EL SEGUNDO
MANDAMIENTO
“Dios no se
deja burlar”
Tan luego en el Día del
Pontífice traían los medios una noticia que parece ser la coronación del
escándalo causado por Bargalló, el obispo traidor.
La noticia aludida da cuenta de una misa concelebrada por Bergoglio y
Casaretto en la
Catedral Nuestra Señora del Rosario, de la diócesis
Merlo-Moreno, a cuyo cargo supo estar el pastor infiel. Los concelebrantes
osaron hacer el elogio de sus quince años de gestión, el público rubricó lo
dicho con vítores y aplausos dirigidos al desertor ausente; y el Arzobispo de
Buenos Aires —en uno de sus habituales desmadres— se atrevió a sugerir y a
encomiar el presunto carácter martirial del renegado, diciendo de él que
“trabajó para los pobres y esto le valió la persecución” (cfr. “La Nación”, 29 de junio de 2012, pág. 19, y AICA, 29 de junio de 2012).
Así, lo que debió
ser una ceremonia de desconsagración del clérigo felón, se convirtió en su
homenaje, exhibiéndolo como víctima de quienes no habrían compartido su
compromiso social. Lo que debió ser el necesario, reparador y legítimo
vilipendio al mercenario, se trocó por una caracterización del mismo cual un
cordero al que las fuerzas del mal acosaron, pero que no obstante dejó “a
la Iglesia
unida, humanitaria y misionera” (cfr. “La Nación”,
ibidem).
El descarriado llevaba por lo menos dos años de doble vida, cometiendo
perjurio contra el Orden Sagrado e incurriendo en una repugnante fayutería
propia de los fariseos. Pero para la ignominiosa dupla bergoglio-casarética es un detalle
obviable que no merece reprobación explícita.
Esto se llama tomar en vano el nombre de Dios. Es un pecado mortal contra
el Segundo Mandamiento, y Santo Tomás de Aquino —analizándolo y explicándonoslo—
recuerda la vigente condena de Zacarías (XIII, 13): “No vivirás porque has
mentido en el nombre del Señor”.
Pero la triste historia de Bargalló tiene capítulos previos igualmente
lacerantes. No hablamos de los remotos, como su nombramiento a instancias de
Mejía —cuya culposa inserción en la Iglesia Clandestina documentó
oportunamente Carlos Alberto Sacheri— ni de su corrupción sacerdotal en manos de
quienes no respondían a la
Iglesia de Roma sino al Club de San Isidro; ni siquiera de
antecedentes aún más lejanos y profundos, como el agudo proceso de
desacralización desatado hace larguísimas décadas. Tampoco mentaremos ahora los
desaguisados innúmeros de carácter doctrinal y litúrgico, perpetrados bajo su
mandato episcopal.
Hablamos escuetamente de lo sucedido las semanas anteriores. Bargalló
mintió al decir que desconocía lo que las fotos probaban. Mintió después al
reconocer que las fotos eran veraces, pero que no implicaban dolo pues la
mancebía se consumaba con una amiga de los años infantiles. Mintió al decir que
estaba “totalmente comprometido con Dios y con
la Iglesia en
la misión que me ha encomendado”, y que “siento profundamente mi sacerdocio y la
entrega al Señor Jesús” (AICA, Declaración del 19 de junio de 2012). Mintió con descaro,
pública y ostensiblemente.
Esto también se llama tomar en vano el nombre de Dios, porque “en
ocasiones” —enseña el Aquinate— “vano quiere decir falso, como en este texto del
Salterio (XI,3): ‘Todos dijeron cosas vanas a su prójimo [...]. Quien así
procede injuria a Dios, a sí mismo y a todos los hombres” (Los Mandamientos
comentados, II, 78-79).
Otro capítulo previo habrá que recordar, y eso hacemos. Aceptada que le
fuera la renuncia se nombró Administrador Apostólico de la diócesis al precitado
Casaretto; esto es, a quien lo prohijó y cohonestó, amparándolo bajo su alero
eclesiástico repleto de lobos. Como quien reemplaza a Fidel Castro por Lenin y a
Judas por Caifás: así es la magnitud de esta burla.
Para coronarla —ya sin ningún atisbo de temor de Dios y en el terreno
mismo de la blasfemia— la invitación oficial a la misa por los quince años de la
diócesis Merlo-Moreno, instaba a rezar y a agradecer a “nuestro hermano y padre
Fernando María que, durante todo este tiempo, ha demostrado la calidad de su
vida y corazón, para que Dios lo bendiga y fortalezca en esta nueva etapa que le
toca vivir” (AICA, 27 de junio de 2012). ¿Pero es que estamos hablando de una despedida de
soltero? ¿Pero es que el adulterio, el perjurio, la doblez y el iscariotismo
convierten a un pastor en modelo de corazón y de vida? ¿Acaso Dios puede
bendecir sin más —esto es sin castigos y enmiendas públicos— a quien se hizo
merecedor de las maldiciones lanzadas contra los fariseos? ¿Acaso “la nueva
etapa que le toca vivir” es tan auspiciosa como un ascenso jerárquico
conquistado a fuer de santidad y coherencia?
También esto,claro, es tomar en vano el nombre de Dios, “porque algunas
veces vano es sinónimo de insensato [...]. Por tanto, los que emplean el nombre
de Dios insensatamente, como por ejemplo los blasfemos, toman el nombre de Dios
en vano. A estos se refiere la Escritura cuando dice: ‘Quien blasfemare el nombre
del Señor deberá morir ’(Lev. XXIV, 16)” (Santo Tomás de Aquino, Los
Mandamientos comentados, II, 83).
