EL SIGNIFICADO
DE RUDOLF HESS
Comencemos por recordar un argumento que está en el centro del razonamiento de un católico tradicional al considerar la edad moderna: la raíz común del liberalismo y el socialismo. Para nosotros, esto es algo tan claro e indiscutible que tendemos a darlo por probado para todo el mundo.
Pero no es así: ambas “familias” modernas se resisten a entender este hecho. Tanto socialistas como liberales suelen pasar por alto el asunto y aún, a veces, niegan llanamente que tal parentesco exista o tenga importancia. Pues bien, pocas tesis de este tipo suelen tener lo que en las “ciencias duras” se llama “comprobaciones experimentales”. Las conclusiones de la filosofía de la historia o de sociología de la cultura rara vez se pueden “probar” como se prueba una hipótesis científica. Precisamente el episodio Hess llena, por lo pronto, esta función: prueba acabadamente de qué manera el marxismo y el liberalismo pertenecen a una misma familia ideológica y —de paso— prueba la falsedad de la tesis de Marx de predominio de lo económico para la comprensión de la historia y —en cambio— prueba la mayor importancia de lo ideológico frente a lo económico.
En el mes de mayo de 1941 la Segunda Guerra Mundial se encaminaba a su punto cenital. Según nuestra tesis, apoyada en las explícitas manifestaciones vertidas en “Mein Kampf”, Hitler se propuso conquistar la Unión Soviética y para ello, como es lógico, comenzó por ocupar Polonia. La inesperada intervención de Francia e Inglaterra lo obligó a adoptar medidas que alejaran el fantasma (que explicaba la derrota alemana en las Primera Guerra) de una lucha en dos frentes. Por eso en 1940 Hitler destruyó el ejército francés y el cuerpo expedicionario británico, ocupando Francia.
Preparada ya la invasión de la URSS, la diversión balcánica le hizo perder casi tres meses, pues en vez de comenzar la invasión a principios de abril (como había hecho en Occidente) recién pudo lanzarse el 22 de junio. Por su parte, Inglaterra estaba derrotada. Es verdad que Hitler no había podido ponerla fuera de combate (fracasadas la invasión por mar y la destrucción por el aire) pero la guerra submarina la había puesto entre la espada y la pared. Su condición insular le permitía seguir resistiendo pero la posibilidad, por sí sola, de atacar nuevamente en el continente, era nula.
Así las cosas, podía causar daños a la población alemana con los bombardeos terroristas contra ciudades pero militarmente no tenía posibilidades serias de perturbar el esfuerzo de guerra alemán. Su único valor, el único riesgo que representaba, era la posibilidad de servir de base a su poderoso aliado americano (que todavía estaba fuera de la guerra). Pero Hitler confiaba en destruir a la URSS lo suficientemente rápido como para que esa amenaza no pudiera concretarse.
En este momento, el 10 de mayo de 1941, apenas 45 días antes del ataque a la URSS, uno de los más fieles y antiguos seguidores de Hitler, uno de sus herederos designados para el caso de muerte (o sea alguien que conocía muy bien el pensamiento del Führer) decide dar un paso asombroso, sin parangón en ningún conflicto armado de la historia. Toma un avión, cruza el canal de la Mancha y se arroja en paracaídas en suelo inglés. Deja una carta para Hitler en la que le informa el sentido de su decisión y le dice que si su misión fracasa (cosa que él cree muy posible, casi segura) puede explicarse al pueblo alemán que se volvió loco.
Pero Hess estaba cuerdo. Quería hacer algo absolutamente “fuera de lo corriente para llamar la atención de todo el mundo” (como dijo en una carta a su mujer) porque advertía que la Historia tomaba un giro decisivo que definiría la suerte del mundo por mucho tiempo. Confiaba en pasar por sobre Churchill, a quien consideraba un belicista irrecuperable y a través del duque de Hamilton, a quien había conocido en los Juegos Olímpicos de 1936, llegar al rey y a la opinión pública inglesa. ¿Cuál era su propuesta? No tiene sentido, pensaba, que nos hagamos la guerra entre europeos. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Alemania respetará el Imperio Británico y en cambio el bolchevismo es una amenaza tanto para ustedes como para nosotros. Vamos a atacar a la URSS. Acompáñennos o por lo menos hagan la paz con Alemania y permítannos liquidar al comunismo. La propuesta de Hess fracasó totalmente, como él anticipara. El duque de Hamilton lo derivó a Churchill, que se negó a recibirlo y lo encarceló. Apenas un mes después, cuando Alemania atacó a las URSS, Churchill declaró que “se uniría al mismo Satanás para enfrentar a Hitler” y apoyó de inmediato el esfuerzo bélico soviético.
