domingo, 5 de septiembre de 2010

Homilías y sermones

DOMINGO DECIMO QUINTO
DESPUES DE PENTECOSTES
           
El Justo Job
la fortaleza y la paciencia
         
                 
En estas semanas, la Santa Iglesia nos hace leer, recitar y meditar en el Breviario el Libro del Justo Job.
         
Me parece apropiado compartir con vosotros las lecciones que podemos sacar de esta lectura, la cual recomiendo vivamente, así como la del comentario que de este santo Libro hizo Fray Luís de León, de quien tomo prácticamente todo el material que os propongo para la meditación de esta semana.
       
Job, natural de Hus, provincia vecina a Idumea y Arabia, entre gente pagana, gran siervo de Dios, para mayor bien suyo y para ejemplo de virtud a los venideros, es entregado por Dios al demonio, a petición de éste, para que lo tiente y azote.
        
Le quita la hacienda, le mata los hijos, lo llaga fea y cruelmente y le trae tanto desprecio que su misma mujer lo humilla y lo incita a que se mate.
            
Estando así lleno de miseria y armado de paciencia, sentado en un muladar, lo visitan cuatro hombres importantes y sabios, y grandes amigos; con los cuales, después de un largo silencio, al fin, comenzando él y respondiendo ellos, se traba entre todos un reñido razonamiento en el cual muchas veces parece que Job y sus amigos dicen lo mismo, siendo los intentos contrarios.
           
Job, lamentándose, dio a entender que padecía sin culpa.
         
Sus amigos, ofendidos, porfían que se engaña y que es pecador; y pretenden probarlo de este modo: Dios es justo; por lo tanto castiga en esta vida con miserables sucesos sólo a los pecadores. Ahora bien, tú eres castigado por Dios. Luego, eres pecador.
         
Sobre este argumento, se concentra o gira todo lo que dicen los primeros tres amigos de Job. Y en lo que más se detienen es en probar lo primero, es decir, la justicia de Dios, que es lo más cierto y lo menos necesitado de prueba.
      
Mas insisten en ello porque, a su parecer, lo demás nace de allí por fuerza de consecuencia.
        
Y lo prueban demostrando por diversas maneras que Dios es bueno, sabio y poderoso; puesto que el ser injusto viene, o de saber poco, o de poder menos, o desear mal inclinado. En efecto, las fuentes de todo lo malo son la flaqueza, la ignorancia o la malicia.
       
A esto responde Job, confesando la justicia de Dios; y no sólo la confiesa, más también él la prueba y se extiende en decir maravillas de estos divinos atributos.
        
Pero les niega lo que ellos concluyen, y persevera en defender su inocencia, y les prueba que no son pecadores todos los que Dios en esta vida castiga.
         
En resumen, afirma dos cosas:
        
1ª) No siempre castiga Dios en esta vida a los pecadores, ni son pecadores todos los que Dios en ella aflige.
           
2ª) Yo no he pecado de manera que merezca el mal que padezco.
          
Pero cuando afirma esto, aguzado por el dolor y la porfía de los que sin razón lo condenan, alguna vez parece que se excede en las palabras, volviéndose a Dios y pidiéndole que se ponga con él a juicio y averigüe la causa de este azote.
         
Por lo cual, por último sale Eliú, el cuarto de los amigos, y no aprobando las razones de los primeros, condena a Job por una nueva razón, diciendo que, a lo menos, peca en ponerse con Dios a juicio.
         
Y así lo que pretende probar, no es que fue pecador, sino que se debe sujetar a Dios, y callar y tener por bueno lo que hace.
          
Y lo prueba de este modo:
     
Las obras de Dios, y lo que Dios pretende en lo que hace, no lo puede saber el hombre. Luego, debe con paciencia juzgar bien de lo que Dios hace, y no pedirle razón de ello.
        
La primera de estas dos cosas, de la cual la segunda necesariamente se sigue, pudo Eliú probarla con ejemplos palpables de las cosas que Dios hace, y no las entendemos los hombres.
           
Mas no la prueba por esta vía, antes bien, multiplicando razones impertinentes, la oscurece y confunde.
          
Y de este modo, Eliú, si bien no erró en lo principal de su intento y en lo que pretendía probar, erró en no acertar a probarlo.
           
Por ello, Dios, en fin, se descubre, y lo primero que hace es reprender a Eliú de que no supo probar una cosa tan clara como es no penetrar el hombre las obras y los juicios de Dios.
         
Lo segundo que hace, vuelto a Job, le prueba, con razones claras, lo que confundía Eliú, es decir, persuade a Job de que tenga por bueno lo que hace con él y de que no quiera saber por qué causa lo hace, ni le pida cuenta o razón.
        
