miércoles, 30 de mayo de 2018

Como se pide


Nueva impúdica blasfemia de Francisco

 [Francisco] me dijo “Juan Carlos, que tú seas gay no importa. Dios te hizo así y te quiere así y a mí no me importa. El Papa te quiere así, tú tienes que estar feliz con quien tú eres”.
Eso fue lo que dijo Francisco a Juan Carlos Cruz, un laico chileno que fue objeto de abusos por parte de un sacerdote. Lo dicho por Bergoglio no sólo es algo totalmente falso, sino eminentemente blasfematorio, pues constituye a Dios como causa del pecado de sodomía, claramente condenado en la Sagrada Escritura. Para convencerse del carácter falaz que revisten las palabras de Francisco basta con leer a San Pablo:
“Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen.” (Rm. 1, 24-28)
A continuación traigo a colación dos pasajes extraídos de viejos artículos en los que podrá comprobarse que este nuevo despropósito bergogliano no es sino una enésima muestra de la abyecta y vergonzosa actitud pro homosexualista asumida por Francisco desde que resultara electo hace ya más de cinco años.
Según Francisco, el homosexualismo no es condenado sino « integrado »
En una época en la que la tiranía del lobby homosexual se ejerce casi sin restricción en todo el planeta, Francisco ha hecho declaraciones y ha realizado gestos que refuerzan claramente la ideología homosexualista. Veamos algunos ejemplos. Todo el mundo recuerda la explosiva frase que pronunció en su conferencia en pleno vuelo al volver de las JMJ de Río de Janeiro en julio de 2013: « ¿Quién soy yo para juzgar? », en alusión a los homosexuales. Esta breve frase dio inmediatamente la vuelta al mundo y le valió a Francisco ser elegido Hombre del Año 2013 por la revista americana LGTB The Advocate.
Poco después sobrevino la llamada telefónica a un transexual español, una mujer devenida en « hombre », Diego Neria, a quien invitó a Roma para recibirlo en audiencia privada junto a su « novia », a expensas del Vaticano, encuentro que tuvo lugar el 24 de enero de 2014. Francisco se hizo fotografiar en el Vaticano con la dupla lésbica y la foto dio la vuelta al mundo. Según « Diego », Francisco le habría dicho, al momento de llamarlo, que:
« Dios quiere a todos sus hijos, estén como estén, y tú eres hijo de Dios y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres. » 
El 21 de marzo de 2014 Francisco se paseaba de la mano con el sacerdote homosexualista italiano Luigi Ciotti, hecho oportunamente efectuado bajo las cámaras de la televisión italiana. El 6 de mayo de 2014 concelebró en el Vaticano con otro sacerdote homosexualista, Michele de Paolis, a quien besó las manos después de la Misa delante de los periodistas encargados de inmortalizar la escena. El Jueves Santo de 2015 lavó los pies de un transexual en una prisión, el cual, a continuación, recibió la comunión. Todas estas imágenes conocieron una difusión planetaria inmediata.
En el curso de una entrevista con el padre Antonio Spadaro, director de la revista jesuita La Civiltà Cattolica, en agosto de 2013, declaró:
« Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: “Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena’’? »
Francisco, entonces, se rehúsa a afirmar que él condena la homosexualidad y, en el colmo de la mala fe,  pretende hacer creer que el amor que Dios tiene a los homosexuales comportaría la aprobación de su pecado.
Durante su viaje a Estados Unidos, en setiembre de 2015, acordó una única audiencia, de carácter privado, y fue a una pareja de homosexuales, uno de los cuales era un viejo conocido de Francisco en la Argentina. La escena -e insisto en que se trataba de una audiencia « privada »- fue filmada y difundida inmediatamente por la prensa, mostrando a Francisco a los besos y a los abrazos con el dúo sodomita.
