DOMINGO DECIMOSÉPTIMO
DE PENTECOSTÉS
Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la
boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con
ánimo de ponerle a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él le
dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.
Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús esta
cuestión: ¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo? Dícenle: De
David. Díceles: Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le
llama Señor, cuando dice: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi
diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?” Si, pues, David
le llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?
Nadie era capaz de contestarle nada; y desde ese día
ninguno se atrevió ya a hacerle más preguntas.
¿Qué pensáis acerca del Cristo? ... Dijo el Señor a mi
Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies...
Donec ponam inimicos tuos scabellum pedum tuorum. Es decir, el Cristo será
infinitamente poderoso; y, por numerosos y fuertes que sean sus enemigos, por
muy coaligados que estén los deicidas judíos con los Césares perseguidores, con
los cismáticos y obstinados herejes..., triunfará de todos ellos y su Reinado
será eterno...
Estas palabras del diálogo de Nuestro Señor con los fariseos son un eco
de aquellas otras del Arcángel San Gabriel a Nuestra Señora el día de su
Anunciación y de la Encarnación del Verbo en sus entrañas purísimas:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de
Dios. He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y llamarás su
nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el
Señor Dios el trono de David, su Padre: y reinará en la casa de Jacob por
siempre, y su reino no tendrá fin.
Todo esto queda enmarcado en un mes particularmente mariano. En efecto, el ocho de
septiembre hemos festejado la Natividad de Nuestra Señora y a Nuestra Señora de
Covadonga;
luego, el doce su Dulcísimo y Santo Nombre; más tarde, el quince, sus Siete
Dolores;
el diecinueve Nuestra Señora de La Salette; mañana, veinticuatro, Nuestra
Señora de la Merced; y ya en octubre festejaremos Nuestra Señora del
Santísimo Rosario, la Maternidad Divina de María, para culminar el doce con Nuestra
Señora del Pilar y el Patrocinio de Nuestra Señora de Luján...
Este mes mariano nos invita a meditar sobre el papel preponderante de
Nuestra Señora en la Historia de la Salvación... o, lo que es lo mismo, el Reino
de Jesús por María...
En el punto culminante de la revelación sobre los últimos tiempos, Dios manifiesta la misión
encomendada a la Santísima Virgen María. Leemos en el Apocalipsis (11:15-19;
12: 1-2 y 10):
Tocó
el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: “Ha
llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará
por los siglos de los siglos”. Y los veinticuatro Ancianos que estaban
sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y
adoraron a Dios diciendo: “Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel
que es y que era porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu
reinado. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el
tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus
siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y
grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra”. Y se abrió el
Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el
Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra
y fuerte granizada.
Y
una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está
encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz (…)
Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: “Ahora ya ha llegado la
salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo…”.
A lo largo de toda la historia de la Iglesia hubo quienes se ocuparon
de recordar y destacar que María Santísima es el Gran Signo de Dios sobre la
tierra.
Entre aquellos que han enseñado y predicado la misión providencial de
la Madre de Dios se destaca San Luis María Grignion de Montfort.
En su admirable Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima
Virgen,
el santo misionero anuncia, con acentos de profeta, que pronto se establecerá
el Reino de Jesús por María.
Según la tesis de San Luis María Grignion, la manifestación de la
Santísima Virgen estaba reservada para los últimos tiempos, como él lo afirma
claramente en su Tratado:
[49] “Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser
consumada. María casi no ha aparecido en el primer advenimiento de
Jesucristo... Pero, en el segundo María debe ser conocida y revelada mediante el
Espíritu Santo, a fin de hacer por Ella conocer, amar y servir a Jesucristo.”
[50] “Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de sus
manos, en estos últimos tiempos”.
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San Luis María pone estos últimos tiempos en relación con la Parusía o Segunda Venida de Nuestro
Señor:
[50] “Dios quiere, pues, revelar y descubrir a María, la obra maestra de
sus manos, en estos últimos tiempos (…) porque Ella es la aurora que
precede y anuncia al Sol de Justicia, Jesucristo, y por lo mismo, debe ser
conocida y manifestada, si queremos que Jesucristo lo sea (…) porque Ella es el
camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también
cuando venga la segunda, aunque de modo diferente (…) porque María debe
resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia (…)
porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces "como un
ejército en orden de batalla" sobre todo en estos últimos tiempos, porque el diablo sabiendo
que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las gentes, redoblará
cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve crueles
persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y
verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los
demás.”
