sábado, 20 de septiembre de 2008

Económicas


SE ACERCA
EL FIN DE LA FIESTA


Como ocurre en toda situación opinable, el cortejo de analistas, periodistas y operadores económicos se divide entre los optimistas y los pesimistas. Entiendo que contando con instrumentos de análisis, cuya eficacia está más que comprobada, no se justifica esa división. Es más, el esfuerzo honesto que exige contemplar la realidad, sumado a la aplicación adecuada de las herramientas de análisis económico a los que me he aludido es suficiente para entender —aunque más no sea por aproximación— en qué condición se encuentra la economía nacional.

Eso sí, creo que el análisis debe estar despojado de toda motivación que justifique intereses creados o cualquier ideología, venga de donde viniere.

Además, debe respetar el vocabulario que la misma ciencia económica ha adoptado, diría con uniformidad pacífica. Esta acotación viene al caso porque es dable observar cómo acerca de estos temas se está colando de rondón un conjunto, cada vez más numeroso, de verdaderos ignorantes autotitulados y agrupados bajo el rubro de ¡intelectuales progresistas! Este proceso lo está padeciendo la historia y la ciencia política. Sobre este último aspecto volveré en otra ocasión, más adelante.

Desde ya advierto que trataré de simplificar esta nota llevando la exposición al nivel de los manuales introductorios de la disciplina, que sin duda los hay y muy buenos.

Por cierto no puedo obviar una breve referencia a lo que todos conocemos: el estado de la economía nacional a comienzos del siglo que corre.

Fueron tantos y tan grandes los desatinos que nos llevaron a una situación caótica que hasta hizo dudar sobre la viabilidad que tenía la nación de continuar existiendo como tal. Creo que estas líneas son suficientes a los fines que me propongo.

En tales circunstancias llegamos al año 2003, año en el cual asume la actual administración que, al comienzo de su gestión, se encontró con una política económica diseñada y puesta en marcha por su predecesor, bien es cierto que lentamente o de a poco. Los pilares que sustentaban aquella política eran pocos y simples: una legislación de emergencia que comprendía medidas como el control de la masa monetaria —corralito y corralones mediante— y congelamiento de tarifas de servicios públicos, sustituidas por subsidios a los prestatarios, entre otras.

Paralelamente el conjunto de medidas tendió a combatir el déficit en las cuentas públicas e incrementar el superávit de la balanza de pagos. En este último aspecto se adoptó un tipo de cambio alto, con la finalidad de que el resto del mundo considerara atractiva la oferta de productos argentinos que por entonces habían perdido casi todos los mercados tradicionales, mientras el Banco Central tenía a su cargo tomar las medidas oportunas para esterilizar eventuales excesos en la masa monetaria.

Objetables, pero aparentemente necesarios, resultaban ser los mecanismos dispuestos para enjugar el déficit presupuestario doméstico: el impuesto al cheque y la extensión del gravamen al valor agregado (IVA).

A estas medidas, que no son todas, se sumaba la facultad de dictar decretos de necesidad y urgencia. Dejando a salvo que este conjunto de disposiciones pudo haber sido necesario, no cabe duda que debió limitárselo en el tiempo: hoy, ya avanzado el corriente año 2008 casi todo el paquete de medidas debió haber sido derogado y paulatinamente sustituido por los mecanismos legislativos previstos en la Constitución Nacional, a la que dicen respetar.

Sin pretender ignorar las tasas de crecimiento del PBI alcanzadas, así como negar los superávits doméstico y de la balanza de pagos, aun sin cuantificarlos, es aquí adonde quería llegar. Esto es: estábamos y estamos dentro de distintas fases de las tan conocidas fluctuaciones económicas. Este fenómeno, sin olvidar “le tableau economique” de Quesnay que lo precedió, ha sido el de mayor tradición dentro del conjunto de estudios macroeconómicos. Se lo conoció como estudio de las crisis, posteriormente se lo llamó de los ciclos económicos y más recientemente por la denominación que he consignado más arriba.

Se me preguntará el por qué traje a cuento este capítulo de la economía. Muy simple: el análisis económico aprendió a prever y manejar las fluctuaciones, lo que no pudo hacer es eliminarlas: pueden encontrarse, como un fenómeno recurrente y no periódico, en las naciones con economías más desarrolladas. Se habrán atenuado las consecuencias negativas, así como habrá disminuido la amplitud de la onda de cada fase, pero están aquí. Hoy como ayer.

Por qué lo digo: para dejar en claro que en lo más profundo de las simas comienzan las economías a experimentar un fenómeno de rebote y comienza la fase de expansión; nadie tiene mérito en el arranque, pero una política atinada podría imprimir mayor extensión en el tiempo a esta fase y significaría la recuperación de las tasas de crecimiento.

Sería misión de esa misma política postergar el advenimiento ineludible del fin de la expansión y que la depresión que le sucediera tuviera el menor costo económico-social. En síntesis: los mayores méritos que se adjudica la administración del matrimonio gobernante deben atribuirse a causas externas. El resto es demérito, pues en el orden doméstico poco o nada se ha logrado.

Hoy es innegable que nos encontramos con expectativas nada promisorias. Otra vez será la inflación el origen de los aciagos momentos que nos toca y tocará vivir. Es más, nada se ha hecho para prevenirla; antes bien la ineptitud, la avidez y el descuido de los principios elementales de la ética pública, precipitan y precipitarán con inusitada gravedad las consecuencias que acarreará el peor de los impuestos regresivos que puede imponérsele a una población.

Este extremo se halla en las antípodas de la tan declamada redistribución del ingreso que se presenta como el objetivo prioritario de la política económica de la señora Presidenta.

Ella todavía cree estar a tiempo de maquillar ante sus gobernados y ante el mundo toda la cara horrible que dentro de poco mostrará nuestra amada patria, pero adviértase también el por qué del título de mi nota.

Los medios en circulación dan cuenta de los hechos negativos más importantes; ello me exime de entrar en detalles, pero no puedo dejar de señalar que el resto del mundo no está ya en condiciones de producir nuevamente condiciones externas que nos transporten hacia los tramos más altos de una nueva fase de expansión.

Esto podría lograrse —con mucho esfuerzo y dolor— pero para ello, la presidenta debe recordar que su misión es la de conducir a la Nación al logro del bien común temporal. Algo que no está en sus planes.

Alejandro Vera Barros

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