viernes, 13 de febrero de 2009

Económicas


EL MAGISTERIO DE PÍO XII Y LA CRISIS FINANCIERA

EL NACIMIENTO DE LA BANCA MODERNA

Para iniciar el desarrollo de este punto será conveniente recordar que dinero es todo elemento que se utiliza y es aceptado, normalmente, como medio de pago. En esta definición se pueden incluir tanto las monedas metálicas, los billetes, como letras de cambio, pagarés, cheques, acciones al portador, transferencias bancarias, etc.

En el medioevo, las necesidades comerciales implicaron la creación de nuevos instrumentos mercantiles, siendo uno de ellos la moneda fiduciaria. El término fiduciario deriva del término latino, “fides”, es decir, confianza. También se suele conocer a este tipo de moneda como representativa o convertible.

Visto que una de las especies de la moneda podían ser los certificados que los banqueros emitían sobre los depósitos de los ahorristas, y en la medida en que la firma del banquero era considerada debidamente solvente, estos certificados comenzaron a circular y ser libremente aceptados, cumpliendo con uno de los requisitos que debía tener cualquier elemento que funcionara como medio de pago.

En beneficio de esta práctica, se encontraba la versatilidad que significaba la transmisibilidad de tales papeles y la seguridad de no tener que movilizar las monedas de oro y plata, difíciles de portar en grandes cantidades en razón de su volumen. El incremento del intercambio comercial al que hicimos referencia, dio impulso a este tipo de medio de intercambio, haciéndolo de aceptación generalizada. En la medida en que los emisores de dichos títulos gozaran de confianza comercial no era demasiado frecuente que quienes poseyeran tales certificados, pasaran por el banco a solicitar que los mismos fueran redimidos por el banquero depositante.

Muy por el contrario, en general, se prefería que dicho trámite lo efectuara otro, normalmente alguno de los proveedores del comerciante en cuestión al que se le entregaba tal certificado. No difiere el mecanismo descripto con la suerte que corren los cheques emitidos al portador en los sistemas bancarios actuales.

Durante cierto período, estos banqueros privados se limitaron a emitir billetes representativos de la moneda metálica, depositada en sus cajas fuertes, en la medida estricta en que recibían tales depósitos de manos de su clientela. No pasó mucho tiempo para que los pioneros de la banca moderna se dieran cuenta de un fenómeno que permitiría un cambio que se convertiría en revolucionario.

De la observación sistemática de sus registros contables, constataron que difícilmente del total de los depósitos recibidos los tenedores de los títulos representativos retiraran en forma conjunta un porcentaje mayor al diez por ciento de las monedas de oro o plata dejadas a su resguardo. Lo que para nosotros parece en principio otro de esos tediosos datos estadísticos con los que nos suele abrumar la modernidad, fue para los aprendices de banqueros la base de un negocio colosal.

Para explicar tal negocio tratemos de pensar como estos banqueros. Tenemos en depósito cien monedas de oro, por las que se han emitido cien títulos representativos de dichas monedas. En promedio nunca se sacan más que diez monedas de oro. Es decir, algunos retiran parte de esas monedas, otros depositan y reciben a cambio dichos certificados, así, sin solución de continuidad. Es decir que la mayor parte de los depósitos duermen tranquilamente en manos de los depositarios.

Así planteado el asunto, era una tentación irresistible emitir títulos sobre las noventa monedas restantes de modo tal que, teniendo el banquero en sus arcas cien monedas y procediendo a emitir títulos por novecientos, se logra cubrir la suma que normalmente se les reclama. En otras palabras, tiene cien monedas guardadas y mil títulos emitidos contra tales monedas. Se logra así mantener la proporción mínima establecida del 10 por ciento de respaldo.

Ahora cabe preguntarse qué hicieron con esos títulos emitidos sin respaldo, que no corresponden a ningún depósito real. Muy sencillo, los prestaron a interés. La nueva operatoria sólo suponía algún riesgo, si todos los tenedores de certificados se presentaban en forma conjunta a retirar el dinero metálico. La experiencia indicaba que eso sólo acontecía si se producían circunstancias especiales como guerras, catástrofes naturales, o alguna conmoción interna. En la medida en que tales hechos pudieran preverse, los banqueros se cubrían en salud, reclamando a los tomadores de sus préstamos las sumas adeudadas, que tenían que ser devueltas en metálico.

A los efectos de dejar en claro cómo se cierra el circuito, los tomadores de los préstamos efectuados por el banquero los cancelaban en metálico, los titulares de los certificados procedían a retirar las monedas inicialmente depositadas. Los otros tenedores de los certificados emitidos sin respaldo, podían efectivizarlos de la misma forma, sin sobresaltos, ya que el banquero había cobrado los préstamos realizados contra tales títulos.

Cerrado este circuito, parecía que todo volvía a estar como era al principio. Pero esta apreciación es insuficiente, ya que el banquero llenó sus bolsillos, cobrando suculentas sumas, en concepto de interés por los préstamos otorgados.

Cabe preguntarse qué acontecía si el banquero no lograba cerrar el circuito. Una pronta bancarrota, y quizás el linchamiento de aquél, terminarían la historia.

Desde ya que la operatoria descripta chocó en un principio con un serio obstáculo. Me refiero a la prohibición existente, en esos entonces, al préstamo a interés. Pero esto es parte de otra historia…

LA REFORMA PROTESTANTE Y LA USURA

Como anillo al dedo les vinieron a estos proto-banqueros las nuevas ideas que motorizó la denominada Reforma Protestante. El pensamiento calvinista, con su particular visión de que los logros económicos eran una forma de manifestación de la adhesión divina, propagó la vocación de lucro desmedido.

Las nuevas interpretaciones de los textos bíblicos, llevadas a cabo por los teólogos protestantes, buscaron descalificar las conclusiones del magisterio pontificio respecto de la prohibición de cobrar interés.

Esta nueva lectura del tema no tardó en volcarse en la legislación civil, y en muy poco tiempo la prohibición de cobrar interés quedaría definitivamente en el recuerdo en las naciones protestantes.

Asimismo, la legitimación del préstamo a interés posibilitaba el perfeccionamiento de la operatoria descripta. Ahora el banquero podía ofrecer a sus depositantes un módico interés a los efectos de conseguir darle plazo cierto a las colocaciones de aquéllos. Eso posibilitaba evitar cualquier sobresalto e imprevisto.

CONCLUSIÓN

No habrá que ser demasiado avezado en materia económica para darse cuenta del notable poder expansivo que tiene el proceso de creación del dinero bancario. En poco tiempo, unos de los grandes problemas con que se encontrarían estos financistas radicaría en encontrar interesados solventes en solicitar sus préstamos. Tal demanda fue satisfecha con los requerimientos de dinero que significaron los nuevos descubrimientos geográficos y las guerras de religión. Más recientemente las nacientes republicas iberoamericanas serían fácilmente engañadas por los financistas internacionales, y no tardarían en endeudarse con dichos usureros, hipotecando en buena medida su destino histórico.

Otro corolario importante radica en el simple hecho de que la capacidad de inyectar dinero en una economía determinada y también de retirar el mismo, casi a voluntad, implica la facultad de generar periodos de expansión —y, por consiguiente— retracción de la economía en cuestión.

Todo esto nos fue advertido por el Magisterio Pontificio en la inmortal Encíclica “Quadragesimo Anno”, en la cual su Santidad Pío XI nos dice: “Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino que también se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y arbitrio. Su poderío llega a hacerse despótico como ningún otro, cuando, dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad. Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el fruto que naturalmente produjo la libertad ilimitada de los competidores, que sólo dejó supervivientes a los más poderosos, esto es, con frecuencia, a los más violentos en la lucha y a los que menos atienden a su conciencia. A su vez, esta concentración de riquezas y de fuerzas produce tres clases de lucha por el predominio: primero, se combate por la hegemonía económica; luego se inicia una fiera batalla para obtener el predominio sobre el poder público, y consiguientemente poder abusar de su fuerza e influencia en los conflictos económicos; finalmente, se entabla el combate en el campo internacional, en el que luchan los Estados pretendiendo usar la fuerza y poder político para favorecer las utilidades económicas de sus respectivos súbditos, o, por lo contrario, haciendo que las fuerzas y el poder económico sean los que resuelvan las controversias políticas originadas entre las naciones”.

