CON CAMISA AZUL
“Cuando regreséis a España y nuestras gentes se os acerquen con el natural afán de saber de vuestra vida en Rusia, jamás les habléis de vuestras propias heroicidades, sino de las gloriosas hazañas que realizaron los que aquí han muerto para que España viva” (Agustín Muñoz Grandes)
Hasta hace muy poco carecíamos de la biografía definitiva que el Capitán General Agustín Muñoz Grandes merece. Ese vacío ha sido llenado por el Doctor en Historia Contemporánea, Luis Eugenio Togores Sánchez, ex Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad San Pablo CEU de Madrid, con su libro “Muñoz Grandes, Héroe de Marruecos, General de la División Azul”, publicado en Madrid por la editorial Esfera de los Libros.
El trabajo fruto de una profunda investigación que recoge documentos públicos y cartas inéditas se compone de 14 capítulos que suman 512 páginas las que forman parte de una trilogía sobre los generales africanistas que fueron bastiones en la Cruzada, iniciada el 18 de julio de 1936.
Pocas figuras contemporáneas se prestan tanto como la de Agustín Muñoz Grandes para ser mostrado como arquetipo de Caballero Cristiano. Nacido en el barrio madrileño de Carabanchel el 27 de enero de 1896, en un hogar de clase media baja, formado por el matrimonio Muñoz Vargas - Grandes Merino. Se cernía por entonces la guerra con los Estados Unidos cuando el gigante yankee afilaba sus garras sobre Filipinas y Cuba, provocando, Teodoro Roosevelt, el “casus belli”, con el autohundimiento del “Maine” en la rada de La Habana. Un siniestro accionar cuyas copias en serie se repetirán con pertinacia diabólica en la centuria siguiente con el hundimiento del “Lusitania”, además de Pearl Harbor, la Bahía de Tomkin y la guerra contra Irak por el misterioso suceso de las Torres Gemelas y las inexistentes armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
Pero dejemos a un lado las digresiones y retomando el libro que nos ocupa leamos lo que señala el doctor Togores: “…la vida del que sería quincuagésimo segundo Capitán General del Ejército español desde los tiempos de Carlos III, comenzó el día en que siendo aún un niño tomó la decisión de convertirse en soldado”.
Tenía apenas trece años cuando ingresaba en la Academia de Infantería de Toledo. Parafraseando a José Ortega y Gasset podemos afirmar que había en aquel jovencito el ánimo guerrero pleno de magnífico apetito vital que se traga la existencia sin pestañear con todos sus dolores y riesgos. Elementos esenciales de su vida que sólo los dejó cuando su alma marchó hacia la plenitud de Dios el 11 de julio de 1970.
Imberbe cuando desembarca en África. Ya son los tiempos de la Guerra en Marruecos. Tiene Fe por lo que obedece y combate hasta alcanzar la meta fijada por la superioridad. Su obra es lo que se llama “hacer Patria”, ganando territorios y formando guerreros con el ejemplo. La guerra iba formando lazos irrompibles entre los que después serían importantes jefes en la liberación de España de manos de la masonería roja. Allí estaban Sanjurjo, Franco, Millán Astray, Mola, Yagüe, Goded, Queipo de Llano, Varela y Muñoz Grandes.
Cuando instalada la República el drama comenzaba con la quema de templos, asesinatos y huelgas, todo lo que podía llamarse orden político, tradiciones, vidas, haciendas, proyectos, comercio y convivencia aceleró su marcha hacia un caos irracional.
La llegada al gobierno del Frente Popular marxista en febrero de1936 mediante la “justa electoral” consumó la desaparición de cualquier atisbo de legitimidad. Se instaura el Terror Bolchevique Jacobino. Es la Tiranía del Poder de Logias y Soviets con el brazo armado por milicias de la insanía babélica. Los asesinatos de José Calvo Sotelo y el Vía Crucis, con fusilamiento luego de nueve “Procesos” a los fue sometido el César de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, es la situación histórica que inicia y desarrolla el Alzamiento de las fuerzas nacionales.
