viernes, 21 de mayo de 2010

La verdadera historia


ROSAS: SU AUSENCIA
DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO

Estallado el movimiento revolucionario de 1810 (Rosas tenía 17 años), el patricio mantúvose en verdad, alejado de él y, este hecho, común en otros próceres, ha sido un arma de que se han valido sus detractores para acusarle de antipatriota.
Conviene, pues, tratar este punto trascendental de su vida, analizándolo con libertad de pensamiento y desprovisto de toda pasión ideológica. Criado en un hogar patriarcal (hasta lo reconoce Rivera Indarte, lo que es mucho decir), tradicionalista por excelencia; respetuoso y obediente par su rey y señor; creyente en la más amplia acepción de la palabra, consideró a la Revolución de Mayo, al igual que sus padres, no como un sincero anhelo de libertad, sino como una rebelión de aquellos elementos liberales que traían al seno de Buenos Aires las nuevas ideas implantadas por los republicanos franceses. En la solariega casa de los Ortiz de Rosas, éstas no debían ni podían tener entrada, porque significaban establecer modalidades contrarias a las normas de vida ancestrales. Toda idea de alzamiento era inadmisible: constituía un sacrilegio.

Respetuoso de la tradición familiar, obediente para con sus padres, ¿quién puede afirmar que no tuvo que sofrenar los impulsos de su corazón y someterse merced a su edad, a la voluntad férrea de ellos? Otro razonamiento es inconcebible ante su actuación en las horas críticas de las invasiones inglesas y posteriormente, gobernante ya, encarando resueltamente a Francia e Inglaterra, para defender nuestra soberanía.

Por otra parte, ¿qué podía pensar el joven Alférez de los Migueletes acerca de la finalidad del movimiento, cuando apenas comenzado, se suscitaban tan ambiciosas divergencias entre saavedristas y morenistas? ¿Acaso no fueron ellas las avanzadas de las disensiones que luego, durante largos años ensangrentaron la patria, comprometiendo en ciertos momentos la magnífica epopeya del Libertador?


Y por encima de estas apreciaciones, se encuentra la principal y fundamental: su corta edad y su falta de independencia. Podrá argüirse que otros jóvenes de 14 y 15 años marcharon en las dos primeras expediciones al Alto Perú, pero no debe olvidarse que éstos habían abrazado la carrera de las armas, mientras Rosas, ganó su jerarquía en tiempos de guerra, y terminada ésta, se reintegró a la vida civil.

Conviene recordar un hecho que lógicamente tuvo que impresionar al patricio, y que no ha sido criticado por sus enemigos, siendo más que probable que le haya servido de ejemplo, para cuando en el ejercicio del poder, se vio obligado a castigar a levantiscos e insurrectos.

Nos referimos al injusto fusilamiento de Liniers y demás camaradas primero y el análogo procedimiento observado con los jefes realistas después de Suipacha, que sesenta y siete años más tarde en el exilio le hacen exclamar conmovido: “¡Liniers! ilustre, noble, virtuoso a quien yo tanto he querido y he de querer por toda la eternidad, sin olvidarlo jamás…” (Ignacio Núñez, Noticias Históricas).


Estos actos, calificados con justicia por A. Zinny en su Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas, de indignos y cometidos por los hombres de Mayo, negando a los prisioneros el elemental e indiscutible derecho de defensa, no obstante obrar en cumplimiento de su deber, jamás han sido comentados como se merecen, pero Rosas que nunca fue rebelde, apoyando siempre los gobierno legales y que sólo ejecutaba, como cualquier otro gobernante, a los que se sublevaban y le combatían sin razón, después de dispensarles toda clase de consideraciones (como en el caso del Coronel Maza), es un bandido, un asesino, un criminal. (Véase cualquiera de las seudohistorias argentinas que permiten su venta en librerías).

Lo más original de este asunto lo constituye el hecho de que la Junta de Mayo, osando y abusando de la suma del poder que nadie le otorgó, decretó la pena de muerte sin juicio previo a quien se opusiera a los planes revolucionarios, mientras que Rosas, si ejerció esas mismas facultades, lo fue con el veredicto popular, después de un plebiscito. Hay que agregar: alejado del foco principal, donde se gestó y ejecutó el primer grito de libertad, su permanencia constante en el campo y la falta de comunicaciones, le impidió participar en un movimiento, cuyos procedimientos manu militari eran llevados al terreno de la indignidad, y menos instruirse de sus verdaderos fines. No hay que dudar —porque dio pruebas— de que convencido de la sinceridad de los propósitos revolucionarios, hubiera corrido a empuñar las armas por la independencia de su patria.