Gustavo Urdiales

jueves, 12 de febrero de 2009

La Iglesia clandestina


RETRACTANDO OBISPOS

En vísperas de la Navidad del 2008, en el programa ¡Viva la Radio!, que se emite por la Cadena 3 Argentina, de Córdoba, fue reporteado Monseñor Karlic.

De sobra conocemos sus nutridos antecedentes en pro de la herejía modernista.

Recordarán los memoriosos —desde “Cabildo” supimos denunciarlo— cuando el 12 de abril de 2000 confraternizó públicamente en Paraná con la plana mayor de la masonería. Recordarán también los de memoria larga, que en Paraná consumó ex profeso el desmantelamiento del Seminario que fundara Monseñor Tortolo.


Ahora, en este reportaje al que aludimos, hace la justificación explícita de los “sacerdotes tercermundistas que se comprometieron con la guerrilla… porque creían en la dimensión social en términos más cristianos”. Elogia “las tres categorías de la Revolución Francesa”, y pone el énfasis —¡vaya guiño para sus cofrades de logia!— en el papel de la Fraternidad.


De remate, y aunque equivoca el título, recomienda el libro del mamarrachesco diririgente focolarino Antonio María Baggio, “El principio olvidado: la Fraternidad. En la política y el Derecho”. Libro que cuenta con el auspicio y el patrocinio de la Fundación AVINA, creación del masón Stephan Schmidheiny.


En minutos nomás, Monseñor Karlic defiende a los curas marxistas, a la masonería y a la sangrientamente anticatólica Revolución Francesa.


Aquí anotamos el link para quien quiera verlo y escucharlo:



Quedamos a la ansiosa espera del pedido de rectificación por parte de Roma.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Crítica literaria


30.000 DESAPARECIDOS
REALIDAD, MITO Y DOGMA


Este libro es un prolijo trabajo histórico con no pocos hallazgos felices. Entre ellos la definición clara de “bandas castristas” dada a aquellos grupos revolucionarios y que entorna adecuadamente y explica sintéticamente el fenómeno, sin desmedro de lo circunstancial.

La subversión argentina no es otra cosa que una punta de un movimiento continental marxista liderado por la Cuba de Castro y que sigue en sus avatares los vaivenes de su política. El marco ideológico en que se desenvuelve está perfectamente delimitado dentro del “oportunismo político” del barbado dictador, y de él toma los rasgos de una aventura sangrienta injertada artificialmente en nuestra sociedad y que sólo sirve a sus intereses. El grado demencial que cobra la subversión en nuestra historia no lo parece así, visto desde la perspectiva de un Castro que con ésta y otras maniobras se mantuvo en el poder de la isla contra viento y marea, atravesando intacto la tormenta del siglo XX.

Nuestra historia de peones en el tablero internacional pierde sentido aislada de la comprensión de los intereses en juego. Rojas pone las cosas en su punto en lo que a esto respecta. Las condiciones histórico culturales que hacen que esta violencia de importación “prenda” en nuestro país están bien vistas, y no esquiva el tema —que Acuña dejaba planteado para otro análisis— de la importante influencia que la confusión mental originada en el Concilio Vaticano II ejerció sobre una sociedad, que como la de aquellos tiempos, sobrellevaba un catolicismo endeble en sus cimientos intelectuales, pero arraigado en las costumbres sociales de la gente “como uno”, sirviendo de perdición tanto a Tirios como a Troyanos. Desde las parroquias tercermundistas, que formaron un semillero para el reclutamiento de tropa, hasta las parroquias conservadoras, que desarmaron moralmente a la clase media cuando el embate tomó ribetes democráticos.

Sin embargo, el autor se prepara para las conclusiones padeciendo del mismo mal que en los otros acusa. Entiende que el Proceso privó de basamento moral a su accionar, al utilizar “medios” inicuos para la eliminación de las bandas castristas. En concreto, le enrostra la utilización de la tortura en los interrogatorios, aún a pesar de reconocer que no había otra manera, y que de no hacerlo así, nuestro destino hubiera sido el caos colombiano.

Veamos la cita en la página 251: “Los militares debieron organizar la represión de manera tal que en el menor tiempo posible se pudiera obtener la mayor información sobre el enemigo, de modo de operar sobre los blancos también con la mayor rapidez y eficiencia y sin escatimar medios bélicos para la derrota del oponente. Esto no estaba mal en absoluto y en sí es una de las premisas del arte militar, y más en la guerra contrarevolucionaria, en la que el enemigo se mueve con sigilo y en el secreto. Pero, la cuestión moral fue dejada de lado.
“Así para obtener información de forma rápida se recurrió a la aplicación de tormentos a la gran mayoría de los capturados. De esa manera se realizaban nuevos procedimientos sobre los blancos que marcaban o delataban los torturados, volviéndose a proceder con las mismas acciones sobre los que se capturaba, si es que se los capturaba vivos. Volveremos sobre esto”.

Y vuelve en la página 376: “No es necesario que aclaremos aquí nuestra absoluta repulsa por la aplicación de tormentos, no porque sean condenados por la ONU (…) Nos basamos en la doctrina tradicional de la Iglesia: (trae una cita de Pío XII que desaconseja la tortura física a los fines de «la instrucción judicial», pero no referida a un procedimiento policial o militar en progreso de la cesación del delito) y el Catecismo de la Iglesia Católica, que dice en su Ap. 2297: La tortura que usa la violencia física o moral para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y la dignidad humana”.

En suma, el apartado citado de ese documento de factura posconciliar lo deja desarmado para defender el todo social en pos de no pecar, no ya contra Dios, sino contra Maritain.

Si siguiéramos el curso de esta dialéctica rebosante de personalismo y lo juntáramos con ciertos recuerdos que conservamos de la época, debemos concluir que los cuadros de la baja oficialidad del ejército, que fueron los que ejecutaron en el detalle y en lo concreto la guerra antisubversiva, actuaron de forma inmoral y son reos de la repulsa social.

Las vías de la democracia, perdón o castigo, son las que se imponen. Por el contrario, podría excusarse a los altos grados militares que estaban en el gobierno y ausentes con visa de turista en la cuestión de la guerra. Estos sólo pueden ser imputados de error político.

Con esto tenemos que esta obra es la más aguda de las condenaciones recibidas por la guerra referida; es el claro reconocimiento del propio bando, de que se comportaron como cerdos y que los perdonamos porque de última nos vino bien, y gracias a ello siguen funcionando el cajero automático y los semáforos. En el fondo, no somos mejores que Alfonsín o Menem.

Vaticano II de por medio, el autor podría haberse ahorrado lo de Tradicional, si se acordara que la Iglesia, en mucho menor medida de lo que se dice, no tuvo tantos reparos en entregar reos al suplicio. Santo Tomás en la cuestión LXV artículo II de su Suma Teológica expresa: “Así como la ciudad es una comunidad perfecta, así también, el príncipe de la ciudad tiene potestad perfecta de represión, y por consiguiente puede imponer penas irreparables, esto es, la muerte o la mutilación”. Dando por supuesta en el contexto la verberación. Si se acordara asimismo que el acto moral es un acto singular por el que Juan o Pedro hace mal en tal circunstancia y no una categoría ideológica por la que son inmorales todos aquellos “que intimidan a los que se les oponen y faltan el respeto a la persona y la dignidad humana”, aunque la sociedad toda se vaya al barranco.

