jueves, 22 de noviembre de 2018

Cantando he de llegar al pie del Eterno Padre

EL SEÑOR DE
LA SOBERANÍA
  
 
 
Varón que quedaste en la historia:
entrando a la gloria, tu vida partió;
ejemplo fue tu vida recta,
sembraste respeto a tu alrededor.
  
Los hombres con sus conveniencias
trataron, con saña, tu imagen borrar:
más sólo así consiguieron
que el pueblo conozca la justa verdad.
  
Brigadier, Padre de la Patria,
 suelto mi garganta queriendo gritar:
 ¡Juan Manuel, le diste a mi tierra
el puro sentido de argentinidad!
    
Los gauchos que te acompañaron
seguros estaban de tu integridad:
con los Colorados del Monte
impusiste orden y tranquilidad.
  
Cuando el pirata extranjero
a nuestra bandera la quiso humillar
mostraste tus entrañas gauchas:
la soberanía se hizo respetar.
 
 Brigadier, Padre de la Patria,
suelto mi garganta queriendo gritar:
¡Juan Manuel, le diste a mi tierra
el puro sentido de argentinidad!
 

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Poesía que promete


HABLA EL ARA SAN JUAN
 
No me esperen en tierra donde al aire
lo azotan voces de congoja y ansias,
ni en escolleras guarden vigilancias
o en varaderos grises, sin donaire.
 
No hay regreso a las dársenas del suelo,
las radas, las bahías claviformes,
pero todos aquí, en sus uniformes
llevan la gloria que no está de duelo.
 
No tampoco residan en estuarios
echando anclas, gruesos arganeos;
de sal marina son nuestros apeos
y el timonel reparte escapularios.
 
El casco aunque partido sigue enhiesto,
corales rojinegros lo embanderan,
ya escuadrones de algas merodean
rindiendo honores en perenne gesto.
 
Los viejos manatíes forman guardia
de la proa a la popa y en la vela
un mantarraya se hizo escarapela
encabezando una ancestral vanguardia.
 
Todo es celeste y blanco y hay llanuras,
cordilleras, mesetas, cañadones,
es la patria argentina en sus hondones
la patria de agua que adornó bravuras.
 
Cuarenta y cuatro nautas sin neblinas:
somos una hermandad de navegantes,
con ojos de batalla, agonizantes
unidos a las tumbas de Malvinas.
 
No me lloren en tierra. No lloremos.
Soy féretro de héroes, su ataúd.
Caben himnos con rezos, gratitud
y una promesa intacta: ¡volveremos!
 
Antonio Caponnetto
 

martes, 20 de noviembre de 2018

En un Louvre de ensueño

UNA DISTINCIÓN PEREGRINA
EN UN TEXTO ANODINO

Distinguir para confundir

No me siento precisamente feliz de tener que habérmelas con los Obispos argentinos cuando como Pastores se expresan sobre temas de particular gravedad como es el caso que aquí me ocupa. Confieso que me aflige un poco abandonar mi burguesa comodidad cincuentona y exclamar con contundencia, “Yerran Señores Pastores y confunden seriamente al rebaño”.

Se trata de la Declaración titulada “Distingamos: Sexo, Género e Ideología” emitida por las Comisiones Episcopales de Laicos y Familia, de Catequesis y de Pastoral de la Salud, el pasado viernes 26 de octubre. El título suscita los primeros temores al sostener la distinción entre “sexo” y “género”, por un lado, separando de ambos la noción de “ideología”. Y el desasosiego se instala definitivamente en el ánimo cuando se advierten los subtítulos que temáticamente dividen el texto, a saber, “perspectiva de género” e “ideología de género”.

Justificase la separación pues se discierne “sin separar, el sexo biológico del papel sociocultural del sexo, es decir, el género”, citando el número 56 de Amoris Laetitia, la Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco. “Sexo y género son realidades profundamente conectadas, pero no son exactamente lo mismo”, se dice completando el punto.

