Nueva impúdica
blasfemia de Francisco
[Francisco] me dijo “Juan Carlos, que tú seas gay no importa. Dios te hizo así y te quiere
así y a mí no me importa. El Papa te quiere así, tú tienes que estar feliz con
quien tú eres”.
Eso
fue lo que dijo Francisco a Juan Carlos Cruz, un laico chileno que fue objeto
de abusos por parte de un sacerdote. Lo dicho por Bergoglio no sólo es algo
totalmente falso, sino eminentemente blasfematorio, pues constituye a Dios como
causa del pecado de sodomía, claramente condenado en la Sagrada Escritura. Para
convencerse del carácter falaz que revisten las palabras de Francisco basta con
leer a San Pablo:
“Por lo cual
también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus
corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que
cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las
criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Por esto
Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso
natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres,
dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con
otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí
mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en
cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen.”
(Rm. 1, 24-28)
A
continuación traigo a colación dos pasajes extraídos de viejos artículos en los
que podrá comprobarse que este nuevo despropósito bergogliano no es sino una
enésima muestra de la abyecta y vergonzosa actitud pro homosexualista asumida
por Francisco desde que resultara electo hace ya más de cinco años.
Según Francisco,
el homosexualismo no es condenado sino « integrado »
En
una época en la que la tiranía del lobby
homosexual se ejerce casi sin restricción en todo el planeta, Francisco ha
hecho declaraciones y ha realizado gestos que refuerzan claramente la ideología
homosexualista. Veamos algunos ejemplos. Todo el mundo recuerda la explosiva
frase que pronunció en su conferencia en pleno vuelo al volver de las JMJ de
Río de Janeiro en julio de 2013: « ¿Quién
soy yo para juzgar? », en alusión a los homosexuales. Esta breve frase dio
inmediatamente la vuelta al mundo y le valió a Francisco ser elegido Hombre del Año 2013 por la revista
americana LGTB The Advocate.
Poco
después sobrevino la llamada telefónica a un transexual español, una mujer
devenida en « hombre », Diego Neria, a quien invitó a Roma para recibirlo en
audiencia privada junto a su « novia », a expensas del Vaticano, encuentro que
tuvo lugar el 24 de enero de 2014. Francisco se hizo fotografiar en el Vaticano
con la dupla lésbica y la foto dio la vuelta al mundo. Según « Diego »,
Francisco le habría dicho, al momento de llamarlo, que:
« Dios quiere a todos sus
hijos, estén como estén, y tú eres hijo de Dios y por eso la Iglesia te quiere
y te acepta como eres. »
El
21 de marzo de 2014 Francisco se paseaba de la mano con el sacerdote
homosexualista italiano Luigi Ciotti, hecho oportunamente efectuado bajo las
cámaras de la televisión italiana. El 6 de mayo de 2014 concelebró en el
Vaticano con otro sacerdote homosexualista, Michele de Paolis, a quien besó las
manos después de la Misa delante de los periodistas encargados de inmortalizar
la escena. El Jueves Santo de 2015 lavó los pies de un transexual en una
prisión, el cual, a continuación, recibió la comunión. Todas estas imágenes
conocieron una difusión planetaria inmediata.
En
el curso de una entrevista con el padre Antonio Spadaro, director de la revista
jesuita La Civiltà Cattolica, en agosto de 2013, declaró:
« Una vez una
persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo
entonces le respondí con otra pregunta: “Dime, Dios, cuando mira a una persona
homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la
condena’’? »
Francisco,
entonces, se rehúsa a afirmar que él condena la homosexualidad y, en el colmo
de la mala fe, pretende hacer creer que
el amor que Dios tiene a los homosexuales comportaría la aprobación de su
pecado.
Durante
su viaje a Estados Unidos, en setiembre de 2015, acordó una única audiencia, de
carácter privado, y fue a una pareja de homosexuales, uno de los cuales era un
viejo conocido de Francisco en la Argentina. La escena -e insisto en que se
trataba de una audiencia « privada »- fue filmada y difundida inmediatamente
por la prensa, mostrando a Francisco a los besos y a los abrazos con el dúo
sodomita.
