miércoles, 18 de febrero de 2009

Eclesiásticas


ESTA VEZ EL RIN
INUNDÓ ROMA


El levantamiento de las excomuniones que, desde 1989, pesaban sobre cuatro obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X es, a no dudarlo, un hecho de enorme trascendencia y de profundo significado eclesial. Además, se inscribe en una serie de gestos y actitudes de Benedicto XVI que otorgan a su Pontificado un perfil muy propio y que permiten vislumbrar su orientación fundamental. En pocas palabras se trata de esto: el Papa es conciente de la profunda crisis que sacude a la Iglesia desde el Vaticano II (y antes, también); sabe muy bien que poderosas fuerzas operan desde dentro de la Iglesia procurando socavar los fundamentos mismos de la Fe imponiendo, contra viento y marea, viejos y nuevos errores; conoce a los antiguos y actuales personeros de esas fuerzas oscuras que, de alguna manera, él mismo acompañó en su juventud (aunque gracias a su privilegiada inteligencia muy pronto se apartó de ellas; hecho este que, quizás, explique la tirria y el rencor que hoy le profesan). En consecuencia, se ha dispuesto restañar las heridas, soldar las fracturas, restaurar la sana doctrina e insinuar la “reforma de la reforma” que, aunque tiene su epicentro en la liturgia, va mucho más allá como que apunta a la misma Fe: lex credendi, lex orandi.

Ahora bien, esta gran tarea gira, hoy, en torno a única cuestión: el Concilio Vaticano II, la piedra con la que tropezaron Lefebvre y sus seguidores y los llevó al cisma. Desde el primer día de su Pontificado Benedicto XVI ha sido muy claro: el Concilio ha de ser leído a la luz de la Tradición. La fórmula, en su enunciación, es sencilla y perfecta; pero llevarla a la práctica no es tan sencillo. De hecho, ¿es posible semejante lectura sin que ello conlleve, necesariamente, el abandono y el firme rechazo de esa otra “lectura” que se ha venido difundiendo e imponiendo durante todos estos años sin que las oportunas correcciones, aclaraciones y precisiones del Magisterio de Paulo VI y Juan Pablo II hayan logrado detenerla o neutralizarla? Sin duda que no. El Papa ha denunciado un “espíritu rupturista” y lo ha rechazado. Quiere decir, en buena lógica, que cualquier interpretación del Concilio hecha en clave de ruptura y contraria a la Tradición no tiene lugar en la Iglesia. Dejemos de lado, por ahora, las reales dificultades teológicas que, en la práctica, presenta todo intento de “leer” el Concilio en la perspectiva de la Tradición: esas dificultades existen, no pueden soslayarse pero no son insuperables. Al levantar la excomunión de los obispos cismáticos, Benedicto inició, precisamente, el camino de superación de esas dificultades mediante el diálogo, el estudio y, sobre todo, una larga paciencia. Pero, insistimos, este gesto y el camino que él inicia dejan fuera al espíritu de ruptura. Espíritu de ruptura que, aunque no se lo llame con este nombre, no es otra cosa que la herejía modernista. Esta expresión no está —y quizás nunca esté— en el léxico de Benedicto XVI: pero más allá del nombre con que se la identifique, la cosa nombrada es una y la misma.

Y es cuanto llevamos dicho lo que explica la tormenta desatada en ocasión del Decreto que puso fin a las excomuniones. Más aún, es la única explicación. En esto es preciso no equivocarse: todo este revuelo, este verdadero tsunami eclesiástico que no amaina, no es otra cosa que la reacción del progresismo que tiene su epicentro en Alemania y se extiende a los llamados países del Rin. Es la “Alianza del Rin” que vuelve a la carga e intenta, otra vez, como en los lejanos días del Concilio, desembocar en el Tíber.

