Desde la madrugada del 1 de abril las noticias se espacian otra vez, y se concentran sobre un punto volcánico: los muelles de Alicante, convulsos aún. La ciudad estaba ya entregada, en su tercera noche a plena luz. El día 31 habían renunciado ya la mitad de los encerrados en el puerto, unos seis mil hombres. Durante la última noche sólo dos mil se resistían a la rendición. Cerraban el puerto el Canarias, el Vulcano y el Marte, junto al Júpiter. Para el resto de su vida agradecería Franco a Gastone Gambara la serenidad con que llevó todos los contactos con el desesperado enemigo —a las órdenes del coronel Burillo— y la instrucción dada al anochecer del 31, para que las avanzadas del C.T.V. fueran sustituidas por las tropas españoles recién llegadas, dos batallones de Infantería de Marina y dos del cuerpo de Galicia.
Los últimos mensajes inquietantes llegan a partir de las nueve de la mañana del 1 de abril. “Los núcleos de fugitivos de Alicante son excitados a la resistencia por el ex cónsul francés y un diputado de la misma nacionalidad”. El Canarias impide bruscamente la entrada a un navío de guerra francés y a otro mercante: disuade, de lejos, a otros barcos neutrales. Destacamentos españoles entran serenamente en los muelles y detienen a los agitadores. Hay, tras dramática votación numantina, algunos suicidios. Franco ordena a Gambara que el C.T.V. acantone junto al mar, fuera de la ciudad, en la Albufera y junto a la estación de Benalúa. Dos unidades españolas, la 17ª división y la 2ª agrupación de reserva del Centro desarman a los últimos batallones de la República, que marchan en silencio hacia el campo de concentración improvisado en la plaza de toros. Es primera hora de la tarde del 1 de abril de 1939.
Al recibir confirmación de esos datos, Franco retoca su borrador y firma el único, primer y último parte de guerra redactado personalmente por él: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
Al caer la tarde, recibe un telegrama, fechado en Roma:
“Levantado nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente con Vuestra Excelencia deseada victoria católica España, hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas cristianas tradiciones que tan grande la hicieron. Con estos sentimientos efusivamente enviamos a Vuestra Excelencia y a todo el noble pueblo español nuestra apostólica bendición. Pius PP. XII”.
Aún no ha muerto el Primero de Abril cuando Franco firma la contestación al telegrama del Papa: “Intensa emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con motivo victoria total de nuestras armas, que en heroica cruzada han luchado contra enemigos de la religión, la patria y la civilización cristiana. El pueblo español, que tanto ha sufrido, eleva también con Su Santidad su corazón al Señor que le dispensa su gracia y le pide protección para su gran obra del porvenir y conmigo expresa a Vuestra Santidad inmensa gratitud por sus amorosas frases y por su apostólica bendición que ha recibido con religioso fervor y con la mayor devoción hacia Vuestra Beatitud. Francisco Franco, jefe del Estado español”.
Era como si Franco, en el día más hondo de su vida, tras demostrar sobriedad suprema en la redacción de su último parte de guerra, no supiese, en cambio, cómo cortar su barroca gratitud a Pío XII.
Todo había terminado en Alicante. Todo podía, ahora, comenzar.
Ricardo de la Cierva
(Tomado de su libro “Francisco Franco. Un siglo de España”)
CANTAR DEL CAUDILLO
El Caudillo entraba en Madrid vencedor.
Voltean las campanas de la villa a clamor.
Infantes y jinetes le llevan en honor.
Hombres y mujeres le dicen loor.
Un vocero delante va diciendo su pregón:
“Abran paso al Caudillo del grande corazón.
Ganó todas las tierras, del sur al septentrión,
y echó a los enemigos del último rincón”.
¡Cómo va rodeado de esforzados varones,
aviadores, marinos, jinetes y peones,
ganadores de muchas y campales acciones
cuales no se escribieron en viejos cronicones!
Allí se ven Varela, que Toledo tomó,
y Yagüe, aquel que en Lérida y en Badajoz entró,
y Aranda, el esforzado que Oviedo defendió,
y el que fue del Alcázar alcalde, Moscardó.
Y Queipo, el que hizo cierta la hazaña sevillana;
Solchaga, el que ganó más tierra catalana;
y Valiño, el guerrero de sonrisa lozana,
vencedor de más lides en edad más temprana.
