¡RAZA DE VÍBORAS!
Aquel episodio suscitado en torno de la carta que el Ordinario Castrense, Monseñor Baseotto, dirigió al entonces Ministro de Salud Pública, en ocasión de unas declaraciones de este último a favor de la despenalización del aborto, desnuda hasta el fondo —es decir, el abismo— nuestro pavoroso estado de postración espiritual y moral. Sin duda, la argentina es una sociedad profundamente enferma y desquiciada.
La desembozada promoción del aborto por parte de un alto funcionario del Gobierno es, por sí sola, un hecho de inusitada gravedad. Pero nadie ha reparado en ello. Ni siquiera, al parecer, la propia Conferencia Episcopal que, hasta ahora al menos, se ha mostrado más preocupada en tomar distancia de las incómodas manifestaciones de Monseñor Baseotto que de denunciar las graves declaraciones del funcionario. Éstas, por otra parte, no fueron desautorizadas por el entonces Presidente ni por su Jefe de Gabinete ni han motivado el rechazo (ni siquiera la menor reserva) de ningún personaje del mundo oficial.
Resulta, pues, pertinente preguntar: ¿cómo reacciona la Argentina “oficial” (gobierno, prensa, formadores de opinión, eclesiásticos, exégetas bíblicos al uso, etc.) cuando un ministro de la Nación anuncia su claro propósito de despenalizar el aborto y frente a semejante crimen, un Pastor recuerda, con dureza evangélica, la más elemental doctrina moral? Y la respuesta es tan sencilla cuanto dolorosa: todos los dardos apuntan contra el Pastor. Vuelven a oírse las consabidas voces. ¡Maten al testigo! ¡Que desaparezca de la faz de la tierra! ¡Redúzcanlo a silencio! ¡Ha promovido la violencia! ¡Ha reivindicado los métodos aberrantes y los crímenes de la dictadura! ¡Ha blasfemado contra la Nueva Deidad de la Opinión Única! ¡Que sea arrojado fuera de la Ciudad! ¡Crucifíquenlo!
El Gran Sanedrín se rasga las vestiduras. Los sumos sacerdotes conspiran, mueven al populacho ignorante y voluble. Pedro niega tres veces frente a la sirvienta de Caifás. Eterno drama que hemos visto desarrollarse ante nuestros ojos en tantos días aciagos.
Pero Monseñor Baseotto ha respondido con serena firmeza: “yo quiero ser fiel a Dios, a Cristo que me ha dado esta misión y desde luego a quien Cristo ha dejado como representante suyo, que es el Papa” (“Infobae”, 25 de febrero de 2005). Quiero ser fiel, ¡magníficas palabras!, ¡estupenda lección de quien sabe que ha sido elegido para enseñar, gobernar y santificar al pueblo de Dios, no para agradar al mundo y rendirse a su poder!
Todo esto ha venido a ser un hecho perfectamente providencial; y más providencial aún porque ha ocurrido en plena Cuaresma, cuando la contemplación de la Cruz se hace más penetrante, más cotidiana, más próxima.
Cristo ha sido, otra vez, crucificado en la persona de un Obispo humilde, fuerte e intrépido. Fides intrepida.
Enfrente, la dolorosa cobardía de los cristianos. Y los eternos fariseos contra los que, nuevamente, se vuelve la palabra severa del Señor: ¡Raza de víboras! (San Mateo, XXIII, 33).
Mario Caponnetto
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