sábado, 21 de noviembre de 2015

Declaración



FRENTE AL 22-N
  
 
UN DOLIENTE HARTAZGO
 
Algunos pocos y benévolos amigos me han pedido cierta orientación u opinión ante los próximos comicios.
 
Explico primero el porqué del doloroso hartazgo frente al tema, y luego intentaré expedirme para que no se me acuse de evasivo.
 
Nadie está obligado a leerme, ni he perdido el juicio como para tenerme por consultor obligado. Pero si no se me lee, nadie tiene tampoco derecho alguno a criticar lo que pienso. Sencillamente porque no conocen lo que pienso. O lo conocen del peor modo: fragmentariamente, y de mentas; cuando no cargados de elementales apriorismos. Hasta ahora, parecía ser ésta la funesta especialidad de las izquierdas. Pero resulta que el contagio ha llegado a la propia tropa. A la muy cercana.
 
Nadie está obligado a leerme, reitero. Pero tampoco pesa sobre mí el deber de volver a escribir los mismos libros cada vez que una circunstancia determinada pone sobre el tapete el tema central de esos libros ya escritos. Un traumatólogo no escribe sobre los riesgos de las fracturas expuestas cada vez que alguien se rompe un codo.
 
Llevo publicados dos volúmenes densos y pormenorizantes sobre la perversión democrática, y está en curso un tercero, del mismo tenor. El número de escritos referidos al punto –aunque en rigor, a cuestiones colaterales y anejas al mismo– podría casi multiplicarse, si contara, no sin razones, dos tomos previos, aparecidos en el año 2000, antologizando textos que publicara en “Cabildo” durante veinte años.
 
Por más modesto que quiera ser al respecto, no encuentro el modo de omitir que he procurado ser detallista, exhaustivo y meticuloso en mis argumentaciones contra el horribilísimo e insalvable sistema político que nos domina, así como sobre la nocividad moral en que incurre quien lo convalida o avala en vez de procurar su destrucción. Ergo, dable sería esperar la misma actitud analítica en quienes no comparten mi postura.
 
Lamentablemente no suele suceder así. Y cualquier opinante anónimo de un blog, verbigracia, se cree facultado para descalificar mi tesitura. O peor dicho: lo que suponen, sin leerme de modo íntegro, que es mi tesitura. Las presiones para que me rinda y siente cabeza de católico que “no dogmatiza lo prudencial”, ni tiene “conciencia escrupulosa”, ni “vea pecado donde no lo hay”, se multiplican en vísperas de cada elección, con argumentos cada vez más insólitos. Últimamente, el de acusarme de donatista, platónico, kantiano, rigorista, fariseo, provocador o desafectado de los hipotéticos beneficios que les traería a los militares presos el triunfo de esa porciúncula más del estiércol que responde a la sigla PRO.
 
Ninguno quiere dejar en paz a quien, simplemente, –¡vaya pretensión! – procura dar testimonio de coherencia en soledad. A quien no quiere ser útil al sistema, ni incurrir en el activismo partidocrático, ni vivir pendiente de los requerimientos de un modelo corrupto, ni pagar tributo a la corrección política, ni estar desatento al regreso de Jesucristo antes que atento a la huida de los kirchner, minusculando a sabiendas el nauseabundo gentilicio.
 
Una voluntad tácita de castigarlo y doblegarlo se pone en marcha ante el disidente. El rigorismo de los demócratas es cada vez más circundante y opresivo. No quemar incienso al sufragio universal está penado por la ley y queda el réprobo sometido a figurar en la lista estatal de infractores, oblando su multa. Sin embargo, no es éste el maldito rigorismo que dispara siquiera una línea de condena, sino el nuestro, por no querer sumarnos a la inmoralidad cuantofrénica.
 
Los ciudadanos de la democracia están divididos entre los integrados mansamente al llamamiento electoral, que deben tenerse por puros y limpios; y los impuros y sucios que, contrario sensu, desacatan el imperativo de hacer una genuflexión doble ante cada urna. Sin embargo, insistimos, no es a esta demasía a la que se la compara con la casuística de purezas e impurezas del judaísmo, sino a nuestra actitud de no querer contaminarnos éticamente haciendo la fila para rifar a la patria con cada boleta asquerosa.
 