Cuando el texto de la Declaración afronta la distinción propuesta entre “perspectiva” e “ideología de género”, asevera paladinamente que “los estudios de género pueden ofrecer una herramienta de análisis que nos permita ver cómo se han vivido en las diversas culturas las diferencias sexuales entre varones y mujeres, e indagar si esta interpretación establece relaciones de poder y cómo las establece. No se vive igual la condición masculina o femenina hoy, que hace cien años (…) El Papa lo advierte al afirmar que «la historia lleva las huellas de culturas patriarcales» (…) En este sentido, «género» es una categoría útil de análisis cultural, un modo de comprender la realidad. Mirar la sociedad teniendo en cuenta los roles, las representaciones, los derechos y deberes de las personas de acuerdo a su género, es adoptar una perspectiva de género. Situación que es necesaria para ver que todas las personas sean tratadas según su igual dignidad”.

Se me excusará la extensión de esta cita. ¡Señores, debemos agradecer profundamente la llegada de la “perspectiva de género” pues ella ha quitado las vendas de nuestros ojos y admirablemente nos ha enseñado que las culturas son diferentes, que históricamente ha habido diferencias sexuales entre el varón y la mujer, afincadas esas diferencias en las culturas mismas; con dicha perspectiva el Santo Padre parece haber aprendido el ´arte de interpretar´ las huellas recónditas de “culturas patriarcales”, horroroso fundamento de las aún más odiosas ´relaciones de poder´, que fundan la asimetría de los géneros, cuidando, claro está, de no develar aquí que estamos parafraseando a Michel Foucault!

Sí, debemos retribuir a la “perspectiva de género” estas gloriosas revelaciones y haber descifrado para nuestros torturados caletres, y gratuitamente, verdades insondables como las nociones de rol, de representación (social), las de derechos y deberes de las personas y, más maravillosamente aún, la de “igual dignidad de las personas”, pues parece notable que ingenio humano alguno haya jamás inteligido cuestiones tan arduas hasta la novísima aparición de la “perspectiva de género”.

Debiera reprenderse tamaña ignorancia en los Obispos argentinos que no parecen leer otra cosa que no sea “Amoris Laetitia” para documentarse seriamente sobre la “perspectiva de género”. Señores Obispos, Google ha sido inventado hace años, suficientes como para que una descansada navegación arroje como resultados un par de textos de Bella Abzug, ex diputada del Congreso de los Estados Unidos en los noventa, interviniendo para explicar la novedosa aparición del término “género” en la Cuarta Conferencia Mundial de Beijing sobre la Mujer (1995).

Expresó esta feminista en aquellas jornadas que “el sentido del término «género» ha evolucionado, diferenciándose de la palabra «sexo» para expresar la realidad de que la situación y los roles de la mujer y del hombre son construcciones sociales sujetas a cambio”. Y en otra ocasión, un poco acorralada por las Delegaciones que manifestaron perplejidad por la decidida intromisión del término en las argumentaciones en torno a la mujer y las situaciones de violencia, sentenció la Abzug para despejar toda duda: “el concepto de «género» está enclavado en el discurso social, político y legal contemporáneo. Ha sido integrado a la planificación conceptual, al lenguaje, los documentos y programas de los sistemas de Naciones Unidas (…) los intentos actuales de varios Estados Miembros de borrar el término «género» en la Plataforma de Acción y reemplazarlo por «sexo» es una tentativa insultante y degradante de revocar los logros de las mujeres, de intimidarnos y de bloquear el progreso futuro”.

En dicha Conferencia, las feministas batallaron laboriosamente para asociar el término “género” a nociones tales como “hegemonía/hegemónico” (aludiendo al dominio hegemónico de la “matriz heterosexual” en la cultura occidental), “deconstrucción” (denunciando la idea de “naturaleza humana”, reguladora de la “tendencia heterosexual”), “patriarcado/patriarcal” (resistiendo la institucionalización del control masculino sobre la mujer, los hijos y la sociedad que perpetúa la posición subordinada de la mujer), “sexualidad/perversidad polimorfa” (enseñando que los hombres y las mujeres no sienten atracción por personas del sexo opuesto por naturaleza sino más bien como resultado de un condicionamiento social y que, si es así, el deseo sexual puede dirigirse a cualquiera), “preferencia u orientación sexual” (imponiendo como tesis científica la idea de que existen diversas formas de sexualidad, homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales y travestis, equivalentes a la heterosexualidad).

