LA MORTIFICACIÓN
OBJETO DE LA MORTIFICACIÓN
La mortificación es menos una virtud que un conjunto de virtudes; más precisamente, es el punto de partida para la práctica de la virtud. Su objeto es reprimir y hacer morir, tanto como sea posible, lo que en nosotros mismos es causa de pecado, es decir, la carne o el hombre viejo. Trabaja en hacer morir a la naturaleza, no en lo que tiene de bueno y que es obra de Dios, sino en lo que tiene de viciado y de desordenado, y que es consecuencia del pecado original.
La mortificación tiene nombres muy variados, que hacen resaltar mejor su naturaleza. En efecto, se la llama : mortificación, porque tiende a reducir al viejo hombre a un estado de muerte y de impotencia para producir su obra, el pecado; penitencia, especialmente cuando nace del arrepentimiento del pecado cometido y del deseo de reparar sus consecuencias; abnegación de sí mismo, o renuncia a sí mismo, porque consiste en renunciarse a sí mismo en la propia naturaleza viciada, a establecerse frente al viejo hombre en un estado de ruptura, de enemistad y de odio, hasta el punto de querer y perseguir su muerte; y, finalmente, espíritu de sacrificio, porque por ella nos unimos al sacrificio de Jesús, Víctima en la cruz y en el altar, para ofrecer, con Él y por Él, una digna reparación a la justicia divina. De estos diversos aspectos se sigue que el principio fundamental y el alma de la mortificación cristiana es el odio al pecado, y, por consiguiente, al hombre viejo, causa primera y principal del pecado.
FINALIDAD DE LA MORTIFICACIÓN
El fin de la mortificación es permitir que el hombre nuevo crezca en nosotros y alcance su pleno desarrollo. Por eso, en realidad es una vivificación. La mortificación no es, pues, un fin en sí misma, sino sólo un medio: “No morimos sino para vivir; todo el cristianismo y toda la perfección se resumen en esta muerte y en esta vida” (Padre Chaminade). No morimos a una vida inferior, la vida de la naturaleza viciada, la vida del viejo hombre, sino para vivir una vida superior, la vida divina de Cristo. No renunciamos a las riquezas perecederas, a los goces groseros y envenenados de los sentidos, a las vanas grandezas de este mundo, deseados por la triple concupiscencia, sino para alcanzar el solo bien verdadero, la sola verdadera bienaventuranza, la sola verdadera grandeza, en la unión eterna con Dios.
Observación: por lo visto hasta ahora, deducimos que la mortificación es el complemento del bautismo. En efecto, su objeto es remediar las secuelas del pecado original, secuelas que el bautismo no borró, sino que dejó en nosotros; y su fin es hacer posible el crecimiento de la vida de la gracia, que el bautismo depositó en nosotros al estado de germen.
GÉNEROS DE MORTIFICACIÓN
Como el hombre está compuesto de cuerpo y alma, el campo de la mortificación es doble: la ejercida sobre el cuerpo y los sentidos, la mortificación se llama exterior; y ejercida sobre el alma y sus facultades, que se llama interior.
1º) La mortificación interior es la más importante:
a) Porque se ejerce inmediatamente sobre la parte más noble de nuestro ser, el alma, para limpiarla del pecado y permitirle unirse a Dios, su último fin;
b) Porque la mortificación interior es el principio de la mortificación exterior: la mortificación exterior, sin la interior, sería un formalismo farisaico, sin valor a los ojos de Dios y sin mérito para el alma.
2º) Aunque menos importante, la mortificación exterior es absolutamente necesaria:
a) Porque es la condición primera de la mortificación interior: quien no comienza por dominar el cuerpo y los sentidos, no logrará nunca dominar el alma y sus facultades, ya que las impresiones exteriores, que nos vienen por los sentidos, son las que alimentan la imaginación, despiertan y excitan las pasiones, distraen el espíritu y solicitan la voluntad al mal;
b) Porque la mortificación exterior es el complemento necesario de la mortificación interior: ésta, para ser perfecta, debe extenderse al exterior, pues todo desorden del alma tiende a traducirse exteriormente, y por lo tanto debe ser reprimido hasta en su manifestación exterior.
De ahí se sigue que las dos formas de mortificación son inseparables: deben sostenerse y completarse mutuamente.
OBLIGACIÓN DE LA MORTIFICACIÓN
La mortificación se impone a nosotros como una ley fundamental a título de hombres y de cristianos (…)
Obligación de la mortificación a título de hombres: sólo es verdaderamente hombre el que lleva una vida naturalmente honesta y conforme a la sana razón. Ahora bien, es imposible vivir una vida honesta según la sana razón si, por medio de esfuerzos incesantes, y a veces heroicos, no reprimimos los instintos perversos de nuestra naturaleza viciada.
Obligación de la mortificación a título de cristianos: como cristianos, somos los discípulos de Cristo y los miembros de Cristo; y a este doble título estamos obligados a la mortificación.
1º) Discípulos de Jesucristo, debemos conformarnos a su doctrina e imitar su ejemplo.
a) La doctrina de Jesucristo. “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mt. 16 24); “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, después de echado en tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto. Quien ama su vida la perderá; mas el que aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna” (Jn. 12 24-25); “Si no hiciereis penitencia, pereceréis todos igualmente” (Lc. 13 1-5). Lo que Jesucristo promete a sus discípulos en esta vida no es la paz, sino la espada, símbolo de una lucha incesante; no son las diversiones, sino la cruz, símbolo de todo lo que inmola más dolorosamente la naturaleza: “No penséis que Yo haya venido a traer la paz, sino la espada… Quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de Mí” (Mt. 10 34 y 38).
San Pablo, a su vez, formula la misma ley fundamental: “Los que son de Cristo tienen crucificada su propia carne con sus vicios y concupiscencias” (Gál. 5 24); “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios... Porque si viviereis según la carne, moriréis; mas si con el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8 8 y 13); “Castigo a mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado” (1 Cor. 9 27).
b) El ejemplo de Jesucristo. En Jesús, la naturaleza humana era de una rectitud perfectísima. Por lo tanto, no pudiendo practicar la mortificación como nosotros, a saber, bajo forma de represión del viejo hombre, la practicó, para servirnos de modelo, bajo la forma de renuncia a todas las satisfacciones de la vida presente, abrazando voluntariamente una vida llena de pobreza, de sufrimientos y de humillaciones.
2º) Miembros de Jesucristo, debemos, según la expresión de San Pablo, continuar y acabar por nuestra parte su sacrificio en la cruz, y lo que falta a sus padecimientos (Col. 1 24). En efecto, el sacrificio de Jesucristo, aunque es de un valor infinito, no alcanza la plenitud de sus efectos, para nosotros y para las almas, sino en la medida en que nosotros tomamos parte en él. Jesucristo, no pudiendo ya sufrir ni merecer en su cuerpo natural, que está en la gloria, se complace en sufrir y merecer cada día en cada uno de los miembros de su cuerpo místico.
(Tomado de un Curso de Espiritualidad)
1 comentario:
Sabias y profundas palabras, inspiradas seguramente por las enseñanzas de algun Padre de la Iglesia. ¿Quien es el autor?
Publicar un comentario