lunes, 31 de enero de 2011

Ecología

LA CONTRAPRUEBA DE LAS IDEOLOGÍAS
                
           
Como enseña el Catecismo de San Pío X, las obras de misericordia son aquellas con las que se socorren las necesidades corporales o espirituales de nuestro prójimo. Compromiso  ciertamente desconocido por las ideologías (liberales o de izquierda, lo mismo da) por la simple razón de que para ellas no hay ´prójimo´. Hay números, estadística, votos. O bien, hay medios u obstáculos para la obtención de algún fin intraideológico, que es como lo anterior pero puesto en acción.
           
Para entender la raíz del flagelo político de nuestro Patria es preciso captar la esencia y dinámica de las ideologías. Ellas son ideas desencajadas de la realidad,  planes personales —abierta o solapadamente caprichosos— hasta el desprecio de la verdad y el orden. Constituyen el programa curricular del hombre hecho rebelión decidido a romper con la armonía y atentar contra su Autor con tal de satisfacerse. Por eso, según el trascendental desde el cual quiera verse, las ideologías siempre están transidas de irracionalidad y contradicciones (contra la verdad), de perversidad y malicia (contra el bien) y de fealdad y ridiculez (contra la belleza).
          
Así es que las ideologías son tan frías como el infierno. Y eternamente irreconciliables con la verdad y el bien. Claro —y aquí ya comenzamos a padecer uno de los frutos podridos de las ideologías— ¿qué sucede cuando al mundo ya no le interesa la verdad, sino el propio parecer hecho regla y medida; ni el bien, sino la arbitraria opción personal —expresión preocupantemente instalada en ciertos ámbitos— hecha valor intocable?
          
Cuando sucede esto, pasa lo que está pasando. ¿Qué diría el querido padre Castellani si viviera, con su fino genio delator de las ridiculeces del liberalismo moderno? ¿Qué ironía le quedaría por trazar, en una nación que ahora tiene policía ecológica por un lado y políticos abiertamente aborteros por otro? En un mundo así, ¿podremos llegar a afirmar tímidamente que 1 + 1 nunca será 3 sin que algún tribunal pida nuestra cabeza?
           
Y esto, que suena tan abstracto, ¿cómo se constata y se comprueba en el campo político -que debiera ser el del bien común-? En principio, la receta es muy sencilla: vamos a los hechos. Ciertamente, se complica cuando la consigna se extiende al requerimiento de ´saber observar´. ¿Cómo? ¿Podemos tener los hechos delante y no arribar a conclusiones acertadas —es decir, realistas—? Por supuesto, porque si nuestra cabeza se ha ideologizado, tendremos la verdad ante nuestras narices y no la veremos.
          
Pero la constatación es inobjetable: viendo el descuido y el desprecio concreto al hombre real, de carne y hueso, en fin, al prójimo.
           
Insistamos: la prueba de fuego de la falta de realismo de las ideologías es su despreocupación por el hombre concreto.
            
Todo lo contrario a la delicada arquitectura de virtudes necesarias para ser bueno y a la precisa exigencia del hombre cristiano, a quien se le pide practicar las obras de misericordia, que es una manera de decir: amemos con las palabras pero también con los hechos. En ellas vemos el realismo de la Iglesia, tantas veces acusada de descuidar los problemas temporales. Ni tercermundismos ni teologías horizontales: ocupación maternal de la Iglesia del hombre real, que es el que se salvará o condenará, pero es también el que se enferma y tiene hambre.
        
Sí, este es un signo patente de los humanismos de toda laya: la falta de verdadera humanidad. Ya conocemos los frutos del humanismo con soporte ateo y liberal. Ya conocemos el alcance de los insignes defensores de los derechos humanos. ¿Hay que aclarar que el actual sistema ha pisoteado todas y cada una de las obras de misericordia?, ¿es preciso recordar las tareas de dar de comer al hambriento, visitar a los presos, enseñar al que no sabe, perdonar las injurias, rogar a Dios por los vivos y difuntos, para contrastarlas con la actual maquinaria de poder?
      
En una estructura subversiva y marxista, las obras de misericordia se invierten y se hacen satánicas, en contra de Dios y en contra del hombre. Porque esto es lo que el mundo debe entender: el hombre alejado de Dios, se autodestruye. Previa alocada exaltación frenética y desquiciada de aquello en lo que ha puesto la mira: el feminismo destruyendo la mujer, el liberalismo la libertad, y el humanismo al hombre.
           
¿Cuáles son entonces las obras de misericordia (si se nos permite la penosa ironización del término) pasadas por el tamiz de la actual ideología subversiva? Asesinar al niño no deseado, acortar la vida del inútil, sostener parásitamente al avivado (mientras sea de utilidad), mentir y hacerlo interminablemente, enseñar al niño todo aquello que lo distrae de lo esencial, organizar la venganza e institucionalizar el resentimiento. En fin, usar al hombre en todo lo que haga falta para los propios intereses.
             
¿Quién puede dudar que la declamada libertad de expresión ha asfixiado cualquier manifestación que se aparte del pensamiento único; que el falazmente planteado ´derecho a decidir´  ha promovido el aborto y las leyes contra natura; que la libertad religiosa y el liberalismo pedagógico ha consolidado el ateísmo y a la postre ha embrutecido la niñez y la juventud, originando la pobreza académica más vergonzosa?  ¿Qué más hace falta para percatarnos de que la participación política (entiéndase: voto universal y obligatorio, y participación popular y demagógica) nos ha convertido en reos masificados del sistema, convencidos de que el sacrosanto deber de las urnas salda nuestra obligación de no desentendernos del bien común o que tiene alguna relación con él? ¿Cómo negar que la falacia de la no discriminación se ha convertido en el instrumento del sistema más eficaz para perpetrar todo tipo de injusticia y avalar la contranatura?
          
Eufemismo más, eufemismos menos, todo se da de espaldas a la cosa concreta. Ni la creación de edificios escolares ni la donación de computadoras abordan el problema educativo. Ni las estadísticas alimentan el alma, ni la cotización del dólar marca el rumbo de una Nación.
        
Las ideologías no tienen corazón porque su corazón es la idea artificial enfrentada insolente a la verdad, y como tal, destinada a destruirse sí misma. Por eso, la irracionalidad y la estupidez parecen no tener precedentes. Las corrientes ecologistas se han fortalecido y uno podría quedar detenido si agrede a un perro, pero la legalización del aborto es una amenaza y hay que soportar a opinólogos de toda laya haciendo apología del asesinato de inocentes en cualquier medio y con total impunidad.
         
El mejor triunfo del sistema no ha sido que nos domine, sojuzgue y humille, sino que demos gracias por ello.
       
Es imperioso tomar entre manos la ardua tarea de pensar rectamente. No sólo para combatir el error sino principalmente para asirnos con fuerza de las verdades de salvación en las cuales nos jugamos la vida.

             
Jordán Abud
                

2 comentarios:

shl2008 dijo...

Hace tiempo que nadie exponía con tanta claridad lo que con desorden de ideas pienso y siento...

Pampa dijo...

Cuánto nos ayudan las reflexiones del Sr. Jordán Abud. "Asirnos con fuerza a las verdades de salvación en las cuales nos jugamos la vida". Dios nos de fuerzas.
Un gran abrazo.
¡En Cristo y en la Patria!