En esos días el Coronel Muñoz Grandes queda retenido en la zona controlada por las checas rojas. Así relata esos momentos un documento de su archivo particular: “Sin destino militar y con el grado de Coronel le sorprendió el Movimiento siendo uno de los que no pudo salir de Madrid. Fue conducido entonces a la Cárcel Modelo, pero, sin ser identificado plenamente. Aún así fueron muchas veces las que su nombre sonó en las sacas y presenció asimismo aquel horrendo crimen de la matanza e incendio de la Modelo. Cuando ya no le era posible seguir burlando la jauría que seguía su rastro, logró evadirse de la prisión, y tras largo calvario llegó a la zona nacional (marzo de 1937) para incorporarse al frente mandando las Brigadas Navarras”.
Así lo recuerda la historia relatada por los que con él estuvieron a lo largo de toda la cornisa cantábrica, desde Santander hasta Oviedo, venciendo en Aragón hasta Seo de Urgel y luego hacia la frontera francesa en saltos de audacia y heroísmo.
Luego de finalizada la Cruzada el Caudillo designa a Muñoz Grandes como Ministro y Secretario General del Movimiento. Desde su alto puesto pone de manifiesto su conciencia católica y falangista reorganizando los Sindicatos Verticales, luchando por el mejoramiento de los salarios, creando cooperativas, mejorando las condiciones de vida de los obreros agrícolas y disponiendo nuevas técnicas de repoblación forestal.
“A cinco meses del final de las hostilidades y con todas las heridas a flor de piel” emite una circular en la que en su parte clave expresa: “Falangistas: no olvidéis que vivimos horas de paz, la nobleza e hidalguía universalmente reconocida a los españoles ha de hacer que practiquemos la norma de gloria al vencedor y piedad para el vencido; piedad que cuando hay que ejercerla con los que vieron por primera vez bajo nuestro cielo y crecieron sobre la misma tierra ha de convertirse en afecto”.
Durante su gestión surgieron de la Secretaría General el Instituto de Estudios Políticos que encararía durante los años cincuenta la reforma de Estado. Se establecieron las misiones de la Sección Femenina incorporándosela al Servicio Social. Se ganó la confianza del Sindicato Español Universitario, al que durante su Cuarto Consejo Nacional le comunicó su preocupación por los trabajadores que deberían marchar junto a los universitarios, eliminando ofensivas diferencias de clase.
Por otra parte, se crearon los Colegios Mayores Universitarios, dando entrada a los estudiantes con escasos recursos. Su lucha contra los arribistas y aprovechados recién llegados se concretó en una disposición por la cual ordenaba: “cesen inmediatamente en sus puestos de mando los que estando en edad militar no fueron a la guerra”. Su austeridad y especial manera de actuar, dejando de lado la política menuda, mostraban al falangista ideal que José Antonio había definido como “mitad monje y mitad soldado”. De ahí su choque con el sector de Serrano Súñer y que tan bien desarrolla en numerosas páginas el doctor Luis Togores Sánchez.
La renuncia de Muñoz Grandes al cargo de Secretario General del Movimiento, le dejaba abierto el camino para marchar al frente de la División Azul en la Cruzada antibolchevique iniciada en junio de 1941. El inmediato apoyo de los Estados Unidos y de Gran Bretaña a la U.R.S.S. mostró que Stalin era un secreto y fiel aliado del plutocrático demoliberalismo. Dos rostros en una sola cabeza.
El nuevo Jano del materialismo se mostró sin pudor. España no dudó. Allí estarían sus Camisas Azules con el Haz de Flechas bordado en rojo ofreciendo juventud a la guerra más dura que conoció la historia. Dos investigadores norteamericanos —Kleinfeld y Tambs, citados por el autor— narran el ambiente en el Madrid de aquellos días: “Una vez más España descubre su misión universal”. “Haremos a los rusos una devolución de la visita”. “La Falange combatirá al comunismo en su madriguera”. “Masa de hombres de diversas edades, desde jóvenes imberbes a viejos anticomunistas de pelo cano, presionaban hacia las mesas en el centro de reclutas…” Una cita a la que España no podía faltar porque esa guerra era un importante capítulo de la lucha universal contra el marxismo que iba a marcar el resto del siglo XX y que gramscianamente continúa.