Más allá de la coloratura de los casos particulares, en buen y tradicional romance, debe reconocerse la potestad que tiene el ordenamiento político para aplicar la represión a quienes ataquen el bien común, en la medida que indique la prudencia política y que exija la necesidad de los hechos, sin dejarnos influir por la babosería del Catecismo citado, que ha llevado a estas sociedades a quedar cautivas de minúsculas bandas delictivas, porque ha sido minado su sistema inmunológico desde usinas ideológicas (no siendo la menor de ellas el Vaticano, tan a la par de la ONU).

En suma, la obra deja un sabor lamentable porque en el juicio que pretende hacer sobre la represión de las bandas prima el ideólogo sobre el historiador, y lejos de avocarse al análisis de las razones que hicieron que se produjera el hecho, abandona el objeto de su ciencia y juzga a partir de una premisa personalista haciendo tabla rasa. Por este defecto “el bando” militar se convierte en un cuerpo amorfo y sin vida en el relato, desluciendo el mosaico que había pintado con bastante holgura del “bando” castrista. Permanece el estereotipo del militar, caricaturizado como el obediente amoral, de bigotes y en un Falcon que sirvió de verdugo. Alguien nos debe todavía la pintura de ese drama.

Dardo J. Calderón

lunes, 9 de febrero de 2009

Científicas


LA COSMOVISIÓN
DE LOS
EVOLUCIONISTAS


Nunca como en nuestra época se vio una devaluación tan atroz de la vida humana, una brutalización tan acusada de la sociedad, una regresión tan vertiginosa a la barbarie. Las consecuencias están a la vista, no sólo las delictivas (robos, secuestros, asesinatos, salvajismo social sin precedentes), sino también las más o menos toleradas y aceptadas socialmente: control de la natalidad, eutanasia, castración química o quirúrgica, manipulación genética, fertilización “in vitro”, experimentación con embriones humanos, clonación “terapéutica” y otras lindezas por el estilo.

El fenómeno causal es ciertamente complejo y susceptible de ser analizado desde varias perspectivas, pero parece evidente que uno de los factores capitales fue la paulatina pérdida del sentido de lo sacro en general, y de lo humano en particular. De allí se sigue la pérdida del sentido del pecado, obviamente inconcebible en un mundo desacralizado.

De los diversos aspectos del problema hay que subrayar la conexión causal que interviene en este proceso, referida al papel que el evolucionismo o darwinismo jugó en la conformación de la mentalidad moderna, algo que de teoría científica sólo tiene el nombre, porque se trata en realidad de una vasta cosmovisión inmanentista, naturalista y materialista, elaborada para negar la creación.

Es innecesario insistir en la naturaleza esencialmente filosófica o cosmovisional del evolucionismo. Sólo traeré a colación palabras del famoso genetista Theodosius Dobzhansky, quien decía: “La evolución comprende todos los estadios del desarrollo del universo: cósmico, biológico, humano y cultural. Los intentos de restringir el concepto de la evolución a la biología son injustificados. La vida es un producto de la evolución de la naturaleza inorgánica, y el hombre un producto de la evolución de la vida”.(1)

Una supuesta teoría que pretende explicar nada menos que el origen del hombre, la vida y el cosmos, es obviamente una cosmo-visión y no una teoría científica. El problema es que esa cosmovisión se ha enseñado y se continúa enseñando e inculcando masivamente, no sólo como una teoría científica —lo cual es una impostura— sino también como un hecho científico demostrado.

Esto ha creado toda una mentalidad que subyace en las diversas manifestaciones del mundo moderno y que lo informa, aún en forma inconsciente. De ahí su peligrosidad. El peor de los prejuicios es siempre el que se ignora. Como decía Chesterton, más que una teoría, el evolucionismo es una atmósfera en la cual vivimos y respiramos, que contamina toda nuestra mentalidad, moderna y posmoderna, y que está en la raíz misma del proceso de pérdida del sentido de lo sacro en el mundo contemporáneo.

Podemos distinguir tres aspectos fundamentales en torno a los cuales gira el meollo de esta cuestión. Por un lado, al negar el principio de finalidad, la cosmovisión evolucionista separa completamente a Dios de su creación y lo reduce a la categoría de remotísima y lejana “causa primera”, que nada tiene que ver con este mundo. No dice que Dios no existe: existe, pero eso es todo lo que hace, y como el buen Dios masónico, no se entromete en la realidad. Por otro lado, niega la realidad del alma humana, como algo propio y constitutivo del ser humano, afirmando que las diferencias entre el hombre y los animales son sólo de grado y no de naturaleza. Por fin, el evolucionismo hace impensable el pecado original.

Me estoy refiriendo, por cierto, a evolucionistas coherentes, que saben de qué están hablando. Huelga analizar la postura de los que sostienen que Dios habría tomado un mono y le habría infundido alma humana… algo ridículo. Aquí hablaremos de la postura de los evolucionistas en serio, que sostienen honrada y coherentemente que el hombre es un animal evolucionado.

Es absurdo pretender ser un buen evolucionista darwinista y no aceptar esto. Como dijo Julián Huxley en un simposio (Chicago, 1959) “El cuerpo humano, la mente, el alma y todo cuanto se ha producido, es enteramente resultado de la evolución... No hubo un momento súbito durante la historia evolutiva, en que el «espíritu» fue infundido en la vida, de la misma, manera en que no hubo un momento particular en que fue infundido en usted”.(2)

Eso mismo recuerda Stephen Jay Gould, expresando que: “Estamos tan atados a nuestra herencia filosófica y religiosa que seguimos buscando algún criterio de división estricta entre nuestras capacidades y las del chimpancé. La única alternativa honrada es admitir la existencia de una estricta continuidad cualitativa entre nosotros y los chimpancés. ¿Y qué es lo que salimos perdiendo? Tan sólo un anticuado concepto del alma”.(3)

Es lógico. Si, como sostiene el evolucionismo, todo lo que hay es la naturaleza, entendida como sistema cerrado de causas y efectos que existe y funciona por sí mismo, no hay escapatoria a esta conclusión.
Afortunadamente, el intenso debate de los últimos veinte años entre creacionistas y evolucionistas provocó una saludable clarificación de posturas y sinceridad en el lenguaje, que nos coloca hoy en una situación más favorable para comprender esta cuestión, que la existente en los años '50 ó '60.

Al irse derrumbando progresivamente los supuestos fundamentos empíricos de la hipótesis evolucionista, se hizo evidente su carácter filosófico y la naturaleza de esta filosofía. Si bien siempre existieron autores evolucionistas con suficiente lucidez para ver claro y la suficiente sinceridad para decirlo, como es el caso de Julián Huxley, también es cierto que una buena cantidad de científicos y filósofos o no entendían de qué se trataba, o no decían lo que entendían y se hacían los distraídos.

Esto, además de una enorme cantidad de creyentes, católicos y no católicos, que trataban de reducir la cosmovisión evolucionista a una mera teoría científica y conciliarla de alguna manera con el cristianismo. Pero la guerra disipa muchas ilusiones, afirma posturas, define los bandos, impone sinceramientos. Así, el Dr. William Provine, Biólogo e Historiador de la Ciencia en la Universidad de Cornell, dice: “Permítaseme resumir mis opiniones sobre lo que la moderna biología evolucionista nos dice enérgica y claramente, y que son básicamente las ideas de Darwin: no hay dioses, no hay propósitos, no hay fuerzas dirigidas con un sentido de ninguna clase. No hay fundamentos últimos para la ética, ningún sentido final de la vida, ni tampoco libre albedrío humano”.(4)

Ahora, si bajo el disfraz de la ciencia se comienza a inculcar desde la más tierna edad esta visión del mundo y del hombre, ayúdenme ustedes a pensar en cuáles serían los resultados. Bueno… están a la vista. Esto no se enseña, se inculca como a una doctrina de tipo religioso. De allí el “celo” de las autoridades educativas por implantar esta basura en la currícula a todos los niveles, comenzando con la escuela primaria.

