Mostrando las entradas con la etiqueta Ricardo de la Cierva. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Ricardo de la Cierva. Mostrar todas las entradas

miércoles, 28 de marzo de 2012

Memoria histórica

YA HEMOS PASAO
  
  
El martes 28 de marzo de 1939 las tropas de Espinosa de los Monteros entran en Madrid. La colosal noticia, a fuerza de soñada y esperada, casi parece que no impresiona, pero va calando en los más profundo de la conciencia española, única ya. Serrano Súñer trata de apuntarse a la gloria del día con un discurso que no consigue demasiada audiencia. Menos mal, porque su tesis aparente rezaba así: “El problema español ha sido resuelto por el Caudillo victorioso sólo y nada más que por las virtudes de la fuerza y el valor en los campos de batalla”.
  
Había mucho más detrás de la victoria, y Serrano lo sabía bien. El coronel Prada se presenta en el Clínico a la hora convenida, cuando ya, desde las once, ondeaba la bandera bicolor en Gobernación, seguida por otra en el Banco Urquijo y por centenares de enseñas más, confeccionadas nadie sabía cómo. Desde las nueve de la mañana camiones llenos de entusiastas anticipaban la alegre entrada de la tropa, que se produce por la calle de Cea Bermúdez (Losas) y por el puente de Toledo (Ríos Capapé). Los refugiados de las embajadas hacen una salida indescriptible; los de Noruega ocupan el Ministerio de Hacienda. Ríos Capapé habla por Unión Radio poco después de la una: “Españoles: Madrid ya es de Franco”.
  
Los cuerpos de ejército que rompieron en Toledo llegan a la línea Aranjuez-Tembleque-Orgaz; las divisiones serranas toman El Escorial, Villalba y Buitrago; Levante avanza por su “zona interna”; Urgel venga la derrota de Brihuega; Aragón ocupa Cifuentes, Galicia tantea el litoral. El ejército del Sur rebasa Marmolejo y Andújar; Ciudad Real pide por teléfono que se acelere el avance, como Cuenca; el jefe del XXIII cuerpo republicano rinde personalmente las líneas frente a Granada. El almirante Moreu se hace cargo, en Bizerta, de la flota internada. La multitud burgalesa se vuelca ante el palacio de la Isla;  Franco no puede saludarles, afectado de fortísima gripe.
  
Antes de embarcarse en el Galatea, el jefe del G.E.R.C., Matellana, envía la última orden del Ejército Popular, dirigida a sus enemigos. “Jefe estado mayor Grupo Ejércitos a autoridades nacionales, Madrid. En este momento abandona España Consejo Defensa. El general Matellana, jefe del Grupo de Ejércitos, se pone a las órdenes del Generalísimo para la entrega total de la zona roja. Espero instrucciones”.
  
Las instrucciones eran que el Consejo de Defensa y sus colaboradores se esfumasen, como hicieron. En Murcia, los 1.048 náufragos supervivientes del Castillo de Olite, a las órdenes del comandante López Canti, se hacen con el control de la ciudad y ocupan la base de Cartagena. El ejército del Centor consuma la ocupación, muy cautelosa, de los alrededores de Madrid, y llega a su objetivo de Tarancón. El C.T.V. destaca espectacularmente varios grupos que ocupan Guadalajara (el viejo y sangriento sueño), Cuenca, Motilla y Albacete; todas las carreteras y vías férreas radiales parecen italianas.
  
En Levante, Galicia ocupa Sagunto; Castilla, Segorbe; Aragón, Sacedón, para enlazar en Cuenca con el C.T.V.; Urgel, Alcalá, tras enlazar con el mismo C.T.V. en Guadalajara. Yagüe llega hasta Ciudad Real; Andalucía acampa en Bailén; Córdoba en Jaén. Almería responde con novecientos ochenta y seis días de retraso a los apremiantes radios de Franco el 19 de julio; se declara “a las órdenes del Caudillo”. Franco accede a los ruegos de la Marina, que ocupa la ciudad desde el puerto a primera hora de la tarde. Todas las ciudades que se sublevan antes de la llegada de las tropas piden directa y nominalmente instrucciones a Franco, en Burgos.
  
En Madrid han salido los dos diarios católicos, El Debate (por primera y última vez) y el Ya. El primer número del ABC recuperado lleva una invocación a Franco en su portada blanquinegra.
  
Ricardo de la Cierva
(Tomado de su obra “Francisco Franco, un siglo de España”)
  

jueves, 1 de abril de 2010

Día de la Victoria


PRIMERO DE ABRIL

Desde la madrugada del 1 de abril las noticias se espacian otra vez, y se concentran sobre un punto volcánico: los muelles de Alicante, convulsos aún. La ciudad estaba ya entregada, en su tercera noche a plena luz. El día 31 habían renunciado ya la mitad de los encerrados en el puerto, unos seis mil hombres. Durante la última noche sólo dos mil se resistían a la rendición. Cerraban el puerto el Canarias, el Vulcano y el Marte, junto al Júpiter. Para el resto de su vida agradecería Franco a Gastone Gambara la serenidad con que llevó todos los contactos con el desesperado enemigo —a las órdenes del coronel Burillo— y la instrucción dada al anochecer del 31, para que las avanzadas del C.T.V. fueran sustituidas por las tropas españoles recién llegadas, dos batallones de Infantería de Marina y dos del cuerpo de Galicia.

