EL BOMBERO LOCO
Un respetado amigo, que podría ser mi padre, comentaba hace pocos días que nunca —en sus muchos y ricos años vividos, y habiendo recorrido el mundo— había visto nada parecido a lo que es hoy nuestra realidad; y que solamente los argentinos, anestesiados crónicamente por la información-basura y ocupados en el sobrevivir de cada día, podíamos tolerar a toda esta clase política. “Nunca he visto nada peor”, fue su lapidaria síntesis.
Personalmente coincido con el aserto, pero agregándole algo más: ¿qué será del “después” de este infame conventillo de la paloma, de sus responsables actuales y de los que tendrán que intentar “arreglar” semejante desastre? ¿Habrá argentinos de estatura moral?
La dupla reinante, que aparenta cumplir distintos roles según las necesidades más inmediatas, pero que prueba fehacientemente aquella máxima psiquiátrica según la cual solamente los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos, continúa impertérrita con su labor destructiva.
Como se recordará, desde el año 2003, el audaz pingüino confrontó incesantemente con todos aquellos que “pensaran feo”, es decir distinto, y no vaciló en utilizar recurso alguno —por inmoral que fuera— cuando lo creyó necesario (léase agresión directa, descalificación, burla, apriete, compra, venta, “borocotización” o la implacable “persecuta”).
En apretada síntesis digamos que los Kirchner, por obra y gracia de las circunstancias siempre mudables, heredaron una capacidad ociosa que permitía crecer sin inversiones, una devaluación que había permitido un tipo de cambio alto, una inflación que estaba lejos de ser una amenaza, un mercado internacional favorable, unas cosechas generosas, etc.
Sin embargo, solamente se limitaron a los que podríamos llamar “efectos de superficie”, subsidiando casi todo, ocultando lo que no se podía subsidiar y manteniéndonos en la situación de Alicia en el País de las Maravillas, absurdo al que somos tan propensos los argentinos y en el que caemos una y otra vez. Les sobraron oportunidades, les faltó grandeza y estatura de estadistas; fueron solamente más de lo mismo, pero peor.
La falta total de inversiones, por no existir reglas claras y estables de juego, detuvo el crecimiento, la inflación acabará ahora por devorarnos, la crisis energética es terminal, la presión sindical crece y amenaza salirse de madre, el gasto público no puede mantenerse porque ya se ha llegado a la cota máxima de presión fiscal (60% en valores reales), mantener el dólar alto destruye inexorablemente nuestras reservas, el ahorro ya no existe pues genera pérdidas, los créditos regalados ya no son tales y los errores o barbaridades cometidos contra el sector que más ha invertido —el campo— han iniciado la cuenta regresiva al comprometer totalmente la supervivencia de todas las actividades que de él dependen; esto es, más del 35% del total de la economía.
Pese a la descarada mentira oficial todo se cae, desde la capacidad adquisitiva del salario (aniquilada por una inflación imparable) a la venta de electrodomésticos y automotores, uso de los servicios, combustibles (de todas maneras cuesta conseguirlos y casi nunca al precio oficial), las transacciones inmobiliarias, la demanda de trabajo… ¿Quieren que siga?
Asistimos a un fenómeno de parálisis total y así, mientras los bárbaros golpean las puertas de la ciudad adentro ruge la bacanal. El poder gobernante ignora o pretende ignorar la existencia de esta crisis terminal y el árbol de las bestialidades en manos de la claque Fernández produce —incansablemente— nuevos retoños, como nuestro Ministro del Interior, encargado de mantener a la “plebe” en la más absoluta confusión.
El conflicto con el campo debido al aumento de las llamadas retenciones —que vulneran nuevamente a la declamada Constitución Nacional y conforman un palmario ejemplo de la ajuricidad total reinante— fue la chispa final que demostró hasta dónde es capaz de llegar el tristemente célebre dúo en su afán por conservar el poder y continuar la implacable rapiña que llevan a cabo ya sin disimulo alguno.
Empeñados en enfrentar a unos con otros en una lucha fraticida, apoyados y defendidos solamente por la piara de sus secuaces, sin el apoyo de las clases medias y altas de las ciudades y del total del interior de país, y “fortalecidos” por esa burla en que han convertido al par-tido justicialista, pretenden apagar el fuego con gasolina, al mejor estilo de un bombero loco. Están acorralados por sus propios errores y su soberbia sin límites.
Han redoblado la apuesta por cinco razones que Usted, amable lector, puede poner en el orden de prioridad que quiera:
a) se les terminó la plata,
b) sin ella no pueden alimentar al gran tiburón blanco, es decir a la inmensa clientela política que ellos mismos prohijaron y que ahora exige más y más,
c) se empeñan en desconocer la magnitud de esta crisis terminal y no quieren retroceder en sus decisiones y perder lo que ya perdieron, esto es el poder político,
d) precisan a alguien para hacerlo responsable de la debacle económica que viene en los dos próximos meses y
e) el único sector al que todavía pueden sacarle algo y echarle la culpa de todo es al campo.