Esta estrategia viene desde los máximos niveles del poder mundial, en este caso, la UNESCO, de la cual Julián Huxley fue su primer director general. Él vio claramente que el medio más eficaz para difundir el ateísmo no era la postura ingenua de la negación filosófica formal y explícita de Dios, sino la mucho más redituable actitud de su supresión científica, tramposa e implícita, que está en la raíz misma del darwinismo.

Lo mismo vale para la cuestión del pecado original, que no tiene cabida dentro de la concepción evolucionista-darwinista, según la cual, el movimiento de la naturaleza en su totalidad es “hacia arriba”. ¿Cómo armonizarlo con una caída? Además, dentro del contexto de la hipótesis darwinista es imposible hablar de una primera pareja humana (o sea del monogenismo) sin decir tonterías. Con ello desaparece Adán o, por mejor decir, los dos Adanes: el del Edén, por imposible, y el de Belén, por prescindible.

El famoso novelista inglés y ferviente darwinista H. G. Wells expresaba: “Si todos los animales y el hombre se han desarrollado de esta manera ascendente, luego no han habido primeros padres, ni Edén, ni caída. Y si no hubo caída, todo el edificio del Cristianismo, la historia del primer pecado y la razón de la expiación, colapsan como un castillo de naipes”.(5)

Richard Bozart, por su parte, escritor de temas científicos en Estados Unidos y miembro de la Asociación Humanista Americana, señala: “El evolucionismo destruye total y definitivamente la mismísima razón por la cual la vida terrenal de Jesús habría sido supuestamente necesaria. Destruid a Adán y Eva y el pecado original, y entre los escombros hallaréis los lamentables despojos del Hijo de Dios. Si Jesús no fue el redentor que murió por nuestros pecados —y esto es lo que el evolucionismo significa— entonces el Cristianismo es nada”.(6)

Como se ve, no se puede pedir más en cuanto a claridad de conceptos y franqueza en la expresión. Con lo expresado, es decir, con la visión animalizante del ser humano y la negación del pecado original, tenemos motivos más que suficientes para atribuir a esta aberrante cosmovisión una gran parte de responsabilidad en la catástrofe moral e intelectual del mundo moderno.

Pero las ideas tienen consecuencias, y también una dinámica que las lleva poco a poco a conclusiones que ni hubieran soñado sus propugnadores originales. Si yo dijera, por ejemplo, que hay una conexión entre evolucionismo y homosexualidad, se pensaría que mi estado de salud mental es mucho más grave del supuesto.

Sin embargo, el editor del I.N.W. Guide Magazine sostiene que “La homosexualidad es rara vez discutida como un componente de la evolución, pero sin duda que juega un papel. La conducta homosexual ha sido observada en la mayoría de las especies animales estudiadas y cuanto más subimos en el árbol taxonómico hacia los mamíferos, tanto más evidente se hace dicha conducta”.(7)

A continuación, el mismo editor se encarga de decirnos exactamente cómo es que la homosexualidad contribuiría a la evolución: R. H. Dennison, profesor de Biología en la Universidad de Wyoming ha concluido que “En la evolución la homosexualidad actúa como un mecanismo para reducir la tensión, satisfaciendo las prácticas de apareamiento de los machos más dominantes… La homosexualidad sirve también al proceso evolucionista actuando como una forma de control de la natalidad. Sin duda representaría un considerable salto evolucionista”.(8) Pareciera obvio que estamos evolucionando a pasos agigantados…

Como se ve, la evolución da para todo. También para el aborto, y en en una forma mucho más relevante.

Allá por 1866, Ernst Haeckel, apóstol del darwinismo en Alemania, formuló la famosa “teoría de la recapitulación”, que también ha sido llamada “ley biogenética fundamental”, según la cual la ontogenia recapitulaba la filogenia; esto es, que el embrión, en su desarrollo, pasaría por los mismos estadios que la evolución de las distintas especies. Primero seríamos como una ameba, luego como un pez, posteriormente como un reptil, más tarde un mamífero, y finalmente un ser humano. Y esto en distintos grados, naturalmente.(9) Por cierto que semejante cosa es un disparate, totalmente refutado por la embriología moderna, aunque vigente en la mitología darwinista.

El director del Instituto de Investigación en Biosistemas de La Jolla, California, expresa que “El huevo fertilizado progresa, en treinta y ocho semanas, a través de lo que es, de hecho, un rápido pasaje por la historia evolutiva: desde una simple célula primordial, el conceptus progresa a través de algo semejante a un pez, un reptil, un ave, un primate y finalmente un ser humano”.(10) ¿Y cuándo podemos decir que hay un ser humano?, se pregunta el autor. “Según el consenso general (¡¿de quién?!), esto no sucede hasta el final del primer trimestre”.(11)

Supongo que como buen mal pensador es fácil verle las patas a la sota. Uno no se equivoca, pues este es un argumento utilizadísimo en el debate pro-aborto. Una nota aparecida en la revista Human Life Review lo muestra nítidamente: “El debate sobre el aborto tiene sus raíces en dos maneras alternativas de concebir al no nacido. Nuestra civilización, hasta hace poco tiempo, consideraba el niño no nacido según el modelo de la Encarnación, que maximiza su dignidad; pero ahora mucha gente lo concibe según el modelo de la evolución, popularmente entendida, lo cual minimiza su dignidad”.(12)

El evolucionismo siempre minimiza el concepto de ser humano, no sólo en el conceptus sino también en el niño ya nacido, y en el adulto como en el anciano, porque ataca la noción misma de ser humano. No por nada el filósofo de la ciencia americano Daniel Dennett, dice que el darwinismo, que él mismo profesa, “es un ácido universal que corroe y destruye todos los valores tradicionales que toca, dejando en su estela una visión revolucionada del mundo”.(13)

No podría ser de otra manera, ya que por su triple negación, del principio de finalidad, de la realidad del alma humana y del pecado original, y con su afirmación del principio de la lucha universal y despiadada como código universal de conducta, esta cosmovisión obviamente tiene que ser un feroz disolvente de todo tipo de valores y creencias tradicionales.

Cosmovisión que debe ser denunciada como tal y eliminada sin contemplaciones de la currícula, en defensa no sólo de la fe y la moral, sino también de la verdadera ciencia.

Prof. Raúl Leguizamón

Notas:
1. “Changing Man”, Science, Vol. 155, 27 de enero de 1967.
2. Julián Huxley, “Issues in Evolution” (Vol. III, of Evolution after Darwin, Sol Tax ed., University of Chicago Press), 1960, pág. 45.
3. Stephen Jay Gould, “Desde Darwin”, Herman Blume ed., Madrid, 1983, pág. 53.
4. William Provine, “Darwinism: Science or Naturalistic Philosophy?”, Origins and Research, Vol 16, de abril de 1994: Nº l, pág. 7.
5. H. G. Wells, “Outline of History”, Doubleday, New York, 1949, pág. 987.
6. Richard Bozart, “American Atheist”, sept. 1978, pág. 30, cit. por D. Gish, en “Creation Scientists Answer Their Critics”, Institute for Creation Research, California, 1993, pág. 30.
7. Jacob Smit, “In the Beginnigng - Homosexuality and Evolution”, Intl. N. W. Magazine, agosto de 1987, pág. 6. Cit. por H. Morris, “The Long War Against God”, Master Books, Green Forest, AR, USA, 2003, pág. 136.
8. Ibidem.
9. Todos somos iguales, pero algunos lo son más, claro está. A nadie se le escapa que no podía ser lo mismo un chino que un inglés. ¿Por qué cree, lector, que se llamó “mongolismo” al síndrome de Down? Porque se consideraba obviamente que el afectado por esta enfermedad no habría llegado a la perfección evolutiva (es decir, a parecerse a un inglés), habiéndose detenido en la etapa amarilla o mogólica. El racismo biológico tiene una raíz totalmente darwinista.
10. Elie A. Schneour, “Life Doesn’t Begin, It Continues”, “Los Angeles Times”, de enero de 1989. Citado en “The Long War Against God”, pág. 138.
11. Ibidem.
12. Joseph Sobran, “The Averted Gaze: Liberalism and Fetal Pain”, Human Life Review, 9 (Spring 1984): 6. Citado en “The Long War Against God”, 139.
13. Daniel Dennett, “Darwin’s Dangerous Idea”, Simon & Schuster, N. Y., 1995, pág. 63.