Suficientes para no abrumar con esta enumeración incompleta de términos asociados a “género” desde hace veinticinco años, por lo menos. Y cabe agregar que la batalla feminista ha dado una abundante y tenebrosa cosecha, de la que nuestros mitrados no han tomado debita nota. Si se me permite una suerte de “analogía marxista” me atrevería a afirmar que nuestros Obispos no ven del “género” sino la “super-estructura”, pulcramente revestida de una fachada humanista, justiciera y derecho-humanista; ignorando por completo la “verdadera realidad” que sienta sus reales en la “infraestructura”, dominando el “género” despiadadamente la auténtica naturaleza del hombre, varón y mujer. Carecen, nuestros Obispos, de “inteligencia crítica” si es que no existiesen los dones de Sabiduría y de Consejo del Santo Espíritu que nos exijan hablar el lenguaje de Dios.

De la “perspectiva” a la “ideología”
en una visita guiada

La palabra “talismán”, escribiera Gustavo Corbi en “Lenguaje y Logomaquia”, y que Abzug suelta como al pasar es “construcción social”. Es palabra obligada de la Neo-Lengua disolvente que introduce el Caballo de Troya en la Conferencia Episcopal Argentina para abatirla sin demasiado derramamiento de sangre.

El constructivismo, social y pedagógico, es ideología opresora, ella sí hegemónica, y no tiene nada de útil, ni de valioso. Brillantemente lo fustigó entre nosotros un Obispo casi desahuciado, Monseñor Héctor Aguer, en una disertación del año 2007 a propósito de la introducción de la asignatura “Construcción de Ciudadanía” en la provincia de Buenos Aires, denunciando también la ideología de la transformación educativa.

En resumidas palabras, dice allí Aguer que con el término construcción “se trata de emplear un nuevo lenguaje gnoseológico, un nuevo lenguaje para describir el conocimiento humano (…) pergeñado y promovido por una escuela de pensamiento (…) de nombre constructivista” (…) Es así como suele decirse que el conocimiento se hace, se elabora, se construye; al afirmar que el objeto del conocimiento se construye se está confesando qué se piensa acerca del conocimiento humano. El objeto del conocimiento no es ya el ser, la realidad, que posee una inteligibilidad intrínseca (…) sino el resultado de un proceso de construcción, de organización, de múltiples enlaces. Una producción (…) identificándose el conocimiento como poder”. Con razón, observa Monseñor Aguer que “el antecedente histórico de este constructivismo se encuentra en la filosofía de Kant. Según Kant nosotros no conocemos la cosa en sí, la esencia de la cosa, sino que sólo conocemos fenómenos, una representación de la realidad que arma nuestra mente. Nuestras facultades producen una representación de la realidad, que es en sí misma incognoscible (…)”.

Por lo tanto si el “género” es la construcción socio-cultural del sexo, o bien la interpretación psicológica del “sexo asignado al momento de mi nacimiento”, en términos de auto-percepción, esto es, la “vivencia interna e individual del género”, o bien “la vivencia personal del cuerpo, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado” (artículo 2 de la Ley 26.743 de Identidad de Género); luego, entonces, el “género” no resulta una “categoría útil de análisis cultural” sino una categoría perversa de demolición antropológica y cultural que pretende reducir la realidad del varón y de la mujer, la de la familia y de los hijos, a los siempre “malvados” roles, estereotipos, prejuicios y discriminaciones provenientes del sexismo, del patriarcado, de la burguesía, de los curas y de la Iglesia.

Si el “género” no está sujeto sino a procesos históricos de construcción social y cultural, entonces, en buena lógica, lo que fue, no debe ser más; y lo que hoy tiene vigencia, no deberá reclamarla mañana. De allí que la “teoría queer”, como lo he dicho en otra parte, no consista sino en la evolución natural ‒¡pecado de leso constructivismo!– del “género”, pues de la reivindicación de identidades sexuales “emergentes”, homosexualidad y lesbianismo, habrá que pasar a una sexualidad dinámica y polimorfa (trans, inter, bi, queer, cyborg, etc.).

Llegados a este punto de una imaginaria “visita guiada” hete aquí que el/la guía(a) nos da la bienvenida a la sala llamada “ideología de género”. “¿Pero cómo?” –preguntarían tal vez azoradas las tres Comisiones Episcopales– “¿no estábamos en la sala de la «perspectiva de género»?” – “Bueno, es el mismo Salón apenas dividido por esa puerta minúscula, que acaban de traspasar”.

El guía ‒¡y no puedo quitarme de encima el “binarismo de género”!– adopta una pose un tanto academicista y pontifica que en la, así llamada, “ideología de género” “el género es pensado como una actuación multivalente, fluida y autoconstruida, independientemente de la biología, por lo que la identidad propia podría diseñarse de acuerdo al deseo autónomo de cada persona”.