Lo acontecido a Rosas, se repite muchas veces en nuestra historia, con la diferencia que, gozando los otros, unitarios, del beneplácito de sus contemporáneos e historiadores, su retraimiento en esas horas de angustia, lo han pasado deliberamente por alto.

¿Fue un mal patriota porque no actuó en las luchas por la libertad argentina? ¿Y si lo hubiera hecho? De seguro que le hubiera pasado lo que a Quiroga, Bustos, Ibarra, etc., que, por buenos federales y su posterior actuación, “desdoraron” sus uniformes —según los unitarios— aunque sin traicionar al terruño, borrando señalados servicios. ¿Quién entiende a nuestros historiógrafos?


El General Alvear, que según sus biógrafos, regresó al país con San Martín para actuar en la campaña de la independencia ¿qué servicios prestó? ¡Ninguno! Salvo que se califique de tales, entrar triunfante en la ciudad de Montevideo, después que Brown había destruido la escuadra española y que el benemérito Brigadier General don José Casimiro Rondeau diera término virtual al sitio. ¿Será servir a la patria ofrecerla a los ingleses —como lo hiciera aquel General—, a los escasos tres meses de gobierno o aliarse a elementos antinacionales encabezando asonadas para apoderarse del gobierno de Buenos Aires, de donde se fugara para evitar ser colgado por su inocultable tentativa de traición? (Véase la parte pertinente a las cartas dirigidas al ministro británico en Río de Janeiro y publicada fragmentariamente por R. Levene en su Historia Argentina).


Sin embargo bastó la batalla de Ituzaingó ganada por la iniciativa de los jefes de unidades, como lo dice el General Paz en sus Memorias (pese a que intente desvirtuar este hecho el extinto erudito y distinguido militar, Coronel Juan Beverina), para quedar redimido a los ojos liberales de la posteridad.

¿Y el General Martín Rodríguez, por qué no formó en el Ejército de los Andes, verdadera campaña de la independencia? ¿Y Julián Segundo de Agüero, el cura apóstata, que tuvo temor de emitir su voto en el Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810 (hasta súbditos españoles tuvieron el coraje de hacerlo), retirándose en plenas deliberaciones, para mostrar recién su patriotismo en 1817, cuando San Martín había triunfado en Chacabuco, y estaba respaldado ante cualquier peligro? Sin embargo ¡son próceres!

¿E Hipólito Buchardo, que en el combate naval de San Nicolás, cometiendo una verdadera deserción frente al enemigo, merecedora de la pena de muerte, se retiró en plena acción, contribuyendo a la derrota de la primera escuadrilla naval y al cautiverio de su jefe, Azopardo, por espacio de ocho años? ¡Bastó no obstante un poco de valor en San Lorenzo y arrebatar la bandera a los realistas, para que sea considerado un glorioso soldado!

¿Y el endiosado Mariano Moreno, de cortísima actuación, que en las invasiones inglesas se mantuvo refugiado en su casa? ¿Por qué es la primera figura de la Revolución? Todo lo que de él han dicho sus admiradores, no basta para disculpar su notoria cobardía.

En cambio a Rosas, que nunca intentó entregar la Patria y que sostuvo con honor su integridad moral y material, que jamás se alió a potencias extrañas para mantenerse en el poder y combatir a los rebeldes, se le designa con los epítetos más hirientes y oprobiosos.

Pese al poco convencimiento de la sinceridad que atribuyó a los líderes de Mayo, en carta del 2 de Mayo de 1859 destinada a Josefa Gómez (existente en el Museo de Luján), expresaba: “Ninguno de mis padres, ni yo ni mis hermanos y hermanas hemos sido contrarios a la causa de la independencia…” pero sí dejaba sentada su protesta por el desorden social, económico y político imperante después de la revolución: “…Los bienes de la asociación han ido insensiblemente desapareciendo desde que nos hemos declarado independientes; los tiempos actuales no son los de la quietud y tranquilidad que precedieron al 25 de Mayo…” Se da otro sentido a sus palabras: no es oposición a nuestra independencia: es queja, es justa protesta contra el desorden, la traición y la ambición que dominaban en todas las esferas. ¿Cómo podía ser contrario a la independencia si la defendió contra todos los invasores que intentaron hollar el suelo, cuando niño primero y hombre después?