domingo, 8 de febrero de 2009

Lecturas dominicales


EL TIEMPO DE
SEPTUAGÉSIMA


Se han esfumado lejos de nosotros las alegrías navideñas. Apenas hemos podido disfrutar cuarenta días el gozo que nos trajo el nacimiento del Emmanuel. Ya se oscurece el cielo de la Iglesia y pronto aparecerá cubierto de celajes todavía más sombríos.

¿Se ha perdido, por ventura, para siempre el Mesías aguardado en la esperanza durante las semanas de Adviento? ¿Ha desviado, acaso, el Sol de Justicia su trayectoria lejos de la tierra culpable?


COMUNIÓN EN LA PASIÓN DE CRISTO

Soseguémonos. El Hijo de Dios, el Hijo de María, no nos desampara. Si el Verbo se hizo carne, fue para habitar entre nosotros. Una gloria mayor que la del nacimiento entre los conciertos angélicos, le está reservada, y debemos participar con Cristo de ella. Pero ha de conquistarla con muchos padecimientos y no la logrará sin la más cruel y afrentosa muerte; si queremos participar del triunfo de su Resurrección, hemos de seguirlo en la vía dolorosa, regada con sus lágrimas y teñida con su sangre.

Pronto hará oír su voz la Iglesia invitándonos a la penitencia cuaresmal; pero antes quiere que en la rápida carrera de tres semanas de preparación a ese bautismo trabajoso, nos detengamos a sondear las profundas heridas infligidas a nuestras almas por el pecado. No hay, sin duda, cosa alguna que pueda parangonarse con la lindeza y dulzura del Niño de Belén; pero sus lecciones de humildad y sencillez, no bastan ya a las necesidades de nuestras almas. Ya se levanta el altar en que será inmolada esta víctima de la más tremenda justicia. Por nosotros es por quienes ha de expiar; urge el tiempo de exigirnos cuentas a nosotros mismos de las obligaciones contraídas con Aquel que se apresta a sacrificar al inocente por los culpables.


OBRA DE PURIFICACIÓN

El misterio de un Dios que se digna hacerse carne por los hombres nos franqueó la pista de la vía iluminativa. Pero todavía nuestros ojos están invitados a contemplar una luz más viva. No se altere, pues, nuestro corazón; las esplendideces de Navidad será sobrepujadas el día de la victoria del Emmanuel.

Mas deben purificarse nuestros ojos si quieren contemplarlas, escudriñando sin remilgos los abismos de nuestras miserias. No nos escatimará Dios su luz para llevar al cabo esta obra de justicia; y si llegamos a conocernos a nosotros mismos, a conocer cabalmente cuán profunda es la caída original, a justipreciar la malicia de nuestras faltas personales, a comprender, en cierto grado al menos, la misericordia inmensa del Señor para con nosotros, estaremos entonces preparados a las expiaciones saludables que nos aguardan y a los goces inefables que han de seguirlas.

El tiempo en que entramos está, pues, consagrado a los más serios pensamientos, y no acertaremos a expresar más adecuadamente los sentimientos que la Iglesia espera del cristiano en esta parte del año, que traduciendo aquí algunos pasos de la exhortación elocuente que en el siglo XI dirigía el gran Ivo de Chartres a su pueblo al empezar la Septuagésima: “Ha dicho el Apóstol: «Toda criatura gime y está de parto hasta ahora. También nosotros, que tenemos las primicias del espíritu, gemimos esperando la adopción de hijos de Dios y la redención de nuestro cuerpo» (Romanos, VIII, 22). Esta criatura gemebunda es el alma secuestrada de la corrupción del pecado; deplora verse aún sujeta a tantas vanidades, padece dolores de parto mientras está alejada de la patria. Es el lamento del salmista: «¡Ay!, ¿por qué se prolonga mi destierro?» (Salmo 119). El mismo Apóstol que había recibido el Espíritu Santo, siendo uno de los primeros miembros de la Iglesia, en sus ansias de recibir efectivamente la adopción de hijos que en esperanza ya poseía, exclamaba: «Quisiera morir y estar con Jesucristo» (Filipenses, 1, 23). Debemos, por tanto, más que en otros tiempos, dedicarnos a gemir y llorar, para merecer, por la amargura y lamentos de nuestro corazón, volver a la patria de donde nos desterraron los goces que acarrean la muerte. Lloremos, pues, durante el viaje para regocijarnos en el término; corramos el estadio de la presente vida de modo que alcancemos al fin el galardón del llamamiento celestial. No seamos de esos insensatos viandantes que se olvidan de su patria, se aficionan en la tierra del destierro y se quedan en el camino. No seamos de esos enfermos insensibles que no aciertan a buscar el remedio de sus dolencias. No hay esperanza de vida para aquel que desconoce su mal. Vayamos presurosos al médico de la salvación eterna. Descubrámosle nuestras heridas. Llegue hasta Él éste nuestro grito desgarrador: «Tened piedad de mí, Señor, que estoy enfermo; curadme, Señor, pues todos mis huesos están conmovidos» (Salmo 6). Entonces sí que nuestro médico nos perdonará nuestros desmanes, curará nuestras flaquezas y satisfará nuestros buenos deseos”.


VIGILANCIA

Es evidente que el cristiano en este tiempo de Septuagésima, si de veras quiere adentrarse en el espíritu de la Iglesia, ha de dar, un “alto aquí” a esa falsa seguridad, a ese contentamiento de sí mismo que arraigan sobrado frecuentemente en el fondo de estas almas muelles y tibias que cosechan la mera esterilidad.

¡Felices todavía si tales disposiciones no acarrean insensiblemente la extinción del verdadero sentido cristiano! Quien se cree dispensado de esa continua vigilancia tan recomendada por el Salvador (San Marcos, XIII, 37), está ya dominado por el enemigo; quien no siente la necesidad de combate alguno, de lucha alguna para sostenerse, para seguir el sendero del bien, debe temer no se halle en la vía de ese reino de Dios que no se conquista sino a viva fuerza (San Mateo, XI, 12); quien olvida los pecados perdonados por la misericordia de Dios , debe temblar de que sea juguete de peligrosa ilusión (Eccli., V, 5).
Demos gloria a Dios en estos días que vamos a dedicar a la animosa contemplación de nuestras miserias, y saquemos del propio conocimiento de nosotros mismos, nuevos motivos para esperar en Aquel a quien nuestras debilidades y pecados no estorbaron se abajara hasta nosotros, para sublimarnos hasta Sí.

Dom Prosper Guéranger, O.S.B.
(Tomado de su libro “El año litúrgico”)

sábado, 7 de febrero de 2009

Como decíamos ayer


RABINOS EN ROMA

Este sombrío panorama local se conjuga con la densa oscuridad que se cierne desde las más altas regiones. La agudización del insulto a la Verdad, como si la Mentira ya estuviera corporizada en el adalid dispuesto al último asalto. Por todos los medios y en todas partes una metralla de falsedades y engaños sobre lo natural y lo sobrenatural; incluso acerca de las cosas más obvias del presente y del pasado.