“¡Pero eso no es otra cosa que el «género» como construcción social! ¡Lo que nos dijo usted de la tal Abzug!”, exclama entre enfático y agitado un Prelado de alguna de las Comisiones. – “Exacto, Señor, es el género como construcción social”, replica el guía. “Es el detalle un tanto inadvertido en la pintura «perspectiva de género» que acabamos de admirar en la sala que lleva su nombre”, concluyó con precisión matemática nuevamente el guía.

Nadie entendió nada más y la confusión agobió a todos los Prelados, dominados por la penosa sensación de no saber en qué sala estaban realmente parados, y, peor, incapaces de hablar de pinturas y de salas a los fieles seguidores que los aguardan.

Abandonado ya este ´Louvre de ensueño´, y queriendo poner fin a esta nota, un cielo celeste y limpio me confirman que para hablar de sexualidad, y Dios quisiera que poco debiésemos hacerlo, no necesitamos apelar al “género”, moneda cuyas caras son la “perspectiva” y la “ideología”, dependiendo todo de cómo caiga.

Más ponderado y más riguroso es el término, y la realidad por el significada, de “identidad sexual” articulado con el de diferenciación sexual mediante las beneméritas influencias que ejercen factores de naturaleza biológica y genética pero también mediante un número relevante de factores de muy diversa índole ‒educativos, familiares, comunitarios, sociales y culturales, a gran escala– que modelan el estilo comportamental con el que cada varón y mujer se hacen presentes en la realidad. Es evidente que la “natura” y la “nurtura”, la naturaleza y la cultura, el cerebro y el aprendizaje, están presenten en la constitución personal, única e irrepetible, de la identidad sexual del varón y de la mujer.

Y si es absolutamente cierto que “se nace varón o se nace mujer”, no debiera escandalizar, por otra parte, que en cierto sentido “se aprende a ser varón y se aprende a ser mujer” pues el padre y la madre han de ser “ejemplares” de imitación y de identificación para sus hijos, varones y mujeres. En efecto, ambos padres, en su genuina y bien lograda diferenciación y complementación, ayudarán a sus hijos todos a conquistar su madurez personal, psicológica y espiritual, en la que la identidad sexual habrá de estar bien delimitada en los fines y propósitos de la educación de la afectividad, del carácter y, finalmente, de la voluntad en orden al bien ético de la personalidad humana.

Bien ético para cuya consecución no precisamos de la perspectiva de género bajo ningún punto de vista; no necesitamos que se nos aleccione con la teoría de la construcción social de la sexualidad si sabemos, y estamos convencidos, que un joven, una niña, siendo lo que cada uno son por naturaleza, irán desarrollando sus propias virtualidades en el marco de un aprendizaje más hondo, más rico y más humano cual es el de “ser hombres”, sobre todo, a través de las virtudes morales y de las sobrenaturales, que sanan y elevan.

¡Género, no quiero tu “perspectiva” y resisto la “ideología” que ocultas con malicia! ¡Prelados, cesen vuestras falaces distinciones, gritad ya las rectas definiciones!

¡Y a Dios, mi Padre, ruego que sean los niños los victimarios de quienes quieren arruinarlos, esos “perversos polimorfos” que deambulan como “leones rugientes”!; lo proclama el Salmo VIII que hoy hemos rezado en Laudes: “De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos, para reprimir al adversario y al rebelde”.

Ernesto Alonso

lunes, 19 de noviembre de 2018

Esperando los aceros


CHESTERTON, ESCIPIÓN,
DON FRANCISCO PIZARRO Y ¿…?

Chesterton, ese eterno enamorado de España y lo español,(1) descansa sus fatigas de viajero desde el banco de una plaza (2) y en la observación de los alrededores fija su vista en un niño que entre alegre e inquieto centra su atención en la puerta de un edificio. La puerta se abre y entre los que salen por ella, humildes trabajadores que finalizaron su jornada laboral, corre el niño a abrazarse con uno que evidentemente es su padre. Los dos se alejan entre juegos y risas.

No puede evitar nuestro escritor pensar cuánta suerte tienen los niños españoles que juegan con sus afectuosos padres, a diferencia de los ingleses cuyo destino es un internado y la relación paternal es fría y distante.