En esa ofensiva contra el disidente, lo subrayamos, cualquier argumento es válido. Hasta el de compararnos con los circunceliones del siglo IV. Bandidos desaforados y heréticos, claro; éso seríamos. Como los brigantes franceses, los bandoleros de la Cristiada, los forajidos resistentes al castrismo, o más criolla la cosa: como el Chacho Peñaloza, conductor de los últimos “bárbaros”, al que con el mencionado mote de bandido insultó su verdugo antes de matarlo.
 
Imposible no recordar en dos trazos lo que me sucediera en una de las primeras defensas catedralicias, en Buenos Aires. Tras soportar en desigualdad de condiciones largas horas de blasfemias, sacrilegios y obscenidades, aproveché un segundo de silenciamiento de las hordas para vivar a Cristo Rey. Sólo ese grito, lo juro. Sucedió entonces que un señor de civil, muy atildado y correcto, a quien hasta entonces no había visto, se me acercó e –identificándose como comisario en operaciones en el susodicho vejamen– me dijo textualmente: “si usted vuelve a provocarlos, no me deja otra alternativa más que detenerlo”. El infeliz no había leído a San Agustín ni a Baronio. Nada sabía de Makide o Faser, los renombrados caudillejos de los circunceliones. Pero algo había aprendido del mundo y para el mundo: el provocador era yo. Tristísima cosa que así piense, no ya un ignoto y exculpable esbirro del Estado, sino un haz de católicos a quienes tengo por buenos[1].
 
Desahogo formulado, enunciemos lo esencial.
 
 
BREVÍSIMAS CONSIGNAS
 
I. Independientemente de la inacabable disputatio sobre el mal menor, el domingo 22 de noviembre no hay ningún mal menor que elegir. Es uno solo, enorme, abisal e inmenso el mal; y le daré los nombres que tiene a riesgo de seguir siendo incomprendido. Ese mal se llama Democracia, Revolución, Modernidad, Inmanentismo. Con cualquiera de estos apelativos, y mucho más con todos ellos juntos, puede sentirse denominado el Anticristo.
 
Macri, Scioli, Zannini o Michetti no son los nombres del mal. Apenas si apodos circunstanciales, efímeros, intercambiables y con caducidad a mediano plazo. Si no se entiende la naturaleza y la hondura del mal que enfrentamos, nos tranquilizaremos creyendo que ejercemos la vindicta sobre los marxistas porque votamos a los liberales. Para entenderlo, no lean Cabildo”, que es nazi. Pero Los endemoniados de Dostoievsky no puede dejar de leerse. Y allí, no sólo está retratado el carácter preternatural del mal que tenemos delante, sino el error que cometemos al desconocer la circularidad viciosa de sus progenitores y de su prole.
 
Mientras redactamos estas líneas, Macri ha dado a conocer la nómina de los centenares de “artistas, científicos e intelectuales” que le darán su voto. Ante la vista del horrísono listado es imposible mantener en pie la idea de que “aquí y ahora [Macri] es lo menos pésimo, porque nos libera aunque sea temporalmente del totalitarismo culturalmente marxista que soportamos”[2]. La contracultura marxista salta de contento con estos personajes, que conciben la política como un “resolver los problemas de la gente”; esto es, con ofrecerles bienestar y paraisos terrenales. ¿Hay algo más sutilmente próximo al materialismo marxista?
 
Asimismo, y ante la vista de los antecedentes pasados y de las conductas presentes de quienes integran la coyunda CAMBIEMOS, es inviable alimentar cualquier optimismo respecto de una reparación histórica sobre la situación de los soldados en cautiverio. Esto supuesto que el fin justificara los medios y que el bien privado esté por encima del bien común. Y que, entonces, para conseguirle a un amigo militar la prisión domiciliaria habría que darle nuestro voto a un hideputa anaranjado o amarillo.
 
 
II. Votar tiene varias acepciones en el lenguaje político, aún en el clásico. Y hay votaciones que poseen su licitud y hasta su conveniencia. Pero votar bajo las especies del sufragio universal, la soberanía del pueblo,el monopolio de la representatividad partidocrática y la tutela del constitucionalismo moderno, es “la mentira universal”. Sumarse a esa mentira es conculcar el Octavo Mandamiento.
 
