jueves, 31 de julio de 2008

San Ignacio el Grande


SAN IGNACIO
Y HITLER

Vino días pasados un amigo blandiendo un diario atrasado con un artículo sobre San Ignacio de Loyola y los comedores de caracoles, del caduco novelista español Pío Baroja, con el cual entablamos el diálogo siguiente:

— ¿Ha visto lo que hace su amiga La Nación? —me dijo mi amigo con retintín y sorna.

— ¿Qué hace?

— Hace tres meses publicó un artículo de Anzoátegui sobre San Ignacio, que era todo un ditirambo; ahora publica esto sobre nuestro Padre que es un vilipendio…

— ¿Y qué hay con eso?

— Hay que si lo que dice Anzoátegui es verdad, lo que dice Baroja es falso. O bien, si lo que dice Baroja está bien, lo que dice Anzoátegui es una ignominia. Y La Nación no puede creer las dos cosas juntas… a la vez no puede afirmarlas.

— ¿Por qué no?

— Porque sería una verdadera chanchada.

— Quizá. Pero el nombre propio que tiene no es ése. Se llama liberalismo. Antiguamente se llamó libre examen. Para acabar con eso nacieron San Ignacio de Loyola y… Hitler.

Al oír esta palabra, mi amigo saltó de la silla, se le agrandaron los ojos, y toda su indignación contra La Nación se disipó por ensalmo, para dar lugar a otra más grande; supuesto que mi amigo es aliadófilo y democrático —dos palabras que ya dicen lo contrario de lo que suenan, como aquellos “leales” de la guerra española—, y todas las mañanas ingenuamente reza por la muerte de Hitler.

— ¿De modo que usté pone juntos esos dos nombres? —me dijo, subrayando mucho.

— La Historia los pone juntos… en los dos extremos de un ciclo histórico.

— ¿Entonces para usté Hitler sería un santo?

— Lo contrario.

— ¿Un malvado?

— Un malvado no es lo contrario; es lo contradictorio de un santo. Lo contrario de un santo es un bandolero. Un bandolero, mientras es bandolero, no es santo; pero puede volverse santo en el momento que quiera, lo que no pasa ni con el malvado, ni con el virtuoso mediocre. Hitler, lo mismo que su predecesor Napoleón, es un gran bandolero de coronas, un outlaw que se ha puesto fuera de la ley, lo cual no quiere decir necesariamente que esté fuera de la justicia, por lo menos de la inescrutable y tremenda Justicia Divina.

— ¡Usté es de la Quinta Columna! —dijo mi amigo, tomando su bonete en una resolución rápida. — Es lo único que me faltaba por oír, que Hitler está cerca de Dios… más cerca de Dios que un virtuoso… que un virtuoso ¿cómo dijo?… mediocre…

— ¿Y por qué no? ¿No es el azote de Dios? ¿Y el azote no está cerca de la mano?

Mi amigo dejó de nuevo el bonete, oyéndome dar al Führer el título de Atila, con implicación de salvaje y huno —que son los calificativos que él mismo le adjudica cada día—, y nos consideró largamente, con los ojitos bailándole en la cara obesa.

— Si es poesía, puede pasar —dijo al fin, despechado.

— No es poesía, es teología. ¿No ha visto usté lo que hace un padre con su hijo? Agarra un palo, le pega una paliza, y después tira el palo al fuego y al hijo lo abraza y lo nombra su heredero. Lo mismo hace Dios con las naciones, y con esos grandes conductores, que son seres en quienes descansó su vista, según opina Manzoni. ¿No ha leído Cinque Maggio?… Ahora que Dios se diferencia del papá en esto: que hasta de un palo es capaz de hacer un hijo de Abraham.

— Si a eso le llama usté teología… —empezó mi amigo, con despecho.

— Está en San Agustín, en La Ciudad de Dios… si uno la sabe leer.

— ¡Yo la he leído!

— Por eso digo.

Mi amigo se levantó, se fue… y se olvidó el bonete en mi despacho.

R.P. Leonardo Castellani, S.J.
Día de San Ignacio, 1944

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre genial el Doctor.