jueves, 23 de octubre de 2014

Históricas


A CIEN AÑOS DE LA GRAN GUERRA
 
 
GUERRA Y CÓDIGOS MORALES
 
“La historia según se escribe en forma cotidiana en realidad consiste en una narración ininterrumpida de guerras. El sociólogo de la historia Jacques Novicow ha calculado que en los tres mil últimos años ha habido mucho más de una década de guerra por cada año de paz”.
 
Las guerras prehistóricas creaban desiertos y a eso llamaban paz. Las guerras de hoy crean ruinas, dice el escritor inglés Veale, y también a eso se le llama paz. A la Era de los Bush en Irak —y es un ejemplo muy cercano— también, con fariseísmo, se le llamó pacificación y desarme.
 
Pero no tema el amigo lector; vamos a hablar pero poco de las guerras y de cómo, en el transcurso del tiempo ellas fueron civilizándose un poco. Desde los ejemplos presentados por el Deuteronomio, cuando los hebreos invaden Canaán llevando como consigna que en caso de rechazar su paz se “debía destruir a los varones con la punta de la espada y también a las mujeres y los niños, al ganado y a todo lo que hay en la ciudad incluso el botín que teníais que llevaros vosotros”; o cuando el caso del tártaro Tamerlán levantando gigantescas pirámides con cabezas de sus enemigos vencidos.
 
La influencia cristiana mostró sus frutos con las Treguas de Dios, el surgimiento de la Caballería, y los cambios en el espíritu del hombre castrense. Baste mencionar, por ejemplo, al jurista cristiano suizo Emeric Vattel que publicó en 1758 su obra clave “La Ley de las Naciones”.
 
Desde entonces se consideró formalmente que deberían llamarse de otra forma a las guerras llevadas a cabo con un objetivo limitado y que eran asunto exclusivo de los ejércitos sin que estos asesinaran a los no combatientes. No se consideraba el sufrimiento de los civiles como forma de influir en la moral del enemigo para provocar su rendición.
 
Es muy conocido el episodio de la batalla de Fontenoy entre franceses e ingleses. He aquí el ilustrativo gesto. Con banderas desplegadas y sus vistosos uniformes avanzaron ambos contendientes hasta ponerse a tiro de fusilería. Fue entonces que cuatro oficiales franceses caminaron hacia sus adversarios alejándose de sus tropas. Uno de ellos, cortésmente expresó a viva voz: “¡Caballeros de la Guardia inglesa, tirad vosotros primero!” ¿Fantasía?  No lo aceptamos. Lo creemos a pies juntillas ya que hay muchísimos episodios similares. Era el ambiente caballeresco heredado de la Cristiandad medieval.
 
Al gran Luis XIV le costó el predominio en Europa su orden de quemar la región germana del  Palatinado. Esto significaba que la Caballería Cristiana y Militar tenía un código ético igual en toda Europa. Sin embargo en menos de doscientos años todo cambió.  Primero la subversión masónico-francesa de 1789 con sus brutalidades “populares” (baste el ejemplo de los crímenes cometidos contra La Vendée). Luego la Guerra Civil norteamericana (1861-65), durante la cual, el arrasamiento de regiones enteras por el diabólico terror desatado por los generales norteños Sherman y Grant con la anuencia de Lincoln, quemaron los códigos caballerescos  europeos que mantenía el sudista General Lee. Y sentaron las bases de crímes norteamericanos posteriores como los de Hiroshima y Nagasaki (1945), ordenados por Harry Salomón Truman.


EL DESENLACE

Ahora, vayamos a nuestro tema: la Guerra de 1914-18 de cuyo inicio se están conmemorando cien años. Y hablamos así porque en realidad comenzó con los viles asesinatos en Sarajevo (Bosnia) del Archiduque Francisco Fernando y su esposa, siendo el primero heredero de la Corona del Imperio Austro-Húngaro. Era el 28 de junio de 1914. El criminal, un serbio eslavo llamado Gavrilo Prinzip integrante de la esotérica “Mano negra” que buscaba lo que finalmente consiguió. Esto era, ni más ni menos, que el estallido de un conflicto europeo al que se agregaron dos potencias extra continentales: Estados Unidos y el Japón que destruyeron Europa (recordar Versalles ) y con ella el último bastión de la Cristiandad Medieval Romano Germánica: el Imperio Austro-Húngaro.
 
