Aquí se siente a Dios. En el reposo
de este dulce aislamiento
un fecundo sentido religioso
preside el pensamiento.
Derrámase por uno de dulzuras
ambiente equilibrado,
y en él cosecha las ideas puras
de que está penetrado.
Y sereno después, las alas tiende
y escala el firmamento,
seguro como el pájaro que hiende
su apropiado elemento.
Entonces toca el alma lo profundo
del alto amor sin nombre
y quisiera que un templo fuera el mundo
y un sacerdote el hombre.
¡El mundo, el hombre! Tras el doble abismo,
sólo esto es luminoso:
¡cuán feliz puede hacerse el hombre mismo,
y el mundo, cuán hermoso!
Desde este solitario apartamiento
del monte sosegado
contemplo el armonioso movimiento
de todo lo creado.
¡El trabajo es la ley! Todo se agita
todo prosigue el giro,
que le marca esa ley por Dios escrita,
dondequiera que miro.
Aquel pardo milano, vagabundo
buscando va la presa,
que le cuesta medir ese profundo
vacío que atraviesa.
Riega el labriego la feraz besana
con sudor de su frente,
si rubio trigo le ha de dar mañana
para nutrir su gente.
Quiere la golondrina nido blando
para el amor sentido,
y mis ojos fatiga acarreando
pajuelas para el nido.
A los vientos la abeja se encadena
y la hormiga al sendero,
para llenar aquel su colmena
y estotra su granero.
La mansa yunta trabajosamente
tira del tosco arado,
y el pesado mastín va diligente
detrás de su ganado.
¡Todo el trabajo se ligó fecundo!
¿Y yo he de estar ocioso?
¿Y yo he de hacer estéril un mundo
nacido fructuoso?
¡Arriba, arriba! ¡El corazón al cielo
y a la tierra los brazos!
¡A la suerte del mundo unirme anhelo
con mis estrechos lazos!
¡La pluma, los cinceles, la mancera,
la espada victoriosa!...
¡Dadme lo que queráis, que abierta espera
mi mano vigorosa!
Sí, sé cantar, te elevaré canciones,
¡Oh Patria infortunada!
que mil hay en tu amor inspiraciones
para la lira airada.
Si es la piedra a mis manos obediente,
venga el cincel a ellas,
que el suelo patrio sembrará mi mente
de creaciones bellas.
Si hace falta una mano y una vida,
dad a aquella una espada
y toma tú mi sangre; ¡oh dolorida
Patria desventurada!
Y si mi fuerte, pero ruda mano
sólo puede servirte
para en los surcos enterrar el grano
que de oro puede henchirte,
para en tus vegas derramar tus ríos,
para abonar tus tierras,
y coronar de montes tus baldíos
y enriquecer tus sierras...
entonces no me arrojes al semblante
deberes no cumplidos,
porque yo soy el hijo más amante
de tus campos queridos,
y para hacer esta canción honrada
que el alma me pidiera
he dejado un momento abandonada
mi tosca podadera...
José María Gabriel y Galán
(28 de junio de 1870 - 6 de enero de 1905)
(28 de junio de 1870 - 6 de enero de 1905)
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