miércoles, 10 de septiembre de 2008

De rigurosa actualidad


EL BOFETÓN
DEL DEMONIO


Acaso como señal trágica de un mal mayor que se avecina, dos niños inocentes acaban de ser asesinados por la democracia. Tenían vida propia y derecho a poseerla, pero las madres que los portaban en sus senos fueron capturadas por el aparato estatal, conducidas a algún centro de exterminio, sometidos los pequeños a torturas crueles por verdugos anónimos, desaparecidos después sus cadáveres, y eliminados todos los rastros que hubieran hecho posible su identificación. Llamaremos a esta acción vesánica: Terrorismo de Estado.

Una espantosa campaña multimediática preparó el terreno para legitimar el fusilamiento de los embriones e intimidar e injuriar a sus defensores acusándolos, incluso, de hechos violentos que jamás existieron. Jueces sodomitas, legisladores torvos, funcionarios ruines, lúgubres asociaciones oficiosas, concentraron sus fuerzas y sus dineros para consumar el triunfal aborto, signo y emblema de la hegemonía kirchnerista sobre la vida y la muerte. Rostro visible y descompuesto del genocidio gubernamental, fue ese lúbrico ministro de enfermedades, que supo posar ufano entre condones, cual primus inter pares. Llamaremos a él, a sus mandantes y mandados, sencillamente: asesinos.

Se argumentó la subnormalidad de las madres y la violación a la que habrían sido sometidas. ¡La violación percibida súbitamente como un mal, en una sociedad hedonista que no debería sino mirarla como una opción sexual más! La violación curiosamente condenada, cuando ella no es sino la praxis de la permitida y fomentada pornografía, al sensato decir de Simone de Beauvoir. La violación reprobada, cuando una de las expresiones de la música degenerada que el mismísimo presidente dice consumir, es ejecutada por un conjunto que se autotitula legalmente Los violadores. Llamaremos a esta gravísima incoherencia: hipocresía farisaica.

Con demagogia disfrazada de caridad se predica, por un lado, que ya no hay discapacitados sino “personas con capacidades diferentes” e igualdad de derechos, y por otro, cuando se quiere auxiliar con genuina caridad cristiana —como concretamente se quiso y se ofreció— a esas “personas con capacidades diferentes”, para salvaguardar sus vidas y la de los inocentes que gestaban, se acabó la indiscriminación y la igualdad de derechos. Oscuras fuerzas del poder político discriminaron, decidieron por ellas, violándolas por segunda vez al convertirlas en sepulcros de sus propios hijos. Sin que el trípode familiar subversivo que gobierna, esto es, las Madres, las Abuelas y los HIJOS, hicieran sentir el menor reclamo por esas víctimas; antes bien, se sumaran al feroz crimen. Sin que los garantistas y abolicionistas de la pena de muerte alzaran un dedo en favor de los ultimados. Sin que los que se oponen a bajar la edad de imputación de los delitos tuvieran empacho en bajarla hasta la vida intrauterina para castigar a quienes delito alguno cometieron. Llamaremos cervantinamente al episodio: hideputez extrema.

Muchos de los involucrados en este infanticidio se dicen o son católicos, siquiera por bautismo formal o inserción social. Empezando por el binomio presidencial, que su catolicismo menta cada vez que se dispone a canonizar monjas, frailes y obispos terroristas. La Iglesia tiene prevista y reglada en el canon 1398 la excomunión latæ sententiæ para los públicos y ostensibles aborteros. Sanción dura, que marca a fuego a los nuevos Herodes, príncipes impuros y plebeyos de la ciudad filicida. Pero en vez de anunciar solemne y gravemente la excomunión de los sicarios, los Obispos prefieren escribir sentimentales epístolas, vacías de metafísica, de sentencias teológicas y morales, de condenas irrevocables. Llamaremos cobardía a esta calculada actitud.

Criminales ayer, cuando desataron la guerra revolucionaria contra la Argentina, las bandas erpianas y montoneras hoy gobernantes siguen siendo criminales. Y sus horrendas acciones —como lo dijera en su momento el Padre Leonardo Castellani— constituyen “el bofetón del demonio a toda inocencia y toda paternidad, que continúa enrojeciendo de sangre y fuego cárdeno el crepúsculo de la patria”. Llámese pues a lo sucedido, sin efugios y como cuadra: bofetón del demonio.

Los nombres que no sabemos son los de las criaturas asesinadas. Dios los sabe, pues como dice el Salmista: “Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno de mi madre; mi embrión tus ojos lo veían” (Salmo 139). Y es sobrenatural consuelo considerar que serán nombrados sólo por Dios, sin que rocen humanos labios el llamado. Hay una celebración celeste y terrena para los Santos Inocentes. Pero todo será y es tinieblas para los matadores inmisericordiosos. A nosotros nos toca juramentarnos en la lucha, para cerrarles el avance sobre esta tierra nuestra, que siembran de luto, de sepsia, de podredura y espanto.

Antonio Caponnetto

Nota: Las palabras de este editorial —correspondiente al nº 58 de nuestra Revista— sirven para condenar los hechos que son del dominio público, repetidos en todo el país y que ahora gravitan fuertemente sobre Mendoza. La nota fue escrita en septiembre de 2006. Dos años después, los asesinatos de inocentes se siguen cometiendo. Las voces mudas de los inocentes prosiguen clamando al cielo.

1 comentario:

Eternamentelibre dijo...

Hasta cuando con el terror del aborto?
Cuanto mas tendran que soportar nuestros ojos y nuestros corazones aberraciones de esta índole?
El espanto no puede triunfar sobre la luz y la vida!
Abrazo patriotico

Pequeña duda: de quien es la maravillosa musica de guitarras, cuando apenas entramos a la pagina?