LUCIANO MENÉNDEZ
El 27 de mayo comenzó el juicio al General de División Don Luciano Benjamín Menéndez. Ante todo, debo asentar mi expresión de respeto por quien, además de luchar contra los enemigos de la Patria, ha tenido la lealtad y la valentía de reclamar para sí la responsabilidad de los actos de los subordinados que actuaron bajo su mando.
Pero ese respeto no me hace coincidir con Menéndez, ni en su actuación política, ni en el estilo procesal usado para con los enemigos prisioneros. Creo que, una vez más, este simulacro de juicio es perverso, entre tantas otras cosas, porque la acusación no se refiere a las verdaderas culpas del General, por las que, eventualmente, podría ser juzgado.
Procurando anticipar un juicio desde la perspectiva histórica, pienso que Menéndez es responsable o co-responsable, de algunos males infligidos al Bien Común de la Nación, a pesar del patriotismo y de su valentía civil en asumir gran parte de la conducción contra el enemigo nacional.
Y paso a detallar cuáles son, a mi parecer, las deudas por las que podría pagar.
1ª: Volver a atrapar a la Argentina en la trampa colonialista liberal. Si el movimiento militar del 24 de marzo de 1976 era plenamente legítimo en sus motivos antecedentes, fue perdiendo legitimidad en la medida en que insistía en aherrojar a la Patria en el liberalismo: político, educativo, jurídico, económico. Recuerdo una exposición de casi cuatro horas, en la que fue secundado por varios oficiales superiores, que se realizó en el Pabellón Argentina de la Ciudad Universitaria de Córdoba, acerca de las causas y naturaleza de la subversión. En vez de referirla a un orden sobrenatural, o por lo menos natural, cuya jerarquía se procuraba invertir, suprimiendo principios del orden natural como la Autoridad, la Libertad, la Justicia en todas sus formas, especialmente la legal y la distributiva, la Propiedad y su función social, etc., la exposición ordenada por Menéndez definía a la subversión como “la guerra del totalitarismo contra la democracia” y ejemplificaba como fuerza orgánica subversiva, al Ejército Alemán bajo el gobierno de Hitler.
A partir de tal incomprensión del problema a resolver, partiendo de un diagnóstico tan errado, cuesta pensar que una de las mayores Unidades de Batalla de la Patria estuviera en manos de quien tan poco entendía de política. Y sabemos que la ignorancia o la conciencia errónea, no disminuyen la responsabilidad cuando se tiene obligación de saber.
No sería justo culpar a Menéndez de todos los errores políticos del “Proceso”, que fueron esenciales, pero innegablemente fue parte de la más alta Conducción del País cuando se tomaron decisiones fatales, como la política económica creadora de la monstruosa deuda externa, o la decisión de combatir a la guerrilla marxista “por la izquierda”, es decir, degradar una Guerra Justa transformándola en operaciones clandestinas, regalando al enemigo la legalidad. Si él no estuvo de acuerdo, al menos omitió oponerse tan decidida y virilmente como lo hizo luego, unos años más tarde, cuando se fue dando un portazo que lo honra. Probablemente, podría haber incurrido en el mismo error de los Generales de Hitler, al creer que la función militar que le correspondía no era esencialmente política, lo cual implicaría ignorancia de su responsabilidad profesional y cívica. Igualmente, demostró no estar políticamente preparado para tan alta función.
Haber creído en la “democracia” y la “constitución” es una tacha política indisimulable en tanta jerarquía.
2ª: Omitir la legislación de guerra necesaria para enmarcar las acciones contrarrevolucionarias. Demostrada la inadecuación de las leyes y del sistema judicial, pensados en el mejor de los casos para penar a ladrones y cuchilleros que dañan bienes particulares, era imprescindible aplicar la Justicia de Guerra para agresiones al Bien Común, sustituyendo el sistema judicial y los procedimientos por juicios sumarísimos, como probablemente se hizo en muchos casos.
Santo Tomás explica que, aunque el criminal obre como una fiera, sigue siendo humano, y la naturaleza racional exige que sea condenado en juicio (que es una operación lógica, racional) por más breve y hasta implícito que fuere.
La represión, pese a las ridículas versiones escolares y periodísticas, no se hizo a ciegas, al azar, ni por capricho, como mató muchas veces el terrorismo marxista. Lo prueba que la lista de ejecutados “desaparecidos” prácticamente coincide con la de bajas de las organizaciones terroristas, según informes de parte. Pero la coincidencia entre sentencias y crímenes, no quedó legalizada, sino que se hizo violando la legislación vigente. Aniquilar a la subversión no quería decir marginar las leyes, códigos y procedimientos, cosa que ningún decreto podría ordenar sin destruir su propio fundamento. Por más justas moralmente que hayan sido las condenas, han quedado en la ilegalidad.
3ª: Confundir al enemigo, dirigiendo la guerra hacia los efectos y no a las causas. La repetida declaración de que la guerra había sido ganada y ahora se pretendía juzgar a los vencedores, demuestra el error: puede haberse aniquilado a la guerrilla, a la fuerza armada combatiente, pero fueron respetadas las estructuras políticas y los dirigentes ideológicos y políticos de la subversión.
Y al final del Proceso, a ellos se entregó la Patria en un acto de fe en el sistema subversivo constitucional. Una Constitución que suprime de la parte resolutiva toda referencia a la constitución católica de la nacionalidad, omite el fundamento del orden estatal en la Realeza Social de Cristo y, en cambio, proclama como fundante a la “soberanía popular” (artículo 33), es una Constitución esencialmente subversiva. Poner como principio del orden jerárquico jurídico, social y político a lo más bajo, rechazando a lo Más Alto que era invocado siempre en los intentos constitucionales o equivalentes anteriores, es subvertir la jerarquía de las esencias que estructura la realidad entera.
Lamentablemente, murieron guerrilleros y jóvenes ejecutores de órdenes, pero la Conducción y la Inteligencia enemigas se adueñaron del terreno al amparo del sistema constitucional y hoy nos gobiernan.
4ª: Omitir los testimonios procesales con el registro de las culpas de los criminales ejecutados. La Historia no dispondrá nunca de las razones que hubo para condenar a muerte y ejecutar a los condenados. Si bien es cierto que hay otros testimonios que incriminan a muchos de ellos, incluso confesiones de sus cómplices, tampoco puede probarse que tales elementos de juicio obraran en conocimiento de quienes juzgaron y condenaron a los criminales, por lo cual hoy es posible oír que se los mató arbitrariamente, sin juicio ni defensa.
Si hoy pudiéramos disponer de las actas de los procesos, aunque fueran mínimas, se caerían las imposturas de inocencia de los “jóvenes idealistas”, y aparecerían otra vez las fisonomías morales, brutales o retorcidas, de asesinos y terroristas, y se tendría la medida de la responsabilidad de los ideólogos y dirigentes que los engañaron y usaron.
Y no hablo aquí, porque sería injusto, de posibles inocentes que puedan haber sido ejecutados, porque, ¿qué sistema judicial está exento de haber condenado erróneamente a gente que no tenía la culpa que se le atribuía? Y ¿en qué guerra no mueren inocentes?
En fin, es lamentable que el General Menéndez sufra hoy un proceso por patriota y por haber eliminado enemigos de la Patria, y no por sus errores y los daños que, seguramente sin quererlo, se han hecho a la Argentina con su cooperación. Será la Justicia Divina la que ponga las cosas en su sitio.
Edmundo Gelonch Villarino
Córdoba, 27 de mayo de 2008
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