martes, 16 de julio de 2013

Históricas


AÑO 1763
PRIMERA INVASIÓN INGLESA
  
  
Pertenecemos a la progenie romana. Y al hablar de ese espíritu cesáreo e imperial forzosamente hablamos del Lacio y de su raza, con valoración  que atañe a la vida misma. Fue creación original del pueblo romano, el cual se instaló como Pueblo-Señor en un trozo de suelo dejando en la historia del mundo una impronta por siempre jamás.
  
Constancia permanente de sus esencias, las legiones imperiales prepararon la cuna de Cristo, según escribió con Verdad Hilaire Belloc. Pudiendo agregar que todo empezó cuando un Centurión tuvo Fe en Cristo y pidió la curación de su ayudante sabiendo que Jesús, podía hacerlo, sin allegarse hasta el lugar donde el enfermo sufría.
  
Y se produjo el milagro por decisión del Divino Maestro. Un Oficial con gladio fue el primero en creer en el Señor Jesucristo. El guerrero, por serlo, no fue rechazado.
  
Mensaje para los siglos. Se levantó la Cruz, primero en el Gólgota por manos deicidas y luego en las catacumbas. Más tarde en los surcos feraces de Occidente. Los romanos se forjaron sobre el yunque de la virtud que iba mas allá que todas las operativas de otras civilizaciones. A ella se la llamó Fides y de su espíritu y carne nació su imponente fuerza y ésta parió, como señalara Francisco Maldonado de Quevedo, el Derecho Privado y Público.
  
Todo lo precedentemente señalado por quien nos abrió ventanas nuevas a nuestro intelecto, está en la profundidad secular mantenida en la herencia de nuestra raza. Desenvainar la Tizona de acero toledano para el rescate de nuestra Historia, mostrando, como nos decía José Antonio, que la: “Monarquía del Yugo y las Flechas había sido un instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos universales”.
  
Y en esa especie de arqueología histórico-política nos encontramos con las diferentes agresiones solapadas o abiertas que fueron las que el Misterio de Iniquidad realizó contra nuestra Cristianoamérica integrada, no por colonias, sino por los Reynos del Imperio Sacro y Romano de las Españas, “martillo de herejes”.
  
El tema de esta nota es la memoria de una efeméride gloriosa, como lo fue la primera invasión inglesa al Río de la Plata, derrotada estrepitosamente. Fue un 6 de enero, el Día de los Santos Reyes, de 1763. Ya se cumplieron doscientos cincuenta años. Nadie lo recordó porque primó “el pecado bíblico de la torre”, que al decir de Rafael Sánchez Mazas “es el de la confusión, el de la escisión, con las rupturas como símbolo de decadencia”.
  
Cuando la pérfida Albión copó estas regiones la Cruz se crucificó y la Espada se envainó. Pese a todo el Imperio estaba fuerte con sus Reinos Unidos por la Corona porque continuábamos teniendo ansias con “unidad de destino en lo universal”. Teníamos Voluntad de Imperio, manteniéndose pesare a quien pesare.
  
Por eso debemos revivir aquellos aconteceres.  Por dignidad. En el Año de Gracia de 1762 llegó a San Felipe y Santiago de Montevideo la noticia de que las Españas, unidas a Francia por el Pacto de la Familia Borbón, se hallaban en guerra con Inglaterra.
  
Carlos III de las Españas buscó entonces combatir no sólo a Albión sino a Portugal, satélite de Gran Bretaña desde el Tratado de Methuen firmado en 1703 y que subordinó la Corte Católica de Lisboa a la Britania antipapista. Era la oportunidad de la renovada flota española —a finales del siglo XVIII tenía trescientos buques con 7162 cañones y cien mil hombres en mar— para aplastar a los piratas de un archipiélago de 315.000 kilómetros cuadrados que se perfilaba ya como imperio rapaz y que llegó, con el ariete masónico, a ocupar la quinta parte del globo saqueando y asesinando  hasta nuestros días.
  
Declarado el conflicto, Su Majestad Católica, envió al General Pedro de Cevallos las disposiciones a las que debía ajustarse. Éstas, en su parte sustancial decían: “…Con toda la actividad que permiten las Fuerzas a su cargo deberá dar preferencia a lo que hoy posee pues probable, como es que, Portugal se mantuviese indiferente, intenten los ingleses, alguna expedición contra Montevideo y apoderarse de Maldonado y Buenos Aires. Ha de mirar V.E. estos objetos como primero”.
  
El futuro Virrey Cevallos con la capacidad de iniciativa que lo caracterizaba y poniendo en práctica las Ordenes del Real Despacho estableció sitio a la Colonia del Sacramento estratégico enclave portugués muy poblado y defendido con gruesas murallas y buena artillería.
  
El asedio fue un duelo de cañones con  numerosas bajas. El General Pedro de Cevallos obtuvo por fin la capitulación del gobernador Silva Fonseca, al cual con caballerosidad cristiana le permitió abandonar la Colonia con sus tropas y las banderas desplegadas.

Era el 2 de noviembre de 1762.  Disfrutaba el General hispano de su victoria cuando, como reguero de pólvora, por las desgarradas y sufrientes orillas del Plata llegó la noticia. Era ésta, la aparición en lontananza de una poderosa escuadra que enviaba Su Majestad Fidelísima de Portugal compuesta de poderosos buques entre navíos, fragatas, bergantines. En cada nave flameaban los pabellones de Portugal y Gran Bretaña. Eran los refuerzos para el ausente y derrotado Silva Fonseca. El Comandante en Jefe era el Almirante inglés John Macnamara quien tenía órdenes de atacar Montevideo y Buenos Aires para dividir la defensa que pudiera intentarse para impedir llegar al Ejército portugués que ya franqueaba la zona del Chuy en el Este de la Banda Oriental.
  