Luego,
cuando Francisco se dirigió al Congreso de Estados Unidos, no dijo ni una
palabra a propósito del « matrimonio » gay, que acababa de ser impuesto por vía
judicial en todo el país. Ni tampoco lo hizo a propósito del crimen del aborto,
que cada año se cobra innumerables víctimas en aquel país; y esto cuando, poco
tiempo antes, había estallado el escándalo del tráfico de órganos de bebés
abortados, a instancias del Planned Parenthood, en aras de la «
investigación médica ».
Empero,
en el mismo recinto, Francisco encontró oportuno abogar en favor de la
abolición de la pena de muerte, condenándola como intrínsecamente injusta y
atentatoria contra la « dignidad inalienable de la persona humana », lo que
resulta falso, pues tal aseveración contradice la revelación divina y el
magisterio de la Iglesia. De este modo,
durante su resonante alocución ante la principal asamblea
« democrática » del orbe, Francisco se declaró en favor de la preservación
de la vida de los asesinos, pero no de dignó a decir ni tan siquiera una
palabra sobre la de los inocentes masacrados en el vientre materno.
He
aquí una cifra que ilustra perfectamente la mala fe de Francisco: el año pasado
hubo 1.200.000
abortos
en los Estados Unidos por sólo 28 penas capitales. Pero es contra la pena de
muerte que él se pronuncia ante el Congreso, y no acerca del genocidio de los
niños por nacer ni sobre los crímenes abominables perpetrados por el Planned Parenthood. Otro dato muy
significativo: en su discurso al Congreso estadounidense, sobre 3500 palabras
empleadas, ni una sola estuvo reservada a Nuestro Señor Jesucristo. Por el
contrario, nombres de subversivos notorios, como los de Martin Luther King o
Dorothy Day, ocuparon un sitial de honor.
Para
concluir este apartado, he aquí lo que dijo Francisco el 16 de junio pasado
durante su conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Armenia. Un
periodista le había preguntado lo que pensaba de la declaración del cardenal
Marx, según el cual la Iglesia católica debería pedir perdón a los « gays » por
haberlos « discriminado ». Ésta fue su respuesta:
« Creo que la Iglesia no
sólo tiene que pedir disculpas -como dijo el cardenal «marxista» [cardenal
Marx]- a esta persona gay, a la que ha ofendido, sino también a los pobres, a
las mujeres y a los niños explotados en el trabajo. Tiene que pedir disculpas
por haber bendecido muchas armas. […] Los cristianos deben pedir disculpas por
no haber apoyado muchas opciones, a muchas familias: por ejemplo, recuerdo que
de niño, según la cultura de Buenos Aires, una cultura católica cerrada -yo
vengo de allí-, no se podía entrar en casa de una familia divorciada. Estoy
hablando de hace ochenta años. Gracias a Dios, la cultura ha cambiado. »
Francisco
se convierte así, abiertamente, en el portavoz de los enemigos de la Iglesia,
de los homosexualistas y feministas que se dedican a atacarla y a difamarla sin
cesar, exponiendo su complicidad con ellos a plena luz del día y sin ningún
embozo.
Francisco y
la ideología homosexualista
Con motivo de una conferencia de prensa dada el 29 de
julio de 2013 en el vuelo entre Río de Janeiro y Roma, de regreso de las JMJ, Francisco pronunció la frase
siguiente: « Si una persona es
gay y busca al Señor con buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar? »
Frase extremadamente ambigüa y perturbadora, ya que el término gay no designa
genéricamente a los homosexuales, sino especialmente a aquellos que reivindican
públicamente la « cultura » y el estilo de vida de la impureza
contra-natura. ¿Por qué haber utilizado una palabra generadora de confusión,
totalmente extranjera al vocabulario católico y tomada justamente de la jerga
del lobby « gay », avalando de este modo indirectamente su lenguaje
subversivo y manipulador? ¿Por qué no haberse apresurado a añadir, para evitar
malentendidos, que si bien no se juzga moralmente a la persona que padece esta
tendencia, el pasaje al acto, en cambio, constituye un comportamiento gravemente
desordenado en el plano moral?
