martes, 29 de marzo de 2011

Diálogos (IM)pertinentes

LAS SOCIEDADES ACTUALES
             
                 
El Discípulo: Maestro, leo en “Apostar por la muerte”, el libro de Vittorio Messori que Usted me recomendó…
          
El Maestro: Advirtiéndote que es más bien un libro para viejos. Como lo es el también recomendable “32 de Diciembre” de José María Cabodevilla. Ambos editados por la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos), meritoria empresa.
             
El Discípulo: Lo abordé recordando su advertencia y en efecto veo que tengo que hacer un esfuerzo para interesarme en el tema del libro…
              
El Maestro: Que es la muerte y las postrimerías. Mientras que los viejos no necesitamos hacer ese esfuerzo. Para nosotros la muerte está siempre presente en el pensamiento, como una novia en la juventud.

El Discípulo: Bueno, leyendo el libro de Messori me tropiezo con este párrafo, que le leo: “La realidad es la de sociedades que se distinguen por la prepotencia de ideologías no cristianas. Quien se asoma a la vida, quien no tiene ninguna experiencia y está, por tanto, desarmado por completo, bien difícilmente (desde el punto de vista humano, se entiende) puede hacer frente a esa violencia; porque, además, frecuentemente ésta se esconde tras apariencias deslumbrantes y apetecibles. Sólo después de haber desenvuelto los muchos papeles dorados que envuelven el paquete, se puede descubrir la serpiente que contiene”. Y luego, unas líneas más adelante: “Ahora, para la mayoría, la frágil plantita de la fe, aun cuando prenda, es sofocada a menudo por el incesante bombardeo de señales y de llamadas contrarias”. Me pareció una excelente descripción del mundo que tenemos que afrontar los jóvenes…

El Maestro: A quienes está obviamente dirigida la advertencia: “Quien se asoma a la vida, quien no tiene ninguna experiencia…” Observá que la primera frase se refiere al que es simplemente joven. Una cuestión de cronología. Pero en la segunda, “quien no tiene ninguna experiencia”, ya está hablando de otra cosa. De los jóvenes de hoy que, por haber roto con la tradición, son páginas en blanco, sin ningún principio ni fundamento. En cambio, el muchacho que ha crecido en un buen hogar cristiano sí tiene experiencia. La de sus mayores, que él ha recibido por tradición.

El Discípulo: Maestro, no había llegado a notar esa distinción, que establece una diferencia en las reacciones y los resultados de esa “prepotencia” de la que habla Messori.

El Maestro: Por cierto, pero por lo pronto conviene hacer notar que todos, jóvenes sin formación, jóvenes de buenos hogares cristianos y hombres maduros, todos sin excepción estamos sometidos al bombardeo de señales anticristianas.

El Discípulo: Hasta tal punto que uno se pregunta si todo eso no procede de un plan, de un designio…

El Maestro: Sí, los famosos “Protocolos de los Sabios de Sión” que describirían un ataque concertado contra la sociedad cristiana…

El Discípulo: Maestro, lo dice Usted con un tono que denota poco entusiasmo por esa explicación.

El Maestro: En efecto, más allá de la polémica sobre su autenticidad, me cuesta creer que los autores de un plan que denotaría una  extremada inteligencia cometieran el ingenuo error de ponerlo por escrito.  De todas maneras, “se non è vero, e ben trovato”, es decir que las cosas, sin duda, suceden “como si” hubiera una conspiración.  Pero yo creo más bien en la teología, la filosofía y la sociología…

El Discípulo: No entiendo, Maestro.

El Maestro: Claro, creo en análisis basados en una buena teología, una buena filosofía y una buena sociología, que muestran las fuerzas presentes en el mundo de hoy, fuerzas que actúan sin necesidad de conspiraciones.

El Discípulo: Me asombra la inclusión, entre las claves de comprensión, de la sociología.

El Maestro: Sí, no es común entre nosotros, los católicos tradicionales, utilizar la sociología. O por lo menos confesarlo, pues hay más de uno que hace sociología sin decirlo. Mira, la sociología es una forma de pensamiento de valor menor que la filosofía. Se propone sólo mostrar cómo funcionan las cosas y no tanto lo que estas son. Pero eso no quiere decir que sea mala per se. Puede utilizarse con mucho provecho, especialmente porque es el modo de pensar moderno, que permite dar la impresión de que se escapa a la cuestión de la verdad. Como en las ciencias duras, los resultados se obtienen por descripción más que por análisis.