Luego, cuando Francisco se dirigió al Congreso de Estados Unidos, no dijo ni una palabra a propósito del « matrimonio » gay, que acababa de ser impuesto por vía judicial en todo el país. Ni tampoco lo hizo a propósito del crimen del aborto, que cada año se cobra innumerables víctimas en aquel país; y esto cuando, poco tiempo antes, había estallado el escándalo del tráfico de órganos de bebés abortados, a instancias del Planned Parenthood, en aras de la « investigación médica ».
Empero, en el mismo recinto, Francisco encontró oportuno abogar en favor de la abolición de la pena de muerte, condenándola como intrínsecamente injusta y atentatoria contra la « dignidad inalienable de la persona humana », lo que resulta falso, pues tal aseveración contradice la revelación divina y el magisterio de  la Iglesia. De este modo, durante su resonante alocución ante la principal asamblea « democrática » del orbe, Francisco se declaró en favor de la preservación de la vida de los asesinos, pero no de dignó a decir ni tan siquiera una palabra sobre la de los inocentes masacrados en el vientre materno.
He aquí una cifra que ilustra perfectamente la mala fe de Francisco: el año pasado hubo 1.200.000 abortos en los Estados Unidos por sólo 28 penas capitales. Pero es contra la pena de muerte que él se pronuncia ante el Congreso, y no acerca del genocidio de los niños por nacer ni sobre los crímenes abominables perpetrados por el Planned Parenthood. Otro dato muy significativo: en su discurso al Congreso estadounidense, sobre 3500 palabras empleadas, ni una sola estuvo reservada a Nuestro Señor Jesucristo. Por el contrario, nombres de subversivos notorios, como los de Martin Luther King o Dorothy Day, ocuparon un sitial de honor.
Para concluir este apartado, he aquí lo que dijo Francisco el 16 de junio pasado durante su conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Armenia. Un periodista le había preguntado lo que pensaba de la declaración del cardenal Marx, según el cual la Iglesia católica debería pedir perdón a los « gays » por haberlos « discriminado ». Ésta fue su respuesta:
« Creo que la Iglesia no sólo tiene que pedir disculpas -como dijo el cardenal «marxista» [cardenal Marx]- a esta persona gay, a la que ha ofendido, sino también a los pobres, a las mujeres y a los niños explotados en el trabajo. Tiene que pedir disculpas por haber bendecido muchas armas. […] Los cristianos deben pedir disculpas por no haber apoyado muchas opciones, a muchas familias: por ejemplo, recuerdo que de niño, según la cultura de Buenos Aires, una cultura católica cerrada -yo vengo de allí-, no se podía entrar en casa de una familia divorciada. Estoy hablando de hace ochenta años. Gracias a Dios, la cultura ha cambiado. »
Francisco se convierte así, abiertamente, en el portavoz de los enemigos de la Iglesia, de los homosexualistas y feministas que se dedican a atacarla y a difamarla sin cesar, exponiendo su complicidad con ellos a plena luz del día y sin ningún embozo.
Francisco y la ideología homosexualista
Con motivo de una conferencia de prensa dada el 29 de julio de 2013 en el vuelo entre Río de Janeiro y Roma, de regreso de las JMJ, Francisco pronunció la frase siguiente: « Si una persona es gay y busca al Señor con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar? » Frase extremadamente ambigüa y perturbadora, ya que el término gay no designa genéricamente a los homosexuales, sino especialmente a aquellos que reivindican públicamente la « cultura » y el estilo de vida de la impureza contra-natura. ¿Por qué haber utilizado una palabra generadora de confusión, totalmente extranjera al vocabulario católico y tomada justamente de la jerga del lobby « gay », avalando de este modo indirectamente su lenguaje subversivo y manipulador? ¿Por qué no haberse apresurado a añadir, para evitar malentendidos, que si bien no se juzga moralmente a la persona que padece esta tendencia, el pasaje al acto, en cambio, constituye un comportamiento gravemente desordenado en el plano moral?