Veamos algunos hechos. En su edición del pasado 11 de febrero el Boletín de la Agencia Católica Argentina (AICA) nos informa que “el levantamiento de la excomunión a los obispos ordenados por monseñor Marcel Lefebvre ocuparon y ocupan (sic) aún páginas de los principales medios de información del mundo occidental, pero la mayor reacción ocurrió en la patria de Benedicto XVI, Alemania (el color es nuestro). A continuación trae unas declaraciones del filósofo alemán Robert Spaemann, hechas al diario italiano Avvenire, en las que, entre otras muchas cosas, el entrevistado califica de “histeria colectiva” la reacción desatada y agrega esta sugestiva aclaración: “hay en el mundo una gran oposición a una reconciliación de la Iglesia con el mundo tradicional”. Hacia el final es todavía más explícito: “se trata de la dificultad de aceptar un Pontificado que huye de las falsedades. Un Papa que, simplemente, propone la Doctrina de la Iglesia y lo hace sin la dureza que muchos esperaban sino con gran dulzura y calma”. Conviene recordar que Spaemann es un destacado filósofo católico que se distingue por su aguda crítica de la modernidad y del relativismo a la par que por su vigorosa afirmación de la verdad católica. Tal vez sea, hoy, una de las pocas mentes lúcidas y valientes en tierras germanas.

En cuanto a la reacción episcopal, ella estuvo encabezada nada menos que por el Cardenal Karl Lehmann, ex presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, quien consideró, sin mayores eufemismos, “la rehabilitación de Williamson” como una “catástrofe” para todos los supervivientes del Holocausto y exigió “una clara disculpa desde una alta instancia”. Recordemos que este Cardenal, en más de una ocasión, se declaró hijo espiritual de Karl Rähner. Tampoco se han de olvidar las serias dificultades y entredichos que la Conferencia Episcopal Alemana, en tiempos en que Lehmann era su Presidente, tuvo con Juan Pablo II respecto de dos temas cruciales: ciertos desvíos del ecumenismo (que motivaron una enérgica Carta del entonces Papa) y la ambigua actitud de la Iglesia alemana en los “consultorios” de orientación de mujeres embarazadas respecto de la extensión de certificados en pro del aborto (esto también fue motivo de otra Carta del mismo Papa). Como se ve, los antecedentes de este celoso defensor de la Shoah en punto a ortodoxia católica no son demasiado brillantes.

Fuera de Alemania, pero siempre desde las tierras del Rin, el Arzobispo y Cardenal de Viena, Christoph Schönborn, criticó a “la burocracia vaticana” (en buen romance, al Papa) que, según sus propias palabras, “obviamente no examinó el asunto cuidadosamente”. “Ha habido un error —añadió—, porque quien niega la Shoah no puede ser rehabilitado para un cargo en la Iglesia”. Sin embargo, el Arzobispo vienés no exhibe el mismo celo en lo que respecta a la dignidad del culto: no hace mucho un video lo mostraba “presidiendo” una Eucaristía con globos, monigotes, música bailable y demás aditamentos de la “nueva liturgia”.

Desde la fría y gris Suiza nos llegó, a su vez, infaltable, la voz envejecida y anacrónica del “teólogo” Hans Küng quien no sólo afirmo que el Papa “ha cometido un error colosal acogiendo a los cuatro obispos que dieron la espalda al segundo Concilio Vaticano; y no sólo en lo que concierne al Judaísmo, sino a la libertad de religión y de conciencia en general; al entendimiento con las iglesias evangélicas, el acercamiento al Islam y otras religiones del mundo y las reformas litúrgicas”, sino que, en un artículo publicado en el diario La Nación del pasado domingo 15 de febrero, deplora que Benedicto XVI no ¡imite al Presidente Obama!