Parecen dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Dios no se los permita. Tampoco nosotros.
Personalmente coincido con el aserto, pero agregándole algo más: ¿qué será del “después” de este infame conventillo de la paloma, de sus responsables actuales y de los que tendrán que intentar “arreglar” semejante desastre? ¿Habrá argentinos de estatura moral?
La dupla reinante, que aparenta cumplir distintos roles según las necesidades más inmediatas, pero que prueba fehacientemente aquella máxima psiquiátrica según la cual solamente los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos, continúa impertérrita con su labor destructiva.
Como se recordará, desde el año 2003, el audaz pingüino confrontó incesantemente con todos aquellos que “pensaran feo”, es decir distinto, y no vaciló en utilizar recurso alguno —por inmoral que fuera— cuando lo creyó necesario (léase agresión directa, descalificación, burla, apriete, compra, venta, “borocotización” o la implacable “persecuta”).
En apretada síntesis digamos que los Kirchner, por obra y gracia de las circunstancias siempre mudables, heredaron una capacidad ociosa que permitía crecer sin inversiones, una devaluación que había permitido un tipo de cambio alto, una inflación que estaba lejos de ser una amenaza, un mercado internacional favorable, unas cosechas generosas, etc.
Sin embargo, solamente se limitaron a los que podríamos llamar “efectos de superficie”, subsidiando casi todo, ocultando lo que no se podía subsidiar y manteniéndonos en la situación de Alicia en el País de las Maravillas, absurdo al que somos tan propensos los argentinos y en el que caemos una y otra vez. Les sobraron oportunidades, les faltó grandeza y estatura de estadistas; fueron solamente más de lo mismo, pero peor.
La falta total de inversiones, por no existir reglas claras y estables de juego, detuvo el crecimiento, la inflación acabará ahora por devorarnos, la crisis energética es terminal, la presión sindical crece y amenaza salirse de madre, el gasto público no puede mantenerse porque ya se ha llegado a la cota máxima de presión fiscal (60% en valores reales), mantener el dólar alto destruye inexorablemente nuestras reservas, el ahorro ya no existe pues genera pérdidas, los créditos regalados ya no son tales y los errores o barbaridades cometidos contra el sector que más ha invertido —el campo— han iniciado la cuenta regresiva al comprometer totalmente la supervivencia de todas las actividades que de él dependen; esto es, más del 35% del total de la economía.
Pese a la descarada mentira oficial todo se cae, desde la capacidad adquisitiva del salario (aniquilada por una inflación imparable) a la venta de electrodomésticos y automotores, uso de los servicios, combustibles (de todas maneras cuesta conseguirlos y casi nunca al precio oficial), las transacciones inmobiliarias, la demanda de trabajo… ¿Quieren que siga?
Asistimos a un fenómeno de parálisis total y así, mientras los bárbaros golpean las puertas de la ciudad adentro ruge la bacanal. El poder gobernante ignora o pretende ignorar la existencia de esta crisis terminal y el árbol de las bestialidades en manos de la claque Fernández produce —incansablemente— nuevos retoños, como nuestro Ministro del Interior, encargado de mantener a la “plebe” en la más absoluta confusión.
El conflicto con el campo debido al aumento de las llamadas retenciones —que vulneran nuevamente a la declamada Constitución Nacional y conforman un palmario ejemplo de la ajuricidad total reinante— fue la chispa final que demostró hasta dónde es capaz de llegar el tristemente célebre dúo en su afán por conservar el poder y continuar la implacable rapiña que llevan a cabo ya sin disimulo alguno.
Empeñados en enfrentar a unos con otros en una lucha fraticida, apoyados y defendidos solamente por la piara de sus secuaces, sin el apoyo de las clases medias y altas de las ciudades y del total del interior de país, y “fortalecidos” por esa burla en que han convertido al par-tido justicialista, pretenden apagar el fuego con gasolina, al mejor estilo de un bombero loco. Están acorralados por sus propios errores y su soberbia sin límites.
Han redoblado la apuesta por cinco razones que Usted, amable lector, puede poner en el orden de prioridad que quiera:
a) se les terminó la plata,
b) sin ella no pueden alimentar al gran tiburón blanco, es decir a la inmensa clientela política que ellos mismos prohijaron y que ahora exige más y más,
c) se empeñan en desconocer la magnitud de esta crisis terminal y no quieren retroceder en sus decisiones y perder lo que ya perdieron, esto es el poder político,
d) precisan a alguien para hacerlo responsable de la debacle económica que viene en los dos próximos meses y
e) el único sector al que todavía pueden sacarle algo y echarle la culpa de todo es al campo.
Parecen dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Dios no se los permita. Tampoco nosotros.
Justo Pastor Ayarza
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