Y Dávila y Cervera, Saliquet y Vigón,
y Tella y Monasterio, centauro en su bridón;
Kindelán, que entre halcones es el mayor halcón,
y este Martínez Campos, que es señor del cañón.
Sobre un alto tablado el Caudillo reposa
junto a los capitanes de su hueste gloriosa.
Otra lucida gente le saluda gozosa
y el Caudillo les habla con muy galana prosa:
“Dios os guarde, legados de la Roma fatal
y de la nobilísima Germania boreal
y de la bien amada y hermana Portugal,
todas tres predilectas de mi amor por igual”.
“Dios alargue tus días, gran Visir africano.
Saludadme al Jalifa, tu noble soberano.
Ved cuán buenos guerreros puso bajo mi mano
el Mogreb-el-Aksá, nuestro amigo y hermano…”
Y comienzan las huestes soberbias a pasar,
requetés y falanges de soberbio mirar,
legionarios y moros, combatientes sin par,
aviadores del aire y marinos del mar.
¡Dios, cuánta y qué gallarda pasa la Infantería!
¡Qué trueno dan los cascos de la Caballería!
¡Cómo crujen las losas con tanta Artillería!
La aviación en los aires nubla la luz del día.
¡Cómo aplauden las gentes, libres ya del terror,
y lloran las mujeres, de alegría y de amor!
En el fondo de su alma musita el trovador:
“¡Oh Dios, el buen vasallo ya tiene buen Señor!”
Ernesto La Orden
(Tomado de su libro “Digo mi verdad”)
El Caudillo entraba en Madrid vencedor.
Voltean las campanas de la villa a clamor.
Infantes y jinetes le llevan en honor.
Hombres y mujeres le dicen loor.
Un vocero delante va diciendo su pregón:
“Abran paso al Caudillo del grande corazón.
Ganó todas las tierras, del sur al septentrión,
y echó a los enemigos del último rincón”.
¡Cómo va rodeado de esforzados varones,
aviadores, marinos, jinetes y peones,
ganadores de muchas y campales acciones
cuales no se escribieron en viejos cronicones!
Allí se ven Varela, que Toledo tomó,
y Yagüe, aquel que en Lérida y en Badajoz entró,
y Aranda, el esforzado que Oviedo defendió,
y el que fue del Alcázar alcalde, Moscardó.
Y Queipo, el que hizo cierta la hazaña sevillana;
Solchaga, el que ganó más tierra catalana;
y Valiño, el guerrero de sonrisa lozana,
vencedor de más lides en edad más temprana.
Y Dávila y Cervera, Saliquet y Vigón,
y Tella y Monasterio, centauro en su bridón;
Kindelán, que entre halcones es el mayor halcón,
y este Martínez Campos, que es señor del cañón.
Sobre un alto tablado el Caudillo reposa
junto a los capitanes de su hueste gloriosa.
Otra lucida gente le saluda gozosa
y el Caudillo les habla con muy galana prosa:
“Dios os guarde, legados de la Roma fatal
y de la nobilísima Germania boreal
y de la bien amada y hermana Portugal,
todas tres predilectas de mi amor por igual”.
“Dios alargue tus días, gran Visir africano.
Saludadme al Jalifa, tu noble soberano.
Ved cuán buenos guerreros puso bajo mi mano
el Mogreb-el-Aksá, nuestro amigo y hermano…”
Y comienzan las huestes soberbias a pasar,
requetés y falanges de soberbio mirar,
legionarios y moros, combatientes sin par,
aviadores del aire y marinos del mar.
¡Dios, cuánta y qué gallarda pasa la Infantería!
¡Qué trueno dan los cascos de la Caballería!
¡Cómo crujen las losas con tanta Artillería!
La aviación en los aires nubla la luz del día.
¡Cómo aplauden las gentes, libres ya del terror,
y lloran las mujeres, de alegría y de amor!
En el fondo de su alma musita el trovador:
“¡Oh Dios, el buen vasallo ya tiene buen Señor!”
Ernesto La Orden
(Tomado de su libro “Digo mi verdad”)
1 comentario:
muy bueno pero es que por aca por argentina pasaron ellos, todo esta destrozado, y ahora???. 1) descontrol social 2) anomia 3) cuasi anarquia 4) emergencia econòmica sine die. ?????
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