viernes, 29 de junio de 2012

A propósito de un fallo judicial

LA RENOVADA AGRESIÓN
DEL LAICISMO
  
Ante la reciente noticia de que “la Sala III de la Cámara Civil y Comercial de Salta, a cargo del magistrado Marcelo Domínguez, ordenó al Gobierno provincial la adopción de medidas para hacer cesar la enseñanza obligatoria de religión católica en las escuelas públicas primarias” (cfr. el “Diario Judicial”, 2 de marzo de 2012, http:// www.diariojudicial.com/fuerocivilcomercial/No-religion-20120302-0002. html), y rodeado de opiniones diversas y dispares ante la medida, sería oportuno volver sobre algunos principios subyacentes al respecto.
 
Destacar el odio sistemático a la Santa Iglesia y el ataque a la verdadera tradición hispanocatólica de nuestra patria, no sería más que subrayar algo obvio.  Acusar al liberalismo sería refrescar algo advertido y pronosticado desde siempre por nuestros maestros.
 
En el sentido precedente, la decisión del gobierno salteño carece de toda originalidad y representa sólo un capítulo más de una agonía —moral, principalmente— que parece no terminar nunca.  Pero además, laten desde el fondo de esta decisión algunos falsos principios, sobre los cuales queremos reflexionar esquemáticamente.
 
1) La neutralidad religiosa no existe.  El abstencionismo ante las preguntas fundamentales de la vida no es posible.  El llamado laicismo —como una simulada neutralidad frente a la religión— no es dejar en suspenso la vida de la fe, es ir en contra de ella.
 
Si la Justicia ordenó a la gobernación de Salta cesar las clases de religión católica que se imparten en colegios primarios públicos, ya que se trata de “actividades lesivas a la libertad de culto y el respeto a las minorías”, según dice el fallo; y si ahora el gobierno provincial deberá “adoptar las medidas necesarias para que cesen las prácticas religiosas en establecimientos públicos”, nos preguntamos: ¿Cómo será entonces la experiencia cotidiana de la vida escolar?  ¿Qué decirle a un niño ante la certeza inexcusable de la muerte, cómo llenar el alma inocente que se pregunta por el misterio del dolor, de la enfermedad o del final terreno que se asoma indefectible al abismo de la eternidad?  ¿Hay que hacer silencio hasta el próximo decreto del Ejecutivo, esperar el siguiente fallo judicial, o aguardar expectante que suene oportuna la campana indicando el recreo?
 
Ante la inocente admiración infantil frente al paisaje salteño, y la pregunta propiamente humana de su causalidad, ¿hay que negar a Dios Creador?  ¿Aludimos entonces a un cosmos anónimo y azaroso que ha generado semejante maravilla?  ¿Hablamos del templo ecologista del dios sol y la diosa tierra?  ¿O tal vez debamos referirlo al mérito de la última gestión de gobierno?
 
Simplemente, una Causa se reemplaza por otras causas, pero alguna razón debe darse.  ¿Hay que negar el sentido redentor de la Cruz y la esperanza de la Resurrección, y a cambio acudir al proceso de descomposición de los cuerpos y, claro, al interminable circuito reencarnacionista —para acatar dócilmente la moda reinante—, para aliviar solícitos el ansia de felicidad de todo hombre?  ¿No es esto una pseudo explicación de alcance religioso para el principio y fin de la vida humana?
 
No hay que ser perito en sociología para notar que el vacío de la fe lo ha llenado indefectiblemente la superstición, en sus más variados y extravagantes matices, porque —como decía el querido Padre Castellani— el hombre es un animal que busca a qué atarse.  La contradicción, la falta de sustento intrínseco del relativismo, en fin, la ridiculez, todo está metido aquí en el plano más grave que es el religioso.
 
