MEMORIA Y MENSAJE
DE LOS HÉROES
DE LOS HÉROES
Distantes estamos del anhelo de Thomas Carlyle de un mundo que “no fuera el caos provisto por urnas electorales”. Nada mejor entonces que buscar, en este noviembre, a los que no están muertos para el recuerdo y menos aún para la gloria. Dios permita que a través del puente de la oración podamos ensamblarnos con sus almas. Y ello en estos días, cuando la calle parece más canalla y el alcohol y la droga ponen en las conciencias el ansia infamante de la renunciación a todo lo virtuoso.
Sin embargo, hay otra realidad. De esta manera la exponía el pensador arriba citado en una de sus páginas más memorables: “Los acicates que obran sobre el corazón humano son la dificultad, el sacrificio, el martirio, la muerte, si enardecemos su vida interna obtendremos una llama que consumirá todas las consideraciones inferiores”. Esto no lo pueden entender ni aceptar los tahúres de la democracia que juegan con las barajas marcadas por todas las inmoralidades y timbean los espíritus honrados de las gentes. He aquí la razón por la que creemos llegado el momento de hablar con el sentido y el estilo nuestro, vertical con ansia de cielo y profundo como el tajo de un arado en nupcias con la tierra húmeda.
Veamos una rápida síntesis. Comencemos por la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), la batalla por la Patria Grande y su Honor. Éste, como señalaba Osvald Spengler, “es asunto de sangre, no de entendimiento; si se reflexiona ya se está deshonrado”.
Allí se enfrentó al enemigo sin cálculos sobre su poder de fuego. A puro coraje. Cerrando el río Paraná con veinticuatro barcos encadenados de orilla a orilla y disponiendo tres mil guerreros en ambas márgenes con cuatro baterías formadas por pequeños y viejos cañones de bronce. El plan lo preparó el Restaurador Rosas y de esa manera lo cumplió el General Lucio Mansilla.
Frente a ellos, los Interventores con ochenta buques mercantes precedidos por otros tantos barcos de guerra armados con cohetes a la Congreve y artillería Payhans disparando balas de setenta libras de peso. Contaban además un con importante número de infantes de marina listos para el desembarco. Durante diez horas se luchó brava y tenazmente. En victoria pírrica los franco-ingleses pasaron río arriba, pero fue tal el hostigamiento que los acompañó que tuvieron que regresar.
El nuevo imperialismo fenicio veía fracasar su propósito de crear estados “independientes” con Corrientes y Entre Ríos y hacer de Montevideo una base y factoría comercial amén de abrir los ríos interiores como lo pretendían desde los tiempos de la Santa Alianza. Los designios pedestres y balcanizadores recibieron un rotundo “NO” escrito con sangre.
El Sistema Americano rosista luchaba por mantener la realidad geopolítica del Virreinato, la misma que fuera defendida por Artigas cuando en el Congreso Oriental de Tres Cruces (1813) proclamaba: “Ni por asomo la separación nacional”. Una posición que se reiteraría en 1815, cuando rechazó la propuesta del Director Álvarez Thomas para hacer independiente a la Banda Oriental del Uruguay. Unidad de las tierras perfilada desde los tiempos de Garay y Hernandarias; tierras que se cubrieron de gloria con Don Juan Manuel de Rosas. La muerte del Restaurador, acaecida hace ciento treinta años (el 14 de marzo de 1877) hizo pleno el sentido de su vida como una etapa en la larga lucha de la Patria Grande Hispanoamericana. Por ello el Caudillo fascinante sigue siendo futuro.
Pero no nos detengamos porque estas semanas nos traen el sesquicentenario de un Grande Oriental Argentino. El 12 de noviembre de 1857 entraba en la inmortalidad el Brigadier General Don Manuel Oribe. Su figura está en el pasado que es nuestra matriz. Y así lo vemos con el linaje limpio de un Hidalgo Cristiano Viejo que lleva en sus venas sangre del Cid Campeador, recibida de su madre, doña Francisca de Viana.
Oficial de Artigas e inmediato en grado del General Lavalleja en la Cruzada de 1825 para la reincorporación Oriental a la Patria. Héroe en Sarandí e Ituzaingó. Presidente de la República en 1835. Derrocado en 1838 por la coalición unitario riverista francesa, marchó a Buenos Aires donde Don Juan Manuel de Rosas lo designó Comandante en Jefe del Ejército de la Confederación Argentina.
A su frente realizó la campaña de las Provincias en la que su espada “cansó el brazo de la Victoria”. Luego de Famaillá, Quebracho Herrado y Rodeo del Medio, su triunfo en Arroyo Grande “fue decisivo y trascendental en el organismo argentino”. Regresado a la Patria sitió al Montevideo meteco y junto al Restaurador formó, desde el Cerrito de la Victoria y con Palermo de San Benito, el eje tradicionalista americano contra las intervenciones europeas manejadas por los logistas rapaces del liberalismo.
Dio constantes ejemplos de religiosidad levantando numerosos templos. La enseñanza primaria, secundaria y terciaria, fue objeto de su atención declarando “instituida la Universidad Mayor”. En lo político buscó restaurar el principio de autoridad naufragado a partir de 1810. Desde el más allá nos llega su mensaje: nobleza, austeridad y religiosidad. En sus sesenta y cinco años de vida honró a la Patria y al escudo de sus antepasados en el que, sobre campo de azur, brillan cinco estrellas de oro.