Sorprendentemente, no lo hizo, y naturalmente, al día siguiente, la abrumadora mayoría de la prensa mundial intituló el artículo dedicado a la atípica conferencia de prensa pontifical retomando textualmente la pregunta formulada por Francisco. ¿Podrá hablarse de impericia de parte de alguien que domina a la perfección el arte de la comunicación mediática? Resulta difícil creerlo… Y aun cuando así fuera, el contexto exigía eliminar todo riesgo de ambigüedad efectuando inmediatamente las precisiones del caso. Mas las precisiones jamás llegaron. Ni durante la conferencia de prensa ni después. Ni de su boca, ni de la del servicio de prensa del Vaticano. Mientras tanto, la prensa mundial se regodeaba impúdicamente con la consternante salida bergogliana…
En la extensa entrevista concedida por Francisco a las revistas culturales jesuitas los días 19, 23 y 29 de agosto y publicada en l’Osservatore Romano del 21 de septiembre, habría podido suponerse que Francisco no dejaría pasar la oportunidad para dar muestras de claridad acerca de esta espinosa cuestión, cortando por lo sano las polémicas que sus desafortunadas declaraciones habían suscitado y disipando drásticamente la confusión y la inquietud generalizada que habían provocado.
Veamos si aprovechó la ocasión para hacerlo: « En Buenos Aires recibí cartas de personas homosexuales heridas socialmente porque se sienten desde siempre condenados por la Iglesia. Pero eso no es lo que la Iglesia quiere. Durante el vuelo de regreso desde Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y está buscando a Dios, yo no soy quien para juzgar. Al decir eso, dije lo que indica el Catecismo [de la Iglesia Católica]. La religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas, pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible. Un día alguien me preguntó de manera provocante si yo aprobaba la homosexualidad. Yo le respondí con otra pregunta: ‘‘Dime: Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza condenándola ?’’ Siempre hay que considerar a la persona. Entramos aquí en el misterio del hombre. En la vida cotidiana, Dios acompaña a la gente y nosotros debemos acompañarla tomando en cuenta su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo inspira al sacerdote para que diga la palabra más adecuada. »
Habría mucho para decir respecto a estas declaraciones. Mucho, para utilizar un eufemismo, excepto que destaquen por su claridad… En aras de la concisión, sólo haré algunas observaciones someras:
1. Contrariamente a lo que afirma, sus dichos brillan por su ausencia en el Catecismo. En éste se encuentra claramente expuesta la doctrina de la Iglesia (§ 2357 a 2359), precisamente la que Francisco no expresó en la entrevista, durante la cual cultivó la ambigüedad, usó un lenguaje demagógico y añadió aun más confusión.
2. Resulta inconcebible escucharlo decir que « la religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las personas. » Perdón: ¿La religión? ¿Cuál? ¿O acaso se tratará de las religiones en general, es decir, de « las grandes tradiciones religiosas que ejercen un papel fecundo de levadura en la vida social y de animación de la democracia. » (cf. III)?  Lenguaje sorprendente en la boca de quien se encuentra sentado en el trono de San Pedro… ¿Por qué no decir simplemente « la Iglesia »? Y sobre todo, corresponde proclamar sin ambages que la Iglesia no expresa de ninguna manera « su opinión », Ella instruye a las naciones, en conformidad con el mandato que recibiera de su Divino Maestro: « Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñandoles a observar todo cuanto os he mandado. » (Mt. 28, 19-20)
3. Y a renglón seguido añadió: «  pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible. » Ambigüedad sibilina, característica detestable de parte de quien ha recibido la misión de « enseñar a las naciones », pero rasgo clásico ya en labios de Francisco… Porque si el hombre puede, en virtud de su libre arbitrio, negarse a obedecer a la Iglesia, no es en cambio moralmente libre de hacerlo: la Iglesia ha recibido de Jesucristo el poder de obligar las conciencias de sus fieles (Mt. 18, 15-18). 