El Discípulo: Pero, Maestro, eso ¿no abre la puerta al macaneo superficial?

El Maestro: Por cierto.  Y por eso tanta sociología cabe en su definición como “sistematización de lo obvio”. Pero eso no condena toda sociología sino que muestra los límites hasta donde puede llegar e impone un gran cuidado al usarla. Pero —insisto— es un lenguaje con el que se puede llegar a los incrédulos de estos siglos.
                    
                  
EL EXILIO INTERIOR                    
                                
El Discípulo: Bien, volvamos al principio, Maestro. A la situación de los cristianos —especialmente los jóvenes— en el mundo actual.

El Maestro: En efecto, el párrafo de Messori es una buena introducción a ese tema.  Vivimos en una sociedad que nos bombardea diariamente con miles de mensajes dirigidos directamente a destruir nuestra fe. En algunos casos, de manera explícita, es decir denigrando la doctrina y su encarnación en la Iglesia. En otros pintando como si fueran cosas  maravillosas  la falta de ley, de respeto y de fundamentos del mundo actual. Como dice Messori, para captar lo que todo eso significa hay que desenvolver los papeles dorados que envuelven el paquete.

El Discípulo: Bien, Maestro, pero por un poco de egoísmo me interesa por sobre todo de lo que pasa con la gente joven que sale de la protección de su hogar (y a veces, de una buena escuela) y se enfrenta con el mundo moderno tal como es, recibiendo esos mensajes destructivos de la Universidad que frecuenta (aunque a veces lleve el nombre de “católica”), de los medios de difusión y —lo peor— de sus mismos contemporáneos, los compañeros de la facultad y el trabajo.
                                    
El Maestro: Coincidendo contigo, esos jóvenes con una buena formación son, además, los que recibirán nuestras palabras, pues son los que leen “Cabildo”.

El Discípulo: ¡Exacto!  ¿Podremos decirles algo que les resulte útil?

El Maestro: Trataremos de hacerlo. Lo primero será nuestra solidaridad, nuestra comprensión de su tragedia…

El Discípulo: ¿“Tragedia”?

El Maestro: ¿Te parece exagerado? A mí me parece que falta una palabra adecuada para calificar la situación de alguien que se ve obligado a vivir en exilio interior, a vivir de una manera que significa rechazar el  noventa por ciento de los mensajes que recibe de su sociedad. Esta es una situación que no conoce antecedentes. Seguramente en todas las épocas ha habido personas que se sentían incómodas en su sociedad, pero se trataba de casos individuales, de tragedias —quizás—, pero de tragedias personales. Nunca ha habido tanta gente que para sobrevivir haya tenido que abroquelarse en una celda virtual de monje.

El Discípulo: ¿“Para sobrevivir”? Pero por ahora no matan a nadie por no comulgar con los dogmas de la religión moderna.

El Maestro: No, pero la fuerza de la presión que el mundo moderno ejerce sobre cada persona no puede compararse con ninguna otra. Esa fuerza está dada por instrumentos de persuasión infinitamente más poderosos que los que antes existían. Nunca ninguna religión consiguió que sus fieles dedicaran cuatro horas diarias a escuchar sus mensajes. Pero esa es la cantidad de horas que millones de personas pasan diariamente frente al televisor.

El Discípulo: Bueno, pero no todas esas horas son de adoctrinamiento. También hay publicidad, entretenimiento, otras cosas…

El Maestro: Error, querido discípulo. La televisión (y los medios masivos en general) usa estos cuatro métodos: información (un noticiero), incitación (publicidad), opinión (una “mesa redonda”) y diversión (Tinelli). En los cuatro, todo es mensaje, todo tiende a conformar al espectador a imagen y semejanza del medio. No es que “el mensaje es el medio”. La realidad es que el espectador termina siendo lo que es el mensaje del medio. Veamos cada una de las formas del mensaje. La información es selectiva, insiste y destaca todo lo que afirma la mentalidad moderna. En cuanto a la incitación, es incitación al consumo, es decir a colocar en el centro de la vida el tener como fuente de realización y felicidad.

