lunes, 23 de mayo de 2011

De novela

PUNTITOS NEGROS
    
    
Después de muchos años, dos amigos se reencuentran en Viena. La escena ocurre en un parque de diversiones donde una rueda enorme, especie de vuelta al mundo, los va elevando sobre la multitud que allá abajo, cada vez más pequeña y borrosa parece moverse sin rumbo determinado.
    
Graham Greene, el autor de la obra, nos relata que uno de ellos apenas se mantiene escribiendo novelas policiales y el otro —en cambio— es un hombre perseguido por la justicia, que hizo una fortuna acaparando penicilina y otros medicamentos esenciales para después poder venderlos a cualquier precio, a las personas que pudieran pagarlos…
    
Hablando de remedios, no sería sensato decir que Zanola, Moyano, Hendler, Capaccioli, etc. etc., conocieron, ni les importe un comino la obra de Green y éste difícilmente habría imaginado que un país pudiera subsistir manejado durante años por una mafia criminal.
    
De todos modos, como para acentuar la diferencia y la infamia (si eso fuese posible) y a pesar de que ya se había traspasado un límite tremendo, a pesar de eso, los remedios que se negociaban en el mercado negro en la mayoría de los casos, eran auténticos.
    
Pero más temprano que tarde, los que podríamos denominar herederos de aquellos que cruzaron el límite, se dieron cuenta de que las drogas originales resultaban caras, de hecho más caras que las truchas y los placebos y que finalmente los resultados terapéuticos representaban poco a la hora de contar los billetes.
    
En la escena de inicio, tomada del capítulo XIV de la novela “El Tercer Hombre”, después de un rato de conversación, Holly, el escritor, se da cuenta de que lo que estaba en juego detrás de las estafas de Harry era la vida de los chicos que no podrían recibir esas medicinas y entonces poniéndose en el lugar del enfermo y quizá interpelado por la voz de la propia conciencia, le pregunta: “¿Visitaste alguna vez el hospital de niños? ¿Viste a tus víctimas?”
    
Pero Harry se burla de los escrúpulos de su amigo. Él ya vive más allá del bien y del mal y en su respuesta se lee bien claro en qué consiste y sobre todo adónde conduce el relativismo y de qué manera la llamada moral de situación, la moral que cambia de acuerdo a la necesidad o las circunstancias o al antojo es la que en definitiva hoy juzga como bueno lo que al rato será malo.
    
“¡Déjate de melodramas! —le contesta Harry Lime— mira un poco ahí abajo. ¿Sentirías piedad si uno de esos puntitos dejara de moverse para siempre? Si te dijera que voy a darte veinte mil libras por cada puntito negro que se parara, ¿me dirías que me guarde mi dinero? ¿O empezarías a calcular cuántos puntitos serías capaz de parar? ¡Libres de impuestos, viejo!”
    
No me cuesta nada imaginar esa realidad de puntitos negros instalada en nuestro país.
    
No cuesta nada porque hoy la vida de los argentinos ya no tiene valor; porque nos matan y los jueces “garantizan” al autor de esas muertes; porque nos cambian los remedios por basura; porque la inteligencia ha sido rebajada a la adulación y la mentira; porque los grandes objetivos de la vida nacional se agotan en el homomonio, el aborto, la eutanasia, el filicidio, la utilización de embriones, etc.; porque desde el Estado, en suma, bandas de asesinos corruptos se regocijan en consumar la degradación de un pueblo.
    
A lo largo del tiempo, muchas veces fueron los poetas los que vieron el rumbo lacerado adonde va a parar el oscurecimiento de las conciencias.
    
Tal el caso de Baudelaire, que escribe en un cuaderno a mediados del siglo XIX: “el mundo se va a acabar… Pero la ruina universal  (o el progreso universal: poco me importa el nombre)  no se manifestará tanto en las instituciones políticas sino en el envilecimiento de las almas…”
    
Por cierto que al final, la dictadura del relativismo enarbola el estandarte tenebroso de la cultura de la muerte. ¿Por qué? Está claro, si caducan los valores permanentes, si somos esos insignificantes puntitos negros moviéndonos al azar en un  horizonte vacío, sobre qué base inapelable la vida humana será sagrada.
    
En este sentido, siempre es oportuno repensar aquello que escribía el ruso Alexander Solzhenitsyn:
    
“Nuestro actual sistema… exige la rendición total de nuestras almas y nuestra participación activa en la mentira conciente general. Los seres humanos que quieren ser realmente humanos, no pueden consentir esta putrefacción del alma, esta esclavización espiritual…”
    
Miguel De Lorenzo
    

2 comentarios:

Nunca Sucederá dijo...

yo agregaría también el hecho de fabricar pobres para mantenerse en el poder. Parafraseando al más grande: "Kirchner, con caridad sin igual, hizo hacer este hospital, más primero hizo los pobres

Anónimo dijo...

Excelente nota, Sr De Lorenzo.Bien escrita y de contenido impecable.La frase de Solzhenitsyn del final es absolutamente real, lamentablemente la inmensa mayoria está atrapada por esa especie de hipnotismo que los "protege" de la verdad y los pierde en su laberinto desgraciado.
Un abrazo de una persona pobre, en mas de un sentido.
R.S