Tanto el Primer Ministro británico como la clase dirigente inglesa rechazaron sin mayor debate la propuesta de Hess. Para justificarlo, suele aducirse que Churchill debió afrontar una difícil decisión entre dos totalitarismos igualmente criminales. A esa idea muy difundida hay que hacerle algunas correcciones para demostrar que procede de una simple extrapolación que confunde los tiempos. En mayo de 1941 el Holocausto, según todos los autores políticamente correctos que han escrito sobre el tema, no había comenzado. Según ellos, recién tras el ataque a la URSS se iniciaría su fase asistemática con los “sonderkommando” (grupos especiales de aniquilación) que acompañaban a las tropas invasoras. Y sólo en enero de 1942 se realizaría la conferencia de Wansee, en la cual se habría decidido la “solución final”. Al comenzar la guerra, los campos de concentración alemanes no albergaban más que ocho mil personas. Este dato no es de algún historiador revisionista, sino de Eric Hobsbawm, marxista, en su “Historia del Siglo XX” (pag. 155).
Es verdad que había habido abusos de poder y persecuciones a los judíos como la “noche de cristal” en la que murieron menos de cien personas. Con todo, con respecto a los judíos hasta ese momento “la política nazi… parecía cifrar en la expulsión sistemática, más que en el exterminio en masa, la solución final del problema judío” (Hobsbawm, ibid.).
Los comunistas, en cambio, eran ya experimentados asesinos de masa. Si se lee “El libro negro del comunismo” se advierte que desde el primer momento del régimen se practicó en la URSS una política de exterminio sistemático de los adversarios. Pero sin entrar en todos los detalles, en 1941 ya se habían producido las siguientes principales matanzas: el hambre utilizado como medio de genocidio en 1921-1923: cinco millones de muertos (pág. 139 del Libro Negro), y en 1932-34: seis millones de muertos (pág. 178) más la matanza selectiva del Gran Terror de 1931-38: unas 700.000 personas (pág. 225). Esto, sin contar que, al comenzar la guerra el Archipiélago Gulag (los campos de concentración soviéticos) albergaban 2.000.000 de personas (pág. 237). Podría objetarse que la población rusa era más numerosa que la alemana, pero no más de una vez y media, es decir que aún en porcentaje las cifras siguen siendo incomparables.
Podría también objetarse que estas revelaciones surgen de un libro publicado en 1998 y que en 1941 no se conocían todos los datos. Sí, no se sabía entonces con el detalle con que hoy se sabe, pero los gobernantes europeos estaban perfectamente enterados de la magnitud general de los crímenes y de la extensión del sistema represivo. Es decir, Mr. Churchill, el gobierno inglés y la opinión pública británica tomaron partido por un totalitarismo que era infinitamente peor que el otro con perfecta conciencia de tal cosa. Para ser más precisos, prefirieron a un régimen asesino a lo que en ese momento no era más que un Estado autoritario.
Entender las razones de esta decisión, como se comprenderá, es esencial para entender el siglo y la actual situación cultural del mundo. Un gobierno de coalición presidido por un líder conservador que había dado muestras de su anticomunismo verbal manifestando, por ejemplo, su admiración por Mussolini, optaba sin dudarlo por los criminales mayores del siglo. ¿Por qué? No caben sino dos explicaciones que no se excluyen sino que se suman. La primera es la relación entre las dos ideologías del siglo: la liberal y la marxista. Los comunistas hablaban el mismo lenguaje de los liberales: progreso, educación, derechos del hombre (aunque no los practicaran) mientras que los alemanes hablaban de la patria, la disciplina, los deberes. Si Mr. Churchill hubiera actuado como un patriota inglés hubiera oído a Hess, hubiera salvado el Imperio y evitado para Inglaterra llegar a ser una potencia de tercera. Si Mr. Churchill hubiera actuado como un conservador, hubiera oído a Hess y hubiera evitado la expansión mundial del comunismo con su oleada de crímenes sin fin. Si Mr. Chuchill hubiera actuado como un capitalista (que es como suponían los comunistas que debía haber actuado) hubiera oído a Hess y hubiera luchado con una Alemania en la que había propiedad privada contra una URSS colectivista.