El Discípulo: Pero en las mesas redondas se oye de todo.

El Maestro: Esas mesas no son “redondas” por casualidad. No tienen cabecera. Todas son presentadas como opiniones equivalentes y el propósito no es llegar a establecer una verdad, sino que cada cual pueda opinar. Un cura, un rabino,  una prostituta y un afinador de pianos. Todos los cuales hablan como si supieran del tema que se debate. No te dejes engañar porque de vez en cuando se pueda oír una voz sensata. Son “accidentes” en el sistema, cuya función esencial es hacer que todo sea cuestión opinable.

El Discípulo: No lo había advertido.

El Maestro: Todos los que hacen esos programas coinciden con ese propósito esencial. Lo malo es que hay gente amiga que se presta al juego y sale siempre lamentándose. En cinco minutos no se puede decir nada importante sobre ningún tema. Y menos cuando tu “opinión” va a quedar enredada entre mil hileras de palabras tendientes a confundir.

El Discípulo: Queda lo que Usted llama “diversión”.
                   
 El Maestro: Que es la frutilla de este postre. Tiene mil formas, pero responde a no más de media decena de estereotipos: el primero es el de la pornografía, por eso lo elegimos a Tinelli para ejemplificarlo. Pero la pornografía, como es fácil darse cuenta, no es sólo —ni siquiera principalmente— “diversión”. Lleva un mensaje profundísimo e importantísimo. Es la banalización del sexo, su conversión en una actividad lúdica.

El Discípulo: Darle mucha más importancia de la que tiene.

El Maestro: ¡No! Darle mucha menos importancia de la que tiene. Esta “diversión” le da al sexo mucho más tiempo del que le corresponde en el panorama de una vida en verdad humana. Pero le quita toda su importancia, lo convierte en un objeto de consumo como un auto último modelo o un jabón de tocador. Para qué decir lo que hace con la mujer. Es la única partecita en que es razonable el discurso de las feministas. No hay cultura más denigratoria e injuriosa para la mujer que la del capitalismo tardío. No hacen falta muchas pruebas: basta mirar un día de televisión o contemplar con atención un quiosco de revistas. Decir que la mujer ha sido convertida en un objeto de consumo ya es muy poco decir. Hay que agregar que los objetos de consumo tienen un triste destino inexorable: se gastan, envejecen a velocidad supersónica. La mujer ha corrido el destino del sexo: se ha banalizado, ha permitido comprobar que su anatomía es monótona y ha producido una fatiga impensada. Todas las estadísticas muestran esa actitud de saturación y de cansancio. El sexo, la mujer, están en todos lados, pero mucho menos que antes en la atención del hombre, que sufre una verdadera sobredosis de sexo.

El Discípulo: ¿Y el resto de la diversión?

El Maestro: Participa de los caracteres de la pornografía. Alguna vez he citado un libro de Neill Postman, cuyo título es ya todo un hallazgo: “Amusing ourselves into death”, divirtiéndonos hasta la muerte. En él, Postman muestra a la “diversión” como el elemento de formación de las almas modernas que es. De deformación, habría que decir. Un niño que ha sido sometido desde la más temprana infancia a un régimen de cuatro horas de televisión tiene, en el mejor de los casos, zonas muertas en su espíritu. Ya sólo percibe sensaciones. La Verdad ya no significa nada para él. Aquí viene al caso citar lo de Solyenitsin, el formidable escritor que ha muerto hace un tiempo: “el derecho que tiene el hombre a no saber, el derecho a que no llenen su alma creada por Dios con chismes, habladurías y futilidades”.  Cuando en una sociedad el tema del día es la Tota Santillán y Wanda Nara, hay algo que anda profundamente mal.

El Discípulo: Maestro, lo que no entiendo es cómo, un discurso tan poco importante, tan banal, atrae tanto la atención de los pueblos.

El Maestro: Bien observado, porque —en efecto— nos encontramos frente a una paradoja: la fidelidad del hombre moderno a una religión que ha dejado de darle respuestas. La explicación es sencilla y comprende dos niveles. Por un lado “es lo que hay”, es un conjunto de imbecilidades y necedades sin parangón, pero difundido por medio de una poderosa y eficaz maquinaria. Pero esto no basta: “es lo que hay” quiere decir también que no hay otro mensaje mejor al alcance de la mano.

