viernes, 7 de diciembre de 2007

Rosas


ANTE LA ASUNCIÓN DEL MANDO

Como acontece siempre en política, no faltó algún desagradecido diputado que se opusiera rabiosamente, pero en el anochecer del 1º de diciembre de 1829, un año exactamente desde el motín de Lavalle, treinta y dos diputados sobre treinta y tres, proclamaban Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires a don Juan Manuel de Rosas, por el término legal de tres años, fijándose el día 8 para la asunción del mando।

Esta designación significaba no sólo una justa compensación a sus desvelos, sino también la seguridad de que bajo su férrea mano, la provincia sería encauzada —como lo fue— por la senda del orden y el progeso.

Igualmente se le otorgaba el poder, con facultades extraordinarias, como único medio de resolver rápida y sumariamente cualquier tropiezo e inconveniente que pudiera interrumpir la tranquilidad del Estado de Buenos Aires.

La toma de posesión del elevado rango, el día señalado, tuvo carácter de fiesta pública; el carruaje que lo conducía hasta el fuerte, fue desprendido de los caballos y arrastrado por una multitud electrizada y delirante que lo reclamaba incesantemente, a la vez que se organizaban grandes festejos que se prolongaron hasta altas horas de la noche.

Su primer acto de gobierno fue disponer la exhumación, traslado y funerales del ilustre inmolado, Coronel Dorrego, realizándose las ceremonias con una solemnidad raras veces vista y con el concurso del pueblo, a fin de que rindiera el homenaje debido a la primera víctima importante de la barbarie unitaria, tomando Rosas a su cargo la fúnebre oración que pronunció en el acto de la inhumación definitiva de sus restos y que arrancó muchas lágrimas a los concurrentes.

Refieren testigos presencialesque la manifestación popular, sin contar las fuerzas del Ejército, sobrepasaba las veinte cuadras, mientras que cada quince minutos, disparos de cañón señalaban la marcha del cortejo.

Casi enseguida, como desagravio al federalismo que tanto hacía en provecho y beneficio del país, contrarrestando los bajos manejos unitarios, resolvió, cumpliéndose, fueran quemados en acto público, toda la documentación, órdenes, decretos o resoluciones que ofendieran a los hombres del partido sin razón ni motivo, disponiendo, asimismo, la aplicación de severas penas a todos los perturbadores del orden, cualesquiera que fuesen.

Poco después la legislatura, queriendo honrar al patricio, resolvió otorgarle los despachos de Brigadier General y el honroso título de Restaurador de las Leyes, condecorándolo con una medalla de oro, orlada en brillantes y grabada con la efigie de Cincinato, llevando la siguiente leyenda al pie: “Cultivó su campo y defendió su patria”, mas Rosas, patriota de verdad y desinteresado, rechazó los honores con excepción del grado militar con estas palabras, que no se recuerdan y olvidan deliberamente y que constituyen la mejor defensa, porque no hubo ejemplo igual entre los unitarios: “…porque ellos, (los honores) significan un paso peligroso a la libertad del pueblo y porque no es la primera vez en la historia, que la prodigalidad de honores, ha empujado a los hombres públicos hasta el asiento de los tiranos”.
Raúl Rivanera Carlés

Nota: Los párrafos precedentes han sido tomado del libro “Rosas”, y pertenecen al capítulo “Rosas Gobernador y Capitán General de la Provincia”

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