Por cierto, la Esposa de Cristo no está exenta de este ataque —al contrario, se ve que es la principal agredida— mientras sus defensores en general se distraen con otras inquietudes, curiosamente dispuestos a diálogos que eluden la proclamación lisa y llana de la Verdad.

En estos últimos días el mundo ha conocido la agresión más atrevida, ejecutada en un lugar y oportunidad de características insólitas. Un Gran Rabino misteriosamente presente en el último Sínodo de Roma, devolvió la inédita gentileza despachándose contra el venerable pontífice Pío XII. Desde luego basándose en la mitología calumniosa del llamado “Holocausto”. Para colmo, poco tiempo después una delegación del Comité Judío Internacional —dice la noticia— fue recibida por el Papa, a quien le pidieron que aplazara el proceso de beatificación de Pío XII. El diario “La Nación”, acaso con cierta sorna, titula “Acercamiento” a la novedad.

Es explicable que a una entidad internacional con decisivo peso en el gobierno mundial, se le ocurra meter sus narices en cualquier “institución” despreciada. Pero la sorpresa adquiere proporciones inauditas por otra razón. Los judíos de esta ralea no creen en los santos cristianos, ni por supuesto en Cristo y a través del Gran Rabino de Jerusalén ya han manifestado categóricamente que detestan la Cruz. Desconocen la redención, no aborrecen la sentencia de Caifás y ahora, como por mandato del viejo Sanhedrín, se oponen insistentemente a una beatificación del vicario de Cristo. Acaso la memoria oyera un clamor: ¡Crucifícalo, crucifícalo!…

Terrenalmente hablando: ¿qué podía molestarle a esta gente una elevación a los altares que más desprecian? La respuesta es muy sencilla y harto preocupante. Asistiríamos a otra vuelta de tuerca, para actualizar una extorsión conocida. Cabe sospechar que el último propósito esconda el designio de doblegar a los cristianos. Hasta que hinquen las rodillas en reconocimiento de otro Sacrificio que borre la redención de la Santa Cruz.

JEOAP

Nota: Lo publicado es un framento de una nota publicada en nuestra edición de noviembre de 2008.

jueves, 5 de febrero de 2009

Topando a los traidores


ROSAS,
URQUIZA
Y CASEROS



Juan Manuel salió triunfante
topando a los enemigos:
poniendo a Dios por testigo
y la Historia por delante.

Mas la contra delirante
y el imperio del Brasil
ya pronto se han de reunir
para hacer la repartija:
¡con Justo José de Urquiza
en la traición se han de unir!

Se lanza el de San José
bancado por lusitanos...
imperialistas marranos:
nuestros amos quieren ser.

Traidor que sólo ha de ser
por traidores aplaudido;
aquel “señor” de Entre Ríos
marca huella en nuestro suelo:
¡con la sangre de Caseros
ha de sellar su destino!

martes, 3 de febrero de 2009

Tristeza del 3 de febrero


CASEROS Y PAYSANDÚ

Alguien ha dicho con verdad que todo lo que Dios ha permitido que entre en la historia no puede borrarse. Tal es lo que sucede con la unidad de destino de los hombres, y las regiones de la Cuenca del Plata. Ella es indestructible porque hunde sus raíces en la Comunidad forjada en los siglos XVI y XVII, adviniendo con personalidad de Reino en 1776.

La lucha contra los ingleses y más tarde enfrentando a los liberales de las Cortes de Cádiz que pretendían desconocer los Fueros de los Reinos Indianos marcó, en Mayo de 1810, el inicio de un largo período en el que se combatió por la Patria Grande contra la balcanización y la rapacidad de los Braganzas. Fue la etapa de las intervenciones europeas y de hitos y holocaustos como el de Caseros en febrero de 1852 y de las humeantes ruinas de la heroica Paysandú cuando despuntaba el sangriento enero de 1865. En ambos episodios el Imperio del Brasil dio un importante paso adelante en la consecución de los planes expansionistas concebidos por sus hábiles diplomáticos.

Con Caseros, Río de Janeiro conquistó el primer plano en el continente sudamericano, rompiendo el equilibrio político. Allí cayó la sabia y prudente política rosista, por lo que la mayoría de los países sudamericanos fueron victimados por Itamaraty. Bastaba solamente considerar papel mojado los Tratados de 1777. Con ello mantenían una línea constante de la diplomacia lusitana, que no había respetado ni el acuerdo de Tordesillas, firmado en 1494, ni el de Permuta, rubricado en 1750, ni los que selló veintisiete años después y que son conocidos como “de San Ildefonso”. En todos ellos se buscaba dejar de lado la “línea recta e incontrovertible” de Tordesilllas por la geodesia de difícil determinación y que “dejaba brechas para ulteriores invasiones”.

Ya en el siglo XIX se burló de la Convención Preliminar de Paz de 1828 suscripta por presión del maquiavélico Mr. Ponsomby donde se seccionó la Patria fundamentada en las realidades geopolíticas del viejo Virreinato. Hasta donde les convino fueron al cesto de los incumplimientos los Tratados de 1851 con los que prostituyeron a diversos “próceres” para provocar la caída de Rosas.

Al mismo lugar de “llanto y rechinar de dientes” marcharon los Protocolos de 1864 y 1865 con los que instrumentaba a la Argentina y a la República Oriental para una guerra a la que se fue sin Ejército, sin armas y sin dinero, y que sólo interesaba a Pedro II. El camino había sido pacientemente preparado para aniquilar al Paraguay y “luego cortarle sendos costillares”. Los condenados eran los mismos López a los que el Carioca había atizado en 1842 contra la Confederación Argentina de Rosas.

Rumbo equivocado de una política que cuando quiso ser rectificada terminó en el horror del Aquidabán Ñu. Nada podía oponerse a los objetivos del Emperador masón y sus gabinetes Luzias o Sacaremas. Todo le significó en pocos años la incorporación de más de ochocientos mil kilómetros a lo heredado de Portugal.

Permanezcamos entonces en el camino trazado. La caída de don Juan Manuel de Rosas y de Manuel Oribe le costó al Estado Oriental un disfrazado regreso a la época de la Cisplatina (1817-1824), amén de tener que aceptar la burla a los Tratados de 1777 y el retorcido desconocimiento de la doctrina romana del “Utis Possidetis”.

Con ello, la diplomacia fluminense, “legalizó” la usurpación de una enorme porción del territorio Oriental, asumiendo además soberanía sobre los cursos de aguas fronterizos y levantando fortalezas en el interior. Pero una situación imprevista provocó un cambio. En 1860, hombres de extracción oribista se hicieron cargo del gobierno uruguayo, lo que fue visto por Río de Janeiro como peligro potencial.

La repetición de la antigua alianza del viejo Partido Federal con los Blancos orientales podía ser una traba en la marcha del Imperio hacia Paraguay y Bolivia. Mitre, presuroso, se prestó al juego de don Pedro y “pavonizó” al Estado Oriental enviando a Venancio Flores, su cuchillero de Cañada de Gómez El protocolo del 22 de agosto de1864, firmado por José Saraiva y Rufino de Elizalde, es la prueba de la histórica ignominia.

La invasión del Uruguay por el Imperio fue consumada con la colaboración diplomática y el apoyo logístico del cainita gobierno de Mitre. Varios miles de soldados brasileños y la flota de Tamandaré constituyeron una fuerza incontrastable. Paysandú resistió hasta el martirio pese a no tener elementos de guerra proporcionados. Las ruinas Sanduceras simbolizaron la derrota de la Patria Grande. Las intervenciones brasileñas en el Plata siempre significaron las grandes desgracias nacionales, constituyendo esta vez la de 1865 y a plazos escalonados una derrota para sus actores.

