En el libro de G. K. Chesterton, “De todo un poco”, aparece esta frase: “Qué es lo que Miss Pankhurst imagina que es una regla? ¿Una suerte de basilisco? (…)”. Ante nuestro desconocimiento del significado de dicha palabra, tuvimos que recurrir al diccionario de la Real Academia Española.
Grande fue la sorpresa cuando nos enteramos de que el término tenía cuatro acepciones, algunas de las cuales permiten retratar a cierto personaje de la historia política argentina contemporánea. Corresponderá al lector darse cuenta de quién estamos hablando. Vamos a dar algunas pistas.
Desde el punto de vista etimológico, basilisco, proviene del griego y significa reyezuelo o gobernante de poca monta. Hay dos acepciones más, que son dignas de mencionar. Veamos:
Para la Real Academia, basilisco, el animal, es un reptil americano de color verde muy hermoso y del tamaño de una iguana pequeña. Esta primera pista puede llevar a confusión, ya que nuestro personaje no es ni verde ni muy hermoso; aunque sí dicen que ha logrado juntar en poco tiempo, montones de “verdes” americanos, sin dar explicaciones.
Otro aspecto de su vida —de la del animal, aclaramos— es su velocidad, ya que debe escapar muy seguido de sus enemigos. Empero, la descripción más interesante, y la que seguramente será una de las mejores pistas, es la que nos viene de la mitología.
En efecto, el basilisco era un animal fabuloso al cual se le atribuía la propiedad de matar con la vista. Según la Wikipedia, se trata de una criatura, especie de serpiente con cuernos en la cabeza.
Plinio el Viejo lo describe como una culebrilla de escaso tamaño y pésimo genio, ya que “su potente veneno hace marchitar las plantas y su mirada es tan virulenta, que mata a los hombres”. Se dice que nace a partir de un huevo deforme, puesto por una gallina vieja, y que ha sido incubado por un sapo. ¡Un auténtico adefesio!
Aparentemente, el elixir mágico para liberarse de él, es rodearlo de espejos, ya que al ver su aspecto de esperpento, muere al instante. En el folclore gauchesco se lo describe como una especie de gusano con un solo ojo, que causa la muerte con su mirada.
También hay otra versión que afirma que al nacer nomás, busca lugares altos desde donde acechar a sus víctimas. Las abuelas de Santiago del Estero dicen que su aliento es tan fuerte, que hasta puede marchitar las plantas.
Otras versiones, al fin, afirman que nace de un huevo de gallina, incubado en un nido de serpientes; de allí que San Isidoro de Sevilla (560-636) lo calificara como el rey de las serpientes: “los reptiles se someten a él por su peligrosa mirada y las cualidades de su respiración venenosa”.
La segunda acepción que nos trae el diccionario de la Real Academia acerca de basilisco es bastante breve: es una persona furiosa o dañina. Pero Basilisco también se llamó a un antiguio personaje romano, que hubo de pasar a la historia con más pena que gloria; aunque justo es reconocer que —por esas cosas del azar y de la política— llegó a ser emperador del Imperio Romano de Oriente entre los años 475-476.
En el año 468, el emperador León lo nombra comandante de la conocida misión romana contra Cartago. Basilisco huye en el medio de la batalla. Cuando regresa a Constantinopla, se refugia en la Iglesia de Santa Sofía, para no tener que enfrentarse con el populacho, enardecido por su deleznable conducta y por temor a la venganza del emperador. La hermana de Basilisco, Verina, luego de varios manejos políticos, consigue el perdón imperial para su cobarde hermano, el que es castigado con el exilio en Tracia.
Cumplida la pena, y ya de regreso en el Imperio, lentamente fue ascendiendo en la política, llegando a ser designado caput senatus, “primero entre los senadores” en el año 474.
Para el año 475, ya había llegado a ocupar el cargo de Augusto. Uno de los primeros actos de su gobierno —si es que así lo podemos llamar— es que designó a su esposa Augusta, y también a su hijo César: “Sin embargo, por causa de su incapacidad de gestión como emperador, Basilisco perdió pronto a la mayor parte de sus partidarios”, dice la enciclopedia que venimos citando; y posteriormente agrega esto: “(…) Basilisco se vio obligado a imponer fuertes tributos y a volver a la práctica de subastar los cargos públicos, con el descontento que ello provocó en la población. También buscó fondos de la Iglesia (…) el Patriarca Acacio de Constantinopla, con el apoyo de la población de la ciudad, mostró claramente su desdén hacia Basilisco, cubriendo de negro los íconos de la Iglesia de Santa Sofía”.
Debido al incumplimiento de las promesas a sus generales, y agregado a esto que su “impopularidad se incrementaba cada vez más, por la rapacidad de sus ministros”, Basilisco cayó de nuevo en desgracia. En el año 476, Zenón regresó al poder en Constantinopla. Basilisco, a pesar de los sinsabores que le había hecho pasar a los fieles cristianos, consiguió escondite en una iglesia.
Habiendo sido traicionado por uno de sus seguidores, se rindió ante la promesa de Zenón de no derramar su sangre. Así, junto a su esposa y su hijo, terminaron los días encerrados en una cisterna en Capadocia, hasta la muerte.
Gobernante de poca monta, animal de un solo ojo que mata con la vista, rey de las serpientes, dañino, enemigo de la Iglesia, huidizo en las batallas, rodeado de ministros rapaces, “acomodador” de su esposa, de su hijo y de su hermana, incumplidor de las promesas… Con todas esta acumulación de pistas, ¿no descubrió todavía de quién se trata?
Para colmo de males y para cerrar esta historia, hacemos una advertencia. Dice una página de “ciencias ocultas”, descubierta al azar: “Por desgracia, no hay manera de combatir al basilisco, ya que ni los brujos más experimentados pueden destruir este flagelo”. ¿Estaremos condenados, nomás? Por las dudas, le damos una recomendación: lleve siempre muchos espejos.
Diego García Montaño
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