martes, 22 de julio de 2008

En la semana del Alzamiento Nacional (y IV)


CRUZADA

Nombre propio de la guerra española del 36-39. No tiene otro, ni debe tenerlo. Aquella guerra fue una cruzada de arriba a abajo, y acaso correspondió a Navarra marcar este tono desde el primer momento. “Cruzados eran sus voluntarios —afirma Iribarren—, que llenaban su pecho de escapularios y medallas, que comulgaban antes de combatir y se echaron al campo al grito de «¡Por Dios y por España!», eco del «¡Dios lo quiere!» de los cruzados medievales”.

Como Cruzada fue definida por el Episcopado español, y como tal fue reñida. ¡Aquellos rosarios en las tardadas de Somosierra y de tantos otros lugares, eran actos de piedad de verdaderos cruzados!

Un tipo iba corriendo hacia la estación del Norte, en Pamplona, y un amigo le preguntó:

— ¿A dónde vas con tanta prisa?

— ¡Es que si me descuido pierdo el tren “pa” la Cruzada!— contestó el que tenía que incorporarse al frente.

Fue, pues, término popular y caló hondo porque estaba lleno de verdad y porque la gente sencilla lo entendía superiormente. En línea más modesta se organizó también una cruzada contra el frío. El mismo Iribarren lo recuerda: “Por aquellos días (noviembre del 36), tomó (Mola) con singular empeño la venta de sellos de la «Cruzada contra el frío». A todo el que pedía pases o entraba a visitarle le invitaba a engrosar la suscripción, y consiguió vender muchísimos de aquéllos. Todo para que a sus soldados no les faltasen prendas de abrigo”.

El hermanico pequeño de un amigo, devuelto del frente por la Guardia Civil una media docena de veces, me abría su corazón:

— En cuanto cumpla los quince años me largo otra vez a la Cruzada y no vuelvo. Ya no aguanto más.

Rafael García Serrano

Nota: Estas notas fueron extraídas, claro, del “Diccionario para un macuto”, libro de indispensable lectura para todos los que de verdad quieran salvar su alma.

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