Hubo entonces cambio de planes. Frente a la Ensenada del Riachuelo echaron anclas durante dos días. No les dio el cuero para entrar en el río por falta de prácticos. Faltaban horas para amanecer cuando los atacantes avanzaron de improviso sobre Colonia del Sacramento colocando la  banda de estribor a los fuertes de defensa.
  
Con el rosicler del 6 de enero de 1763 los centinelas hispanocriollos al avistar los enormes buques dieron la alarma. Venían desde el sur de la isla San Gabriel teniendo a proa el “Lord Clive” con sus sesenta y cuatro cañones, seguido por el “Ambuscade” con cincuenta piezas de artillería, el “Gloria”, con setenta bocas de fuego. En los demás elementos de transporte viajaban quinientos reclutas, setecientos hombres de tropa y seiscientos infantes de marina. Se agregaban tres buques de guerra, siete embarcaciones menores armadas y trece buques para el traslado de víveres y algún ciento más de soldados.
  
El general Pedro de Cevallos en esas horas fue protegido por la Providencia. Entre los oficiales que habían servido a los portugueses había un ingeniero francés técnico en defensa y que había cursado en la Escuela del Mariscal de Vauban, genio que le había permitido al gran Luis XIV dar un vuelco fundamental en las artes militares concibiendo las fortalezas en forma de estrella.
 
Al ingeniero militar de apellido Havelle encomendó Cevallos reforzar las defensas en los baluartes de Santa Rita, San Pedro y en una nueva Batería construida en la costa sur. El combate dio comienzo al mediodía. Desde todos los puntos se levantaron nubes de humo grisáceo acompañadas de estruendos. Eran los cañones del General Cevallos que repartían metralla sobre los invasores. El aire se cubrió de acre olor a pólvora  mientras las balas hacían saltar grandes trozos de piedra. El “Lord Clive” con su blanco velamen desplegado se detuvo frente al embarcadero mientras disparaba todos sus cañones. Por detrás suyo el “Ambuscade” y el “San Pedro de Alcántara” redoblaban sus tiros intentando barrer la playa del Colegio y el baluarte de Santa Rita.
  
El combate que llevaba horas, cuando de pronto los artilleros hispanocriollos con una bala al rojo vivo lograron el impacto perfecto en la santabárbara del “Lord Clive”, que comenzó a arder desde la popa, hasta donde se extendía la arboladura y resto de la cubierta. La nave intentó alejarse. Pero era demasiado tarde. Las llamas se extendieron por velas y jarcias.  Escuchándose en su interior fortísimas explosiones. El navío sin control escoró violentamente en el banco de la isla de San Gabriel. En poco más de una hora el orgulloso navío británico era una inmensa fogata en la que solo, en el puente de mando, estaba el Almirante Macnamara que se supone pereció quemado con su barco. La destrucción del “Lord Clive”, navío almirante de aquella flota anglo portuguesa, marcó el final de la lucha ya que los maltrechos atacantes se retiraron  en medio de un gran desorden mientras morían ahogados cientos y cientos de marinos y soldados.
  
Con las campanas lanzadas a rebato, San Felipe y Santiago de Montevideo oficiaba un “Te Deum” por el gran éxito de las armas hispanocriollas. Lamentablemente la victoria alcanzada con el sacrificio de militares conducidos por la pericia de quien sería el primer Virrey, del Reyno del Río de la Plata, el general Pedro de Cevallos, se frustró en la firma del Tratado de París. Allí se consolidó la hegemonía marítima de Gran Bretaña. Se perdió en la masónica mesa diplomática lo ganado con sangre de guerreros.
  
El 10 de febrero de 1763 se formalizaba la Paz de París entregándose la Colonia otra vez a Portugal. La situación española en el Plata había empeorado. La hegemonía inglesa era un hecho. Todo fue resultado de un mal inicio de la Guerra de los Siete Años (1756-1763) entre Austria, Rusia y Francia contra Prusia e Inglaterra en la que se había envuelto España con los primeros y Portugal con los últimos.
  
El mal comienzo continuó con un declive que no se pudo detener. Francia estaba agotada y al borde del desastre. Había perdido su Imperio norteamericano y sus bases en el Caribe estaban en manos británicas. Prusia era inquebrantable y Rusia había defeccionado. La caída de La Habana en 1762, de antemano, inclinó la balanza. Pero el Atlántico Sur ofreció resistencia a los desbordamientos ingleses. Montevideo y su área marítima formaron coraza frenando las pretensiones de las talasocracias. En el siglo XVIII frustró una segunda Jamaica. La violencia armada repetida en 1806 y 1807 y en la Guerra Grande (1838-52) reveló el poderío económico británico que no se resquebrajaría hasta 1918. Poco conocida es esa penetración suave y quintacolumnista con espías y traidores. De Hiram y sus hijos nos ocuparemos, Dios mediante.
  
Luis Alfredo Andregnette Capurro
  

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿No debería considerarse a Santiago de Liniers el máximo Libertador de la Argentina y de América del Sur, o por lo menos del Río de la Plata?

¿No es Liniers el personaje peor tratado tanto en vida como post mortem, peor incluso de lo que fue Rosas por la historia oficial?

¿No tiene, el genuino revisionismo histórico argentino, una deuda con Santiago de Liniers?

Marcelo
DNI 27.860.235