miércoles, 10 de octubre de 2012

Históricas

LA VIOLACIÓN DE POLONIA
  
El 1º de septiembre de 1939, las fuerzas alemanas irrumpieron en Polonia. Ese día, a las 21:30, Inglaterra, en virtud de la garantía que —junto con Francia— brindó a Polonia, emitió el primer ultimátum; el día 3, a las 9:00, lanzó el segundo y a las 11:15 del mismo día se declaró en estado de guerra con Alemania.
  
No pondremos énfasis aquí en la justicia o no del reclamo alemán ante Polonia, consistente en la ciudad de Danzig y un corredor (o autopista) que la vinculara con Prusia oriental.
  
Sabemos que se dividen aquí los argumentos a favor de uno y otro en el marco de esta disputa. Es innegable que Polonia se consideraba con derecho a resistir toda pretensión sobre territorios que entendía propios o bajo su jurisdicción, pues le fueron asignados como tales. Por otra parte, también es razonable que Alemania reivindicara tierras que le habían pertenecido y le fueron cercenadas en un grosero tratado de paz cuestionado por todo el mundo.
  
Peter Kleist (“Tú también, Mr. Churchill…”) nos recuerda las expresiones del entonces Primer Ministro Británico, Lloyd George, frente a la entrega de Danzig al control polaco:
  
“La injusticia y la arrogancia que se ejercen en el momento de la victoria, jamás serán olvidadas ni perdonadas. La proposición de la comisión polaca de someter dos millones cien mil alemanes a la vigilancia de un pueblo que profesa otra religión, el cual hace cerca de trescientos años que no ha tenido una soberanía independiente, conducirá, en mi opinión, más pronto o más tarde a una nueva guerra en el este de Europa”.
  
Hitler había intentado un acuerdo con Inglaterra que le dejara las manos libres en sus pretensiones sobre Polonia. Al no lograrlo, suscribió el Pacto de No agresión con Rusia.  Era menester desactivar alguno de los dos frentes y, muy a su pesar, debió optar por el ruso.
  
Afirma Ennio Innocenti: “Que Inglaterra quisiese entonces la guerra por un cálculo estratégico que resguardaba sus intereses, parece evidente examinando el comportamiento que tuvieron los diversos países frente al problema de Danzig y del famoso «corredor». Cuando Hitler pidió a Polonia que le fuese concedida la posibilidad de construir una autopista y una vía férrea que uniesen la ciudad a Alemania (de esto se trataba prácticamente), se topó con la inflexibilidad de este país, que había recibido garantías (¡se ha visto luego cuanto valían!) de Francia y de Inglaterra para que no cediese. Estos dos países trataron de entenderse con la U.R.S. S., pero en este sucio juego tuvo éxito Alemania, que alcanzó a establecer un acuerdo secreto con la U.R.S.S. para el reparto de Polonia en caso de guerra” (“La conversión religiosa de Benito Mussolini”).
  
Sabido es que el resultado de una guerra suele modificar las pretensiones diplomáticas, como bien señala Irving, Hitler “pedía como mínimo la devolución de Danzig y la solución al problema del Corredor, como máximo pedía lo que la guerra pudiera traerle” (“El Camino de la Guerra”).
  
El Pacto de No Agresión suscripto con la U.R.S.S., establecía, sustancialmente, que tanto Alemania como la Unión Soviética se obligaban a desistir de cualquier ataque entre ellos, en forma individual o conjuntamente con otras potencias. Otras cláusulas imponían el intercambio de información y arbitrajes de estilo.
  
Conjuntamente se firmó el Protocolo Adicional y Secreto, que contiene el reparto de Polonia entre Rusia y Alemania y la asignación de las zonas de influencia de ambos en Europa del este. En lo que a Polonia respecta, el artículo segundo del protocolo establecía que: “En caso de llegarse a un arreglo territorial y político en el área perteneciente al Estado polaco, las zonas de influencia de Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, serán señaladas aproximadamente según la línea de los ríos Narew, Vístula y San”. La suerte de Polonia quedó sellada.
 
El 17 de septiembre de 1939, Rusia invadió Polonia. Así lo recuerda quien fuera en aquel tiempo ministro polaco y luego primer ministro, Stanislaw Mikolajczyk:
  
“Pero fue una traición calculada.  El Ejército rojo ocupó toda la Polonia oriental y no se detuvo hasta que se unió con los nazis en el centro de nuestro país. La línea de separación Norte-Sur, que estaba concertada desde hacía algunas semanas por Ribbentrop y Molotov, vino a unir sus nombres. Molotov se ensañó en nuestra derrota. Hablando ante el Consejo Supremo de la U.R.S.S., el 31 de octubre de 1939, este vehemente personaje rindió pleitesía a la colaboración de su país con Alemania, que con sus operaciones combinadas había conquistado Polonia, y exclamó: «Ya no queda nada de ese monstruo bastardo nacido del Tratado de Versalles»”.
  