Y como un rayo su pensamiento se traslada de la pérfida Albión a la noble España nuevamente. Recuerda que la plaza donde reflexiona se encuentra en la ciudad de Tarragona, la antigua Tárraco que sufrió la tiranía cartaginesa y la suerte de los niños españoles era terrible, muchos eran asesinados en brutales rituales en honor de los ídolos Baal, Moloch y Astarté, adorados por aquellos semitas procedentes de Asia y afincados en tierras africanas. Miles de niños fueron inmolados con indecibles padecimientos hasta su final descuartizamiento por aquellos perversos degenerados.

Hasta que llegó un hombre, se llamaba Publius Cornelio Scipio, nosotros lo conocemos como Escipión, el Africano. Con el filo de su espada terminó con la caterva asesina de niños y salvó a España de la oligarquía mercantil asiática para integrarla al Imperio Romano, del cual también nosotros los americanos somos descendientes.

Como todos los grandes hombres que forjaron nuestra esencia, Escipión es un desconocido para la mayoría de la población argentina. Lidell Hart que mucho conocía de militares y de hombres, lo llamó “un hombre más grande que Napoleón”.(3) Atención, no dijo un general sino un hombre, porque la grandeza de Escipión no se circunscribía a un solo aspecto, era totalizadora.

Necesitamos los argentinos otro Chesterton que se siente en una plaza y desde su banco contemple la bella catedral donde con seguridad debe recordarse constantemente, en estos aberrantes días, la severa advertencia de Nuestro Señor Jesucristo a los que escandalicen a los niños: “más les valiera…” Y enfrente el señorial cabildo, símbolo de mejores tiempos, cuando existía una próspera (4) y extensa Gobernación Intendencia, que gracias a los patriotas se desgajó en mil pedazos, uno de los mejores de ellos, Tarija, se lo apropió una potencia extraña y ése con el resto de los fragmentos, de la prosperidad pasaron de la riqueza a la miseria. Eso sí, a una democrática y presuntamente libre miseria.

Pero de pronto, el Chesterton redivivo recuerda que está en la ciudad de Salta (antigua “muy noble y muy leal” ciudad de San Felipe y Santiago de Lerma), capital de la antigua Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán, en la plaza 9 de Julio (Antigua Plaza Mayor) y que si bien ha dirigido sus ojos primero hacia la calle España y luego a la de Caseros (repugnante nombre, por cierto), le falta mirar hacia las laterales, especialmente la calle Bme. Mitre (idem anterior), y donde se encuentra el Museo de Arqueología de Alta Montaña, allí se encuentran los cuerpos momificados de tres niños brutalmente asesinados y enterrados en las alturas del volcán Llullaillaco (5) “por la civilización maravillosa del pueblo originario” incaico. (Esa calificación de los asesinos es utilizando la jerga del progresismo liberal, el marxismo y el clero apóstata).

Todavía se puede observar en sus rostros el horror que les produjo la sensación de asfixia a estos pobres inocentes. Enternece verdaderamente ver sus piecitos cubiertos con un pequeño y rústico calzado. Pero la cosa es peor aún, se calcula en por lo menos trescientos cincuenta los hallazgos de restos de niños asesinados por la horda no originaria sino procedente de Asia con algún aporte polinésico (6) en honor de su satánico ídolo “Pacha Mama”.

Y la historia anterior, la de los niños españoles, parece repetirse. También aparece un hombre que no sólo portaba espada, de buen acero toledano esta vez, sino, lo más importante, que la descargaba golpeando a los sacrificadores de niños y envíandolos sin más al Infierno que quisieron recrear, con sus crímenes, en la tierra, y derribando de paso al infame Imperio con que tiranizaban a los pueblos.(7) (8)

Se llamaba don Francisco Pizarro, era un hidalgo extremeño, y nadie lo recuerda como el salvador de los niños de la América del Sur.

Ahora permítaseme introducirme en el relato. Estaba yo, en un intervalo de mis tareas pensando en la grandeza de Escipión y de don Francisco Pizarro, dándome cuenta que me encontraba en medio de una plaza (parece ser una constante eso de las plazas y también lo de las espadas) y que ésta es la Plaza de Mayo y frente a mí se encuentra la Casa Rosada, edificio del que salió el homicida proyecto de asesinar a los niños por nacer con total impunidad.