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Estos últimos tiempos están relacionados por el Santo con la plena
manifestación de la Santísima Virgen y con el Anticristo:
[51] “Es principalmente de estas últimas y crueles persecuciones del diablo,
que aumentarán todos los días hasta el reinado del Anticristo, de las que
se debe entender esta primera y célebre predicción y maldición de Dios, lanzada
en el paraíso terrenal contra la serpiente: «Yo pondré enemistades entre ti y
la mujer, y tu raza y la suya; ella misma te aplastará la cabeza y tú pondrás
asechanzas a su talón»” (Gén. 3:15).
Cuando el Santo escribía estas cosas pensaba que ocurrirían próximamente, y no como algo perdido en
la lejanía de los tiempos venideros de la historia; podemos confirmarlo en el
texto siguiente:
[47] “He dicho que esto acontecerá especialmente hacia el fin del mundo y muy
pronto”.
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La Verdadera Devoción marial tiene, pues, una connotación apocalíptica
esencial; separarlas equivale a adulterar el mensaje de San Luis y a
desnaturalizar la esclavitud mariana.
San Luis María comienza su Tratado relacionando sin ninguna duda el Reino
de Jesucristo
y su Parusía con la devoción a la Santísima
Virgen:
[1]
“Por
la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe
reinar en él”.
[13] “La divina María ha estado desconocida hasta aquí, que es una de las
razones por qué Jesucristo no es conocido como debe serlo. Si, pues, como es
cierto, el conocimiento y el Reino de Jesucristo llegan al
mundo, ello no será sino continuación necesaria del conocimiento y del Reino
de la Santísima Virgen, que lo dio a la luz la primera vez y lo hará
resplandecer la segunda”.
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San Luis María precisa, pues, la connotación íntima entre los últimos
tiempos y la devoción mariana: la manifestación de la Virgen María es para el
santo un hecho que señala claramente los tiempos apocalípticos, los últimos, de
los cuales nos hablan las Sagradas Escrituras.
Ahora bien, todas las apariciones marianas a partir del siglo XIX
constituyen un mensaje celeste para advertirnos de que estamos indudablemente
en los últimos tiempos, en el fin de los tiempos, que presagian la Segunda
Venida de Jesucristo.
A partir de 1830, en París, asistimos a una serie de apariciones de
Nuestra Señora; este hecho prueba, de manera irrefutable, que nos encontramos
en los últimos tiempos descriptos por el Apocalipsis que, como indica San Luis
María, están reservados para la verdadera devoción mariana.
Con la aparición de La Salette, en 1846, Nuestra Señora deja un mensaje
netamente apocalíptico, en el cual se anuncia el eclipse de la Iglesia y la
pérdida de la fe, incluso en Roma que, no sólo perderá la fe, sino que llegará
a ser la sede del Anticristo.
El secreto de Fátima, comunicado a los tres videntes el 13 de julio de 1917,
concluye por una promesa que nos establece en una gran esperanza.
En efecto, la Virgen Inmaculada anuncia que el terrible combate de los
últimos tiempos llega a una etapa crucial en 1960, pero que terminará por la
victoria final de su Corazón Inmaculado.
El culto de este Corazón Inmaculado preparará la instauración del Reino
glorioso del Sagrado Corazón de Jesús en toda la tierra.
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Esto es lo que enseña, con claridad y fuerza, San Luis María Grignion
de Montfort, el profeta de la victoria de María en el gran combate de los
últimos tiempos, cuya inminencia prevé.
