DE LA BATALLA INTERIOR DEL ALMA
Estaba Jesús expulsando un demonio,
y aquel era mudo. Sucedió que cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo,
y las gentes se admiraron.
Pero algunos de ellos dijeron: Por
Belzebub, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.
Otros, para ponerlo a prueba, le
pedían una señal del cielo.
Pero él, conociendo sus
pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y
casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo,
¿cómo va a subsistir su reino? Porque decís que yo expulso los demonios por
Belzebub. Si yo expulso los demonios por Belzebub, ¿por quién los expulsan
vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de
Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.
Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros;
pero si llega uno más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en las que
estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí,
y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale del
hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y, al no
encontrarlo, dice: "Me volveré a mi casa, de donde
salí." Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma
otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de
aquel hombre viene a ser peor que el principio.
Sucedió que estando él diciendo estas cosas alzó la
voz una mujer de entre la gente, y dijo: ¡Bienaventurado el seno que te
llevó y los pechos que te criaron! Pero él dijo: Bienaventurados
más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.
La Santa Iglesia, que en el primer Domingo de Cuaresma nos propuso como
tema de nuestras meditaciones la tentación de Cristo en el desierto para
arrojar luz sobre la naturaleza de nuestras propias tentaciones y sobre cómo
tenemos que superarlas, hoy nos hace leer un pasaje del Evangelio cuya doctrina
tiene por objeto completar nuestra instrucción respecto del poder y de las
maniobras del demonio.
Hemos llegado de este modo al llamado Domingo de los escrutinios.
En la iglesia primitiva, desde este día comenzaba para los catecúmenos
un nuevo período en la preparación para el Bautismo.
Esto se debía a que las ceremonias compiladas actualmente en el rito
bautismal, se celebraban entonces repartidas en distintos días.
Un día como hoy tenían lugar los exorcismos.
Comprendemos, por lo mismo, que se lea como Evangelio el pasaje del
endemoniado.
Estaba Jesús expulsando un demonio, y aquel
era mudo. Sucedió que cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo…
¡Con qué gozo oirían los catecúmenos este pasaje evangélico! Veían, en
efecto, retratado en él lo que invisiblemente acababa de tener lugar en sus
almas exorcizadas.
Apropiémonos de su alegría. También nuestras almas, mudas por la muerte
espiritual,
sintieron el día de nuestro Bautismo la virtud de la palabra divina que
conjuraba al diablo: Sal de ella, espíritu inmundo, y da lugar al Espíritu
Santo Paráclito, dijo el sacerdote…
Y el espíritu mudo huyó, y pudimos articular palabras de vida eterna…
¡Qué felicidad!
No perdamos don tan precioso.
No seamos mudos para el Cielo. Que nuestra conversación posea siempre
la altura que conviene a hijos de Dios. Que nuestros ojos estén siempre elevados
al Señor.
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Y las gentes se admiraron. Pero algunos de
ellos dijeron: Por Belzebub, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.
Jesús aparece en plena lucha con los escribas y fariseos. Éstos, no pudiendo
negar la autenticidad de los milagros del Señor, acuden a un último recurso
para desacreditarlo: los achacan a virtud demoníaca.
Jesús, con suma mansedumbre, les replica con un argumento ad hominem.
Los tiros de aquellos hombres perversos se dirigían a negar que el
Reino de Dios había ya llegado a ellos; el Señor les dice: Si lanzo los
demonios en virtud de Belzebub, resulta que Belzebub pelea contra sí mismo; y
como todo reino dividido se derrumba; luego, el reino del demonio viene ya a
tierra, para dar lugar al Reino de Dios.
Mas, ¿con qué derecho decís que lanzo los demonios en nombre de Belzebub?
¿No se podría decir otro tanto de vuestros exorcistas?
Si, pues, con el dedo de Dios lanzo los demonios, el reino de Satanás
está vencido y ha llegado ya la hora del Reino de Dios.
¡Sí!; el Reino de Dios ha llegado ya a nosotros. Formamos parte del
mismo. Somos hijos de la luz...
Sigamos, pues, el consejo de la Santa Madre Iglesia: Andad como
hijos de luz. El fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sabed,
y tened entendido, que ningún fornicario e impúdico tendrá cabida en el Reino
de Cristo y de Dios.
Durante la Cuaresma, debemos aprovechar para reparar el pasado y para
asegurar el futuro; ahora bien, no podríamos hacer lo primero ni defender
eficazmente el segundo, si no tuviésemos ideas claras y sanas sobre la
naturaleza de los peligros en los que hemos sucumbido en el pasado, y sobre
aquellos que nos siguen amenazando para el futuro.