El Discípulo: Pero ¿y la Iglesia y su mensaje?

El Maestro: Messori, en el libro que comentamos, tiene una comparación de incalculable valor. Dice que el hombre actual es como el hijo pródigo que harto de comer comida de cerdos —la televisión— se vuelve (se debería volver) al Padre y a su mesa cargada de comida exquisita y de bebida que quita la sed para siempre.

El Discípulo: Si, leí la metáfora de Messori y me gustó mucho.

El Maestro: Sí, querido amigo, pero suponte que el hijo pródigo vuelve a casa de su padre y descubre que el que fue su hogar ha cambiado y que en la mesa se sirven, como si fuera comida de príncipes, las mismas bellotas que él arrebataba a los cerdos. Ésta es la trágica situación de nuestro tiempo, querido discípulo. No solamente que la modernidad agotó su discurso, sino que su agotado discurso ha ganado la mente de la clase dirigente clerical.
          
                     
SOCIEDADES ENFERMAS DE SU CULTURA                    
                                          
El Discípulo: ¿Tan negro y cerrado es el panorama?
           
El Maestro: Por cierto que no.  En la Iglesia hay todavía fuerzas de resistencia, hay Obispos valientes, hay pensadores atractivos (como el mismo Messori) y sobre todo hay miles de personas que no se rendirán jamás, que no nos rendiremos jamás. Creo que en ellas pensaba Unamuno cuando propuso “buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas que lo ocupan y esperar allí dando voces de suprema desesperación, derritiendo el corazón en lágrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada”.

El Discípulo: ¿Dónde escribió tal cosa Unamuno?

El Maestro: En el prólogo a su libro “Vida de Don Quijote y Sancho”. No es párrafo para entregar a teólogos. Es, como todo Unamuno, para tratar de sentir con él su profunda intuición y su auténtico deseo de creer. Lo más importante es la última frase. No tiene Dios que salvarnos del progresismo, que está muerto. De lo que tiene que salvarnos es de la nada. No hay que intentar el rescate de los jóvenes de la ideología moderna, no es de allí de donde hay que sacarlos. Todo eso terminó allí donde Nietzsche dijo que terminaría: en el nihilismo.

El Discípulo: De modo que el peligro no está en la noción moderna del Progreso, ni en la versión cientificista de la Ciencia…

El Maestro: Para nada. En el progreso necesario e indefinido (de eso  trataba el progresismo hasta el siglo XX) , nadie cree hoy. En la versión cientificista de la ciencia, es decir en pedirle que explique todo lo que al hombre le interesa entender, sólo cree el papanatas de Mario Bunge (al que “La Nación” diario le había creado una sección especial para él solito).

El Discípulo: Y al que nuestro amigo, el Ñato S., le ha dedicado una muy buena carta de lectores en “La Nación”. Pero mi pregunta ahora es ésta, Maestro: ¿Toda la cultura actual es detestable? ¿No hay nada rescatable?

El Maestro: Hay una vieja historia referida a la ley de probabilidades: Si ponemos cien mil monos que sepan golpear las teclas de una máquina de escribir (hoy, de una computadora) y les damos tiempo suficiente —digamos, cien millones de años— terminarán por escribir el Quijote que, al fin, no es otra cosa que las letras del alfabeto colocadas en determinadas secuencias, con ciertos blancos (no se olviden que la máquina de escribir —y las computadoras— tienen barra espaciadora). Argumento irrefutable. Lo mismo, sería imposible pensar que en todo lo que se escribe y exhibe hoy no haya algo rescatable. De hecho, entre católicos nos pasamos el dato cuando tropezamos con algo digno de verse o de leerse. Además, la lectura (y también el cine) se conserva, es decir que se pueden leer libros viejos y ver películas antiguas. Ver el cine norteamericano de antes de 1960 es una experiencia notable: se encuentra uno —a pesar de los  pesares— con un universo moral diferente y opuesto al actual. Sobreviven el pudor, la familia, la entereza de carácter, aunque sea en un registro menor.

El Discípulo: Mientras que hoy…

El Maestro: Te invito a hojear cualquier diario en cualquier día del año. Verás que lo que se presenta oscila entre la desvergüenza, el mal gusto y la pura y simple canallada.