En el Brasil ella se produjo cuando en 1889 un esotérico accionar de logias provocó la caída del Braganza y proclamó la República. Sin embargo, la nueva conducción, alejándose del “desorden producido por el cambio de la secular forma de gobierno”, mantuvo sabiamente a los aristócratas formados por la diplomacia Imperial. El designado para conducir a Itamaraty fue José Maria Da Silva Paranhos, Barón de Río Branco, tramoyista y deus ex machina de una política que alguien definió como “la de besar la mano que se proponía cortar”.

A comienzos del siglo XX y con el respaldo de una poderosa marina se enfrentó con el gobierno de Buenos Aires, cuya Cancillería era ocupada por Estanislao Zeballos. Río Branco buscó entonces el apoyo del gobierno de Montevideo, concediendo al Estado Uruguayo las aguas e islas de la Laguna Merim que se encontrasen al oeste de la línea media y las del Yaguarón hasta el “talweg” en la parte navegable y hasta la línea media río arriba.

La generosidad mostrada por quien era magnánimo con lo ajeno, mientras mantenía en su patrimonio noventa mil kilómetros cuadrados usurpados en 1851, no puede ser calificada sino como una de las simulaciones más inicuas de la diplomacia sudamericana.

A nadie importó el triste pretérito, y menos la burla tartufesca de1909, para que en San Felipe y Santiago de Montevideo se dispusiera levantar un gran monumento al “personaje”. Ayer pasamos frente a los grupos alegóricos con el bajorrelieve del Barón. Volvimos a sentir el dolor del escarnio.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

lunes, 2 de febrero de 2009

Testigo de cargo


JUDÍOS

Israel tiene un poder superior o por lo menos igual al de China. Un poder que, obviamente, no es militar, por muchas bombas atómicas que almacene. Un ejército lento tardaría cuarenta y ocho horas en ocupar su territorio y si no lo han logrado las potencias árabes que lo rodean es por una aguda diferencia tecnológica asegurada por la ayuda y asesoramiento permanente de Estados Unidos.

No: Israel no es una gran potencia en el sentido convencional, que se puede dar el lujo de hacer lo que quiere, como China, porque nadie se atreve a invadirla. El secreto de su fuerza hay que buscarlo en otra parte, en el pueblo judío más que en Israel, que —uno más de los fracasos del siglo XX— no ha logrado reunir en su territorio más que a una fracción de los judíos.

Y, claro, si hablamos de los judíos, el primer enfoque realista debe pasar por la interpretación religiosa. Allí, en ese pueblo, hay algo que excede todas las medidas utilizadas para las demás naciones. Allí hay un secreto poderoso, explosivo y único, que está en la raíz de esta anomalía del siglo XX. Es una comunidad influyente en todas las naciones occidentales; hay un poderoso lobby judío en los Estados Unidos.

Por sus fortunas y su presencia intelectual constituyen un factor de poder que no se puede ignorar. Sí, de acuerdo, pero todo eso no basta para explicar que puedan darse el lujo de estar cometiendo un genocidio en las barbas del mundo. Del mismo mundo que sigue buscando nazis sesenta años después de la desaparición del nazismo, del mismo mundo que tiene un tribunal en La Haya que ha condenado a Milosevic y que ha fallado en contra del Muro de Cisjordania. Sólo que Milosevic marchó preso y el muro sigue creciendo.

Aquí hay algo que excede la descripción histórico-sociológica del asunto. Hay un misterio que está vinculado al papel de Judá en la Historia. Después de convencerse de que esa es la única respuesta realista al interrogante que Israel plantea… después, decimos, se puede describir lo que pasa y quedarse uno atónito. No solo por la evidente, burda anomalía —toda una flotilla de camiones Ford en un cuadro del Renacimiento— sino porque nadie la ve.

Se han escrito miles de libros sobre el siglo XX. No se encontrará en ninguno de ellos ni una página, ni un solo párrafo, ni una sola línea sobre este tema. No sólo es un misterio el hecho en sí. Más misterio todavía es su transparencia.

Tampoco nos convencen las especulaciones sobre un dominio secreto y clandestino de los Sabios de Sión. Reconozcamos que quienes creen en ello bien pueden decir “Pero todo sucede como si…” Sin embargo, la situación es más compleja que lo que podría deducirse de un dominio con explicación “conspiracionista”.

Pero alguna explicación tiene que haber, porque por hacer muchísimo menos que lo que relata Vargas Llosa, el apartheid sudafricano fue acosado hasta que tuvo que ceder. Por hacer una infinitesimal fracción de todo ello los militares argentinos son y serán perseguidos sin cuartel.

El genocidio israelí provoca de vez en cuando descripciones como las que publica “La Nación”, pero jamás comentarios o declaraciones solicitando, rogando, pidiendo buenamente que Israel deje de torturar y asesinar al pueblo al que comenzó por arrebatarle el territorio sin otro argumento que la fuerza. Y el primero en ese silencio es Vargas Llosa, que relata los hechos como si con su relato hubiera ya cumplido con su deber. ¿No es hombre de pensamiento? ¿No es un “formador de opinión” que tiene acceso a los grandes diarios del mundo? ¿Hace algo —él, que puede— para modificar la situación que describe?

Estas líneas sobre el problema judío no pretenden, claro, agotarlo sino simplemente comenzar a llamar la atención sobre un tema que exige que volvamos a tratarlo. Y volveremos.

Aníbal D'Ángelo Rodríguez

domingo, 1 de febrero de 2009

Domingueras prédicas


LA TEMPESTAD CALMADA

La Tempestad en el Lago apaciguada por Cristo. Es un milagro que se repite, porque la Tempestad que narra Mateo en el Capítulo XIV, 22-33 es otra toda diversa.

Cristo muestra a sus discípulos su poder sobre todo el Universo; en este caso, sobre el viento y el agua, que tanto tributo de muertos están cobrando en estos días. Con sus milagros, Cristo mostró su poder soberano sobre los elementos (como aquí), sobre las plantas (la higuera maldecida, San Marcos, XI, 12-26), sobre los animales (los peces —San Lucas, V, 1-11; San Juan, XXI, 4-8— y los cochinos de Gerasa —San Mateo, VIII, 28-32—), sobre las enfermedades (San Mateo, VIII, 2-4; 16-17; etc.), sobre la muerte (San Mateo, IX, 18-26; San Lucas, VII, 11-17; San Juan, XI, 1-44, etc.) y finalmente sobre los mismos demonios (San Mateo, IX, 32-32; San Lucas, XI, 14; etc.). Esta tempestad repentina la debe haber desatado el demonio, porque dice que Cristo “reprendió” o “increpó” a los vientos; contra algunos Santos Padres que imaginan que Cristo mismo la suscitó, para “probar a sus discípulos”. Dios no hace tales cosas. Dios no gobierna directamente los elementos: eso hacen los ángeles, incluso ángeles malos, “los príncipes de este mundo”. Dios calma tempestades o impide terremotos, pero inmediatamente no los hace: claro que al final todo se reduce a la Voluntad de Dios —o del hombre: pero hay voluntad factiva y voluntad permisiva.

Este doble milagro de las dos Tempestades calmadas por Cristo simbolizan las grandes tempestades futuras de la Iglesia. Todos los Santos Padres lo vieron y también posiblemente los Apóstoles: ellos eran la Iglesia entonces, la Iglesia constaba de doce hombres: sobre todo cuando oyeron a Cristo más tarde diciendo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí que Satanás ha obtenido licencia de zarandearte como trigo; mas Yo he pedido al Padre que tu fe no desfallezca, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (San Lucas, XXII, 31-32). La fe de Pedro no ha fallado nunca, ni en medio de las peores tempestades.

— ¿Y el Papa Liberio? ¿Y el Papa Honorio?