Los Voluntarios Españoles en Rusia, acaudillados por Muñoz Grandes, pronto fueron conocidos como División Azul cuando, desde el Jefe al último de los combatientes sacaron el cuello de la Camisa Falangista por encima de la guerrera verde. Nadie podrá olvidar jamás aquella estremecedora arenga entre los bosques de Grafenwohr. Muñoz no pedía para sus hombres más que el privilegio de ganarse el trozo de tierra en que morir por la defensa de la Civilización Cristiana. Y el 20 de agosto de 1941 comenzó la larga marcha de más de mil cuatrocientos kilómetros en dirección a Smolensko, y luego hacia Leningrado. El sector más gélido e inhóspito donde se combatía con cuarenta grados bajo cero.
Ninguna historia escrita con veracidad podrá callar la gesta de aquellos Caballeros de la Nueva Cruzada que cayeron en Possad combatiendo casa por casa, igual en Possalok que en el cementerio de Otenski, o en la posición Intermedia. A éstos especialmente honró Muñoz Grandes, informando: “tributo de gratitud a los valientes de la posición que rindieron culto al honor militar cumpliendo la orden recibida. No es posible retroceder, tenéis que estar allí clavados y efectivamente cuando nuestras tropas recuperan la posición defendidas por unos héroes, todos están allí, muertos, ni uno solo retrocedió. La barbarie bolchevique, el poco tiempo que dominó la posición, lo empleó en clavar nuestros muertos al suelo. La orden había sido cumplida, allí estaban los nuestros clavados…”
Días después (enero de 1942) un hito más en el heroico de la División Azul era relatado de esta manera por su General en carta a su esposa: “La guarnición germana estaba sitiada en Wswad. Hacia allí marcharon 200 de nuestros hombres atravesando el Lago Ilme (36 km. helado y luego seguir otros 30 km.). Sólo han quedado doce, pero la orden fue cumplida… Han combatido sin cesar día y noche durante 19 días y algunos a 53 grados bajo cero. ¡Enorme! ¡Qué contraste! En esta carta van juntas la Gloria y la Mier! Así es y será siempre la vida… Explícale bien a nuestro hijo todas estas cosas”.
En todos lados, Muñoz Grandes, con su sencillo capote, en el punto más difícil. Siempre presente su austera figura compartiendo los cañoneos, las angustias, el dolor de los que no vacilaban, clavarse en la tierra helada para formar murallas que defendieran la cultura griega, romana y germánica. Al estilo de un Caballero del Greco, poseía el alma mística que resistía todas las pruebas de sus diez heridas de guerra. Su pecho cubierto de condecoraciones nunca lució ninguna de acuerdo a su natural austeridad. Sin embargo había dos ante las cuales se emocionaba: el Gran Collar de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas, junto a la Cruz de Hierro con Hojas de Roble.
Falleció siendo Vicepresidente del Consejo del Reino y Jefe del Alto Estado Mayor en el Gobierno que encabezaba Francisco Franco, pero oponiéndose a la voluntad del Caudillo de ser sucedido por Juan Carlos, como Rey de España.
Con decenios de anticipación atisbó la felonía liberal preparada por una Obra que se autodenomina de Dios pero con terrenales objetivos inmanentistas. La consigna era “todo, menos el joseantoniano Muñoz Grandes”. Los democristianos preparaban el asalto al poder a espaldas de Franco. Así escribió Laureano López Rodó, según cita del biógrafo en la página 506.
El Estado del 18 de Julio estaba condenado a muerte. Ello traería la legalización de la partidocracia: “el comunismo, la pornografía, los matrimonios homosexuales, el aborto y las autonomías” preparadoras de nuevos reinos de Taifas.
Muñoz Grandes entregó su alma a Dios sin ceder un ápice en los ideales del “mejor hombre de España”. Por ello la justicia del homenaje rendido por miles de Camisas Azules que desfilaron aquel 13 de julio de 1970 ante su féretro brazo en alto y cantando “Yo tenía un camarada”.
Han pasado 39 años y los hispanoamericanos volvemos a reiterar el ¡PRESENTE! al Grande que, en horas de mediocridad, nos inspira porque pertenece a todos los tiempos su ejemplo de Camisa Azul, que es Impulso Apasionado, Valor y Lealtad.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
1 comentario:
Excelente nota. Es una notable síntesis que combina la veracidad con la belleza y la emotividad. En unas pocas líneas, austeramente, casi laconicamente, el autor dice todo lo que hay que decir de Muñoz Grandes, de España y del mundo, y lo dice bien, extraordinariamente bien.
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