OLOR
El
gran Federico Fellini sostenía con cierto humor, que amaba a Roma, pero que se
daba cuenta de que la ciudad verdaderamente “era muy bella, pero degradada”.
Ahora
por una rara coincidencia, Delía, que también es un grande, opina algo parecido
sobre Buenos
Aires “la ciudad —dice— está corroída
por la basura y el mal olor”.
Y
como nos enseñaron que la verdad hay que tomarla donde se encuentre, esta vez,
no podemos sino estar de acuerdo con Luisito.
Nadie
tendría derecho a pensar otra cosa, la ciudad donde habitan los K y sus
secuaces se convierte, naturalmente, en una ciudad corroída.
Acaso
alguien podría ignorar el dudoso olor que brotando de la Casa Rosada se
extiende ferozmente hasta el congreso. Ni qué hablar del territorio de Tribunales
y especialmente en el quinto piso, donde la emanación es francamente
nauseabunda…
Hay
quienes aventuran que la observación de Luisito tiene algo de autorreferencial
y es probable que así sea, dado que él mismo es parte importante de la banda de
lacayos de La Desquiciada.
Es
bastante evidente que la cosa no se arregla con agua y jabón porque lo hediondo
viene de adentro y a eso no hay detergente que lo limpie.
Pero
no deja de llamar la atención que uno acostumbrado a la mugre profunda y
antigua y hedionda de los K, inquiete su nariz por una huelga de recolectores y
por ésos, sus olores de superficie.
Miguel de Lorenzo
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