Esta vez los ídolos (9) eran la Libertad, el Progreso, la Democracia, el “debate que nos debemos”, la propiedad del cuerpo y unas cuantas falsedades más, que los imbéciles y perversos creen modernos pero son más antiguos que el pecado.

Miré a mi alrededor para ver si se cumplía la otra constante, la del hombre armado con una espada. Solo vi a unos granaderos portando esos aceros, pero parecían estar totalmente ajenos a mis preocupaciones. Se veían muy ocupados saludándose, tocando un cornetín y golpeando sus tacos. Sonreí, recordé mi niñez y los juegos con mis soldaditos de plomo. Parecían la antinomia de aquellos soldados que fueron Escipión y don Francisco. Quizás el hombre de mis preocupaciones no aparecería porque el proyecto de asesinar niños se frustró, por lo menos momentáneamente, pero sabemos que Satanás es muy insistente en el manejo de los bajos instintos de hombres y mujeres desde aquella vez, enroscado en un árbol, en el Paraíso.

En ese caso tal vez entonces aparezca el hombre.

Fernando José Ares


(1) Chesterton, un inglés de alma noble, amaba profundamente España. Nuestros “patriotas”, hijos de españoles, creían que España “sólo luto, llanto y muerte” sabía esparcir y que los españoles “escupían pestífera hiel”, según la letra de horrible mal gusto de la versión original del Himno Nacional Argentino. Pero todo lo de los herejes piratas encantaba a esa gentecilla.
(2) Gilbert K. Chesterton – “Ensayos” – Capítulo “Escipión el Africano” – Editorial Porrúa – México.
(3) Capitán sir Basil Lidell Hart – “Escipión el Africano” – Editorial Rioplatense, Bs. As. – 1974. El título original de la obra es elocuente “A Greater than Napoleon, Scipio Africanus”. Fue editada por Blackwood en Londres.
(4) Concolorcorvo – “El Lazarillo de Ciegos Caminantes”‒ Emecé – Buenos Aires
(5) El descubridor del enclave inca del Llullaillaco fue el coronel de la Luftwaffe Hans-Ulrich Rudel, quien acompañado, entre otros, del suboficial del Ejército Argentino de apellido Villafañe, y pese a tener una pierna amputada ascendió los 6.700 metros del volcán en tres oportunidades, entre los años 1953 y 1954, y descubrió las ruinas incaicas. El lema de este as de la aviación era: “Solamente está perdido el que se da por vencido”, muy digna de imitar por cierto.
(6) Alex Hrdlicka demostró la procedencia asiática, luego el filólogo Paul Rivet estudiando la lengua quechua hizo lo propio con lo polinésico.
Salvador Canals Frau – “Prehistoria de América” – Editorial Sudamericana, Buenos Aires ‒ 1950.
(7) Francisco López de Gomara – Historia General de las Indias” ‒http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-general-de-las-indias--0/html/
(8) Uno de nuestros próceres oficiales, en el colmo del delirio que nos muestra como eran en realidad esos hombres, quiso coronar en uno de los tantos fragmentos en que Gran Bretaña partió nuestro Reino de Indias a un descendiente de los sacrificadores de niños, recreando el bestial incanato. Por cierto que la relación con los niños del personaje en cuestión fue bastante censurable si lo juzgamos en el estado de abandono y total miseria en que dejó a sus hijos Mónica y Pedro, luego de dilapidar la cuantiosa fortuna que heredó de sus padres. Y más cuando sabía que tenía un final anunciado ya que su enfermedad era incurable en aquel tiempo. Pedro, gracias a Dios, tuvo como tutor y tío al mejor hombre que naciera en estas tierras, quien lo cuidó, educó e hizo de él un hombre de provecho. En agradecimiento a su persona hizo suyo el apellido de su tío llevándolo junto el de su padre, siguió la carrera militar y fue el coronel D. Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
(9) Ídolo proviene del griego “eidolom” y significa falsa imagen. Todas las supersticiones del hombre moderno son falsas imágenes, es decir ídolos: el progreso constante de la humanidad, el antropocentrismo, la democracia, la libertad, los derechos sin deberes, la igualdad, el materialismo, el liberalismo, el marxismo, el modernismo religioso, etc. Los hombres modernos no son un fenómeno actual, existieron en todas las épocas de decadencia de la cultura. Son esencialmente decadentes. Una verdadera rama putrefacta en el árbol de la humanidad.