Sorprendentemente, no lo hizo, y naturalmente, al día
siguiente, la abrumadora mayoría de la prensa mundial intituló el artículo
dedicado a la atípica conferencia de prensa pontifical retomando textualmente
la pregunta formulada por Francisco. ¿Podrá hablarse de impericia de parte de
alguien que domina a la perfección el arte de la comunicación mediática? Resulta
difícil creerlo… Y aun cuando así fuera, el contexto exigía eliminar todo
riesgo de ambigüedad efectuando inmediatamente las precisiones del caso. Mas
las precisiones jamás llegaron. Ni durante la conferencia de prensa ni después.
Ni de su boca, ni de la del servicio de prensa del Vaticano. Mientras tanto, la
prensa mundial se regodeaba impúdicamente con la consternante salida
bergogliana…
En la extensa entrevista concedida por Francisco a las
revistas culturales jesuitas los días 19, 23 y 29 de agosto y publicada en l’Osservatore Romano del 21 de septiembre,
habría podido suponerse que Francisco no dejaría pasar la oportunidad para dar
muestras de claridad acerca de esta espinosa cuestión, cortando por lo sano las
polémicas que sus desafortunadas declaraciones habían suscitado y disipando
drásticamente la confusión y la inquietud generalizada que habían provocado.
Veamos si aprovechó la ocasión para hacerlo: « En Buenos Aires recibí cartas de personas
homosexuales heridas socialmente porque se sienten desde siempre condenados por
la Iglesia. Pero eso no es lo que la Iglesia quiere. Durante el vuelo de
regreso desde Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena
voluntad y está buscando a Dios, yo no soy quien para juzgar. Al decir eso,
dije lo que indica el Catecismo [de la Iglesia Católica]. La religión tiene derecho a expresar su opinión al servicio de las
personas, pero Dios nos ha creado libres: la injerencia espiritual en la vida
de la gente no es posible. Un día alguien me preguntó de manera provocante si
yo aprobaba la homosexualidad. Yo le respondí con otra pregunta: ‘‘Dime: Dios,
cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la
rechaza condenándola ?’’ Siempre hay que considerar a la persona. Entramos
aquí en el misterio del hombre. En la vida cotidiana, Dios acompaña a la gente
y nosotros debemos acompañarla tomando en cuenta su condición. Hay que acompañar
con misericordia. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo inspira al sacerdote
para que diga la palabra más adecuada. »
Habría mucho para decir respecto a estas
declaraciones. Mucho, para utilizar un eufemismo, excepto que destaquen por su
claridad… En aras de la concisión, sólo haré algunas observaciones someras:
1. Contrariamente a lo que afirma, sus
dichos brillan por su ausencia en el Catecismo.
En éste se encuentra claramente expuesta la doctrina de la Iglesia (§ 2357 a
2359), precisamente la que Francisco no expresó en la entrevista, durante la
cual cultivó la ambigüedad, usó un lenguaje demagógico y añadió aun más
confusión.
2. Resulta inconcebible escucharlo
decir que « la religión tiene
derecho a expresar su opinión al servicio de las personas. » Perdón:
¿La religión? ¿Cuál? ¿O acaso
se tratará de las religiones en general, es decir, de « las grandes tradiciones religiosas que
ejercen un papel fecundo de levadura en la vida social y de animación de la
democracia. » (cf.
III)? Lenguaje sorprendente en la boca
de quien se encuentra sentado en el trono de San Pedro… ¿Por qué no decir
simplemente « la Iglesia »? Y sobre todo, corresponde proclamar sin
ambages que la Iglesia no expresa de ninguna manera « su opinión », Ella
instruye a las naciones, en conformidad con el mandato que recibiera de su
Divino Maestro: « Id y enseñad a
todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñandoles a observar todo cuanto os he mandado. » (Mt. 28, 19-20)
3. Y a renglón seguido añadió: «
pero Dios nos ha creado libres: la injerencia
espiritual en la vida de la gente no es posible. » Ambigüedad sibilina, característica
detestable de parte de quien ha recibido la misión de « enseñar a las naciones », pero
rasgo clásico ya en labios de Francisco… Porque si el hombre puede, en virtud
de su libre arbitrio, negarse a obedecer a la Iglesia, no es en cambio moralmente
libre de hacerlo: la Iglesia ha recibido de Jesucristo el poder de obligar las
conciencias de sus fieles (Mt. 18, 15-18).