Como en el caso de la unión co-generadora entre liberales y marxistas o del mal menor, lo que acabamos de decir sobre la calificación moral del sufragio universal, no es una ocurrencia solitaria nuestra (suponiendo que de serlo deberíamos estar forzosamente equivocados). Hemos documentado con minucia la existencia de una sólida y larguísima docencia cristiana y aún no cristiana condenatoria de la inmoralidad numerolátrica. En mis escritos sobre el tema, no he apelado a mi autoridad para sostener esta premisa, que tanto parece molestar, sino a la de una frondosísima catalogación de autores, católicos o no, pontífices o súbditos, contestes en el álgido punto.
 
Se me objeta llamar pecado al sufragio universal porque “la Iglesia no enseña tal cosa desde el siglo XIX hasta el presente” [3]. Además de no ser correcta esta aseveración, la perspectiva democrática, como se ve, la forma mentis cuantitativista, ha invadido aún las propias filas de bautizados fieles y lúcidos. Y hasta los buenos católicos, para saber qué es pecado y qué no, deberán acudir ahora al siglómetro. Como ese traje de baño que pasados dos veranos sin que nos quepa en el cuerpo, nos resignamos a considerar impropio para nuestras carnes, así también serían ahora los pecados para la vestimenta del espíritu. Tienen fecha de vencimiento. Pasada una determinada cantidad de años, si ya no se habla de ellos en la Iglesia, pues sencillamente no existen.
 
 
III. Conocer y admitir estos principios rectos y procurar darles una aplicabilidad en cada aquí y ahora, no es un error filosófico (platonismo) ni una herejía religiosa (donatismo). Es la olvidada y simplísima virtud de la coherencia. Lo que Jordán Bruno Genta llamaba teresianamente “preferir la verdad en soledad al error en compañía”. Que pueda caerse en excesos o en defectos en su práctica, es riesgo propio de toda virtud. Va de suyo que cada quién hará lo posible por conservar el justo medio moral.
 
Nadie dice que “el orden moral y político, si no es cristiano, está irremediablemente corrompido”. Gobiernos hubo en tiempos paganos que pueden merecer nuestro encomio. Y hasta lo mismo podría decirse de ciertos gobiernos paganos en tiempos cristianos. Pero el ordenamiento moral y político que tenemos por delante y bajo el cual se nos propone vivir, es explícitamente anti-cristiano, y aún anti-natural y anti-humano. De allí que esté irremediable e inherentemente corrompido. Y de allí que propongamos enfáticamente la niguna cooperación con el mismo y hasta nuestro módico intento de combatirlo.
 
Lo que la política tiene de arte prudencial, y lo que la prudencia tiene de principios e instancias aplicados a casos y circunstancias concretos, no es algo desvinculado de la “batalla de ideas”. Sencillamente porque la operación sigue al ser. La teoría no se confunde con la praxis. Pero ninguna praxis deja de presuponer una teoría, y hasta el praxeólogo puro –precisamente por eso– es deudor de una concepción previa que luego ejecuta.
 
Las fuentes de la moral con las que medimos la pecaminosidad o culpabilidad del régimen al que nos quieren obligar a acatar, siguen siendo las mismas que enseña el Catecismo: objeto, fin y circunstancias. Y no hay principio del doble efecto o de voluntario indirecto que pueda servir para mitigar el desbarajuste ético de los colaboracionistas del sistema. No es que tengamos por malo aquello que nos repugna. Nos repugna lo que está objetivamente mal. Es un error el mero circunstancialismo vitalista de Ortega, pero error es también negarle valor moral a las circunstancias en las que elegimos libremente actuar; o desconocer que existe una virtud que rige el obrar en cada circunstancia, que se llama circunspección y que es parte de la prudencia. Es un error y un calvario la conciencia escrupulosa. Pero también lo es el laxismo moral y la pérdida de la conciencia del pecado.
 
