DE UNA HAZAÑA
A decir verdad en este Bicentenario de la derrota inglesa en las calles Buenos Aires, lo que recordamos es un capítulo —tal vez de los más importantes— en la larga serie de agresiones que a través de la masonería y de las armas realizó Gran Bretaña contra el Imperio Católico y sus Reinos de Indias.
Francisco Miranda, llegado a Londres en 1797, expresó a los círculos políticos sus intenciones de llevar la “Independencia” al continente Hispanoamericano a través de una invasión militar inglesa. Su fracaso en Puerto Cabello no fue tenido en cuenta, ya que la victoria de Trafalgar —obtenida por el Almirante Nelson en octubre de 1805— ratificó el dominio inglés de los mares para proyectarse donde la estrategia del “War Office” lo considerara necesario.
La ocupación del extremo sur de África por parte del Comodoro Popham, en esos momentos asesor del Premier británico, hizo renacer la posibilidad de un golpe contra el Imperio de las Españas. Fue entonces cuando —expresa el historiador Francisco Bauzá— “Popham al encontrarse desocupado comenzó a volver sobre sus recuerdos. Aquellos ofrecimientos de Miranda que habían tentado su codicia lo inflamaron de nuevo…”
En una rápida acción, en junio de1806, ocupó la capital del Reino Platense donde con el general Beresford sentó sus reales. Dueños de la ciudad los británicos recibieron la inmediata adhesión de muchos personajes conocidos. Castelli, por ejemplo, encabezaba la lista de más de medio centenar de “distinguidos” vecinos que bajo firma mostraban su entusiasmo por la nueva situación. Como más tarde relató Rivadavia: “Beresford pudo reunir todo el partido que ya meditaba la separación de la Colonia”.
Ellos eran seguramente los que desde 1804 se venían reuniendo con Santiago Burke, el espía anglo-irlandés, quien a instancias de sus jerarcas londinenses había montado una secreta red de extranjeros como el norteamericano Guillermo White y criollos, entre los que se contaban Castelli y Rodríguez Peña, corresponsales de Miranda.
Todo esto nos lleva a señalar que le asiste razón al Dr. Carlos Alberto Pueyrredón cuando en “Publicación del Instituto de Estudios Históricos sobre la Reconquista y Defensa de Buenos Aires” (Editorial Peuser, 1947) dice que “es lógico suponer que la idea de independencia no estuviera ausente durante la breve posesión de Buenos Aires. Fue funesto error de los ingleses —agrega— no haberla planteado antes del ataque”.
El mismo autor, por anglofilia solidaria con su antepasado, muestra documentos que hablan de la conferencia entre don Juan Martín, el Comodoro Pirata y Mr. White, buscando la “independencia” mediante la “generosidad” gringa. En resumen: repasando las páginas del capítulo que hoy nos ocupa, queda muy claro el doble juego de quien era Jefe de la Caballería contrainvasora y su emisario receptor, el naviero yanqui sostenedor logístico del invasor.
Poco duró esta situación. En agosto de 1806 las fuerzas montevideanas reclutadas por el Gobernador Ruiz Huidobro y las de Buenos Aires, ambas comandadas por Santiago de Liniers, vencieron en Miserere y reconquistaron la Ciudad de la Trinidad. Pero llegó el segundo zarpazo pirata, como refuerzo del primero. Cuando el coronel Backhouse ocupó y saqueó San Fernando de Maldonado la situación mostró que el objetivo era San Felipe y Santiago de Montevideo.
El 16 de enero de 1807 los ingleses —comandados por el general Samuel Auchmuty— desembarcaron en “Playa Buceo”. Durante quince días atacaron por río y por tierra.
Finalmente, el día 1º de febrero consiguieron entreabrir una brecha en la muralla. Por ella penetraron en la noche del 3 de febrero, desarrollándose entonces un combate calle por calle hasta el amanecer, en el que los atacantes lograron el dominio del Real montevideano. La resolución de volver a atacar Buenos Aires fue adoptada por el nuevo Jefe británico, el general John Whitelocke.
Era el mes de julio de 1807. Se repetían la situación y los propósitos. Nuevamente recaía la responsabilidad en el Reconquistador de 1806. Aquel Caballero de la Orden de Malta: Santiago José Luis de Liniers y Bremond, hombre de Fe que amaba la Monarquía Católica; providencialmente, se hallaba cumpliendo 54 años, pues había nacido en la festividad de Santiago en Niort (Francia) el 25 de julio de 1753. Se preparó para la lucha como todo un Caballero Cristiano.
Así escribió: “Mi confianza en la Providencia es inalterable, cuando veo más apurados los lances es cuando más se acrisolan mis esperanzas, fundadas en un precepto de San Pablo”. Agregando en nota al cabildante Martín de Álzaga: “En los lances apurados y desgraciados es cuando se debe tener mayor constancia”.
La ciudad se preparó entonces para el ataque enemigo. Hasta los niños formaron. Entre ellos, Juan Manuel de Rosas, con sus trece años, integrando los Migueletes. Del parte de Santiago de Liniers al Príncipe de la Paz extraemos un breve párrafo: “el día cuatro lo aproveché para abrir unas trincheras a una cuadra al frente de las ocho calles de la Plaza… haciendo subir a las azoteas las piedras que se sacaron de las calles y habiéndolas provisto de granadas y frascos de fuego”.
El día cinco, cuando las lámparas comemzaban a expirar, empezó el ataque por el Retiro, que duró horas. Finalmente Whitelocke, desalentado por sus miles de bajas, aceptó el desalojo del Río de la Plata en dos meses. El Misterio de Iniquidad no había prevalecido.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
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