Pretender que « la injerencia espiritual en la vida de la gente no es posible » equivale
a divinizar la conciencia individual y a hacer de ella un absoluto: estamos
ante el principio fundamental de la religión humanista y masónica de 1789:
« Nadie debe ser inquietado por sus
opiniones, incluso religiosas. » (Declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano, artículo X) Esta libertad de
conciencia falaz y revolucionaria fue condenada por el magisterio de la Iglesia:
Gregorio XVI afirmó que
pretender « garantizar a cada uno la
libertad de conciencia » no solo es absurdo sino además « un delirio. » (Mirari Vos, 1832)
4. Finalmente, el hecho de
responder a una pregunta -¿aprueba la
homosexualidad ?- con otra pregunta, que es, para colmo, de un
hermetismo poco común, es indigno de aquel a quien fue confiada la tarea de
enseñar a la universalidad de los fieles. Respuesta en la que se halla
nuevamente esta ambigüedad exasperante que lo caracteriza, aquí al no
distinguir entre la condenación del pecado y la del pecador, y dando a entender
que el hecho de « aprobar la
existencia » (¡sic!) del pecador volvería inútil la reprobación que su
acto pecaminoso exige. Sin embargo Nuestro Señor nos enseñó a hablar de otro
modo: « Que vuestro lenguaje
sea sí, sí ; no, no ; todo el resto proviene del Maligno. » (Mt.
5, 37)
Pero retornemos a nuestra conferencia de prensa
aérea, tras la celebración de las JMJ
de Río de Janeiro. Francisco agregó que
esas personas « no deben ser
discriminadas, sino integradas en la sociedad. » Perdón, pero ¿a qué
personas hace alusión? ¿A aquellas que sin pudor alguno se proclaman
« gay » o a las que, padeciendo sin culpa de su parte la mortificante
inclinación contra-natura se esfuerzan meritoriamente por vivir decentemente?
Una ambigüedad suplementaria que naturalmente permanecerá sin aclaración
vaticana, pero cuya interpretación « progresista » abandonada a los
« medios de información masiva » será la que se impondrá masivamente
en el imaginario colectivo.
Pero a decir verdad, hay algo peor que la recurrente
ambigüedad bergogliana presente en esta afirmación y que se manifiesta en esa
disyuntiva irresuelta que he señalado. Me refiero a que sus palabras no sólo
cultivan la ambigüedad, elemento suficiente para cuestionarlas, sino que son
pura y simplemente falsas. Ellas se inscriben en el marco de la ideología
igualitarista de la lucha « contra las discriminaciones » que
promueven los partidarios del feminismo y del homosexualismo, genuina
maquinaria de combate al servicio de la legitimación de cuanta aberración el
partido del « progreso » se esmera en pergeñar, principalmente el
infame « matrimonio » homosexual.
¿En dónde reside la falsedad? En el hecho de que,
inclusive en el segundo caso de la disyuntiva, es perfectamente legítimo y
razonable efectuar ciertas discriminaciones que, atendiendo al bien común
social, marginalizan a esas personas en determinados contextos. Y eso es, por
ejemplo, lo que la Iglesia siempre ha hecho en lo tocante al sacerdocio, a la
vida religiosa y a la educación de los niños. Ni que decir tiene que dichas
discriminaciones son más legítimas aun cuando se trata de gente que, además de
padecer esa tendencia desordenada, lleva una vida homosexual activa, aunque
fuese de manera discreta, y, a fortiori,
si hay que vérselas con quienes exhiben pública y desvergonzadamente sus malas
costumbres, reivindicando orgullosamente sus fantásticos derechos : me
refiero a los « gay », para emplear el atípico vocabulario
bergogliano, ciertamente inusitado en el lenguaje de un sucesor de San Pedro.