Estas y muchas cosas más se han visto y oído en estos días. Cosas que nos hicieron reflexionar. El mal está dentro de la Iglesia. Más de cuarenta años después del Concilio, el Rin sigue intentando desembocar en el Tiber y adueñarse de la Iglesia. Hace algunos años, Ralph M. Witgen, un sacerdote norteamericano que fue director de la agencia de noticias “Divine Word”, en Roma, durante el Concilio Vaticano II, escribió un libro al que puso por título El Rin desemboca en el Tíber. Según el autor, el Vaticano II fue la lid en la que se enfrentaron dialécticamente dos sectores, fuertemente enfrentados, organizados en dos agrupaciones, la Alianza Europea y el Grupo Internacional de Padres. La Alianza Europea, “el Rin” a que se refiere el autor, estaba encabezada por el alemán Cardenal Frings y el austríaco Köning, y contaba con la mayoría de los prelados de Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Suiza. Este grupo, asesorado entre otros por el teólogo jesuita K. Rähner, logró ocupar una posición privilegiada y procuró, por todos los medios, imponer sus criterios sobre puntos fundamentales como colegialidad, ecumenismo, libertad religiosa, liturgia y no condenación del comunismo.

Tal vez este libro tenga una visión demasiado humana de lo que sucedió en el Concilio. No es el caso discutir ahora este punto. Pero su denuncia en esencia es válida: la “Alianza del Rin” existió y sigue activa. Sus intentos no cesan; y, al parecer, esta vez, el Rin no sólo desembocó en el Tíber sino que inundó Roma. Pero, gracias a Dios, el Señor sigue durmiendo en la popa de la Nave.

Mario Caponnetto

8 comentarios:

Fernando José dijo...

Excelente nota, felicitaciones a su autor. Parece que el espíritu de Lutero se ha posesionado de buena parte del Episcopado austroalemán. Porque ese espíritu, el de la herejía, es lo que campea en el espíritu del Rin.

El cardenal Lehmann que durante años estuvo al frente del Episcopado alemán es de nefasta memoria para Hispanoamérica. La obra social de ese Episcopado, Misereor, en forma permanente financia distintas ONG vinculadas al marxismo anticristiano y al indigenismo.

Es que Alemania ni Austria son países libres. Siguen sometidos a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial como en los días mas negros de la ocupación.La legislación que pena el delito de opinión es prueba fehaciente de ello.

El Episcopado comparte ese sometimiento en sus expresiones mas serviles y obsecuentes..

Anónimo dijo...

Este teólogo está extraviado y hace un daño enorme. Tal vez, sea necesario que Su Santidad actúe un poco mas humanamente y le ponga una buena zapatería en el traste, para ver si repiensa las locuras que ha dicho y escrito, hasta incluso de ¡pedirle la renuncia al Sumo Pontífice! Locos y corruptos hubo en todos los tiempos. Hay que recordar que también dentro de la corrupción está lo espiritual. No es solo económica y moral.
Este Teologo es un engendro del mal corrupto intelectual y espiritual que confunde a los seres poco formados.
Fortinera

Anónimo dijo...

Estimado Mario:
Es imposible coincidir más con su comentario. A veces, me entristezco al ver algunas cosas que hacen o dicen ciertos eclesiásticos. Lo de la "misa" del Card. Schonborn creo que es suficiente para excomulgarlo, no es un abuso litúrgico, es una aberración litúrgica, es (perdónenme el término) cagarse de risa de Cristo, de su Iglesia y de sus sacramentos.
Debo confesar que al leer su comentario y recordar las palabras de Hans Kung, me vino un ataque de risa horrible, mezcla de gracia y llanto... este tipo es más hereje que cualquier protestante.
Pero entre tanta bosta que hay dentro de la Iglesia, veo clérigos y, como es su caso, laicos totalmente dispuestos a que la Verdad triunfe. Y le agradezco su defensa de Benedicto XVI, porque veo muchos "tradicionalistas" que caen en lo mismo que los modernistas (a los que supuestamente dicen criticar). Caen en la blasfemia contra el Santo Padre. Recemos para darle fuerza a nuestro Papa para que restaure todo en Cristo. Ayudémoslo a combatir el modernismo con, como usted dice, dulzura. Un cordial saludo, en Cristo Y María.

Anónimo dijo...