Pretender que « la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible » equivale a divinizar la conciencia individual y a hacer de ella un absoluto: estamos ante el principio fundamental de la religión humanista y masónica de 1789: « Nadie debe ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas. » (Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, artículo X) Esta libertad de conciencia falaz y revolucionaria fue condenada por el magisterio de la Iglesia: Gregorio XVI afirmó que pretender « garantizar a cada uno la libertad de conciencia » no solo es absurdo sino además « un delirio. » (Mirari Vos, 1832)
4. Finalmente, el hecho de responder a una pregunta -¿aprueba la homosexualidad ?- con otra pregunta, que es, para colmo, de un hermetismo poco común, es indigno de aquel a quien fue confiada la tarea de enseñar a la universalidad de los fieles. Respuesta en la que se halla nuevamente esta ambigüedad exasperante que lo caracteriza, aquí al no distinguir entre la condenación del pecado y la del pecador, y dando a entender que el hecho de « aprobar la existencia » (¡sic!) del pecador volvería inútil la reprobación que su acto pecaminoso exige. Sin embargo Nuestro Señor nos enseñó a hablar de otro modo: « Que vuestro lenguaje sea sí, sí ; no, no ; todo el resto proviene del Maligno. » (Mt. 5, 37)
Pero retornemos a nuestra conferencia de prensa aérea, tras la celebración de las JMJ de Río de Janeiro.  Francisco agregó que esas personas « no deben ser discriminadas, sino integradas en la sociedad. » Perdón, pero ¿a qué personas hace alusión? ¿A aquellas que sin pudor alguno se proclaman « gay » o a las que, padeciendo sin culpa de su parte la mortificante inclinación contra-natura se esfuerzan meritoriamente por vivir decentemente? Una ambigüedad suplementaria que naturalmente permanecerá sin aclaración vaticana, pero cuya interpretación « progresista » abandonada a los « medios de información masiva » será la que se impondrá masivamente en el imaginario colectivo.
Pero a decir verdad, hay algo peor que la recurrente ambigüedad bergogliana presente en esta afirmación y que se manifiesta en esa disyuntiva irresuelta que he señalado. Me refiero a que sus palabras no sólo cultivan la ambigüedad, elemento suficiente para cuestionarlas, sino que son pura y simplemente falsas. Ellas se inscriben en el marco de la ideología igualitarista de la lucha « contra las discriminaciones » que promueven los partidarios del feminismo y del homosexualismo, genuina maquinaria de combate al servicio de la legitimación de cuanta aberración el partido del « progreso » se esmera en pergeñar, principalmente el infame « matrimonio » homosexual.
¿En dónde reside la falsedad? En el hecho de que, inclusive en el segundo caso de la disyuntiva, es perfectamente legítimo y razonable efectuar ciertas discriminaciones que, atendiendo al bien común social, marginalizan a esas personas en determinados contextos. Y eso es, por ejemplo, lo que la Iglesia siempre ha hecho en lo tocante al sacerdocio, a la vida religiosa y a la educación de los niños. Ni que decir tiene que dichas discriminaciones son más legítimas aun cuando se trata de gente que, además de padecer esa tendencia desordenada, lleva una vida homosexual activa, aunque fuese de manera discreta, y, a fortiori, si hay que vérselas con quienes exhiben pública y desvergonzadamente sus malas costumbres, reivindicando orgullosamente sus fantásticos derechos : me refiero a los « gay », para emplear el atípico vocabulario bergogliano, ciertamente inusitado en el lenguaje de un sucesor de San Pedro.