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El que no está conmigo, está contra mí. Jesús señala, con frase
gráfica, la secuela de uno y otro reino.
No hay en asunto tan trascendente terreno neutral; se pertenece a
Cristo o a Belial, o se recoge o se desparrama. El que se decida por Cristo,
ingresará en el Reino de la luz; quien no lo siga, continuará sometido al Príncipe
de las tinieblas.
Esta vida es un campo de batalla. Cristo y Belial pretenden prosélitos.
San Ignacio, en su meditación de las Dos Banderas, ha sabido dar plasticidad
a esta idea.
El ejército de Satanás tiene plantados sus reales en Babilonia; el
ejército de Cristo Rey, en Jerusalén.
Cristo está sentado sobre un trono de luz; Satanás impera entre llamas
y columnas de humo asfixiante.
Los soldados de Cristo pelean con la Cruz; lo soldados de Belial se
valen de las pasiones y de la concupiscencia para ganar terreno.
La recompensa de los primeros es el Cielo, la del ejército de Belial,
la muerte eterna.
¿Quién diría que Satanás podría lograr halagar con tan terrible galardón?
Y, no obstante, triunfa y se envalentona, porque los mortales somos tan necios,
que preferimos un gozo presente, aunque lleve a un fin desgraciadísimo, que la
felicidad eterna, si para llegar a ella se nos exige pasar por el estrecho callejón
de la abnegación…
¡Oh, inaudita locura! ¡Oh, necia insensatez!
Que no sea así de nosotros. Prometamos seguir y luchar en las filas de
Cristo Rey, haciendo honor a nuestro Bautismo.
Ya renunciamos un día a Satanás y a sus pompas; no queramos volvernos
atrás de aquel juramento solemne. Seamos fieles a su Bandera hasta morir.
Los antiguos liturgistas y los autores espirituales han reconocido un
trazo de la sabiduría maternal de la Iglesia en el discernimiento con el que se
ofrece hoy a sus hijos esta lectura, centro de las enseñanzas de este Domingo.
Seríamos, en efecto, ciegos y miserables, si, estando rodeados de
enemigos empeñados en nuestra destrucción y muy superiores a nosotros en fuerza
y habilidad, no pensásemos en su existencia y maldad.
Si hay una época del año en que los fieles deben reflexionar sobre lo
que la fe y la experiencia nos dice acerca de la existencia y las operaciones
de los espíritus de las tinieblas, es sin duda ésta, durante la cual debemos
reflexionar sobre las causas de nuestros pecados, sobre los peligros de nuestra
alma, y sobre los medios de protección contra las recaídas y los futuros
ataques.
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Después de la predicación del Evangelio, el poder de Satanás sobre los
cuerpos se vio restringido en los países cristianos en virtud de la Cruz; pero
retoma fuerza, si disminuyen la fe y las obras de piedad cristiana.
De allí todos estos horrores diabólicos revolucionarios que, con
diversos nombres más o menos científicos, se cometieron primero en las sombras,
luego fueron y son aceptados en parte por la buena gente, y presionan hoy para
destruir la sociedad.
Cristianos de hoy, recordad que habéis renunciado a Satanás, y tened
cuidado de que una ignorancia culpable os conduzca a la apostasía.
No es una fantasía o ficción a la que habéis renunciado en la pila
bautismal el día de vuestro Bautismo; es a un ser real, formidable, y del cual
Jesucristo nos dice que es mentiroso y asesino desde el principio.
Pero, si bien debemos temer al terrible poder que puede ejercer sobre
el cuerpo, y no tener ninguna participación en las prácticas que el demonio
preside (iniciación al culto al que aspira), también debemos temer, y con mayor
razón, su influencia sobre nuestras almas.
Volveré a mi casa, de donde salí. La lucha tiene lugar en
el interior del alma. Allí se dan las más espantosas batallas, aunque de fuera
no se perciba el choque de espadas, ni el estruendo del cañón.
Toda condescendencia hecha a la pasión chillona, es un palmo de terreno
robado a Cristo.
Cuando Lucifer logra que la concupiscencia domine y venza a la Cruz,
aherroja al alma y hácela su prisionera; la lleva a su campo y la constituye en
número activo de su reino.
Esto sucede cada vez que se comete un pecado mortal.
¡Con qué cuidado andaríamos, si tuviéramos conciencia viva de esta
tremenda realidad!
Asimismo, cuando el cristiano comete un pecado venial, no se atreve a
expulsar a Cristo de su alma, pero le quita terreno y lo cede al demonio.