Retomando el hilo de la conferencia pontifical en
pleno vuelo, asistimos pasmados a la prosecución del extraño discurso de
Francisco ante un auditorio cautivado por su desarmante espontaneidad y por el
tenor altamente mediático de sus palabras: « El problema no es el de tener esta tendencia, sino de hacer lobbying,
eso es lo grave, porque todos los lobbies son malos. »
Desafortunadamente, esta aseveración es perfectamente gratuita y no resiste el
menor análisis : que el hecho de poseer esa tendencia constituya un grave
problema de orden psicológico y moral para la persona afectada, así como
también un serio motivo de inquietud para su entorno, es algo indiscutible. Y
pretender que la homosexualidad no sea algo problemático, sino solamente el
hacer « lobbying », es una falacia notoria que contribuye a
trivializar la homosexualidad y a volverla aceptable.
Por último, es menester afirmar que, contrariamente
a lo que sostiene Francisco, ningún lobby es intrínsecamente perverso.
Efectivamente, dado que un lobby es « un
colectivo que realiza acciones dirigidas a influir ante la administración
pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector
concreto de la sociedad » (Wikipedia),
un lobby será bueno en la medida en que combata por causas justas y será malo
cuando lo haga por causas inicuas. Para dar un ejemplo, las acciones conducidas
por los grupos feministas en favor del aborto son reprobables, mientras que las
realizadas por los grupos pro-vida en su lucha contra la legalización de dicho
crimen son encomiables.
Todas estas declaraciones de Francisco se ven
particularmente agravadas por el contexto internacional en el que se producen,
a saber, en medio de una violenta batalla cultural entre partidarios y
opositores del « matrimonio » homosexual, el cual se extiende como
reguero de pólvora a escala planetaria. Resulta difícil atribuirlas solamente a
eventuales imprecisiones de lenguaje, así como tampoco parece posible negar la
complicidad objetiva de sus palabras con los propósitos manifiestos del lobby
« gay »: la normalización de la homosexualidad y la legitimación de
sus insostenibles reivindicaciones sociales.
Esas declaraciones han sembrado confusión entre los
católicos y han favorecido objetivamente a los enemigos de Dios, quienes
combaten encarnizadamente para que se acepten los supuestos
« derechos » de los homosexuales en el interior de la Iglesia y en la
sociedad civil. Prueba irrefutable de ello es que la más influyente publicación
de la comunidad LGBT de los Estados
Unidos, The Advocate, eligió a
Francisco como la « Persona del
año 2013 », deshaciéndose en alabanzas hacia él por su actitud de
apertura y de tolerancia hacia los homosexuales.
He aquí, a modo de ilustración, tres casos que
permiten tomar conciencia de la gravedad del contexto en el cual se sitúan esas
desafortunadas declaraciones. Ellas se produjeron apenas dos meses después de
que el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, celebrara en Génova las exequias de
Don Gallo, famoso sacerdote comunista y anarquista, adepto al aborto e
incondicional de la causa homosexual, durante las cuales hizo un panegírico
suyo y autorizó que dos transexuales hicieran la apología de la ideología LGBT en la lectura de la « plegaria
universal », durante la cual agradecieron al clérigo apóstata por haberlos
ayudado a « sentirse creaturas
trans-gender (sic) deseadas y amadas
por Dios », y a los que distribuyó luego la comunión, profanando así
las santas especies eucarísticas, escandalizando gravemente a los fieles y
sembrando la confusión en las almas.
Más inquietante todavía: no hubo ninguna reacción
oficial del Vaticano reprobando los hechos. Corresponde destacar que Don Gallo
ejercía su « ministerio pastoral » con total impunidad, sin jamás
haber sido importunado ni sancionado por
la jerarquía eclesiástica. Y cabe añadir que los funerales fueron oficiales,
celebrados con gran pompa, nada menos que por la figura más destacada del
episcopado italiano, con homilía ditirámbica incluida.
