domingo, 23 de diciembre de 2007

En la semana de la Natividad del Señor (I)


LA FELIZ NAVIDAD
DE LA CRUZADA

Iba avanzando el año 1936. En los distintos frentes se hablaba de las operaciones, los desembarcos y las incursiones sobre territorio enemigo. Era usual nombrar tales movimientos sin una referencia calendaria, ya que ésta se desplazaba por el día del santo correspondiente. Así, “para la Asunción, en Madrid”, “en Nuestra Señora de la Merced entraremos en Toledo” o “llegaremos el día de Santa Teresa” eran frases corrientes, y esperanzadas muestras del optimismo y la devoción de nuestros camaradas de la primera línea.

Sin embargo, como frecuentemente los meses se obstinaban en pasar más velozmente que los legionarios y regulares de avanzada, una de estas frases —quizás, la que resumía la ilusión de acabar rápido la guerra y empezar a construir a España al paso alegre de la paz— comenzó a ser archivada. Esta sentencia era “Para Navidad, en casa”.

Navidad, ni más ni menos. El recuerdo de la casa lejana, con el Belén construido por todos los niños y las almendras que volaban tanto como los meses. Con los padres saludando a todos los vecinos que iban camino de la iglesia y las madres repasando los mejores vestidos para la Misa del Gallo, esa que siempre cantaba el Pater más antiguo de cada pueblo. Y la nieve, el frío, los cánticos… el “fum, fum, fum…”

Pero la guerra no sabe de Navidades. Así fue como tan solo la nieve cantó su presente en aquellos años, y el brindis cuartelero, o apurado en medio de la trinchera, fue como un augurio de mejores mañanas. Aún hubo tiempo de enjugar una lágrima pensando en aquel Niño que vino a traer al mundo el Amor, y en medio del fuego los camaradas de la primera línea pensaron en aquella Noche de Paz. Hasta rezaron pidiendo por la conversión de sus enemigos.

Hoy, la trinchera está engalanada con el camuflaje de la normalidad, los medios de comunicación son capaces de matar más y mejor que aquellas viejas ametralladoras que siempre se encasquillaban, y el frente de batalla se confunde con las cuatro paredes del hogar paterno. Sin abandonar la vigilancia, repleguémonos al cuartel general donde aún se puede disfrutar de la Misa del Gallo, la misma que rezaba aquel Pater hace setenta años. Y luego de cumplir con la dulce obligación ante el altar de Nochebuena, con el Adeste fideles y el beso al Niño Jesús incluidos, pasemos la Navidad pensando en el Rex Angelorum, regalándole lo único que nos va quedando: el corazón, para que Él disponga de sus soldados en esta Noche de Paz en medio de un mundo en guerra. Y que por medio de su Madre Virgen nos dé la gracia, que si no puede ser la de la victoria, sea, por lo menos, la de seguir peleando siempre a sus órdenes.
Álvaro M. Varela

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