— No fallaron en la fe. Tampoco fallaron en la fe los Apóstoles aquí; fallaron más bien en la fortaleza, como esos dos Papas, puesto que Cristo los llama “miedosos” o “cobardes”. Pero después del milagro dicen: “¿Quién es éste a quien los vientos y la mar obedecen?”, que es una interrogación retórica, y lleva implícita la respuesta: “Solo Dios”.

El historiógrafo Godofredo Kurth ha escrito un libro: “La Iglesia en las Grandes Encrucijadas de la Historia”, donde relata siete de estas grandes tempestades, de las cuales la Iglesia ha salido. Al gordo Chesterton le preguntó un inglés: “¿Y qué hemos ganado con la Guerra del Catorce?” Y Chesterton respondió: “Hemos salido”. Como dijo un poetastro:

“No hay otra tal en todas las edades
Que a tanto golpe y tal furor se avece,
Con tanta fuerza pertinaz e interna;
Que contraste tan duras tempestades,
Y tan gallardamente se enderece,
Tranquila, intacta, inconmovible, eterna”.

Los poetas dicen lo que quieren: “intacta”, lo que se dice “intacta”, no sale la Iglesia de las persecuciones: en la persecución arriana perdió casi todo el clero, en la Revolución Francesa perdió TODO el clero, en la Revolución Española los comunistas asesinaron miles de sacerdotes. “Pero los residuos serán salvos”, dice Dios en la Escritura (Romanos, IX, 27; Isaías, X, 22); y sobre esos residuos Dios se pone a edificar con paciencia de hormiga.

No voy a recorrer las siete crisis de Kurth, voy a poner brevemente dos o tres ejemplos, los más pintorescos. Constancio II, arriano, que se había hecho dueño de todo el Imperio después del asesino de su hermano Constante, dijo poco antes de morir, a mediados del siglo IV: “Se acabaron los «niceanos» (es decir, los católicos); hemos triunfado los «cristianos» (es decir, los arrianos); si solamente pudiéramos agarrar y ahorcar a ese bandido Obispo de Alejandría…” Éste es el momento a que se refiere San Jerónimo en su célebre frase: “El mundo se despertó un día y gimió de verse arriano”. Muchísimos sacerdotes y fieles habían sido martirizados, los Obispos católicos arrojados al destierro y sustituidos por arrianos; el Emperador había reunido seis Concilios o conciliábulos que firmaban fórmulas arrianas de más en más sutiles y solapadas; y el último de ellos, el de Rímini (359) proclamó una fórmula que era un equívoco total; y consiguieron con malos tratos que la firmara el mismo Papa Liberio (podría interpretarse bien o mal), el cual también condenó a San Atanasio. También el Obispo Osio de Córdoba, España (el inventor de la “Salve Regina”), firmó esta fórmula de Rímini, pero se negó a condenar a San Atanasio, su amigo. Tenía 99 años. San Atanasio, el campeón del Concilio de Nicea, andaba como un bandido por el Asia Menor, con disfraces y nombres supuestos, escondiéndose y huyendo, desapareciendo de aquí y apareciendo allá, con cuatro o cinco condenas a muerte sobre su cabeza.

La persecución continuó bajo el Emperador Valente. Cuando murió en su cama, en 373, Atanasio de Alejandría, comenzaba el receso o la bajamar del arrianismo. El Emperador Teodosio (379) se declaró por los “niceanos”, o sea, por la Iglesia, que solamente diecinueve años antes Constancio había declarado perimida. Empezaron a convertirse los generales del ejército, bárbaros de nación, como Recaredo en España. El arrianismo se arrastró todavía cinco siglos, con diversos nombres (monofisitas, monotelitas, fotinianos, eusebianos, semiarrianos, homeyanos, pneumatómacos o macedonianos, etc., más de diez fórmulas) y fue extinguido solamente por la conquista mahometana en el siglo VII. Se pareció notablemente al protestantismo.

Saltemos al siglo de la Revolución Francesa. En 1758, Voltaire, que fue el genio malo de esa Revolución, escribió a un amigo: “Quisiera ver dónde estará dentro de veinte años la Infame” (“La Infame” era la Iglesia; así también la llamó Lenín). A los veinte años, 1778, todos pudieron ver dónde estaba él: estaba en la agonía de una de las más horrorosas muertes que se recuerdan en la memoria humana: murió como un condenado, si hemos de creer en el testimonio de su médico de cabecera, Tronchin, en el de su sobrina y en los de los periódicos de aquel año. Cuando murió, el ateísmo estaba tan tupido en Francia, incluso entre los “abates” o sacerdotes, que parecía que no había esperanza para la Iglesia; y Francia conducía a Europa. Pero la Iglesia sobrevivió a Voltaire.

El comunismo en España, hace menos de treinta años. A mediados de 1937, Manuel Azaña, presidente de la República Española, declaró ante las Cámaras: “España ha dejado de ser católica”. ¿Cómo lo habían conseguido? Asesinaron sacerdotes, Obispos, religiosos, guardias civiles, militares, profesores y gente del pueblo, varones, mujeres y niños, en un número que no se ha podido fijar: se sabe ciertamente que cuando Azaña pronunció esas palabras, habían sido asesinadas de un tiro en la nuca 50.000 personas solamente en Madrid y Barcelona: bastaba con ser suscriptor del diario católico “El Debate” o tener un escapulario o medallita para ser condenado a muerte por los tribunales populares. Monjas creo que no quedó ni una: y los asesinatos eran a veces tan horrorosos que llamarlos “salvajes” es hacer una injuria a los salvajes. “España ha dejado de ser católica”, porque hemos expulsado a los jesuitas para siempre, pues hemos puesto en la misma Constitución que no podrán entrar más en España; hemos disuelto las Órdenes Religiosas, hemos incendiado unas 400 iglesias (172 de las cuales están arrasadas definitivamente), además de Universidades, Bancos, Bibliotecas y casas particulares, solamente en la ciudad de Valencia, 70. Nos hemos apoderado de los bienes de la Iglesia y hemos eliminado de dos tiros a Calvo Sotelo (el jefe de la oposición). “No debe haber perdón, no debe haber indulto, no debe haber compasión”, decía Dolores Ibárruri, la Pasionaria. España ha dejado de ser católica; y en esos mismos días, un militar gallego que no era fascista sino republicano y había contribuido a traer la República, cruzaba en una lancha de motor el estrecho de Gibraltar y levantaba a los Tercios españoles de África. ¿Contra la República? No, contra el comunismo.

Dos años después España era lo que nunca había dejado de ser, católica. Éste es el acontecimiento más importante de toda la Historia contemporánea. “Salvete flores martyrum”: salud, flores sangrientas de la Iglesia,

Queda otra persecución peor por venir; ojo con la palabra de Cristo: no seáis cobardes ni hombres de poca fe. En el año 1937 pasaron varios meses en Madrid sin que hubiera una sola Misa; en tiempo del Anticristo no habrá una sola Misa en todo el mundo durante tres años y medio, dice San Agustín; y está profetizado en Daniel: “abolirá el sacrificio perenne” (XI, 31). Lo malo es que no sabemos cuándo va a ser eso; o mejor dicho, lo bueno es que no sepamos cuándo. El Anticristo puede haber nacido hoy, si es verdadera la creencia de los cristianos y los judíos que el mundo acabará en el año 2000 y el Anticristo vivirá 33 años, como Cristo. Pero no lo sabemos seguro: esa creencia no es un dogma. Lo que yo sé seguro es que la cama del Anticristo está hecha: puede nacer este año si quiere, o si su mami quiere. A mí me parece que si yo fuese Dios y mirase el mundo cómo anda, no lo dejaría seguir viviendo. Pero reprimo ese mal deseo, porque supongo que todos ustedes querrán seguir viviendo. ¡Y yo también!

R.P. Leonardo Castellani, S.J.
(Tomado de su libro “Domingueras Prédicas”)