No obstante tratarse de una agresión de naturaleza similar a la alemana, acordada y nacida en el mismo acto, Inglaterra no declaró la guerra a la Unión Soviética, en flagrante violación a la alianza defensiva que la unía con Polonia. Londres “Hace suyos los argumentos soviéticos de que el Estado polaco prácticamente ha dejado de existir e incluso Churchill declara que los soviets han ocupado unas regiones que les corresponden no por la fuerza, sino en derecho”.
  
Años después, en sus “Memorias”, afirmaba Churchill:
  
“Así, todo acabó en un mes, y una nación de treinta y cinco millones de almas cayó entre las implacables garras de los que no sólo ansiaban la conquista, sino la esclavización y hasta la extinción de grandes masas de gentes”, pero que por conveniencia “…no expresé libremente la indignación que sentía… ante la brutal e insensible política rusa”. ¡Cuanta hipocresía en quien había perdonado a Rusia todos sus crímenes al convertirse en su aliado!
  
A los polacos no los engañó la diatriba de Churchill. Su Primer Ministro Mikolajczyk recordó:
  
“Fuimos vencidos incluso antes de que terminara la guerra, porque fuimos sacrificados por nuestros aliados, Estados Unidos y Gran Bretaña”. Mas adelante relata, no sin marcada amargura e impotencia: “En la situación en que nos hallábamos, en escala inferior a Churchill y Roosevelt, nuestra posición empeoró. Se nos comunicó que no hiciéramos ningún gesto ni declaración que pudiera molestar a Stalin… Se nos impuso un silencio cada vez más intolerable ante las acusaciones de que empezaron a hacernos objeto los Soviets, por ejemplo insinuando, al principio vagamente, más tarde con afirmaciones rotundas, que Polonia abrigaba proyectos imperialistas contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”.
  
La presión inglesa sobre los polacos para que no realizaran acción alguna que pudiera molestar a sus socios rusos, llevó a Stanislaw Grabski —socialista miembro del Consejo Nacional Polaco— a formular su dramático pedido:
  
“Yo les pido a nuestros amigos ingleses que nos aconsejan con las mejores intenciones, que entreguemos a la Rusia soviética nuestros territorios orientales que se hagan a sí mismos la pregunta de si es correcto y justo condenar a millones de personas que tenían en Polonia su propiedad privada, protegida por el estado, libertad de hablar, de asociación y de expresar sus opiniones políticas, y la seguridad de una educación religiosa para sus niños en la escuela, si es correcto y justo condenarlos a la pérdida de todos esos derechos, entregándolos a un estado totalitario, que no reconoce el derecho a tener propiedades particulares, en donde un hombre puede ser enviado, sin que se le procese (como me pasó a mí), por simple orden administrativa, a un campo de trabajos forzados por ocho años, y en donde en las escuelas se les enseña el ateísmo”.
  
Grabski escribía esto antes de terminada la guerra, no sabía todavía que la concesión de los Aliados a Rusia iba a ser infinitamente mayor que el territorio oriental de Polonia. El mariscal de campo Montgomery recuerda:
  
“La tinta todavía estaba fresca en el pacto, cuando Stalin comenzó a mostrar su juego. Devoró los tres estados bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), la parte oriental de Polonia, una porción de Finlandia, Besarabia, Bucovina y ciertas islas del Danubio. Todas estas conquistas territoriales por parte de Stalin tuvieron lugar en momentos en que Rusia estaba asociada a Alemania. Posiblemente alarmaron a Hitler…” (“Hacia la cordura”).
  
Mikolajczyk concluye en la mayor perversidad rusa, sobre la evidenciada por los alemanes:
  
“Hitler intentó mandar él y servirse de alemanes para administrar; Stalin, en cambio, manda por medio de cabecillas rusos colocados en los puestos de control, y administra con traidores, corrompidos o débiles súbditos del país que quiere gobernar. Actualmente en Rusia, hombres y mujeres de todas las naciones son educados y se les enseña para el día que vuelvan a sus países de origen, para gobernar bajo el mando directo de Moscú… Porque Stalin, verdadero genio del mal, posee un poder con más eficacia que el de cualquier otro tirano en la historia.  E intenta conquistar el mundo”.
  
Superado por los hechos, Winston Churchill debió reconocer en sus “Memorias”:
  
“No veo ninguna interrupción en la continuidad de mi pensamiento sobre este gran dominio. Pero en el reino de los hechos han recaído sobre nosotros vastos y desastrosos cambios. Las fronteras polacas sólo existen de nombre, y Polonia yace palpitando en la garra ruso-comunista. Alemania, en verdad, ha sido partida, pero sólo mediante una horrible división en zonas de ocupación militar. Sobre esta tragedia sólo cabe decir: «NO PUEDE DURAR»”.
¿No pudo durar?
  
Cuánta razón tuvo Montgomery cuando analizó la conducta británica en el conflicto y concluyó: “Lo bueno de ganar la guerra es que uno no termina ahorcado”.
  
Carlos García
  

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