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Cristiano, si pensaras en ello, te detendrías un tanto antes de dejarte
llevar de tus debilidades, antes de condescender con tus pasiones, con los deseos
menos santos de tu naturaleza.
Sírvate esta consideración de serio aviso.
Da hoy una mirada a tu interior. Examina si reina enteramente allí el
Príncipe de la Luz, o si hay algún rinconcito reservado al tirano de las
tinieblas.
Recuerda que antes del Bautismo pertenecías al demonio, que cual hombre
valiente bien armado guardaba aquella su casa. Pero llegó otro más fuerte
que él,
Cristo Jesús, que lo asaltó, lo venció y lo desarmó.
Considera la lucha de la gracia que Dios tuvo que emprender para
arrancarle tu alma de sus garras.
Desde ese momento no había temor para ti, mientras tú mismo no abrieras
la puerta al demonio, mientras no te entregaras, voluntariamente, a su
esclavitud, ya que el Más fuerte te guardaba.
¿Cuál ha sido tu proceder? Si, por desgracia, has estado ya nuevamente bajo
el poder del príncipe de las tinieblas, llora tu iniquidad, y confiando
en la misericordia divina, clama con corazón humilde y contrito al Señor.
Mas, si has tenido la gracia de conservar en todo momento para Cristo
el terreno de tu pequeño reino, dale gracias y anda prevenido, no te suceda que
el demonio pruebe asaltarte con un escuadrón de espíritus peores que él, y te
derribe; y venga a ser tu postrer estado peor que el primero.
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Oponte también a que el demonio ocupe ningún rincón de tu alma. Toda
ella debe ser de Cristo. No es cualquier cosa lo que esto exige: te costará
seguramente grandísima violencia; pero lucha es la vida, y en pie de guerra nos
debe encontrar la muerte.
En estos días, la Iglesia nos ofrece todos los medios de superar al
demonio: el ayuno, unido a la oración y a la limosna.
Pero no creas que tu enemigo haya sido destruido. Está irritado; la
confesión y penitencia lo ha expulsado ignominiosamente de su dominio; y él se
comprometió a hacer todo lo posible para volver allí.
Teme, pues, una recaída en el pecado mortal; y para afirmar este
saludable temor, reflexiona sobre las palabras del Evangelio de hoy.
El demonio no se resigna a quedarse lejos de la presa que codicia. El
odio lo impele, como en el principio del mundo, y se dice: tengo que regresar a
mi casa, de donde salí. Pero no vendrá solo, quiere triunfar; y para ello
traerá con él, si es necesario, siete demonios más perversos.
¡Qué terrible situación se está preparando para nuestra pobre alma, si
ella no es vigilante, si no está fortificada, si la paz que Dios le ha dado no
ha sido una paz armada!
Si quieres la paz, prepárate para la guerra…, decían los antiguos… Y
hoy nos predican un pacifismo cómplice y traidor…
Temamos, pues, una recaída; y para asegurar nuestra perseverancia, sin
la cual sería de muy poca utilidad estar por unos días en la gracia de Dios,
vigilemos, recemos, defendamos las murallas de nuestra alma, no renunciemos la
batalla.
Y el enemigo infernal, desconcertado por nuestra capacidad de combate,
partirá llevándose a otra parte su vergüenza y su rabia.
Malleus Mendacium
2 comentarios:
Es verdad que hay una lucha en el interior del alma, aunque no se si de todas las personas. También hay una lucha de espanto, a la vista, contra la naturaleza, contra los virus, contra las herencias genéticas, Acabo de saludar a un amigo que tiene una hija paralítica y ha perdido hace dos años a su esposa (joven) a causa de una grave dolencia. Es uno de los mas grandes misteiors, para mi, de la Creación, el porque LA MATERIA SIEMPRE TERMINA IMPONIENDOSE. El Demonio parece un pendejo al lado de la materia.
CD
Estimado CD,
Las dolencias de la materia son malas; angustian el corazón. El consuelo es poco para aquel que ha perdido un ser querido, o para aquel que sufre un mal físico difícil de tolerar y/o irreversible. Ahora, las miserias del espíritu son mucho peores. En primer lugar, porque (casi siempre) son provocadas por uno mismo, con el consiguiente ingrediente de culpabilidad en la adquisición de dicho mal (a diferencia de la mayoría de las enfermedades físicas). En segundo lugar, por las consecuencias: el mal físico se paga con la muerte física y allí termina; el mal espiritual, se paga en la vida eterna, y ese no termina. No se deje engañar CD. Por más que sea difícil de ver, sentir o percibir, el mal espiritual es mucho más grave que el mal físico. Como dije, sus causas y consecuencias son mucho más funestas. Saludos, shl2008
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