¿Cómo sería el planteo que el mundo propone y que se supone que debemos acatar?  ¿Hay que dejar de recitar el Avemaría, descolgar el Crucifijo y abandonar el rezo del Rosario, pero hay que parar el país por el carnaval?  ¿Es obligatorio hablar de los jóvenes soñadores y revolucionarios de la década del ´70 que tanto lucharon por un paraíso en la tierra, de la segunda guerra mundial según las categorías ideológicas de los vencedores, y venerar al masón Sarmiento con sometimiento reverencial y dogmático?  ¿Hay que prohibir a un niño que dé gracias a la Providencia por el pan de cada día y que vaya creyendo que absolutamente todo es por mérito y fatiga de él o de sus padres?  Insistamos pues: frente a la verdad no es posible el escepticismo.  Así como ni el relativismo en todo ni el escepticismo absoluto existen, tampoco es cierto el pacifismo falaz que elimina cualquier tipo de confrontación o que huye pavoroso de todo atisbo de incompatibilidad.
 
¿Quieren neutralizar la fe católica, quieren expulsar a Dios de las escuelas, quieren negar el reinado de Cristo?  Que lo hagan, porque son sus enemigos, pero no podemos acoger ingenuos el tono paródicamente diplomático con que algunos lo plantean, porque es un contexto de agonía y de contienda el único que cabe ante el dilema de dos amores que se excluyen mutuamente.  Basta de sofismas, de argucias y de dejarnos engañar con una batalla por la espalda en la que parecen ser especialistas. La confrontación es inevitable.
 
2) El juez Marcelo Domínguez dispuso prohibir que el rezo y otras prácticas del catolicismo fueran obligatorias para todos los niños, fundamentando la decisión en la necesidad de garantizar la imparcialidad y la libertad de conciencia.
 
Sepámoslo, católicos y no católicos: el no rezo también es una actitud activa, es una toma de posición frente a Dios y al misterio.  Es una clara actitud confrontativa, ofensiva, impugnadora de la verdadera Fe.  ¿Qué le dice al hombre moderno el dictamen divino: “el que no está Conmigo está contra Mí” (San Lucas, 11, 23)?  ¿Cuál es el punto intermedio que han hallado, o la laxitud en la sentencia para proponer una tercera opción?  El laicismo es odio a Dios, al Dios verdadero, es rechazo de la verdad y deserción de la eternidad.
 
Algunos parecen desconocer que hay una contradicción, una incompatibilidad absoluta entre el relativismo y el mensaje evangélico, que nos pide ser sal de la tierra.  El apostolado no es un taller de inquietudes ni está en juego la afiliación a un club de beneficencia.  No es un voto telefónico lo que pide la Buena Nueva, sino el alma y la vida entera.
 
3) El ministro de educación Roberto Dib Ashur consideró que la asignatura [Religión Católica] “debe ser más abarcativa” y que se está estudiando la forma de concretarlo.  El tema es que si es más abarcativa deja de ser católica, paradójicamente, porque la Iglesia es abierta y tolerante con la gente pero no con las ideas mendaces.  Por otra parte, se ha querido equiparar tal medida a la lógica de un prospecto farmacológico, como si fuera imposible desestimar las contraindicaciones —como es enseñar la religión católica, claro— pero enfatizando los principales efectos terapéuticos y demás beneficios de la dosis.
 
La enseñanza de la religión en las escuelas públicas —dijeron algunos— constituye un derecho de los padres y de los niños y niñas y un deber de los establecimientos en función del desarrollo integral de los alumnos.  Las convicciones religiosas son un factor positivo en la vida personal y social.
 
Peligroso beneplácito, a nuestro entender.  Como si debo decir siempre la verdad porque las rabietas no expresadas son patógenas para el hígado o  si debo vivir alegre porque la expansión vital de un alma gozosa mejora el funcionamiento arterial y la calidad de vida.  El deber de justicia por el cual debo ser veraz siempre y la herencia eterna de los hijos de Dios que me hace vivir anticipadamente la alegría del Cielo, ¿qué lugar ocupa en este extraño escalafón de prioridades y exigencias?
 
