domingo, 1 de junio de 2008

Rompiendo viejos tópicos


LA FÁBULA DE LOS
TREINTA MIL DESAPARECIDOS

La mentira de los treinta mil desaparecidos fue desarrollada con la complicidad de infinita cantidad de oportunistas que, sabiendo que era éso: una mentira, contribuyeron a su entronización laica, para que cualquiera que osara contradecirla fuera condenado al infierno de quienes no creen en el Infierno. Casi todos los medios de comunicación que apoyaban la lucha contra la subversión en los tiempos del Proceso se plegaron mansamente a la edificación de la leyenda.

Sin embargo, como la verdad tiende a emerger siempre, el tinglado farsesco de “los treinta mil” va desmoronándose, incluso con el aporte de voces que defienden explícitamente la acción subversiva. Ahora se trata de Martín Caparrós, el coautor —junto a Eduardo Anguita— de “La Voluntad”, el voluminoso texto reivindicatorio de la militancia guerrillera marxista.

En un jugoso reportaje hecho por ADN Cultura de “La Nación” del 22 de marzo de 2008 (págs. 10-12), podemos leer, entre otros juicios de valor, comentando su nuevo libro “A quien corresponda”, lo siguiente:

“…esa lectura de los militantes como desaparecidos, que provino de los movimientos de derechos humanos y, básicamente, de las Madres de Plaza de Mayo, que no tuvieron más remedio que presentar a sus hijos en el 76 ó 77 como pobres muchachos que estaban tranquilos en el living de sus casas cuando vinieron unos señores muy malos y se los llevaron. Esto informó toda la historia de ese período, hasta una gran culminación mistificadora, paradigma de esa justificación que fue «la noche de los lápices», donde se enseña, aún hoy en los colegios, que eran unos pobres chicos que pedían por el boleto estudiantil y se los llevaron, los secuestraron y los mataron. En realidad, los secuestraron, torturaron y mataron, es cierto, cosa que no hay que hacer con nadie. Pero no se dijo que esos chicos acordaban y participaban en actividades de grupos que postulaban la lucha armada. Esto no lo dicen porque se supone que, de hacerlo público, habría una justificación de secuestro, tortura y muerte”.

El obsecuente periodista Miguel Russo, que lo reporteaba, alelado ante el aparente “gazapo” de Caparrós, escribe: “Caparrós dijo quince o veinte mil. Serio, dijo quince o veinte mil. No puede ser una equivocación. No en un tipo como Caparrós, que es absolutamente consciente de lo que dice”; y entonces pregunta, como temiendo la respuesta: “¿quince o veinte mil es una manera de decir «no» a los treinta mil desaparecidos?”

“A ver, nunca se confirmó nada que se le parezca a ese número. Y se usa el número treinta mil porque parece que impresiona más y porque se cristalizó de esa manera. Creo que no es necesario poner cifras de las que no estamos seguros para que parezca más (…) a esta altura, sí le creo a las cifras que más o menos se empiezan a barajar en las listas de nombres que se van construyendo (…) Tratemos de ajustarnos a cierta verdad comprobable”.

Finalmente, concluye Caparrós: “No es que me moleste que haya militantes revolucionarios en el poder (…) Lo que sí me cabrea es que traten de usar esa historia, tan lejana, para legitimar lo que no hacen ahora en el poder (…) tratan de barnizar un gobierno centrista con los recuerdos melancólicos de lo que supuestamente hicieron hace treinta y cinco años. Y me jode que la sociedad compre eso, a favor o en contra. La síntesis de esa situación es Puerto Madero, donde se instaló el compañero Kirchner en una caricatura de sí mismo. Siempre lo dije: me impresiona Puerto Madero porque es el lugar donde se construyen edificios a cuatro mil dólares el metro cuadrado en calles que se llaman Azucena Villaflor. Los riquísimos encerrados en un gueto sobre una calle que lleva el nombre de militantes más o menos revolucionarios”.

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