El Discípulo: Casualmente, Maestro, aquí tengo unos recortes del diario “La Nación” que pensaba ofrecerle para su análisis.

El Maestro: Bien, les echaremos un vistazo.
            
               
UNA VASTA EMPRESA                    
                                               
El Maestro: Les echaremos un vistazo, pero antes de empezar reconoceremos que tenemos un prejuicio contra los diarios y contra los medios en general. Pensamos que son una vasta empresa de corrupción…
                 
El Discípulo: Pero Maestro, Usted me dijo que no cree en conspiraciones…

El Maestro: Sigo sin creer. Lo que pasa es producto de una convicción muy arraigada en el hombre moderno, de su concepción de la libertad como licencia para pensar y hacer “lo que le venga a uno en ganas”. Una vez que esas ideas dominan el pensamiento de la clase dirigente, no hay necesidad de conspiración explícita. Todos “respiran juntos” y producen las mismas cosas sin necesidad de que se las dicten señores encapuchados.

El Discípulo: Mire esto, Maestro.  En “La Nación” del 14 de junio de 2008 aparece un largo artículo sobre un reciente libro de una francesa, Corinne Maier, titulado “No kids”.

El Maestro: No hace falta mucha perspicacia para entender dos cosas: Primero que la autora es una Mayer de cuyo apellido se cayó la y griega. La segunda para adivinar todo el contenido del libro. Son las elucubraciones del egoísmo llevadas a su nivel de racionalización. El libro se puede reemplazar con un par de frases: “Los hijos son un incordio.  Y además, caros”. Ambas son verdades… a medias. ¿Qué diría Kant ante estos argumentos? Creo que parafrasearía su “imperativo categórico” y aconsejaría: “Mujer, no escribas nada que no pueda ser tomado como norma de conducta universal” porque si lograras convencer a todas las mujeres de tus verdades… la especie humana se terminaría. No vale la pena perder mucho tiempo con féminas como la Mayer. Pero son una excelente muestra de la “oferta cultural” de nuestros días.

El Discípulo: Maestro, el 20 de julio de 2008 “La Nación” nos informa que “Los chicos precoces escandalizan a los adultos italianos”.

El Maestro: ¡Caramba! Grave debe ser lo que pasa porque no es tarea fácil escandalizar a un adulto italiano.

El Discípulo: Sí, parece que Isabella, de once años, se saca fotos desnuda en el baño del Colegio y luego las vende para comprar ropa de marca. Y que Carola, de trece, invita a su novio a la cama matrimonial de sus padres.

El Maestro: ¡Bravo por Isabella y Carola!

El Discípulo: ¿Bravo?

El Maestro: Claro, han entendido correctamente el mensaje de los medios. No hay límites, y sí no los hay, no los hay en ninguna parte, ni en las edades ni en los lugares (la cama de los padres). ¿Ves hacia adónde se encamina la cultura actual?

El Discípulo: Aquí tengo un suelto sobre Tinelli…

El Maestro: No vale la pena leerlo. Sólo agregar que lo peor de Tinelli no es el caño sino el propósito “benefactor” con que lo encubre. No es “bailando” lo malo sino “por un sueño”. Así se enseña que el fin justifica los medios. Es la nueva sociedad —que comercia con el sexo— trayendo al escenario los jirones de la vieja, que conservaba un reflejo solidario.

El Discípulo: Maestro, el 21 de julio “La Nación” titula: “Creatividad y gran despliegue, el sello de las fiestas de quince” y todavía agrega “Una tradición que hoy derrocha glamour”. Y cuenta cosas como que una niña de quince contrató nada menos que una comparsa del carnaval de Gualeguaychú para su fiesta.

El Maestro: Hace tiempo que escribimos que el carnaval de Río creó un paradigma para la diversión. Creo que es sobre todo su aire de desinhibición lo que atrae.

El Discípulo: ¿Qué se debe entender por desinhibición, Maestro?

El Maestro: Ausencia de límites. Pero es gracioso que se ofrezca eso durante los días de carnaval en una sociedad que no tiene límites durante los 365 días del año. Es como los boliches y los conciertos de rock que hacen del descontrol un ritual. Son la liturgia de la religión moderna de la nada. “Agitémonos, movamos con gran entusiasmo el trasero. La nada flota sobre nosotros como un dios benévolo mientras suena el tamboril”.