En lugar de todo eso, Mr. Churchill actuó como un ideólogo liberal de derecha, acomplejado por el prestigio intelectual del comunismo y optó por los peores asesinos en cuyos registros faltaban todavía las hazañas de Mao y de Pol Pot.
También se ha dicho que la tradicional política británica era impedir hegemonías europeas continentales. Pretexto falso, porque el mismo riesgo de hegemonía presentaban la URSS y la Alemania nacionalsocialista. La segunda razón es también indiscutible. Un centenar de muertos puede pesar más en las conciencias que doce millones… si los primeros son judíos y los segundos simples campesinos y hombres de la clase media rusa. La importancia del lobby judío en Inglaterra, que no puede negar nadie que conozca la historia de la City, actuó sin ninguna duda como elemento fundamental para la decisión de Churchill. Si estas hipótesis son ciertas, entonces lo que pasó en el siglo XX y lo que sucede hoy queda iluminado por unas luces muy significativas que explican por un lado la política en el Medio Oriente y por el otro la complicidad intelectual de las “derechas” liberales con el marxismo residual. Una prueba suplementaria de la importancia de esta interpretación es que las historias políticamente correctas del siglo XX no tratan el episodio Hess. Desde un extremo del arco ideológico al otro, desde Johnson, un católico progresista hasta Hobsbawm, un marxista, la misión Hess es sencillamente ignorada, no hay ni siquiera una mención al pasar de ella. Indirecta confirmación de la riqueza de significados de un instante crucial de la historia de nuestro tiempo.
DE RUDOLF HESS
Comencemos por recordar un argumento que está en el centro del razonamiento de un católico tradicional al considerar la edad moderna: la raíz común del liberalismo y el socialismo. Para nosotros, esto es algo tan claro e indiscutible que tendemos a darlo por probado para todo el mundo.
Pero no es así: ambas “familias” modernas se resisten a entender este hecho. Tanto socialistas como liberales suelen pasar por alto el asunto y aún, a veces, niegan llanamente que tal parentesco exista o tenga importancia. Pues bien, pocas tesis de este tipo suelen tener lo que en las “ciencias duras” se llama “comprobaciones experimentales”. Las conclusiones de la filosofía de la historia o de sociología de la cultura rara vez se pueden “probar” como se prueba una hipótesis científica. Precisamente el episodio Hess llena, por lo pronto, esta función: prueba acabadamente de qué manera el marxismo y el liberalismo pertenecen a una misma familia ideológica y —de paso— prueba la falsedad de la tesis de Marx de predominio de lo económico para la comprensión de la historia y —en cambio— prueba la mayor importancia de lo ideológico frente a lo económico.
EL CASO HESS
En el mes de mayo de 1941 la Segunda Guerra Mundial se encaminaba a su punto cenital. Según nuestra tesis, apoyada en las explícitas manifestaciones vertidas en “Mein Kampf”, Hitler se propuso conquistar la Unión Soviética y para ello, como es lógico, comenzó por ocupar Polonia. La inesperada intervención de Francia e Inglaterra lo obligó a adoptar medidas que alejaran el fantasma (que explicaba la derrota alemana en las Primera Guerra) de una lucha en dos frentes. Por eso en 1940 Hitler destruyó el ejército francés y el cuerpo expedicionario británico, ocupando Francia.
Preparada ya la invasión de la URSS, la diversión balcánica le hizo perder casi tres meses, pues en vez de comenzar la invasión a principios de abril (como había hecho en Occidente) recién pudo lanzarse el 22 de junio. Por su parte, Inglaterra estaba derrotada. Es verdad que Hitler no había podido ponerla fuera de combate (fracasadas la invasión por mar y la destrucción por el aire) pero la guerra submarina la había puesto entre la espada y la pared. Su condición insular le permitía seguir resistiendo pero la posibilidad, por sí sola, de atacar nuevamente en el continente, era nula.
Así las cosas, podía causar daños a la población alemana con los bombardeos terroristas contra ciudades pero militarmente no tenía posibilidades serias de perturbar el esfuerzo de guerra alemán. Su único valor, el único riesgo que representaba, era la posibilidad de servir de base a su poderoso aliado americano (que todavía estaba fuera de la guerra). Pero Hitler confiaba en destruir a la URSS lo suficientemente rápido como para que esa amenaza no pudiera concretarse.