Retomando el hilo de la conferencia pontifical en pleno vuelo, asistimos pasmados a la prosecución del extraño discurso de Francisco ante un auditorio cautivado por su desarmante espontaneidad y por el tenor altamente mediático de sus palabras: « El problema no es el de tener esta tendencia, sino de hacer lobbying, eso es lo grave, porque todos los lobbies son malos. » Desafortunadamente, esta aseveración es perfectamente gratuita y no resiste el menor análisis : que el hecho de poseer esa tendencia constituya un grave problema de orden psicológico y moral para la persona afectada, así como también un serio motivo de inquietud para su entorno, es algo indiscutible. Y pretender que la homosexualidad no sea algo problemático, sino solamente el hacer « lobbying », es una falacia notoria que contribuye a trivializar la homosexualidad y a volverla aceptable.
Por último, es menester afirmar que, contrariamente a lo que sostiene Francisco, ningún lobby es intrínsecamente perverso. Efectivamente, dado que un lobby es « un colectivo que realiza acciones dirigidas a influir ante la administración pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad » (Wikipedia), un lobby será bueno en la medida en que combata por causas justas y será malo cuando lo haga por causas inicuas. Para dar un ejemplo, las acciones conducidas por los grupos feministas en favor del aborto son reprobables, mientras que las realizadas por los grupos pro-vida en su lucha contra la legalización de dicho crimen son encomiables.
Todas estas declaraciones de Francisco se ven particularmente agravadas por el contexto internacional en el que se producen, a saber, en medio de una violenta batalla cultural entre partidarios y opositores del « matrimonio » homosexual, el cual se extiende como reguero de pólvora a escala planetaria. Resulta difícil atribuirlas solamente a eventuales imprecisiones de lenguaje, así como tampoco parece posible negar la complicidad objetiva de sus palabras con los propósitos manifiestos del lobby « gay »: la normalización de la homosexualidad y la legitimación de sus insostenibles reivindicaciones sociales.
Esas declaraciones han sembrado confusión entre los católicos y han favorecido objetivamente a los enemigos de Dios, quienes combaten encarnizadamente para que se acepten los supuestos « derechos » de los homosexuales en el interior de la Iglesia y en la sociedad civil. Prueba irrefutable de ello es que la más influyente publicación de la comunidad LGBT de los Estados Unidos, The Advocate, eligió a Francisco como la « Persona del año 2013 », deshaciéndose en alabanzas hacia él por su actitud de apertura y de tolerancia hacia los homosexuales.
He aquí, a modo de ilustración, tres casos que permiten tomar conciencia de la gravedad del contexto en el cual se sitúan esas desafortunadas declaraciones. Ellas se produjeron apenas dos meses después de que el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, celebrara en Génova las exequias de Don Gallo, famoso sacerdote comunista y anarquista, adepto al aborto e incondicional de la causa homosexual, durante las cuales hizo un panegírico suyo y autorizó que dos transexuales hicieran la apología de la ideología LGBT en la lectura de la « plegaria universal », durante la cual agradecieron al clérigo apóstata por haberlos ayudado a « sentirse creaturas trans-gender (sic) deseadas y amadas por Dios », y a los que distribuyó luego la comunión, profanando así las santas especies eucarísticas, escandalizando gravemente a los fieles y sembrando la confusión en las almas.
Más inquietante todavía: no hubo ninguna reacción oficial del Vaticano reprobando los hechos. Corresponde destacar que Don Gallo ejercía su « ministerio pastoral » con total impunidad, sin jamás haber sido importunado  ni sancionado por la jerarquía eclesiástica. Y cabe añadir que los funerales fueron oficiales, celebrados con gran pompa, nada menos que por la figura más destacada del episcopado italiano, con homilía ditirámbica incluida.