Algunos amigos dicen que, en este caso, Roma estaba mirando para otro
lado. Puede ser. Pero es obligación de Roma mirar siempre a la Cruz, y si distrae o
desconcentra la vista, las consecuencias no serán benéficas. Otros atemperan la
responsabilidad vaticana aduciendo que la
Santa Sede no puede estar minuciosamente al
tanto de cada prete al que nombran obispo. También puede ser, lo concedemos.
Pero además de que lo propio del buen pastor es conocer a cada oveja por su
nombre (San Juan, 10, 11), ya hace demasiado tiempo que vienen resonando fuera de las
fronteras domésticas las graves heterodoxias de Bergoglio. Lo menos que se
podría hacer —no digamos lo necesario que es la categórica destitución y el
castigo condigno— es estar doblemente vigilantes y atentos a lo que sucede en
estos pagos, alrededor de tan culposo mercenario, en el sentido joánico
del término.
Hace muy poco tuvimos ocasión de adentrarnos en un valioso libro titulado
Su Santidad Benedicto XVI y el sacerdocio; notable recopilación de textos
editada por Aciprensa. Va de suyo que el modelo de sacerdote propuesto y
exaltado por el Santo Padre está en las antípodas de este curerío adúltero,
mentiroso y carnal del que Bargalló es apenas una patética muestra. Pero razón
de más entonces para extremar el cuidado. No;decididamente Roma no puede mirar
para otro lado.
Entiéndanlo los fieles, porque el mundo jamás entendió nada. Los
cuestionadores del celibato que marchen a buscar ganancias a otro río revuelto.
Porque el revoltijo turbio de estas aguas no lo causa más la castidad que la
herejía, ni menos el progresismo que la
continencia.
Lo de Bargalló no es primero
ni principalmente una imprudencia. Tampoco es primero un pecado contra el
sexto, el séptimo o el noveno mandamiento. Si robó los fondos de Caritas que vaya
a la cárcel, que devuelva con creces el dinero a los pobres y se ocupen del caso
“las sórdidas noticias policiales” de las que hablaba Borges. Si fornicó con la
mujer del prójimo, que lo confiesen, le den una ducha fría y lo manden a prestar
servicio a un leprosario. La
Iglesia tiene larga y penosa experiencia en pecados de alcoba,
y si quisiera, no le faltaría ciencia para remediar con justicia este nuevo
episodio.
Pero aquí estamos ante algo más tenebrosamente hondo, más crepuscular y
sombrío, más pasible de suscitarnos el proverbial temor y temblor. Algo cuya
plena intelección no se alcanza leyendo los periódicos sino el Apocalipsis.
Aquí se ha burlado a Dios. Se ha ultrajado el Segundo Mandamiento, se ha
violado el sacramento del Orden Sagrado, se ha dado escándalo, tal vez
irreparable por muchísimo tiempo. Se ha empantanado el alma adulterina del
culpable y la de quienes con complicidad lo homenajearon en el irrespirable lodazal del sacrilegio.
Todo esto, en su conjunto; huele más a pecado contra el espíritu que a
pecado carnal. Y al fin de cuentas, el que puede lo más puede lo menos. Si
obispos de esta laya pueden revolcarse gustosos en las oscuras defecciones
morales, doctrinales y litúrgicas propias de la Iglesia de Pérgamo y de
Laodicea, ¿por qué no habrían de vivir en concubinato con una gastronómica? Si se
los ve protagonistas de tantos rebajamientos y adulteraciones del Sacrificio
Eucarístico, ¿por qué habría de limitarlos un chapuzón lascivo en aguas
caribeñas? Si son maestros del error cuando celebran, predican y enseñan, sin
que la inteligencia les reproche nada, ¿por qué habrían de detenerse, reverentes
y dignos, ante los umbrales de la pureza?
Mientras con dolor de bautizado escribimos estas líneas —rumiando la
sexta petición del Paternoster: no nos dejes caer en la tentación— se
cumplen cuarenta años exactos de aquella grave y solemne alocución de Paulo VI,
declarando que el demonio había penetrado en la Iglesia. Fue el 29 de
junio de 1972. Así lo recordó oportunamente el interesante sitio Secretum
meum mihi , agregando que desde entonces —y eso es lo peor— nadie dijo con
igual solemnidad que había sido expulsado.
No estamos en condiciones de hacer un juicio global al respecto, ni es
tampoco nuestra competencia. Pero en lo que concierne a la patria argentina,
hace apenas dos años que escribimos La Iglesia traicionada, dejando
documentada constancia de que los demonios andan sueltos y disfrutando de
formales poderes y autoridades. El desquicio que producen es literalmente
infernal. Casos como el que ahora nos ocupa —y que, reiteramos, no llevan
únicamente el nombre de Bargalló— no hacen sino
confirmarlo.
Que cuanto más ronde el diablo como león rugiente, más nos encuentre
dispuestos a resistirlo firmes en la Fe.
Es el pedido viril de San Pedro, en su primera carta. No se nos
pide callar, ni disimular, ni mucho menos abrazarnos festivamente con los
servidores del Maligno. Se nos pide resistir, que es el acto mayor y más sólido
de la virtud de la fortaleza.
Antonio Caponnetto
2 comentarios:
Ven ya, Señor, a visitar tu viña,
y un azote de cuerdas
sea tu lustre y tu insignia.
Impecable. No sabia que Bergoglio habia dicho semejante cosa... estos pecados son de los que claman al cielo. Solo basta esperar la Cólera.
Andres
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