Ahora, atalayados ya en el siglo XXI, observemos la centuria pasada para valorizar a dos Héroes de la Hispanidad cuyos nombres van en letras de alto relieve. Éstos son: Don José Antonio Primo de Rivera y Don Francisco Franco Bahamonde. Ambos están a la derecha de Dios. Desde el 20 de noviembre de 1936 cuando cae en Servicio de Dios y la Patria quien lucía nombre de César y en la misma fecha, pero de 1975, el Caudillo Invicto por la Gracia de Dios.
La figura y el pensamiento de José Antonio llegan muy hondo a nuestro corazón porque antepasados suyos dejaron en el Nuevo Mundo sangre y años de militancia vivificadora. Realidad atávica para empujar en el esfuerzo supremo. Capitán de modernas legiones con Camisas Azules, su cauce hubo de abrirlo con las uñas porque la tierra estaba reseca de ateísmo radical, erosionadas las identidades colectivas por la partidocracia, todo economismo con la reducción del hombre a la categoría de mero instrumento.
Era la obra del proceso demoledor de la Edad Moderna, que en su etapa del individualismo romántico despotenció la convivencia social ordenada y llegó a situar al individuo como una materia pura. Como una simple combinación físico-química.
El camino restaurador previsto por José Antonio fue señalado en su discurso del mes de noviembre de 1935. Así decía en uno de los párrafos: “que vuelva a hermanarse el individuo con su contorno por la reconstrucción de esos valores libres y eternos que se llaman el individuo portador de un alma, la familia, el sindicato, el municipio, unidades naturales de convivencia”. Pero que quede bien claro. El mensaje joseantoniano no es un precipitado intelectual, o pura labor para los arqueólogos y los eruditos del pensamiento político-social, sino un ofrecimiento intelectual, una posibilidad de vigencia constante.
Hoy como ayer sigue siendo válido su concepto de los valores superiores —del Hombre, de la Patria, de la Justicia— a los que sirven los instrumentales: la Política, y la Economía como impulsión de las comunidades humanas hacia su realización. En mil páginas de su obra hallamos su rechazo del individualismo demoliberal y de su hijo, el colectivismo marxista, junto al materialismo economista burgués y bolchevique. Nos legó con la Falange una manera de ser Nacionalsindicalista que mostró con su vida y muerte. Concordancia entre pensamiento y acto. Existencia de combate civil y espiritual. Por eso fue que exigía el comportamiento de caballeros, “mitad monjes y mitad soldados”.
El hombre providencial en aquella España desgarrada por la agresión roja se llamó Francisco Franco. En 1936 se había quebrado la legalidad republicana al convertirse el mismo poder en promotor de la más radical subversión. La situación era —entonces— de vida o de muerte. Caudillo de Guerra, Franco cumplió el juramento hecho ante Dios cuando fue proclamado como Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos en un barracón del aeropuerto de Salamanca. La guerra y la paz pidieron y lograron la misma mano. Ella fue la que condujo todo con firmeza cuando a partir del año 1946 el bloqueo a escala internacional movilizó a las fuerzas públicas o secretas que, por ser enemigas de España, intentaron vencerla por medio de la asfixia económica.
De aquellos momentos dificilísimos, recuerda Laureano López Rodó “la importancia que tuvo la presencia del hombre excepcional que supo capitalizar las energías latentes y le dio a su pueblo confianza en si mismo”. Y llegó la Victoria que fue para todos.
En su último discurso, pocos días antes de entregar su alma al Creador, Franco volvió a denunciar el accionar de la Masonería. Fue el postrer alerta del Caudillo a la Madre Patria y casi diríamos también al mundo católico para que se dispusiera a afrontar nuevos peligros. Entre ellos iba implícito el fenómeno de la globalización y su esclavizante uniformidad que “sólo se ha podido desarrollar gracias a la alianza entre el neoliberalismo y el progresismo contestatario de los sesenta” (Arnaud Imatz).
El autor francés que nos ocupa y cuyo nombre es Alain Couartou, en el estudio que tituló “José Antonio entre el odio y el amor” (Editorial Altera, Barcelona, 2006) nos anoticia además que hace décadas “el filósofo Augusto del Noce señaló que las protestas de mayo del ´68 habían ayudado al poder a destruir los valores que el neo capitalismo consideraba superados”.
Así los “enunció en el siguiente abecedario”: “la tradición, el sentido de lo sagrado, el apego a las raíces, a la identidad cultural e histórica y al vínculo con una comunidad de hombres y valores”.
La invasión bárbara y nihilista del posmodernismo se está produciendo con inmensa fuerza. Ante las defensas que parecen ceder no podemos ser indiferentes al mensaje que desde el más allá nos hacen llegar los Héroes. Cumplamos nuestro deber. Ocupemos nuestro puesto en el Buen Combate. El pecado de omisión nos hará responsables ante Dios.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
1 comentario:
AguS:
También tenemos que recordar que nacía la esposa del Único e inigualable Don José de San Martín y Matorras.--
Viva Cristo Rey, Arriba España y Viva la Patria, Carajo!
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