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sábado, 15 de diciembre de 2012

Cultura de la muerte


HERODES 3.0
        
        
La humanidad durante casi dos mil años pensó y entendió que Herodes (el Grande) fue un rey despiadado, cruel y sin corazón, que ciego por su ambición de gobernar no titubeó ni un segundo en pasar a degüello a todas las criaturas de la ciudad de Belén y sus aledaños.
   
Hoy, muchos siglos después, asistimos horrorizados, como aquellos padres de Belén, a la gestación de una nueva matanza indiscriminada de inocentes, que las nuevas hordas herodianas actualizadas, modernas y democráticas  preparan. Ya no se oye el rechinar de las piedras que afilan espadas, sus nuevas armas son el derecho a elegir y la libertad.
  
Cuando por fin se desate el desastre, cuando se levante el impedimento, no se escucharán lamentos ni llantos pues las heridas que provocan las nuevas armas son silenciosas. Pero el clamor de las criaturas masacradas, como en Belén de Judá, resonará en el cielo. Su voz será oída en lo alto, en Ramá.
  
Al igual que los inocentes muertos por causa del nacimiento de Cristo, estos inocentes argentinos, “no tienen edad para creer en la pasión de Cristo, pero tienen la carne para soportar por Cristo la pasión que él hubo de padecer” (San Agustín, sermón de Epifanía).
   
Sí, así, ofrendando su vida para quien tuvo una noche placentera, pueda seguir con su farra. Para que gente con derecho a divertirse pueda continuar con su parranda a cualquier el precio. Para que mujeres poseídas por el goce desordenado puedan tener el derecho a decidir sobre su cuerpo. Para que la gente que sin medida alguna, cegados por un afán irrefrenable de pensar únicamente en su bienestar, que  prefiere la muerte inocente a que se limiten de sus derechos y sus pasiones, puedan pasar por alto el orden de las cosas y despreciar su vida inerme.
  
La otra cara de la moneda son los que mueren para que ellos sean felices. El martirio. Santo Tomás explica que es el más perfecto de los actos virtuosos, que “matryr” significa testigo y martirio es dar testimonio de la fe. Los inocentes de Belén dieron testimonio de Cristo y nuestros inocentes de hoy atestiguan la época impía en la que nos toca vivir.
   
¿Es la hora del martirio? Eso parecería, pero no del nuestro. Nosotros parecería que por más que busquemos dar testimonio ya no sirve, que ya estamos perdidos.  Es el tiempo de los inocentes, de quienes no tienen pecado: son ellos quienes dan la vida por nosotros. No hay mayor amor (San Juan, 15-13). Es el acto de máxima caridad.
   
Podrá objetarse que el martirio de los no nacidos, no es un martirio a causa de la fe, y que sólo la fe es causa de martirio. Pero nos explica el Aquinate, que las obras de todas las virtudes en cuanto manifestaciones de fe, pueden ser causa del martirio y nos da el ejemplo de San Juan, cuyo martirio se dio por denunciar un adulterio.
   
El martirio se da a causa de la persecución, que nace del poder político, pues las ansias de poder y de gobernar ciegan y llenan de ambición.
   
Cuando las ansias de gobernar gobiernan a quienes gobiernan ya no gobierna el gobernante sino su cólera inextinguible que a todo sospecha y teme y arrasa con todo a su paso (ver C.A. Pseudo Crisóstomo, opus imperfectum super mateum, hom. 2).
   
Ya no importan las consecuencias si sus cometidos se cumplen, el famoso “daño colateral”. Si más votos significa homicidio indiscriminado de personas por nacer, no importa, adelante. Con un protocolo de actuación me agencio una buena parte de la Ciudad, la misma que ya gané cuando anoté sus hijos comprados en el extranjero como propios, la misma que gané cuando permití la unión proterva y aún más, ahora vamos por más, ahora incorporo a aquellos que faltaban. ¿Quién se va a oponer a que una mujer violada aborte?
   
El efecto es perfecto, el sentimentalismo por delante. Una mujer violada, ultrajada,  insultada, ofendida, mancillada, embarazada. ¿Quién se va a oponer? ¿El niño, el bebé, la persona por nacer?  Ese pobre mártir nada puede hacer. Él solo espera que la única persona que conoce en el mundo, lo ayude. Él no puede oponerse, no tiene voz, no tiene voto, no tiene oportunidad, no tiene fuerza, no tiene escapatoria, no tiene opción, no tiene derecho a elegir sobre su cuerpo; sólo tiene su carne para soportar el martirio, y al igual que los inocentes de Belén darán testimonio de lo que Él tuvo que padecer.
    
Lucas Trigo