DON RUBÉN
CALDERÓN BOUCHET
† 4 de septiembre de 2012
Sabíamos que
los últimos años lo tenían, a don Rubén, más en la Patria que en esta
tierra doliente.
Blanca,
su mujer, y entrañables amigos formaban la legión de leales junto al
Supremo, aguardándolo.
Lo
visitamos hace cuatro años y entre risas, recuerdos y entrevista recobramos,
firme, su estirpe y su magisterio.
Escuchaba
poco y para no llamarse "sordo" se reía de ser, en lenguaje de
pedantes, "persona no audiente".
Fue
mi profesor cuando yo era estudiante; fue de todos el mejor y mejor que
ninguno me enseñó la Metafísica.
A Tomás
nos introdujo sin descuidar a los antiguos; Maurras fue su predilecto pero sobre todos amaba al
Señor.
La
Iglesia y la Patria, damas amables de caballeros andantes,
fueron tenaz desazón de su criollo corazón.
El
buen vino no desdeñaba, "Empédocles, el de Agrigento, y Tomás el de
Aquino”, le enseñaron cómo "empinar el pico".
A
los que deseaban investigar, aconsejó siempre "cinco lenguas
estudiar", griego para Platón y latín para Tomás.
El
inglés "porque así es mi amigo"; francés pues es música en los oídos;
el alemán para Hegel saber sufrir.
Recuerdo
con honor que a mí en lo personal me dijo que si amaba filosofar al
maestro Guido debía escuchar.
Siendo
yo adulto, pretexto nunca ha faltado, “Pax Romana” y “Valija Vacía” mediante, para abrevar en su
estilo elegante y sabiduría sin par.
¡Don
Rubén, el Cielo es ahora su morada; su mujer y los amigos lo abrazan; la Iglesia Triunfante y el
Supremo Capitán han coronado su victoria!
Ernesto R. Alonso
1 comentario:
Excelente evocaciòn del ilustre maestro Calderòn.
La tierra Argentina se ha quedado más triste y màs vacía con su muerte. Nos consuela saber que en el Cielo tenemos un nuevo intercesor.
La última vez que lo vi fue hace un par de años en Mendoza, un mediodìa, a la salidad de Misa. Sabiendo que yo estaba, con increible humildad, me buscó. Lo saludè con la reverencia que es de imaginar. Pero él, obviando toda formalidad, con esa campechanía criolla y señorial de autèntico aristócrata, metió su mano en el bolsillo del abrigo, extrajo un sobre que contenía, luego supe, una suma de dinero, me lo entregó y me dijo: "Dele esto a su hermano, para Cabildo, para que siga puteando... Porque, mire que su hermano putea lindo".
Así era este maestro y señor.
Le encomedamos la Iglesia y la Patria.
Mario Caponnetto
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