"overus tantis urbe et orbis, verum dominus deus reduce fast fast" como solia rezar el papa pablo IV.
frente a la herejia, las respuestas deben ser trascendentes: frente al dogma del carnaval mundano solo el aplomo de la ejemplaridad traera la palabra justa de los angeles vencedores.
su texto, estimado mario, de profusa prosa, me recuerda al padre grifa, que ya en la inferior sustancialidad del ostracismo, al que lo empujaron las ordas herejes del colectivo rojo, decia: "icuandae magnanimus reggae et ladinus monroe et incubus morbis tetris".
su texto me ha conmovido. gracias

Anónimo dijo...

El artículo está bonito.
Solo le pifia con lo de "cisma", pero no debe haber sido consignado a drede por el autor, solo un error involuntario, seguramente.
Leandro.

Fernando José dijo...

No solo el Rin inunda Roma, hoy con la injusta expulsión del país de monseñor Williamson nos dimos cuenta que el Jordán, el Gaaton y el Snir, han inundado Buenos Aires.

Como todas las inundaciones el agua comenzó a flui en los bajos niveles, ocupó ese mundo subterráneo de las sentinas gubernamentales.

Anonimo dijo...

Muy buen artículo de Mario Caponnetto.Aunque es de lamentar que incurra en el error (por dos veces) de decir que la FSSPX o Mons. Lefebvre y los obispos que lo continuaron son cismáticos. Es la misma lamentable muletilla que repiten los periodistas de los medios progres una y otra vez.
Me permito disentir también, en lo que es una opinión personal mía,con respecto al tema -que no es precisamente del artículo que nos convoca- acerca de la lectura "a la luz de la Tradición" del Vaticano II. Simplemente no se puede leer "a la luz de la Tradición" lo que fue escrito a la oscuridad del modernismo. San Pío X en la Pascendi, define,caracteriza y describe muy bien la táctica y el lenguaje de esta secta, y los documentos del Vaticano II lo corroboran tal cual. Por eso coincido con Mons. Williamson cuando alguna vez afirmó que el Vaticano II es un pastel envenenado, por lo que se debe echar al cesto de la basura.
Fuera de esto, mi adhesión total desde siempre al blog de Cabildo.
En Cristo y María

Flavio Mateos

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Flavio Mateos. Buen artículo... pero afirmar que la FSSPX incurrió en “cisma” es penoso, penoso para el articulista. Quizás no fue algo involuntario. Quizás repitió porque no conoce desde dentro als cosas. Penoso también porque los tengo enlazados en mi página. Disculpen, amigos de Cabildo, mi susceptibilidad, pero hubiese pensado que dichas afirmaciones vendrían solamente de los lares del progresismo y no del de Uds.
Y quienes sí, podemos decir han incurrido en “cisma” porque se han alejado de la Tradición católica (una de las fuentes de la Revelación), son aquellos que formaban y forman parte de la “Alianza del Rin” y que siguen vigentes. Aquellos que se han unido a sus “doctrinas” y las siguen, con más o menos conciencia. No olvidemos que fueron quiénes intervinieron y han influenciado en las últimas redacciones de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II y quiénes le hicieron la guerra al Cardenal Otavianni, en aquél entonces, prefecto del Santo Oficio (hoy Congregación para la doctrina de la fe). Se puede corroborar en el mismo estilo de los textos conciliares o se pueden leer las obras de Ralph M. Witgen y Michael Davies, quiénes se han documentado muy bien al respecto.
Y también me sumo a la afirmación que cita del valiente Obispo Mons. Williamson, hoy perseguido por decir la Verdad. Pero también sé que dicha afirmación la ha confeccionado Mons. Fellay, superior de la FSSPX, que sé, fue el primero en decirla en sus lúcidas conferencias –que recomiendo escuchen– sobre la crisis de la Iglesia. ¿Y por qué les recomiendo escuchen lo que dicen las autoridades con respecto a estos temas? ¡para que luego hablen con más fundamento y no caigan en las tales afirmaciones –del mismo tenor de los progresistas– como el tilde de “cisma”! Lo dice alguien que conoce a la Hermandad desde dentro.

Y me sumo a Flavio al decir que fuera de esto, mi adhesión total desde siempre al blog de Cabildo.

Un cordial saludo.
Ad Jesum per Mariam

El editor de Stat Veritas