Otro hecho sintomático, seleccionado entre muchos
otros: la Universidad Pontifical San
Francisco Javier de Bogotá, en Colombia, fundada y dirigida por jesuitas,
desde hace doce años organiza anualmente un « Ciclo Académico Rosa », que fomenta desembozadamente el estilo
de vida « gay ». En 2013, por primera vez, iba a tener lugar en los
locales de la universidad, del 28 al 30 de agosto. Eso provocó una importante
reacción de laicos escandalizados quienes, gracias a un accionar digno de un
auténtico « lobby » católico, forzaron la universidad a buscar otro
sitio para organizar su inmundo coloquio de degenerados. Huelga decir que no se
registró sanción alguna hacia los organizadores del infame evento de parte de
las autoridades universitarias. Algo que va de suyo, en la era del culto al
« diálogo » con el error y en tiempos de exaltación del
« pluralismo » ideológico… Y esta impunidad dura desde hace ya doce
largos años. Ninguna sanción tampoco por el lado de la Conferencia Episcopal Colombiana. Ni falta hace precisar el
silencio absoluto del Vaticano.
Cabe destacar la reacción del director de la
universidad, el Padre Joaquín Emilio Sánchez: ella fue inmediata y sumamente
edificante. En efecto, en un áspero comunicado de prensa dirigido a la
« comunidad educativa », hizo constar su indignación ante la « violación de la legítima autonomía
universitaria », declaró que « ninguna discriminación sería tolerada » y advirtió amenazante
a sus adversarios: « Actualmente efectuamos las gestiones
necesarias ante las instancias competentes para que una situación tan irregular
y dolorosa como la que vivimos con motivo del ‘‘Ciclo Rosa’’ no se repita nunca
más. »
Por su lado, el Padre Carlos Novoa, antiguo rector
de la universidad, profesor titular de teología moral y titular de un doctorado
en « ética sexual », promotor desvergonzado del aborto, sostuvo que
la medida « testimonia de un retorno
de la Inquisición en un sector de la Iglesia católica y es la resultante de
grupos obscurantistas y fanáticos. » Su pública posición contraria a
la enseñanza del magisterio eclesial no le ha acarreado ninguna sanción de
parte de la jerarquía de su país y menos aun de las autoridades de la citada
universidad « pontificia ». Este edificante sacerdote continúa ejerciendo afanosamente su « ministerio
pastoral » y dispensando con ahínco su « enseñanza
universitaria » a estudiantes que, imaginando recibir una instrucción
católica, son objeto de una perversión sistemática de sus inteligencias.
Tercer y último ejemplo: el de la Universidad Católica de Córdoba, en
Argentina, que también está dirigida por jesuitas. En una entrevista publicada
el 12 de agosto de 2013 a quien es su rector desde 2005, el Padre Rafael
Velasco, gran especialista en « Derechos
Humanos », en medio de una letanía de sentencias heterodoxas, nos hizo
el honor de participarnos su profunda visión teológica:
« Si la
Iglesia quiere ser un signo del hecho que Dios está cerca de todos, lo que debe
hacer, antes que nada, es no excluir a nadie. Debe encarar reformas muy importantes:
los divorciados tienen que ser admitidos a la comunión, los homosexuales,
cuando viven de manera estable con sus compañeros, también deberían poder
comulgar. Decimos que la mujer es importante, pero la excluimos del ministerio
sacerdotal. Esos son signos que serían más comprensibles. »
Estos tres casos que he citado, tomados de un
interminable listado de situaciones similares, ilustran acabadamente el
progreso continuo, consentido y alentado, de la ideología homosexualista y de
la « teoría de género » en el interior de la Iglesia. Y es justamente
en ese contexto alarmante de avance permanente e incontenible de las ideas LGBT, tanto en la sociedad civil como en el seno del
clero, que se inscriben esas palabras inauditas de Francisco en una conferencia
de prensa internacional en pleno vuelo, a modo de broche de oro de las
archimediáticas JMJ de Río de Janeiro: « ¿Quién soy yo para juzgar a una persona
‘‘gay’’ ? » Francamente, debo admitir que esto se asemeja a un
mal sueño, a una pesadilla indescriptible de la cual desearía despertarme
cuanto antes…
Alejandro Sosa
Laprida
1 comentario:
Los cardenales que lo eligieron son co- responsables de este horroroso momento que pasa la Iglesia que creo culminara con la destitución de Bergoglio. Destitución o como quieran llamarle, patada en el....bueno, dejo los tecnisismos para los versados en el tema
PACO LALANDA
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