CRITERIOS DE ACCIÓN POLÍTICA
Una necesaria disquisición —para quienes tenemos la gracia
de ser católicos y argentinos, y la desgracia de estar inmersos hasta lo impensable
en una revolución cultural que parece no haber dejado rincón por destruir— es
preguntarnos con cautela qué criticamos cuando criticamos.
Podemos estar disconformes con la ideología reinante, pero
sin sólidos criterios morales terminaremos creyendo —por ejemplo— en el voto
castigo, sin darnos cuenta de que —así como están dadas las cosas— el verdadero
castigo es el voto.
Ya lo sabemos, el fariseísmo a coro rasgará sus vestiduras
diciendo que no somos amigos del pueblo.
Pero no es precisamente a la legítima y necesaria participación orgánica
del hombre en lo atinente al bien común a lo que aludimos. Es a esta parodia liberal,
demagógica y maquiavélica que funge de gerenciadora nacional.
Pero vamos a lo nuestro; queremos que la tristeza que hoy embarga
a todo argentino bien nacido, sobre cuyo corazón cae diariamente un azote y una
afrenta, no opaque las directrices básicas con las cuales debemos “pensar la Patria”,
ni desvirtúe las anheladas opciones políticas del cristiano.
¿A qué apuntamos? Pongamos algunos ejemplos sueltos:
La figura de Guillermo Moreno no es nefasta —como lo es, de
hecho— porque sea descaradamente frontal, desprecie abiertamente el dialoguismo
a ultranza, y le ponga el cuerpo a sus ideas. El Inadi no es perverso porque
censure y reprima, ni porque pretenda ponerse en custodio de algún supuesto tipo
de bien social intangible. Tampoco porque denuncie públicamente todo lo que se
aparta de las líneas generales del gobierno reinante, o recurra a la justicia
—presuponiendo que aquí existiera— y hasta al castigo de la cárcel si fuera preciso.
La Cámpora no es reprochable por conformarse de juventudes militantes que pretenden
ser el brazo fuerte y el grupo de choque de quien gobierna. En fin, no reprobamos
siquiera un calendario sembrado de feriados porque existan nutridas —y cada vez
más— celebraciones que se van intercalando en el ritmo cotidiano del trabajo y
la rutina. Objetar equivocando el sentido de la objeción resulta funcional a la expansión de la patraña.
Ir a la raíz es preguntarse a quién se sirve: a la verdad o
a las mentiras ideologías. Lo que cualifica son los fines, y más propiamente el
Fin. Claro, ellos —los fines— disponen, orientan, sugieren, prefiguran los medios.
Para quien no cree en Dios cualquier medio está permitido, y aquí ya comenzamos
a hacer el diagnóstico diferencial de fondo.
Lo reprochable de Moreno es que mienta y robe abierta e impunemente;
lo indignante es que la fuerza ejercida, al no estar movida por la justicia, resulta
palanca del mal. Que para él y su camándula el fin justifique los medios, con
un franco desdén por los criterios morales: eso es lo sublevante. Que, en las
antípodas de la genuina política, su principio y fundamento sea acumular e incrementar
poderes, no servicios a la Nación. No es el desprecio al supuesto clamor popular
lo que nos preocupa, sino la burla al hombre sencillo, al ciudadano de bien, al
argentino de sentido común.
El Inadi es perverso porque su fin propio es hacer la guerra
al Creador y al Orden Natural, y ser custodio de la soberbia, madre de todos
los pecados capitales. El Inadi es represor, pero no lo acusamos de ello, sino
de reprimir el Bien. Es discriminador; pero tampoco radica aquí su culpa, sino
en discriminar a la Verdad. Es censor, pero bueno sería que lo fue, y más aún,
si el objeto de su censura fuera la inmoralidad.
Lo reprochable de La Cámpora es que sus integrantes sean mercenarios
y sicarios de una tiranía marxista; no jóvenes dispuestos a luchar y a promover
su ideario. Lo que los vuelve condenables a sus miembros es vender el alma al
mejor postor y ponerle precio a los amores. Es hacer alarde de una valentía disfrazada
de patoterismo impune y anónimo.
En fin, la vergüenza de nuestro calendario, es trocar el sentido
cristiano y patriótico de la fiesta por la mentira oficial plasmada en el almanaque;
es hacer de la alegría pagana el motor forzado de un pueblo que nació bajo la
protección de María Santísima y la inspiración de los santos. Es inventar puentes
para demostrar por lo mismo el poco peso vital que tiene un día auténticamente
festivo.
Entonces —como en El nuevo gobierno de Sancho—, si el querido
Padre Castellani nos permitiera por un momento soñar con él una Argentina Católica,
digamos con certeza que puestos en tales circunstancias quienes gobernaran deberían
aplicar la mayor reciedumbre contra los enemigos del orden, la mayor conmiseración
para el indefenso y un contundente vigor para mandar a todos. Un jefe que cuando
diga blanco sea blanco, y cuando negro, negro.
Desde ya que debería existir una institución especial que
censurara el error, que persiguiera la herejía, que castigara el escándalo. Todo
lo que ofendiera a Dios, la Patria y la Familia sería detectado rápidamente y
reprimido. Diríamos entonces, una vez más, que la juventud, por estar hecha para
el heroísmo y no para el placer, será la gran invitada a alistarse en el escuadrón
más glorioso que pudo existir: el de la Iglesia Militante. Alistada para que defienda
sus amores con la oración, con la palabra, con el ejemplo y con los brazos. No
serían mercenarios a sueldo, sino soldados de Cristo Rey. No el tío Cámpora sino
el Arcángel San Miguel resultaría el patrocinante de la Legión.
Desde luego que el calendario tendría un peso vital en la
marcha de la vida social. Pero sus fiestas palpitarían al unísono con el corazón
de la Iglesia y de la verdadera historia de la Patria, ésa que nos han secuestrado
y que es preciso rescatar. El día de la Asunción de Nuestra Señora y de Corpus
Christi volverían a ser días gloriosos en el alma festiva de la Argentina.
Gritaremos una vez más, para que no haya malos entendidos:
nuestros amores son incompatibles. No
hay paz posible entre Cristo y el mundo. No anhelamos la belleza inaugural de
la Patria ni presentimos el poético nuevo amanecer porque nos inspire una acaramelada
novela de moda o nos guíe una imaginación dislocada. Es la esperanza cristiana
la que prefigura la belleza eterna de las cosas, es la verdadera poesía, la que
promete, la que señala el norte muchas veces oculto en la marcha terrena de la
historia; es la vocación inalterada de la Iglesia y de la Patria, que mientras
más se traicionan más claman rugientes desde sus entrañas juramentándonos a la
última y definitiva restauración.
Por todo esto, seguiremos siendo
católicos y nacionalistas.
Jordán Abud
3 comentarios:
Brillante artículo.
Distingue muy bien lo que hay que distinguir, ¡mis saludos al autor!
Juan Carlos Monedero (h)
excelente enfoque para poder discernir ,Muy didáctico articulo .muchas gracias para el autor
13 de julio 2013 PAL
Gracias por expresarnos con tal clara simpleza estos echos.
Javier
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