jueves, 10 de julio de 2008

Hipótesis


¿ARGENTINA ES
“LA ESPERANZA DEL MUNDO”?

Justo al aparecer en los medios esa increíble frase supuestamente de labios papales: “Argentina es la esperanza del mundo”, andaba releyendo a Castellani en ese Prólogo-ensayo llamado “Decadencia de las sociedades”, que está en “Seis ensayos y tres cartas”. Aunque ya sé que el yo es odioso, me tendrán que perdonar porque no me queda sino hablar en primera persona, aunque el que piensa sea otro.

Al leer esa frase me dije: por aquí anda la Providencia. ¡Pero de qué modo absurdo! ¿Es una amarga ironía o una burla siniestra? “Ni lo uno, ni lo otro, ch’amigo” —como dijo el ilustre santafesino citando al sinlustre correntino—, Benedicto XVI es totalmente incapaz de eso. Absolutamente imposible, aunque me taladraba los oídos como si fuese macana…

“Hay naciones que crecen, otras que se estabilizan, otras que retroceden y aun perecen y desaparecen…” —leía al cura y creía saber por donde estábamos—. “Nación que pierde el sentido de lo sacro, está perdida” —la cita era de Platón, y analizándola en contexto de nuestra historia, pasada y presente, era demoledora—. Ni falta hace el haberse enterado por Aníbal D’Angelo de las porquerías del “Gran Hermano”.

Yo estaba convencido de que no siendo un sarcasmo, la frase debía haber sido una inocentada, fruto de la buena intención para con una nación débil en manos de “perdularios” (vamos a ser finos como Castellani y no llamarlos como me sale a mí).

¿Un invento de Scioli? Quizás… aunque… y seguí pensando y leyendo: “La cima de la actividad intelectual es la profecía. El profeta está por encima incluso del metafísico; y de hecho no hay un gran metafísico que no tenga una punta de profeta. La razón es que el profeta es a la vez profundo como el metafísico, y concreto como el político”.

¿Por qué misteriosos caminos quizás lo absurdo sea una profecía? Desde ya que las profecías no suelen ser razonables, porque si no, más que profecías serían deducciones o predicciones lógicas. Las profecías sorprenden y golpean con lo inesperado, como para mostrarnos que detrás de todo está el Misterio.

Y los profetas aparecen en las crisis, cuando hay un tironeo (como dice su etimología griega) entre lo que debemos ser y lo que somos; podría ser ahora, cuando vemos lo que no somos: un país en serio (a pesar del slogan barato del Irreprochable Mr. K.).

“Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…” (San Lucas, XIII) dijo Nuestro Señor cuando el pueblo judío mostraba su infidelidad. “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” ¿Y son males los que profetiza? Al fin se verá que no —al final de los tiempos, digo— “hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor…”

La voz profética advierte para que esperemos y no nos sorprendamos. Y si es que el Papa Benedicto XVI profetizó algo, es todavía más sorprendente que la destrucción de Jerusalén —que se podía olfatear—: es la resurrección del muerto que ya hiede.

La Argentina está muerta, y una de las causas Castellani la describe así: “Un pueblo que mata a sus maestros naturales está perdido, y no hay más que llorar sobre él. Un pueblo que mata a sus maestros naturales se saca los ojos. No es necesario que los mate físicamente, basta que los mate como maestros. Basta que al escritor que sabe, por ejemplo, no le deje editar sus libros; basta que al escritor que construye, no le deje difundir sus escritos; al escritor que tiene la palabra de la salud, le haga el vacío delante y entorno. Ese pueblo se vuelve voluntariamente ciego. Y entonces se hace guiar por otros ciegos, pues no puede ver que son ciegos. Y se precipita al abismo”. Que es donde estamos, ¿o no?

Per crucem ad lucem; todavía hay algo esperanzador. Ciertamente que Argentina tiene la tradición hecha carne de matar a los maestros y colocar en su lugar a pseudomaestros (falsoprofetas). La historia de nuestra “cultura” es muestra palmaria “desto”. Dondequiera que se encuentra la virtud en grado eminente es perseguida y despreciada, le explicaba Don Quijote a Sancho. Y el dondequiera acá es totalitario, nada se le escapa… salvo el infinito poder de Dios. Nos duele ver cómo se ha destruido la escuela argentina, la Universidad y hasta nuestra misma Iglesia local (porque la “Santa y universal” es intocable). Ver que leemos menos, que somos menos, que ya ni con los peores nos podemos comparar (¡ay, que me da bronca decirlo!), ver eso, decía, es t-e-r-r-i-b-l-e… y sin embargo, aunque suene absurdo: hay una esperanza.

¿Se sale de la imbecilidad voluntaria? Por cierto que no con fuerzas propias. Se sale con la fuerza que viene de lo alto (si a Él le place —y quizás le plazca—), y con la fuerza milagrosa de esos maestros que matamos, pero que aún están. Castellani, por nombrar a uno, fue perseguido, ignorado, maltratado, despreciado, pero todavía está y eso es Providencial, porque no abundan por el mundo los Castellani, ni los Hernández, ni los Menvielle, ni los Sáenz (y termino aquí aunque podría escribir varios renglones).

Cuando el magisterio “católico-oficial” nos muestra terriblemente su esterilidad histórica, cuando ya no se oyen voces claras ni desde los púlpitos (que por lo pringosos y blanduchos a veces parecen pulpitos —¡oh, maravillas de la acentuación!—), cuando las reservas de la Nación ya no existen y la gente está embrutecida con Tinelli o con el “Gran Hermano”; ahí es cuando la voz del profeta se levanta y nos abre al Misterio.

La conclusión del cura era parecida: “En fin, nuestro grande y hermoso país está en decadencia política, educacional y moral en forma que no vemos el remedio. Es un proceso que viene de muy atrás y seguirá adelante si Dios no lo remedia, pues sólo Él puede remediarlo, quién sabe cómo”.

Y propongo que nos aferremos a lo dicho por el Papa como si fuese en serio una profecía (que quizás lo es), poniendo los medios posibles como para que Dios pueda obrar. Si leíamos que “un país que mata a sus maestros está perdido”, más que nunca tenemos que resucitarlos con lectura y difusión, con reconocimiento y afecto hacia los que todavía están vivos (aunque, como corresponde, anden magullados) y hacia los que ya no están entre nosotros —porque a decir verdad, nunca se los puede matar del todo—.

Si en otros tiempos el encontrarnos con alguno de aquellos maestros cambió nuestra vida, por qué no ser agradecidos y transmitir esa Vida reencontrada a los demás. Quizás alguna vez, insistiendo con el remedio, hallemos la cura. “Los sabios son aquello por lo cual se conservan, se sustentan y acrecen las naciones…” citaba el cura a Alfonso X el Sabio. Y aunque no los merecemos, los tenemos, Deo gratias!

Franco Ricoveri

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