El Discípulo: Maestro, observo preocupado que nuestras observaciones se refieren principalmente a cuestiones relacionadas con el sexo. Y los izquierdistas nos lo reprochan.

El Maestro: Sí, viejo argumento. Sucede que estas cuestiones “relacionadas con el sexo” están indisolublemente unidas a la familia. Lo que estamos defendiendo no son —como dicen ellos— “tabúes” sexuales sino la solidez de la vida familiar. Un sexo sin límites es destructivo de la familia, porque ésta implica —precisamente— la colocación de lo sexual dentro de un orden. No el rechazo de lo sexual sino su rescate de lo puramente animal y su inserción en un orden humano. Pero hay otro aspecto de la ideología de los medios que conviene destacar. El primer aspecto que acabamos de considerar está vinculado al tema de los géneros y las conductas sexuales que afectan a la familia. El siguiente es el tema de los derechos humanos, al que los medios han otorgado un papel central.

El Discípulo: Pero ¿no hay algo de bueno en esta faceta de la ideología moderna? ¿No es un adelanto que se cuiden los derechos de todos los hombres?

El Maestro: Hay una cuestión decisiva en esto, que es la perspectiva desde la que se plantean los derechos. Veamos, a todo derecho corresponde una obligación. Si yo tengo derecho a transitar, hay una obligación de dejarme hacerlo. El problema comienza cuando yo presento las relaciones humanas exclusivamente desde el ángulo de los derechos. De ese modo convierto al otro en alguien al que debo exigirle el respeto a tales derechos. Si, en cambio, planteo la cuestión del lado de las obligaciones, el otro es alguien al que le debo algo, algo que surge de mi obligación  hacia él.

El Discípulo: ¿Y en qué cambia eso el problema?

El Maestro: El mundo de los derechos es un mundo de ajenos que deben cuidarse de no pisar mis derechos. El mundo de las obligaciones (por ejemplo, los diez mandamientos) es un mundo de preocupados por el otro, al que le debo el cumplimiento de mi deber. El resultado concreto del mundo de los derechos es el refuerzo del individualismo. Cada hombre es una isla pertrechada de derechos.
En la otra tesitura, cada hombre está ligado a todos los otros por su obligación hacia ellos de cumplir con sus deberes. Hay un mandamiento que exige amar. No hay ningún derecho a ser amado.
                 
               
LA EDUCACIÓN, HOY                  
                                                        
El Discípulo: Maestro, nadie puede dudar de que el mensaje principal de los medios, en especial la televisión, es el más crudo hedonismo. ¿Alcanza eso para empujarnos al “exilio interior” del que hablábamos al principio de esta conversación?

El Maestro: Yo creo que sí, alcanza y sobra. Vivir rodeados por el hedonismo como si fuera el aire que respiramos produce esa reacción defensiva de muchos católicos. ¿Todos? No, apenas muchos. Hay católicos que se han acostumbrado a la comida del chiquero y la degustan como si fuera un banquete. Son hijos pródigos incapaces de distinguir entre una cosa y otra. Y como absorben lo contrario a lo que dicen creer terminan creyendo en lo que absorben.

El Discípulo: Pero además, Maestro, ¿en ninguna parte del mundo actual sirven mejores platos?

El Maestro: Toda la cultura actual está penetrada de hedonismo, de individualismo, de superficialidad. Ya te dije antes que siempre hay excepciones pero hay que buscarlas con mucho trabajo. Y ante todo ha de saberse qué es lo que se busca, cosa cada vez más difícil. Te pongo dos pequeños ejemplos: el primero es el de la música clásica, que ha ido perdiendo espacio frente al rock hasta quedar reducida a un hobby como la filatelia.

El Discípulo: Pero cuando se ofrece un  concierto de buena música acuden multitudes.

El Maestro: Sí, pero esos conciertos se realizan una o dos veces al año, mientras el rock suena todos los días en los oídos de la juventud.
               
El Discípulo: ¿Y el otro ejemplo?

El Maestro: Es el de la poesía, a la que los medios masivos siempre han ignorado. Pareciera haber una profunda incompatibilidad entre ambas cosas, poesía y medios. Se ignoran mutuamente. Pero esto exigiría un análisis más largo y cuidadoso.

