martes, 27 de noviembre de 2012

Malvineras


GENTA Y LAS MALVINAS
  
El texto que a continuación transcribimos corresponde a las páginas 120-121 del valioso libro de Nicolás Kasanzew, “Malvinas.  A sangre y fuego”, cuya reedición, notablemente ampliada, acaba de salir en estos días (Buenos Aires, Punto Arte y Reproducciones S.A., 2012, 318 págs.). Remitimos a la lectura completa de esta obra, que el lector sabrá aprovechar y discernir. Agradecemos vivamente a su autor este testimonio discipular que ha sabido dar, del común maestro muerto martirialmente en 1974. Y celebramos que estas páginas, que a renglón siguiente se reproducen, echen definitivamente por tierra, la negación vil del “Factor Genta” en Malvinas, que hace unos años osó esgrimir uno de los tantos escribas canallas de la prensa marxista.
  
  
¿De qué fragua habían salido estos asombrosos guerreros? [los  pilotos de la Fuerza Aérea que pelearon en la Guerra de Malvinas].
  
En un libro editado por el diario británico “Sunday Times”, llamado “The Falklands War” (London, 1982) traducido al castellano como “Una cara de la moneda”, se habló por primera vez del “factor Genta” en la guerra de Malvinas, término acuñado en los papers de la Inteligencia inglesa. De acuerdo con sus autores, P. Eddy, M. Linklater y otros periodistas ingleses, en la década del ´60 la prédica nacionalista del filósofo argentino Jordán Bruno Genta inspiró a los futuros halcones, egresados de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba, y se tradujo en las proezas alcanzadas por éstos durante la guerra del 82 […]
  
Le pregunté a varios pilotos de la Fuerza Aérea que pelearon en Malvinas qué sabían de Genta.  Aunque no todos lo habían conocido personalmente, la mayoría reconocía la influencia que había ejercido en la Escuela de Aviación Militar; particularmente a través de los instructores, según me puntualizó el comodoro Roberto Mela.
  
El primer teniente Carlos Eduardo Cachón, quien infligiera un devastador golpe al enemigo, en lo que entró en la Historia como “el día más negro de la flota británica”, me escribió: “Al profesor Genta no tuve el gusto de conocerlo, pero sus libros eran el soporte de nuestra formación doctrinaria”.
  
“Tengo todos sus libros”, me comentó Pablo Carballo. Y Aguirre Faget subrayaba: “Soy consciente de que marcó muchas buenas voluntades en la Escuela de Aviación Militar, instructores y alumnos. Estoy seguro de ello; nadie puede decir que no lo leyó o estudió”.
  
Roberto Vila, Jefe del Escuadrón Pucará en Malvinas, me aseveró: “Era muy leído y respetado en la Escuela de Aviación Militar durante nuestra carrera (al menos en mis años, entre el ‘66 y el ‘70), sus libros eran lectura normal, más allá de las inherentes al programa de estudio, porque realmente y aunque no lo creas, nosotros vivíamos estudiando, y pasábamos más horas entre los libros de lo que cualquiera pueda imaginar”.
  
A juicio de Rubén Moro, “su conducta —no simplemente su pensamiento— lo hacían mentor del nacionalismo católico, una de las formas doctrinales que hubiesen evitado que nuestro país cayera en la decadencia y crisis espiritual actual”.
  
Por su parte, Hernán Daguerre me dijo: “A Jordán Bruno Genta lo leíamos en nuestra época de cadetes (1966/1969). En particular, usábamos su libro Guerra contrarrevolucionaria, que era como la Biblia para los cadetes”.
  
Finalmente, el “Poncho” Donadille me contaba: “En mis épocas de cadete de la Escuela de Aviación Militar, era una total referencia de lectura de muchos de nosotros, por su filosofía nacionalista y cristiana. Cuando tenían oportunidad, pares míos concurrían a la casa de Genta en Buenos Aires (durante las licencias y generalmente aquellos que residían en la capital) para escuchar sus reflexiones; no fue mi caso, pues yo vivía en Córdoba”.
  
(Vale agregar que otro destacado combatiente, Aldo Rico, jefe de la Compañía de Comandos 602, también fue discípulo del profesor Genta. Sin embargo, en la posguerra se olvidó por entero de sus enseñanzas, abjuró del nacionalismo y se dedicó a hacer carrera política y dinero).
  
Muchos de los discípulos de Genta, todavía siendo adolescentes, ya mostraban la fibra que luego los convertiría en héroes.  Cuando el gobierno del Proceso nombró un mandamás liberal en la Escuela de Aviación Militar, quien prohibió las misas diarias, el rezo del rosario y trató de erradicar las posturas nacionalistas, los cadetes le opusieron una férrea resistencia.
  
José Daniel Vázquez, por ejemplo, quien luego moriría atacando al portaaviones Invencible, seguía haciendo marchar a los cadetes de los cursos inferiores entonando Cara al Sol, la canción de los nacionalistas en la Guerra Civil Española, a pesar de los numerosos días de arresto que una y otra vez se le aplicaban por esa causa. Otro futuro halcón, Eduardo de Ibáñez, caído al atacar a los ingleses con su bombardero Canberra el 1º de mayo, encabezaba el rezo del rosario de los cadetes, en horarios de descanso, y no interrumpía la plegaria al ser notificado por su superior liberal de que tenía, vez tras vez, diez días de arresto.
  
En la guerra de las Malvinas, la Argentina descubrió una raza de héroes: sus pilotos de combate. Disparan hasta el último proyectil, y no se rinden sino a su novia, la muerte. Y el beso de gloria que esa novia les dio a los “cazadores”, no sólo fue útil para exacerbar el valor individual de todos mienfras duró la guerra, sino que también hubiera debido servir para tonificar la mentalidad general del país.
  
Porque históricamente un hecho heroico siempre fue fermento, algo cuya acción se prolonga en el tiempo y no se desgasta jamás. Sin consumirse, obra, transforma la materia y la transforma hasta el infinito. Queda para siempre ese ejemplo de estatura homérica que dieron los pilotos.
  
Nicolás Kasanzew

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