El Santo asocia, no solamente la manifestación y el conocimiento de
María a la Segunda Venida de Nuestro Señor, sino también que ésta tiene por
finalidad hacer reinar a Jesucristo sobre la tierra:
[158] “Y si mi amable Jesús viene, en su gloria, por segunda vez a la tierra
(como es cierto) para reinar en ella, no elegirá
otro camino para su viaje que la divina María, por la cual tan segura y
perfectamente ha venido por primera vez. La diferencia que habrá entre su
primera venida y la última, es que la primera ha sido secreta y escondida, la
segunda será gloriosa y resplandeciente; pero ambas serán perfectas, porque las
dos serán por María. ¡Ay! He aquí un misterio incomprensible: «Hic taceat
omnis lingua» (Calle aquí toda lengua)”.
En su otro libro, El Secreto de María, el Santo pone magistralmente la
devoción mariana en relación con la Segunda Venida y el Reino de Cristo:
[58] “Así como por María vino Dios al mundo la vez primera en humildad y
anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María vendrá la segunda vez,
como toda la Iglesia lo espera, para reinar en todas partes y juzgar a los
vivos y a los muertos? Cómo y cuándo, ¿quién lo sabe? Pero yo bien sé que Dios,
cuyos pensamientos se apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra,
vendrá en el tiempo y en el modo menos esperados de los hombres, aun de los más
sabios y entendidos en la Escritura Santa, que está en este punto muy oscura”.
[59] “Pero todavía debe creerse que al fin de los tiempos, y tal vez
más pronto de lo que se piensa, suscitará Dios grandes hombres llenos del
Espíritu Santo y del espíritu de María, por los cuales esta divina Soberana
hará grandes maravillas en la tierra, para destruir en ella el pecado y establecer
el reinado de Jesucristo, su Hijo, sobre el corrompido mundo; y por
medio de esta devoción a la Santísima Virgen, que no hago más que descubrir
a grandes rasgos, empequeñeciéndola con mi miseria, estos santos personajes
saldrán con todo”.
El pensamiento del Santo es claro y su expresión también: por María
llegará el Reino de Jesús, al fin de los tiempos, después de su Parusía.
Para San Luis María el triunfo es por la Parusía y por intermedio de la
Virgen. Basta recordar lo que dice insistentemente.
San Luis María identifica Parusía y Reino de Cristo.
Recodemos la Oración abrasada, que es eminentemente apocalíptica:
“Acordaos, Señor, de esta Comunidad en los efectos
de vuestra justicia. Es tiempo de hacer lo que habéis prometido hacer. Vuestra
divina ley es transgredida; vuestro Evangelio abandonado; los torrentes de
iniquidad inundan toda la tierra y hasta arrastran a vuestros servidores; toda
la tierra está desolada; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario es
profanado, y la abominación está hasta en el lugar santo. ¿Dejaréis todo, así,
en el abandono, justo Señor, Dios de las venganzas? ¿Llegará a ser todo, al
fin, como Sodoma y Gomorra? ¿Os callaréis siempre? ¿No es preciso que vuestra
voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y que venga vuestro reino? ¿No habéis
mostrado de antemano a algunos de vuestros amigos una futura renovación de
vuestra Iglesia? ¿No deben los judíos convertirse a la verdad? ¿No es eso lo
que la Iglesia espera? ¿No Os claman justicia todos los santos del cielo:
vindica? ¿No Os dicen todos los justos de la tierra: Amen, veni Domine? Todas
las criaturas, hasta las más insensibles, gimen bajo el peso de los
innumerables pecados de Babilonia, y piden vuestra venida para restablecer
todas las cosas”.
Es totalmente claro que el triunfo debe venir por la intervención de
Jesucristo en su Parusía.
Esto excluye el triunfo antes de la Parusía; porque, además, el triunfo
es
el Reino de Cristo sobre la tierra, después de la Segunda Venida.
El Santo identifica en sus escritos Parusía - Triunfo - Reino.
Quien no comprenda que San Luis enseña ésto, no comprende nada sobre la
doctrina del Santo.
+ + +
El Reverendo Padre Emmanuel escribía en diciembre 1880:
Muchas veces usted habrá escuchado que se dice que “un
día sigue a otro día sin que se parezcan”; pues bien, yo le
digo que “muchas veces las horas se parecen sin que se sigan”.
Debemos ante todo velar, como en aquella “hora” de la cual
habla Jesús. Un cierto día, a una cierta hora, las tinieblas reinaban sobre la
tierra, y hombres de tinieblas llevaban a cabo obras de tinieblas… Nuestro
Señor les dijo: “Esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas”.