Sus primeros mártires fueron los ya citados: el Archiduque Francisco Fernando y su esposa la Condesa Sofía. El julio de ese año trágico, tuvo su hito el 23 de ese mes cuando Viena presentó el ultimátum que exigía que funcionarios imperiales estuvieran presentes en las investigaciones de los magnicidios.
 
La indiferencia serbia provocó mayores reacciones que la prensa escrita aprovechó atizando el enfrentamiento que finalmente estalló el 4 de agosto con la guerra ya declarada. La prensa popular que comenzó su vida sirviendo de informativo se trasmutó en lo que también es hoy: sembradora de cizaña, pornógrafa y simuladora para manejar como títeres a lo que se llama “libre opinión pública”. Wingfried Stratford en “The Victorian Sunset” [Routledge, London 1932, pág. 268] escribió: “Una enfermedad estaba infectando toda la civilización haciéndose que se elevase una fiebre que amenazaba el colapso final. El odio era engendrado mediante las sugestiones en masa científicamente preparadas”.
 
¿Penetración subliminal? No. Odio puro salido de las esotéricas camarillas belicistas de Londres y Paris que empujaron al bueno del Czar y a los serbios enceguecidos de orgullo. Ya no estaba en la Cancillería del Reich el genial Bismark, que luego de la derrota de Francia en la batalla de Sedan (1871) y la caída de Napoleón III, había conseguido mediante juegos de equilibrios darle a Europa 43 años de tranquilidad. La “Belle Epoque” de seguridad y bienestar agonizaba ahora por horrores internos.
 
Ejemplos claros son las tres causas fundamentales de la guerra de 1914-18. La primera: el anhelo de los rusos por los Estrechos que llevan al Mar Negro. En segundo lugar la herida francesa que estaba abierta desde la pérdida de Alsacia y Lorena incorporadas al Segundo Reich luego de Sedan, cumbre de las victorias bismarckianas y el orgullo inglés que no soportaba al Segundo Reich como potencia competidora en lo naval y comercial. Lo que pudo ser solucionado por la diplomacia no lo fue. Las cosas estaban así a la muerte del Kaiser Federico III (1888) que permitió el acceso al trono de los Hohenzollern a su hijo Guillermo II que reinaría hasta 1918.
 
Guillermo, nieto por su madre de la Reina Victoria, era un hombre impulsivo, obstinado, piadoso, algo teatral y ultranacionalista. Apenas llegado al trono proclamó que el Segundo Reich había dejado de ser una potencia continental para ser mundial. La nueva welpolitik implicaba un desarrollo de las flotas del Reich ya poderoso por su desarrollo industrial y el aumento de su población. La agresión inglesa a los holandeses Boers Sudafricanos despertó hostilidad contra Gran Bretaña que se encontró sola, obligándola a buscar el apoyo de Francia y del Imperio Ruso. Se gestaba entonces, un entramado con los imperios centrales por un lado y por el otro las masónicas Francia e Inglaterra, junto a la tradicionalista y leal Rusia que mantenía prohibida a la siniestra Sociedad desde los tiempos de Alejandro I. Fatal alianza: jacobinos y masones con la Santa Rusia. Era la tumba del cristiano y ortodoxo Imperio de los Romanoff. La bomba de tiempo estaba instalada en los Balcanes y la mecha era Bosnia y su capital Sarajevo.
 
En 1908 Austria anexó a la corona su protectorado de Bosnia frente al peligro turco en ese momento remozado por la presencia de la agrupación de los Jóvenes Turcos, grupo Militar que controlaba el gobierno de la Sublime Puerta con el Sultán prisionero. El proyecto de su Jefe, el masón Kemal Ataturk era recuperar la antigua grandeza turca comenzando por dominar Bulgaria, Serbia, Bosnia y Herzegovina.  Ante tal peligro el Kaiser Francisco José, Emperador Austrohúngaro, ordenó la anexión de Bosnia. “Austria —dice el historiador Frank Simonds— poseía muchos títulos sobre ese territorio. Allí llevó la civilización, el desarrollo industrial, amén de carreteras y ferrocarriles a una de las regiones más atrasadas del mundo”.
 
