar al fascismo se lograba también atacar a la Iglesia Católica, que enérgicamente reprobó cuando fue menester a la conducción italiana, es cierto, pero también lo es que apoyó sin cortapisas aquellas medidas adoptadas por Benito Mussolini en sintonía con la doctrina social y política de la Iglesia.
    
Al fin de cuentas, y como bien lo ha aprobado el Padre Ennio Innocenti, Benito Mussolini fue un converso, mereció el elogio de dos pontífices por “devolverle la Italia a Dios y Dios a Italia”, gozó de las simpatías de un santo como el Padre Pío, y murió asesinado por las hordas marxistas, que vengaron con su muerte cruel y despiadada la soberana paliza que el Duce supo darle a las endemoniadas fuerzas del bolchevismo.
    
Carlos García
    

8 comentarios:

Walter E. Kurtz dijo...

Interesante artículo. Hay que tener en cuenta que el Regio Esercito venía muy desgastado luego de la Campaña de Etiopía, donde había perdido a muchos de sus mejores hombres. También que, luego de la Primera Guerra y hasta el ascenso de Mussolini, había quedado casi desmantelado por miedo a que se reprodujeran hechos como los del Fiume. Especialmente, se había quedado sin buenos oficiales superiores y eso fue lo que produjo desastres como los de las Campañas de Albania o la de Cirenaica. De hecho, es bien sabido que Mussolini no quiso entrar en la Segunda Guerra puesto que consideraba que sus fuerzas armadas no estaban aún preparadas y sólo lo hizo para honrar sus promesas a Hitler. Además de Rommel, los mejores generales del VIII Ejército británico reconocieron la bravura del soldado italiano cuando era conducido por buenos oficiales.

Anónimo dijo...

¡Por supuesto que ese anonimo es una infamia!
Bata recordar la inmortal frase del gran Petrarca con la que tantos italianos se presentaron al Señor:

UNA MORTE DEGNA TUTTA LA VITA ONORA.

Anónimo dijo...

Faltaría que ahora se diga que, el soldado italiano, fue el mejor de la II GM. Todos sabemos que, el mejor fue el soldado alemán.

¡¡¡No mientan!!!

Anónimo dijo...

El que tiene vocación de salame nunca llega a jamón crudo. No se trata aquí de una puja para ver quien fue más macho. Se trata de desmentir una canallada.
No obstante y por el mismo precio, les voy a recordar un reportaje al general Douglas McArthur. Le preguntaron al general rebelde cuál sería el mejor ejército. Respondió: "Es muy difícil definirlo. Si tuviera que hacerlo diría: el que tenga los soldados japoneses, los generales alemanes y la logística americana".
¡Lo tenía en claro!

Anónimo dijo...

Y ¿para tí es "palabra santa" los dichos de general Douglas McArthur?

Lee los libros de Bochaca, Borrego, Irving, Norling, von Oven, Honsik y Degrelle, entre tantos otros.

El único GRAN GENERAL americano fue el honesto George Patton que, por tener "simpatías" hacia los vencidos alemanes, fue DESNAZIFICADO por el israelita "Ike" Eisenhower (nieto de Jacobo y Rebeca).

Anónimo dijo...

Señores dejemos esta discusion esteril que nos aleja de nuestro objetivo inmediato, que es librarnos del kirchnerismo. Para que vamos a discutir sobre Mc. Arthur, Patton o Eisenhower.

Por otro lado, los que se han burlado de los italianos se olvidan que estan ofendiendo a nuestro maestro el Dr. Caponnetto.

Pehuen Cura.

Anónimo dijo...

No por supuesto que no es palabra santa, ¿acaso lo es la tuya?. De todos modos me animo a decir que McArthur, después de casi 4 guerras casi está en mejores condiciones que vos para determinar qué es un buen ejército. Aprendé a leer también al enemigo, te vas a sorprender. Esto no es River y Boca.
Salute!

Anónimo dijo...

Anónimo,

A mí no me enseña McArthur o Eisenhower, yo leo a David Irving y al resto de la Escuela Revisionista. ¿Has entendido?