Aquella hora pasó hace ya muchos siglos y, sin embargo,
la hora presente tiene con ella muchas semejanzas.
Aquella fue la hora de la traición, esta es la hora de la
mentira. La hora presente es la hora en que la fe se calla. Cuando la palabra
pertenece a la mentira, la verdad permanece en silencio.
Las tinieblas de la hora presente nos hacen desear
vivamente los esclarecimientos de la luz de arriba, y nada aparece. El sol está
lejos de nosotros, la luna está velada, las estrellas están eclipsadas y puede
ser que caigan del cielo; es la noche.
Puede ser que usted me pregunte: “¿Qué hace, mientras
tanto Nuestra Señora de la Santa Esperanza?”
Ella relee su historia en un viejo libro, el libro de
Job. Allí leemos estas palabras: “Lámpara despreciada por los ricos,
preparada para el tiempo establecido” (12: 5).
“Lámpara”. Nada más necesario en las horas de
tinieblas. Demos gracias a Dios que nos ha proporcionado una lámpara para las
horas trágicas que atravesamos.
“Lámpara despreciada”. No tenida en cuenta,
desconocida.
“Despreciada por los ricos”. Incluso hay algunos
que no se atreven a pronunciar su Nombre.
“Preparada”. Ella espera… aguarda la hora marcada.
“Preparada para el tiempo establecido”. Ese tiempo no
es este tiempo, aquella hora no es esta hora. Esta hora pasará, y aquella hora
llegará.
Debemos tener paciencia respecto de esta hora presente, y
tenemos que obtener esperanza para aquella otra futura, que no tardará en
llegar.
Seamos, más que nunca, fieles hijos de Nuestra Señora de
la Santa Esperanza.”
Por lo tanto, mientras la noche de la “desorientación diabólica” se espesa, las palabras de
la Virgen María resplandecen en nuestro cielo como una estrella: “Al fin, mi
Corazón Inmaculado triunfará”...
La serpiente infernal será irreversiblemente derribada, su cabeza
aplastada.
Promesa irrevocable, incondicional.
De este modo, Nuestra Señora no nos ha dado una vaga e incierta promesa
de victoria final, sino que ha indicado con precisión los acontecimientos
maravillosos que suscitarán y establecerán el Reino Universal de su Corazón
Inmaculado.
Sí, esta hora llegará, y nosotros podemos adelantarla respondiendo
plenamente, por lo que toca a nuestra parte, a los pedidos de Nuestra Señora:
la recitación cotidiana del Rosario y de las oraciones enseñadas por el Ángel y
por la Virgen María; práctica de la Comunión reparadora de los Primeros
Sábados; porte del Escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo como signo
de nuestra consagración a su Corazón Inmaculado...
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Concluyamos con San Luis María:
[217] “El alma de María estará en ti para glorificar al Señor y su espíritu
su alborozará por ti en Dios, su Salvador, con tal que permanezcas fiel a las
prácticas de esta devoción. "Que el alma de María more en cada uno para
engrandecer al Señor, que el espíritu de María permanezca en cada uno para
regocijarse en Dios".
¡Ay! ¿Cuándo llegará ese tiempo
dichoso, dice un santo varón de nuestros días, ferviente enamorado de María,
cuándo llegará ese tiempo dichoso en que Santa María sea restablecida como
Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su
excelso y único Jesús?
¿Cuándo respirarán las almas a María
como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en la
tierra, donde el Espíritu Santo al encontrar a su Esposa como reproducida en
las almas vendrá a ellas con abundancia de sus dones y las llenará de ellos,
especialmente del de sabiduría, para realizar maravillas de gracia. ¿Cuándo
llegará, hermano mío, ese tiempo dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas
escogidas y obtenidas del Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el
abismo de su interior, se transformarán en copias vivientes de la Santísima
Virgen, para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará cuando se
conozca y viva la devoción que yo enseño: "Ut adveniat regnum tuum,
adveniat regnum Mariæ!»" ¡Señor, a fin de que venga tu reino, que venga el
reino de María!"”
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