En este momento, el 10 de mayo de 1941, apenas 45 días antes del ataque a la URSS, uno de los más fieles y antiguos seguidores de Hitler, uno de sus herederos designados para el caso de muerte (o sea alguien que conocía muy bien el pensamiento del Führer) decide dar un paso asombroso, sin parangón en ningún conflicto armado de la historia. Toma un avión, cruza el canal de la Mancha y se arroja en paracaídas en suelo inglés. Deja una carta para Hitler en la que le informa el sentido de su decisión y le dice que si su misión fracasa (cosa que él cree muy posible, casi segura) puede explicarse al pueblo alemán que se volvió loco.
Pero Hess estaba cuerdo. Quería hacer algo absolutamente “fuera de lo corriente para llamar la atención de todo el mundo” (como dijo en una carta a su mujer) porque advertía que la Historia tomaba un giro decisivo que definiría la suerte del mundo por mucho tiempo. Confiaba en pasar por sobre Churchill, a quien consideraba un belicista irrecuperable y a través del duque de Hamilton, a quien había conocido en los Juegos Olímpicos de 1936, llegar al rey y a la opinión pública inglesa. ¿Cuál era su propuesta? No tiene sentido, pensaba, que nos hagamos la guerra entre europeos. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Alemania respetará el Imperio Británico y en cambio el bolchevismo es una amenaza tanto para ustedes como para nosotros. Vamos a atacar a la URSS. Acompáñennos o por lo menos hagan la paz con Alemania y permítannos liquidar al comunismo. La propuesta de Hess fracasó totalmente, como él anticipara. El duque de Hamilton lo derivó a Churchill, que se negó a recibirlo y lo encarceló. Apenas un mes después, cuando Alemania atacó a las URSS, Churchill declaró que “se uniría al mismo Satanás para enfrentar a Hitler” y apoyó de inmediato el esfuerzo bélico soviético.
LA DECISIÓN DE CHURCHILL
Tanto el Primer Ministro británico como la clase dirigente inglesa rechazaron sin mayor debate la propuesta de Hess. Para justificarlo, suele aducirse que Churchill debió afrontar una difícil decisión entre dos totalitarismos igualmente criminales. A esa idea muy difundida hay que hacerle algunas correcciones para demostrar que procede de una simple extrapolación que confunde los tiempos. En mayo de 1941 el Holocausto, según todos los autores políticamente correctos que han escrito sobre el tema, no había comenzado. Según ellos, recién tras el ataque a la URSS se iniciaría su fase asistemática con los “sonderkommando” (grupos especiales de aniquilación) que acompañaban a las tropas invasoras. Y sólo en enero de 1942 se realizaría la conferencia de Wansee, en la cual se habría decidido la “solución final”. Al comenzar la guerra, los campos de concentración alemanes no albergaban más que ocho mil personas. Este dato no es de algún historiador revisionista, sino de Eric Hobsbawm, marxista, en su “Historia del Siglo XX” (pag. 155).
Es verdad que había habido abusos de poder y persecuciones a los judíos como la “noche de cristal” en la que murieron menos de cien personas. Con todo, con respecto a los judíos hasta ese momento “la política nazi… parecía cifrar en la expulsión sistemática, más que en el exterminio en masa, la solución final del problema judío” (Hobsbawm, ibid.).
Los comunistas, en cambio, eran ya experimentados asesinos de masa. Si se lee “El libro negro del comunismo” se advierte que desde el primer momento del régimen se practicó en la URSS una política de exterminio sistemático de los adversarios. Pero sin entrar en todos los detalles, en 1941 ya se habían producido las siguientes principales matanzas: el hambre utilizado como medio de genocidio en 1921-1923: cinco millones de muertos (pág. 139 del Libro Negro), y en 1932-34: seis millones de muertos (pág. 178) más la matanza selectiva del Gran Terror de 1931-38: unas 700.000 personas (pág. 225). Esto, sin contar que, al comenzar la guerra el Archipiélago Gulag (los campos de concentración soviéticos) albergaban 2.000.000 de personas (pág. 237). Podría objetarse que la población rusa era más numerosa que la alemana, pero no más de una vez y media, es decir que aún en porcentaje las cifras siguen siendo incomparables.