Frente a la forma como se juzgan hechos iguales, en cuanto a Rosas se refieren, nada más oportuno que transcribir las consideraciones justísimas formuladas por el doctor Diego Luis Molinari, en su artículo publicado en la revista Aquí Está: “Juan Pablo López, alias Mascarilla, era un asesino, mientras servía a Rosas, dejó de serlo instantáneamente, apenas traicionándolo, pasó a servir a los unitarios; Guillermo Brown era un héroe en 1829, cuando actuó de gobernador delegado de Lavalle y pasó a ser un vulgar pirata venal, tan pronto comandó en jefe de la escuadra de Oribe; si Rosas empleó la violencia, es un tirano; si la aplica Lavalle es un Libertador. La orden de degüello en frío después de Oncativo es un acto de reparación; pero es una carnicería la cruenta batalla que, en buena lid, como la de Chascomús, ganaron los federales”.

Sus enconados enemigos, en su permanente afán de denigrarle, han relatado detalles de la vida del patricio que, lejos de disminuirle, le honran y enaltecen: así como Rivera Indarte citó como infamante delito, la pena de 25 azotes por una falta doméstica, no tuvo empacho en olvidarla y dedicarle, cuando gobernaba Rosas, la letra del Himno de los Restauradores y, Sarmiento después de volcar su odio en furibundos artículos —por supuesto desde Chile—, terminaba por preguntarse: “¿Qué seres había hecho de los que tomó en sus filas hombres y había convertido en estatuas, en máquinas pasivas para el sol, la lluvia, las privaciones, la intemperie, los estímulos de la carne, el instinto de mejorar? ¿Qué era Rosas para esos hombres? ¿O son hombres esos seres?”


¿Quiere el lector más clara confesión de los méritos y altas cualidades de conductor del injustamente execrado patricio?


Raúl Rivanera Carlés

Nota: Estas líneas han sido tomadas de su libro “Rosas - Ensayo biográfico y crítico del Brigadier General de la Confederación Argentina y fundador del federalismo”, de Ediciones Liding S.A., Bs. As., 1979.

2 comentarios:

Fernando José dijo...

Hay un hilo conductor en la historia entre hombres pertenecientes a una misma línea que podemos denominar de la decencia.

Don Juan Manuel, por derecho propio, es uno sus mas representativos integrantes, lo mismo que el Gral. San Martín.

Impresiona, por lo certero y preciso, el juicio que el Restaurador emite sobre otro de los hombres de esa línea: "“¡Liniers! ilustre, noble, virtuoso...!".

Porque todos ellos han reunido esas tres caracterícas, ser ilustres, nobles de sangre y de espíritu y virtuosos. Es la línea del hidalgo hispánico, que comprende también a un caballero francés.

Por esas tres características Liniers sería la víctima del jacobinismo, de los cultores del "Contrato Social". Ya que no pudieron hacerlo los jacobinos galos lo harían los discípulos americanos.

El que tradujo el maléfico y blasfemo Contrato al castellano y lo hizo imprimir en 1810, ordenó su asesinato. Otro demagogo Comisario Político del Ejército se encargó de su ejecución. Y otro quintacolumnista, tortuoso y traidor, también cultor de Rousseau que ya en 1790 había hecho un panegírico de los dislates roussonianos con el nombre de Oración, se encargó de sabotear el plan estratégico que la mente clara de Liniers había elaborado, con sus intrigas y malos y traidores consejos.

Este último fue conocido en la historia como el deán Gregorio Funes y no se porque razón cuenta con cierta fama entre historiadores revisionistas.

En Cabeza de Tigre culminaron las intrigas de los roussonianos con una descarga cerrada y algún tiro de gracia. Los autores materiales fueron unos mercenarios ingleses que el Conde de Buenos Aires venciera gallardamente en la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre solo unos años antes.

Una nueva ley se había instaurado, ni virtud, ni nobleza, ni tampoco Santísima Trinidad y siempre ingleses rondando, como los integrantes del pelotón de fusilamiento, Lord Cochrane o los que movieron al títere portugués-brasileño a organizar Caseros.

Anónimo dijo...

¡Impecable leccion de Historia, Sr. Fernando Jose!

Queda agregar otro personaje desagradable: El "sapo del diluvio" que culmino el exterminio de los heroes de 1806 y 1807 matando a Alzaga y a Lue en dudoso hecho y persiguiendo de muerte a Saavedra. Y que unos años despues, evidentemente por iniciativa inglesa, se autonombra "presidente", en plena guerra contra el imperio lusobrasileño, para entregar la Banda Oriental y convertirla en "estado independiente" contra la voluntad de los orientales, siempre conveniente a los intereses britanicos.