Los últimos mensajes inquietantes llegan a partir de las nueve de la mañana del 1 de abril. “Los núcleos de fugitivos de Alicante son excitados a la resistencia por el ex cónsul francés y un diputado de la misma nacionalidad”. El Canarias impide bruscamente la entrada a un navío de guerra francés y a otro mercante: disuade, de lejos, a otros barcos neutrales. Destacamentos españoles entran serenamente en los muelles y detienen a los agitadores. Hay, tras dramática votación numantina, algunos suicidios. Franco ordena a Gambara que el C.T.V. acantone junto al mar, fuera de la ciudad, en la Albufera y junto a la estación de Benalúa. Dos unidades españolas, la 17ª división y la 2ª agrupación de reserva del Centro desarman a los últimos batallones de la República, que marchan en silencio hacia el campo de concentración improvisado en la plaza de toros. Es primera hora de la tarde del 1 de abril de 1939.


Al recibir confirmación de esos datos, Franco retoca su borrador y firma el único, primer y último parte de guerra redactado personalmente por él: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.

Al caer la tarde, recibe un telegrama, fechado en Roma:

“Levantado nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente con Vuestra Excelencia deseada victoria católica España, hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas cristianas tradiciones que tan grande la hicieron. Con estos sentimientos efusivamente enviamos a Vuestra Excelencia y a todo el noble pueblo español nuestra apostólica bendición. Pius PP. XII”.

Aún no ha muerto el Primero de Abril cuando Franco firma la contestación al telegrama del Papa: “Intensa emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con motivo victoria total de nuestras armas, que en heroica cruzada han luchado contra enemigos de la religión, la patria y la civilización cristiana. El pueblo español, que tanto ha sufrido, eleva también con Su Santidad su corazón al Señor que le dispensa su gracia y le pide protección para su gran obra del porvenir y conmigo expresa a Vuestra Santidad inmensa gratitud por sus amorosas frases y por su apostólica bendición que ha recibido con religioso fervor y con la mayor devoción hacia Vuestra Beatitud. Francisco Franco, jefe del Estado español”.

Era como si Franco, en el día más hondo de su vida, tras demostrar sobriedad suprema en la redacción de su último parte de guerra, no supiese, en cambio, cómo cortar su barroca gratitud a Pío XII.

Todo había terminado en Alicante. Todo podía, ahora, comenzar.

Ricardo de la Cierva
(Tomado de su libro “Francisco Franco. Un siglo de España”)



CANTAR DEL CAUDILLO

El Caudillo entraba en Madrid vencedor.
Voltean las campanas de la villa a clamor.
Infantes y jinetes le llevan en honor.
Hombres y mujeres le dicen loor.

Un vocero delante va diciendo su pregón:
“Abran paso al Caudillo del grande corazón.
Ganó todas las tierras, del sur al septentrión,
y echó a los enemigos del último rincón”.

¡Cómo va rodeado de esforzados varones,
aviadores, marinos, jinetes y peones,
ganadores de muchas y campales acciones
cuales no se escribieron en viejos cronicones!

Allí se ven Varela, que Toledo tomó,
y Yagüe, aquel que en Lérida y en Badajoz entró,
y Aranda, el esforzado que Oviedo defendió,
y el que fue del Alcázar alcalde, Moscardó.

Y Queipo, el que hizo cierta la hazaña sevillana;
Solchaga, el que ganó más tierra catalana;
y Valiño, el guerrero de sonrisa lozana,
vencedor de más lides en edad más temprana.

Y Dávila y Cervera, Saliquet y Vigón,
y Tella y Monasterio, centauro en su bridón;
Kindelán, que entre halcones es el mayor halcón,
y este Martínez Campos, que es señor del cañón.

Sobre un alto tablado el Caudillo reposa
junto a los capitanes de su hueste gloriosa.
Otra lucida gente le saluda gozosa
y el Caudillo les habla con muy galana prosa:

“Dios os guarde, legados de la Roma fatal
y de la nobilísima Germania boreal
y de la bien amada y hermana Portugal,
todas tres predilectas de mi amor por igual”.

“Dios alargue tus días, gran Visir africano.
Saludadme al Jalifa, tu noble soberano.
Ved cuán buenos guerreros puso bajo mi mano
el Mogreb-el-Aksá, nuestro amigo y hermano…”

Y comienzan las huestes soberbias a pasar,
requetés y falanges de soberbio mirar,
legionarios y moros, combatientes sin par,
aviadores del aire y marinos del mar.

¡Dios, cuánta y qué gallarda pasa la Infantería!
¡Qué trueno dan los cascos de la Caballería!
¡Cómo crujen las losas con tanta Artillería!
La aviación en los aires nubla la luz del día.

¡Cómo aplauden las gentes, libres ya del terror,
y lloran las mujeres, de alegría y de amor!
En el fondo de su alma musita el trovador:
“¡Oh Dios, el buen vasallo ya tiene buen Señor!”

Ernesto La Orden
(Tomado de su libro “Digo mi verdad”)