Y arguye como argüía Eliú:
                
El hombre no puede alcanzar las obras de Dios ni sus fines.
               
Luego debe con paciencia juzgar bien de lo que Dios hace, y no pedirle cuenta.
        
Job reconoce su exceso y se humilla.
       
Dios, que sabía su sencillez y bondad; y que había defendido con verdad su inocencia; por eso no se enoja con él.
        
Pero sí se enoja con sus tres amigos, porque hablaron mal en tres cosas:
         
1ª) que imputaron a Job que era pecador;
        
2ª) que afirmaron que Dios no azota aquí sino solamente a los malos;
      
3ª) que de estos dos errores quisieron sacar defensa de la justicia divina, como si Dios no pudiera quedar por justo si quedaba Job por bueno, o si no se valiera de apoyos tan flacos y tan falsos.
           
Les dice que han afligido sin causa a su amigo, y les manda que se le humillen y le pidan perdón y que ruegue por ellos.
            
Así lo hacen, y Dios sana a Job y lo restituye a su primer estado, con mayor prosperidad que al principio.
          
Job es Santo y su fiesta es el 10 de mayo.
       
Para el tema que nos ocupa, el capítulo tercero es el que más nos interesa.
      
Job, en el capítulo primero, alaba y bendice a Dios en el infortunio como lo hacía en el tiempo de la prosperidad.
        
En el capítulo segundo, con ánimo varonil y paciente, reprende a su mujer que lo invita a desesperar.
      
Luego, en este capítulo tercero, después de siete días, rompe el silencio y maldice el día en que nació y su suerte dura y adversa.
         
No hace esto por desesperación ni por impaciencia, sino por aborrecimiento de los trabajos de la vida y de su condición miserable, sujeta por el pecado original a tan desastrados reveses.
        
De este modo dice que es mejor el morir que el vivir, y que la suerte de los muertos es más descansada que la de los vivos.
       
Algunos se esfuerzan aquí en dorar estas maldiciones de Job y excusarlas de culpa, porque les parece que maldecir uno su nacimiento, en la manera que aquí Job lo maldice, es señal de ánimo impaciente y desesperado. Por eso violentan lo que dice y lo tuercen.
      
Los que se asombran de estas palabras y le buscan salida, nunca experimentaron lo que en la adversidad se siente ni lo que duele el sufrimiento.
      
No se contrapone con la paciencia que el que está en la desventura y herido sienta lo que le duele, y publique con palabras y gestos lo que siente.
     
Ni tampoco es ajeno al buen sufrimiento que desee el que padece, o no haber llegado al mal que tiene, o salir de él pronto.
       
Esto es todo lo que Job dice aquí.
        
Si desea no haber nacido para mal semejante: ¿qué razón nos obliga a elegir la vida, si ha de ser para pasarla en la miseria?
  
Y si el que padece algún mal grave puede, sin exceder la paciencia, pedir a Dios, si es servido, que le acabe el dolor con la vida, también podrá desear, sin traspasar la razón, que, si fuera posible, se la cortaran de antemano.
Jesucristo, ejemplo de perfecta paciencia, aunque en los males que padeció calló siempre, en lo último de ellos al fin se queja, y con voz dolorosa y grande, vuelto a su Padre lo dijo: “Padre, si es posible pasa de Mí este cáliz”, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?”
      
En lo que mostró que no era impaciencia el quejarse, y que era de hombres el sentir el dolor y el lamentarse de lo que le duele.
        
Porque el sufrimiento no está en no sentir, ni en no mostrar lo que duele y se siente, sino, aunque duela y por más que duela, en no salir de la ley ni de la obediencia de Dios.
  
La impaciencia en los males es cuando uno:
 
o se desespera por librarse de ellos,
o se molesta con Dios que los causa o permite,
o concibe odio contra los hombres con quien Dios castiga,
o tiene rabia de venganza,
o maltrata a los demás con palabras u obras.


       
En un hombre tan sentido, tan acosado por todas partes y tan nada favorecido por ninguna, como lo es Job aquí, es prueba cierta de su gran virtud que no desespere y que desee no haber venido a tal punto, muriendo antes, o por manera de exceso, nunca haber nacido.
          
El resto de lo que dice Job se puede entender bajo la condición de que su imaginación le hacía suponer que Dios lo desamparaba y le tenía ordenado al infierno; porque en tal caso era mejor preferir el limbo, adonde hubiese ido de haber muerto en el vientre de su madre, que al infierno, donde lo parecía llevar su sospecha.
  
Roguemos al Justo Job para que nos alcance, por la intercesión de la Santísima Virgen María, fortaleza y paciencia en las adversidades materiales y espirituales de esta vida, en este valle de lágrimas.
       

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