 
IV. No somos el partido de los votos anulados, ausentes o en blanco. Nos tiene sin cuidado ser partícipes de un cambio en los cómputos finales del escrutinio. Ni siquiera somos el partido de los abstencionistas. Porque creemos que hay un quehacer político del católico, sobre el cual ya nos hemos expedido en muchas ocasiones, durante largos años. Un quehacer posible, perentorio y necesario, que nos convierte en presentistas no en ausentistas de la vida política.
 
La deslegitimación del sistema no depende del número de electores que acudan a los comicios. Es más del mismo criterio cuántico. El sistema es intrínsecamente perverso y por lo tanto incurablemente ilegítimo. Las mentiras de la voluntad popular y de la soberanía del pueblo, no se contrarrestan con el abstencionismo, sino con una prédica infatigable de los sofismas en que se sustentan y con la demostración de que una alternativa práctica nos resulta y nos resultaría posible, si fuéramos capaces de desentendernos de las categorías y de los criterios con que la Modernidad concibe a la acción política.
 
Un amigo carlista y reaccionario y empecinadamente ultramontano, nos regaló esta cita de Dominique Paladilhe, contenida en su libro: La grande aventure des Croisés. Se trata de una declaración de Saladino –nada menos– que dice lo siguiente: “¡Ved a los cristianos, ved cómo vienen en multitud, como se apresuran por el deseo, cómo se sostienen mutuamente, cómo se cotizan juntos, cómo se resignan a grandes privaciones”! Lo hacen con la idea de que por ello sirven a su religión; he aquí porqué consagran a esta guerra su vida y su riqueza. En todo esto no tienen más causa que la de Aquél que adoran, la gloria de Aquél en el que tienen fe”.
 
Buena reflexión para tiempos electorales que coinciden, además, con una nueva embestida del Islam, en la que ya no hay Saladinos ni mucho menos un Cid ni un Juan de Austria. Buena reflexión ante esta nueva y trágica encrucijada de la Iglesia y de la Patria. Quede dicho: no quisimos ni queremos tener otra causa que la gloria y la adoración de Aquél. Y en esta causa, se nos van los años, las privaciones, la vida y la guerra.
 
Antonio Caponnetto

Pta: Por si alguien dispusiera de tiempo y ganas sugiero la lectura del Epílogo de mi libro La perversión democrática,donde me demoro en el quehacer político del católico, tomando distancias de posturas abstencionistas y colaboracionistas. Sólo aclaro que el escrito es del año 2010.
 
 
[1] Para quienes no estén en el tema –ni tengan porqué estarlo– aclaro que estoy aludiendo a una seguidilla de interesantes notas del blog Info Caótica (“El mal menor no es un pecado menor”, “El donatismo político”, “Balotaje”, “Algo sobre el platonismo político”). Aclaro igualmente que, al margen de esta dolorosa disidencia, en no pocos y sustanciales planteos me siento afín al pensamiento expresado desde este valioso sitio digital. Y que fue desde el mismo, entre otros, que se dio a conocer la solidaridad de un puñado de amigos hacia mi persona, ante el ridículo y canallesco entredicho planteado por Monseñor Taussig. Por lo que guardo un agradecimiento particular.

[2] Declaración del Instituto de Filosofía Práctica, La vindicta como parte potencial de la justicia y las elecciones presidenciales, Buenos Aires, 4-11-2015.

[3] Primer comentario de la Redacción del blog Infocaótica al artículo “Algo sobre el platonismo político”, 29-9-2015.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Toda la razón Profesor. Con sus declaraciones de hoy para quedar bien con los "derechohumanistas" zurdos, Macri lo confirma.
Gracias por sus líneas

Anónimo dijo...

Aquelarre democrático para elegir entre el Guasón y el Capitán Garfio. Asco dan los dos y votar en blanco no es opción para un argentino de bien, sino NO VOTAR
P.lALANDA

Anónimo dijo...

No ir a votar es tener otros problemas, pagar multa aunque es poco dinero, impedimento de realizar trámites en la administración pública por dos años; es mejor ir y anular el voto como hice yo.

Anónimo dijo...

la democracia, el sistema político más caro, una cantidad de gente bien pagada, por cierto saliendo del sacrificio de los que trabajamos de sol a sol. Además de los favores, 80% deshonestos, coimas, negociados, etc,
P. Iglesias