Doblemente peligrosa en realidad tal afirmación, porque las convicciones religiosas son muy buenas para la vida, sólo si son verdaderas.  Triple falacia en rigor, porque se ha invertido el razonamiento.  No es que Dios viene bien para cubrir un costado que han descubierto eminentes filósofos o el  mismo ministro de educación, sino que ese anhelo de salvación responde a su fin último para lo cual está hecho desde el principio, que es Dios Creador.
 
Mayor ambigüedad aún: la educación religiosa escolar no puede pretender llevar a la persona a adoptar una determinada religión, sino que debe reducirse a presentar al alumno los elementos indispensables para que éste pueda tener una ilustración completa acerca del hecho religioso y a plantearse personalmente su realidad en este campo. Es un planteo confuso, porque la transmisión de la fe  no es  una ronda de opiniones.  Por lo demás, desde luego que el corazón humano es el último receptáculo que acepta libremente la fe.
 
Como católicos hemos de saber que no es lo primero sostener  el libre ejercicio del culto.  No, el primer deber es proclamar el reinado de Cristo. Es anunciar a todo el mundo el mensaje del Evangelio.  Es la vocación misionera y testimonial de la Iglesia, que tiene a las piedras aguardando expectantes por si Ella no hablara.  Se dijo que la Iglesia no hace proselitismo.  Desde luego, pero hace apostolado, a riesgo de condenarse si no lo hiciera.
 
4) Finalmente,  por si esta falacia del escepticismo dogmático no fuera suficiente, debemos soportar la manipulación política en manos del sistema, que utiliza sus garfios sólo para mantenerse maquiavélicamente en el poder, a costa de cualquier inmoralidad.
 
Cómo contrasta el totalitarismo del Estado para imponer sus ideas con las limitaciones a la manifestación pública de la Fe.  Cuando les conviene acuden frenéticos al mágico consenso de la mayoría inapelable; cuando no, al respeto por las minorías.  Para este tema  la mayoría no es decisiva.  Para otras elecciones, sí.  Por suerte nunca creímos en el sufragio universal ni en la soberanía popular.
 
Marcelo Domínguez consideró que en el caso estaba en juego “la dignidad del ser” y sostuvo que “el Estado —sea nacional o provincial— no puede sugerir, orientar o fomentar un credo, máxime en un sector vulnerable como el de los niños”.  No puede fomentar un credo —burda falacia, como dijimos— pero sí puede sugerir e imponer criterios explícitos para la conducta moral, puede cambiar la historia y falsificarla, puede atropellar la autoridad paterna y arrasar con los vestigios de pudor y sana costumbre que por gracia divina aún quedan en nuestra Patria.
 
No obstante, mal hacemos si creemos que la catolicidad en las escuelas se reduce a enseñar una materia, por más valiosa y prioritaria que fuese, como la cultura religiosa.  Para que una comunidad educativa —que eso es un colegio— sea católica no alcanza con que su nombre aluda a un santo, por recomendable que esto sea.  Una escuela es católica si el docente está dispuesto a testimoniar la verdad y morir por ella, si en la cátedra de la Cruz remata todo servicio a la verdad, si existe una verdadera arquitectura del saber reflejada en el orden y la primacía de las materias, si hay un sano desprecio por la burocracia inútil y un rescate de la pedagogía de los arquetipos, si tanto directivos, docentes y alumnos quieren en serio ser santos, si no hay complicidad sino desprecio frontal al mundo como enemigo del alma.
 
Jordán Abud
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nuestra Patria Pederasta trabaja no para si sino para el Estado de Israel (supuestamente existiera esta entelequia así denominada por sus dueños).Me imagino ya mismo a un par de rabinos impidiendo la enseñanza de la Toroa en aquellas tierras palestinas. Tan probable sería como que Maradona se dedicara al basket.
CD