miércoles, 5 de diciembre de 2007

De pluma ajena


¿QUÉ SABE USTED
DEL HOLODOMOR?


Holodomor es una palabra compuesta de las ucranianas “holod”, hambre, y “moryty”, muerte entre sufrimientos. Cercano al de Holocausto, el término Holodomor (de reciente acuñación) hace referencia a la terrible hambruna soportada por el pueblo ucraniano por decisión de las autoridades soviéticas de hace setenta y cinco años.

Ucrania, el llamado “granero de Europa”, conoció entre los años 1932 y 1933 la pérdida por hambre de siete millones de personas, el 20% por ciento de su población. Para ponerle rostro humano a la tragedia baste con señalar que, a finales del verano de 1933 y sólo en la capitalina región de Kiev, se registraron cerca de trescientos mil niños huérfanos sin hogar; un mes más tarde, dos tercios de aquellas criaturas (doscientos mil) ya se dieron por muertas.

La muerte por inanición es una de las más espantosas que se puedan llegar a afrontar. Representa, a la vez, la prueba más palpable del carácter criminal del comunismo. Porque la orden de someter a la población civil ucrania a una hambruna “artificial” partió de las tripas —malditas y bien repletas— del Kremlin.

No es propaganda, sino una terrible verdad sacada a la luz por los historiadores y reconocida como tal por todos los países civilizados y las Naciones Unidas.

La plaga del hambre no se desató en Ucrania por sequías, inundaciones, incendios o cualquier otra causa natural. Se desató por odio. Según atestiguan los archivos oficiales de la época, en los momentos previos al terror Ucrania contaba con unas enormes reservas de trigo que, por sí mismas, habrían paliado cualquier efecto que sobre la población hubiera sobrevenido por la pérdida de las cosechas. Sin embargo, el Gobierno comunista ordenó la venta de esas reservas al exterior y prohibió cualquier intercambio comercial entre zonas rurales, lo que impedía en la práctica el abastecimiento de alimentos en las aldeas.

Las actuales autoridades ucranias han revelado que quienes contravinieron estas normas fueron castigados con diez años de cárcel (que en la Rusia de aquella época equivalía a una muerte segura) y que se fusilaba sumariamente a aquellos que, por ejemplo, utilizaban el trigo para afrontar el pago de los salarios. Todo ello en un entorno donde las gentes, famélicas, morían en las calles al diabólico ritmo de siete por minuto, mil por hora y veinticinco mil al día.

Fuera de la mentalidad comunista no existen razones que permitan entender, y aún menos justificar, esta atrocidad. Al parecer, Stalin sospechaba —no sin cierto motivo— que en Ucrania estaba creciendo una oposición real al régimen representada por una reivindicación de desarrollo de la producción agrícola con independencia de los planes del Estado. El tirano comenzó a ver en cada campesino, por extensión, un enemigo potencial de la Revolución. Dentro del pragmatismo socialista más ortodoxo decidió doblegar esta oposición aniquilando con perversidad a una cuarta parte de la población, y hacerlo con un sistema de eficacia probada para infundir un hondo, lento y perdurable terror en el pueblo, capaz de servir de ejemplo a otras regiones díscolas y poblaciones desobedientes.

A pesar de su extraordinaria crueldad, el caso ucranio no fue más que un capítulo del terror comunista en el mundo, que los historiadores cifraron, en el año 1998, en unos cien millones de muertos acumulados a lo largo de su sanguinaria historia.
Juan R. Sánchez Carballido

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