POR DIGNIDAD
Por su coraje, su arrojo y su probada eficacia en enfrentamientos armados contra delincuentes terroristas y comunes, los pobladores del noroeste argentino lo apodaron “El Malevo” y todos —especialmente “Crónica TV” que registró su final para la historia— esperaban una resistencia violenta al arresto, corroborada por sus expresiones deseándoles “buena puntería a la Gendarmería o la Federal” (sabía bien que su Policía no se iba a deshonrar deteniéndolo), esperando ser abatido en su casa, con toda dignidad y rodeado por sus seres queridos. Confirma también esa esperanza y ese deseo de morir por mano ajena antes de ser llevado al espectáculo circense de un Tribunal Popular sectario, —émulo de las “chekas” de la España Roja— el haber llamado a un sacerdote para confesarse en las horas previas a su trágico final. En la tarde fatídica, viendo que los gendarmes que entraban al jardín de su casa no iban a abrir fuego, se despidió de su señora —doña María de los Ángeles Núñez— y encomendó su alma a Dios, disparándose en la sien.
Para quienes profesamos nuestra fe en Cristo y en las enseñanzas de su Iglesia, el suicidio es un pecado siempre irreparable y (confiemos en la misericordia divina) casi siempre imperdonable, por lo que tiene de rechazar de la peor manera el regalo de la vida que el Creador nos hizo. Pero hay circunstancias —sin duda atenuantes— en que no es necesario ser un romano antiguo o un japonés honorable para comprender —no justificar— que una víctima de una situación injusta e intolerable prefiera comparecer ante el Juez Supremo y no ante falibles o tendenciosos jueces “de la democracia” y “de garantías” (para quienes han cometido delitos y no para quienes los han reprimido), tal como ha ocurrido recientemente con el Teniente Coronel (R) don Paul Alberto Navone y con el Subprefecto (R) don Héctor Antonio Fèbres Méndez.
Paul Navone trabajaba y vivía feliz con su señora e hijos en Ascochinga (atendían su hostería “Puesto Roca”) cuando fue citado por una jueza que —sin poder probarle delito alguno ni atender razones (como ha ocurrido con tantos camaradas aún sin condena)— iba a hacer que su viaje desde Córdoba a Entre Ríos fuera de ida sola, pues les conviene para “hacer carrera” dejar presos “preventivamente” represores vagamente imputados aunque no piensen fugarse ni entorpecer investigación alguna. Paul escribió una carta conmovedora y ejemplar para su familia, salió a pasear por el Golf y allí emprendió su último viaje, también de ida sola…
Héctor Fèbres —en cambio— había pasado interminables nueve años en prisión preventiva y debía volver cuatro días después de su última cena al tribunal convertido en circo romano, donde ya había sido escarnecido por la morralla aullante de abuelas, madres, hijos y “cumpas” delatores (que viven por haber marcado a otros terroristas), y contaba ya con la condena mediática que siempre precede a la de los juzgadores sectarios. Luego de comer y acostarse como una noche cualquiera, voluntariamente pasó de un sueño inconciliable al eterno, muriendo sin condena humana y privando de un último espectáculo a sus enemigos de antes y de siempre. Mientras que en el caso de su camarada de Ejército no hubo modo de imputar a otra persona por su deceso (hasta dejó una carta inequívoca), la familia Fèbres fue encarcelada (“preventivamente”, claro está) por el posible suministro de un veneno (¡!) hasta que la “justicia” fue liberándola de sus diferentes lugares de detención sin sobreseimientos definitivos… La venganza por la derrota de la subversión terrorista en el terreno militar que ella había elegido para someternos es amplia —abarca a parientes, amigos, colegas o contactos remotos— e inextinguible. Todo esto lo describe con mayor claridad el excelente trabajo de Horacio R. Palma con motivo de la muerte “en vivo y en directo” del “Malevo” Ferreyra.
Con todos los reparos que caben —desde el punto de vista católico— a quienes han querido usar su libre albedrío para evitar un dolor insoportable, roguemos a Dios por todos aquellos que han librado el buen combate y no han querido que el enemigo goce de una revancha inmerecida, poniendo su alma en las manos —justas pero misericordiosas— de su Creador. Que Él no tome en cuenta su última acción en este mundo sino las muchas encomiables que los han destacado a lo largo de una vida que no ha sido de molicie e indiferencia egoísta sino de entrega altruista a su Patria y a sus semejantes. “Un bel morire tutta una vita onora!”… Con todo respeto y memoria imperecedera porque supieron luchar y morir defendiendo una Causa justa invocamos:
Caídos por Dios y por la Patria:
¡PRESENTES!…
¡PRESENTES!…
Ante Meridiano
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