Podría también objetarse que estas revelaciones surgen de un libro publicado en 1998 y que en 1941 no se conocían todos los datos. Sí, no se sabía entonces con el detalle con que hoy se sabe, pero los gobernantes europeos estaban perfectamente enterados de la magnitud general de los crímenes y de la extensión del sistema represivo. Es decir, Mr. Churchill, el gobierno inglés y la opinión pública británica tomaron partido por un totalitarismo que era infinitamente peor que el otro con perfecta conciencia de tal cosa. Para ser más precisos, prefirieron a un régimen asesino a lo que en ese momento no era más que un Estado autoritario.
LAS CLAVES
Entender las razones de esta decisión, como se comprenderá, es esencial para entender el siglo y la actual situación cultural del mundo. Un gobierno de coalición presidido por un líder conservador que había dado muestras de su anticomunismo verbal manifestando, por ejemplo, su admiración por Mussolini, optaba sin dudarlo por los criminales mayores del siglo. ¿Por qué? No caben sino dos explicaciones que no se excluyen sino que se suman. La primera es la relación entre las dos ideologías del siglo: la liberal y la marxista. Los comunistas hablaban el mismo lenguaje de los liberales: progreso, educación, derechos del hombre (aunque no los practicaran) mientras que los alemanes hablaban de la patria, la disciplina, los deberes. Si Mr. Churchill hubiera actuado como un patriota inglés hubiera oído a Hess, hubiera salvado el Imperio y evitado para Inglaterra llegar a ser una potencia de tercera. Si Mr. Churchill hubiera actuado como un conservador, hubiera oído a Hess y hubiera evitado la expansión mundial del comunismo con su oleada de crímenes sin fin. Si Mr. Chuchill hubiera actuado como un capitalista (que es como suponían los comunistas que debía haber actuado) hubiera oído a Hess y hubiera luchado con una Alemania en la que había propiedad privada contra una URSS colectivista.
En lugar de todo eso, Mr. Churchill actuó como un ideólogo liberal de derecha, acomplejado por el prestigio intelectual del comunismo y optó por los peores asesinos en cuyos registros faltaban todavía las hazañas de Mao y de Pol Pot.
También se ha dicho que la tradicional política británica era impedir hegemonías europeas continentales. Pretexto falso, porque el mismo riesgo de hegemonía presentaban la URSS y la Alemania nacionalsocialista. La segunda razón es también indiscutible. Un centenar de muertos puede pesar más en las conciencias que doce millones… si los primeros son judíos y los segundos simples campesinos y hombres de la clase media rusa. La importancia del lobby judío en Inglaterra, que no puede negar nadie que conozca la historia de la City, actuó sin ninguna duda como elemento fundamental para la decisión de Churchill. Si estas hipótesis son ciertas, entonces lo que pasó en el siglo XX y lo que sucede hoy queda iluminado por unas luces muy significativas que explican por un lado la política en el Medio Oriente y por el otro la complicidad intelectual de las “derechas” liberales con el marxismo residual. Una prueba suplementaria de la importancia de esta interpretación es que las historias políticamente correctas del siglo XX no tratan el episodio Hess. Desde un extremo del arco ideológico al otro, desde Johnson, un católico progresista hasta Hobsbawm, un marxista, la misión Hess es sencillamente ignorada, no hay ni siquiera una mención al pasar de ella. Indirecta confirmación de la riqueza de significados de un instante crucial de la historia de nuestro tiempo.
Aníbal D’Angelo Rodríguez
4 comentarios:
Si siempre entro a esta página es porque sencillamente enseñan cosas que uno no sabe.
Estos datos a mi parecer son fundamentales para comprender lo que aconteció en el siglo XX
Saludos.
Joaquín
Sencillamente, maravilloso el artículo, que D'ángelo nos siga enseñando por el amor de Dios.
Fantástico artículo. Creo que deja muy claro que los patrocinadores de liberalismo y comunismo son los mismos, ¿verdad?
¿Será que Los Protocolos de los Sabios de Sión no son tan falsos como dicen? Puede ser. Pero su lectura refleja la realidad mundial, creo..
Un saludo.
Julio Fernández.
Hitler Was Financed by the Federal Reserve and the Bank of England
http://www.veteranstoday.com/2016/06/11/hitler-was-financed-by-the-federal-reserve-and-the-bank-of-england/
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