El Discípulo: ¿Y la enseñanza superior?

El Maestro: Debería ser un oasis en el que pudiera encontrarse el agua fresca de una cultura superior. Y a la larga, esa cultura superior debería descender sobre la cultura de masas. Pasa todo lo contrario. La chabacanería de la cultura inferior penetra en la universidad, pero nada de lo universitario consigue penetrar en los medios masivos. Ya hace veinte años, en agosto de 1987, Julián Marías reconocía que “se estaba llegando en todas partes a una viva preocupación por la enseñanza superior… Confieso que… veo el futuro  de la Universidad con colores muy oscuros… porque se ha pasado la frontera en que se pierde la lucidez. Se ha procedido a una operación que podríamos llamar olvido metódico de la mayor parte de lo original, valioso, creador. Y no se trata solamente de filosofía. La raíz de esta situación es el abandono del pensamiento por parte de una mayoría de intelectuales, profesores, investigadores… Se han introducido recursos que permiten hacer labor «intelectual» con un mínimo de inteligencia. En todo el mundo se está acentuando una crisis cuyo término es la decadencia”.

El Discípulo: Duras palabras.

El Maestro: Marías daba cuenta del proceso de conformación del “pensamiento único” o, para decirlo con más claridad, de la imposición del marxismo como guía intelectual de la enseñanza superior. Su advertencia sobre esos “recursos” que “permiten hacer labor intelectual con un mínimo de inteligencia” coinciden con lo advertido antes por Koestler: “la dialéctica marxista es un método que permite a un idiota parecer notablemente inteligente”.

El Discípulo: ¿Y qué pasa con nosotros, los hijos de hogares cristianos y esta situación?

El Maestro: Tengo una docena de nietos en la Universidad, varios en las del Estado. Sufren horrores por el ataque constante de los profesores a su fe y el discurso marxistoide.

El Discípulo: ¿Por qué “marxistoide”?

El Maestro: Porque el discurso universitario actual es una mezcla de marxismo con lo que Aron llamó “los marxismos imaginarios”. Unas versiones distorsionadas del pensamiento de Marx más las conclusiones de las ideologías de género y de los derechos humanos. El todo es un galimatías que justifica plenamente el análisis de Marías.

El Discípulo: Bueno, pero por lo menos en lo universitario está la alternativa de las Universidades católicas.

El Maestro: Tengo también unos cuantos nietos en ellas. El panorama es mejor sólo en algunas de las unidades académicas. En otras, es igual o peor. Para afirmarlo, contamos además con el testimonio de nuestro buen amigo Augusto Padilla que en su página web “Catapulta” se dedica a denunciar, con tanta valentía como buena información, los desastres de la U.C.A.

El Discípulo: Maestro, no hemos dado mucho consuelo a los que padecen el exilio interno.

El Maestro: Darles mucho consuelo sería engañarlos.  Tendrán que perseguir la verdad con un trabajo que mi generación no tuvo.  Por entonces, cuando yo era joven, lo que venía de la Iglesia y de los pensadores católicos era en un noventa y cinco por ciento confiable.  Hoy las proporciones se han casi invertido.  Del campo católico vienen infinitas líneas de diálogo con la cultura del mundo y muy pocas que afirman la especificidad de nuestro pensamiento.  No son tiempos fáciles ni tiempos para mediocres.
              
Aníbal D’Angelo Rodríguez
              

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Tremendo Anibal, un gusto leerlo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Aníbal. Apabullante..., y consolador a la vez.

CHESTERTON dijo...

Brillante como todas las veces que tuve oportunidad de leer a Aníbal. Debo confesar mis reservas con la sociología -el ejercicio ilegal de las ciencias sociales-, sin embargo Don Aníbal con su espíritu joven nos previene de nuestros pre-juicios. ¡Dios le de larga vida al maestro!

Jorge de Burgos

Anónimo dijo...

Estimado Anibal, gracias por tanto esclarecimiento. Saludos

Anónimo dijo...

El maestro Anibal cada vez mas lucido y genial.

Anónimo dijo...

Un grande, de verdad.
Un abrazo.
Roberto.

Anónimo dijo...

Maestro: sólo gracias.