Otro hecho sintomático, seleccionado entre muchos otros: la Universidad Pontifical San Francisco Javier de Bogotá, en Colombia, fundada y dirigida por jesuitas, desde hace doce años organiza anualmente un « Ciclo Académico Rosa », que fomenta desembozadamente el estilo de vida « gay ». En 2013, por primera vez, iba a tener lugar en los locales de la universidad, del 28 al 30 de agosto. Eso provocó una importante reacción de laicos escandalizados quienes, gracias a un accionar digno de un auténtico « lobby » católico, forzaron la universidad a buscar otro sitio para organizar su inmundo coloquio de degenerados. Huelga decir que no se registró sanción alguna hacia los organizadores del infame evento de parte de las autoridades universitarias. Algo que va de suyo, en la era del culto al « diálogo » con el error y en tiempos de exaltación del « pluralismo » ideológico… Y esta impunidad dura desde hace ya doce largos años. Ninguna sanción tampoco por el lado de la Conferencia Episcopal Colombiana. Ni falta hace precisar el silencio absoluto del Vaticano.
Cabe destacar la reacción del director de la universidad, el Padre Joaquín Emilio Sánchez: ella fue inmediata y sumamente edificante. En efecto, en un áspero comunicado de prensa dirigido a la « comunidad educativa », hizo constar su indignación ante la « violación de la legítima autonomía universitaria », declaró que « ninguna discriminación sería tolerada » y advirtió amenazante a  sus adversarios: « Actualmente efectuamos las gestiones necesarias ante las instancias competentes para que una situación tan irregular y dolorosa como la que vivimos con motivo del ‘‘Ciclo Rosa’’ no se repita nunca más. »
Por su lado, el Padre Carlos Novoa, antiguo rector de la universidad, profesor titular de teología moral y titular de un doctorado en « ética sexual », promotor desvergonzado del aborto, sostuvo que la medida « testimonia de un retorno de la Inquisición en un sector de la Iglesia católica y es la resultante de grupos obscurantistas y fanáticos. » Su pública posición contraria a la enseñanza del magisterio eclesial no le ha acarreado ninguna sanción de parte de la jerarquía de su país y menos aun de las autoridades de la citada universidad « pontificia ». Este edificante sacerdote  continúa ejerciendo afanosamente su « ministerio pastoral » y dispensando con ahínco su « enseñanza universitaria » a estudiantes que, imaginando recibir una instrucción católica, son objeto de una perversión sistemática de sus inteligencias.
Tercer y último ejemplo: el de la Universidad Católica de Córdoba, en Argentina, que también está dirigida por jesuitas. En una entrevista publicada el 12 de agosto de 2013 a quien es su rector desde 2005, el Padre Rafael Velasco, gran especialista en « Derechos Humanos », en medio de una letanía de sentencias heterodoxas, nos hizo el honor de participarnos su profunda visión teológica: 
« Si la Iglesia quiere ser un signo del hecho que Dios está cerca de todos, lo que debe hacer, antes que nada, es no excluir a nadie. Debe encarar reformas muy importantes: los divorciados tienen que ser admitidos a la comunión, los homosexuales, cuando viven de manera estable con sus compañeros, también deberían poder comulgar. Decimos que la mujer es importante, pero la excluimos del ministerio sacerdotal. Esos son signos que serían más comprensibles. »
Estos tres casos que he citado, tomados de un interminable listado de situaciones similares, ilustran acabadamente el progreso continuo, consentido y alentado, de la ideología homosexualista y de la « teoría de género » en el interior de la Iglesia. Y es justamente en ese contexto alarmante de avance permanente e incontenible de las ideas LGBT,  tanto en la sociedad civil como en el seno del clero, que se inscriben esas palabras inauditas de Francisco en una conferencia de prensa internacional en pleno vuelo, a modo de broche de oro de las archimediáticas JMJ  de Río de Janeiro: « ¿Quién soy yo para juzgar a una persona ‘‘gay’’ ? » Francamente, debo admitir que esto se asemeja a un mal sueño, a una pesadilla indescriptible de la cual desearía despertarme cuanto antes…
Alejandro Sosa Laprida

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los cardenales que lo eligieron son co- responsables de este horroroso momento que pasa la Iglesia que creo culminara con la destitución de Bergoglio. Destitución o como quieran llamarle, patada en el....bueno, dejo los tecnisismos para los versados en el tema
PACO LALANDA