La Nación Argentina es históricamente el fruto de la acción evangelizadora y civilizadora de España y heredera, a través de la auténtica tradición, de los valores propios de la Cristiandad y de los del mundo clásico por ella asumidos.
Esa tradición se mantuvo con arduo esfuerzo hasta que, en oposición a la nación real, se construyó un artificial andamiaje político, filosófico, jurídico, social, económico, e incluso espiritual, constituido por el régimen liberal impuesto por la fuerza a partir de Caseros.
Dicho régimen ha estado socavando desde entonces las bases del Ser Nacional y conduciendo al país a través de una constante sucesión de crisis hasta el momento actual, en el que la Argentina se encuentra frente a una aún más profunda que las anteriores, y de la que no podrá salir por la vía de sus instituciones convencionales.
El sistema partidocrático en vigor somete los grandes problemas nacionales al veredicto cambiante de las mayorías de circunstancias. Sus instrumentos propios, los partidos, son estructuras irrepresentativas que se alimentan del reparto de prebendas y canonjías y de la opción impuesta a los ciudadanos —bajo el mito de la soberanía popular— mediante el sufragio obligatorio.
A pesar de la falencia de las instituciones liberales y de la indiferencia y del escepticismo de los argentinos, la Nación real subsiste, aunque resquebrajada, como un todo espiritual y material conformado por la cultura y el territorio heredados, lo cual nos obliga a cumplir un singular y protagónico papel en la historia.
Ante la actual situación en la que se presentan como únicas alternativas posibles, el marxismo bajo distintas apariencias y diversas especies del mundialismo tecnocrático, urge restaurar a la Nación, es decir, rescatarla de su decadencia, con una nueva política que instaure una real legitimidad acorde, por lo tanto, con nuestro Ser Nacional.
Para la restauración de la Argentina es una exigencia perentoria afirmar la necesidad de un Estado ético, apto para el logro de la Revolución Nacional ordenada al Bien Común. Esto no podrá lograrse sin el pleno restablecimiento del principio de autoridad en el gobierno de la Nación que, al mismo tiempo, estimule y proteja el fortalecimiento armónico de todo el cuerpo social.
Esta concepción del Estado debe fundarse en el reconocimiento de las instituciones naturales de la sociedad: familia, asociación profesional, municipio, provincia y región, las cuales constituyan la base de toda representación auténtica y orgánica.
Esta empresa de salvación sólo puede realizarla un movimiento sensible a tal experiencia y portador de aquellos valores; y ese movimiento no puede ser otro que el encarnado en el Nacionalismo Católico, único Nacionalismo verdadero, el cual deberá hacer posible la definitiva estructuración jurídica de un nuevo Estado Republicano, Representativo y Federal.
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