El Segundo Reich apoyó totalmente a Viena y la entente que unía a Londres, París y Moscú permaneció imperturbable. Esto significó una derrota para la diplomacia de Viena y Berlín, porque la ruptura que esperaban del frente plutocrático y zarista no se produjo. Mientras tanto la pérfida Albión aguardaba. Tal como dice el ya citado Simonds en su primer tomo de “Historia de la Guerra del Mundo”: “Ellos no renunciaban a la idea que Inglaterra debía ser suprema en el mar”. Las guerras balcánicas que estallaron en 1913 y que terminaron con la victoria serbia favorecieron a Londres y París. Se levantaba una cuña dúctil a la influencia rusa en el flanco de la Bosnia de Austria-Hungría. Nicolás Romanoff, mal aconsejado por la infiltración liberal, vio la oportunidad no sólo de llegar al Adriático sino de movilizar millones de eslavos que integraban el Imperio Habsburgo. De ahí la presencia en Sarajevo del Archiduque y su esposa quienes simpatizaban con los eslavos e iban en búsqueda de soluciones.
 
En Estados Unidos se preparaban como siempre para defender sus intereses financieros estilo Shylock, ya fagocitada Cuba, las Filipinas y gran parte de México, amén de haber arrebatado a Colombia Panamá por la importancia de su futuro canal. Ya tenían puestos los ojos en Hispanoamérica “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Algo parecido al “Maine” se preparaba. Al tartufo Wilson mejor lo dejamos para otra oportunidad. Faltaba un lustro para las orgías de Versalles.
 
Luis Alfredo Andregnette Capurro
 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿UN ASUNTO "TEOLÓGICO?

LOS QUE MÁS GANARON Y LOS QUE MÁS PERDIERON EN LA GRAN GUERRA

“La Declaración Balfour (1917) significó el reconocimiento internacional del Sionismo y garantizó la creación de una patria en Palestina.” (Israel Adán Shamir, hebreo anti-sionista y "convertido" al Cristianismo)

Y, "curiosamente", fue el CATÓLICO Imperio Austrohúngaro el MÁS DESPEDAZADO TERRITORIALMENTE por los agentes de la Sinagoga de Satanás durante los tratados de Saint-Germain-en-Laye y de Trianon.

Anónimo dijo...

Creo absolutamente imposible el gesto caballeresco de ingleses y franceses en una guerra, definitivamente. Por fantasias como esa la gente cree que los militares torturaron a montoneros y erp porque eran militares malos.La guerra es asunto de machos, no de caballeros, HOY ayer y por siempre jamás.El artículo es muy bueno y completo, pero al final hay una crítica a USA que me inspira este comentario : ¿ nos ponemos a llorar porque a estos gringos no les podemos tocar el culo ni con una caña ? Lo que nos pasa lo merecemos por inútiles, corruptos y maricones, salvo alguna que otra excepción como se vió en nuestras guerras modernas, Malvinas y contra el marxismo internacional encarnado por montoneros y erp.
PACO LALANDA

Anónimo dijo...

La Primer Guerra Mundial estalló a raíz a provocación masónica, el asesinato del heredero de la corona austrohúngara y su esposa y cumplimentó acabadamente los objetivos masónicos: la destrucción de los tres imperios cristianos de Europa: el de los Habsburgos, los Hoenzollern y de los Romanoff.
Con esta guerra se crearon las causas de un próximo conflicto que llevara a la degradación total a la cultura europea dividiendo en dos Alemania, creando republiquetas ficticias (Checoeslovaquia, Yugoeslavia, etc.), fronteras antinaturales e ilegítimas (Sudetes, Tirol Meridional, etc.), imponiendo condiciones y tributos vergonzantes a los vencidos y sometiendo a Rusia a una tiranía brutal y homicida como nunca se viera en la historia del mundo.
El Imperio Austrohúngaro fue el primer blanco del odio masónico. Había que castigarlo porque el veto de su Emperador había impedido el copamiento de la Iglesia Católica Apostólica Romana con la entronización del tripunte cardenal Rampolla como Papa.
El Plan masónico solo fue demorado, luego de la cuidadosamente planeada Segunda Guerra, la infiltración religiosa se concretó a través del Concilio Vaticano II.

Los frutos de la usurpación los estamos viviendo.

Fernando José Ares