lunes, 4 de junio de 2012

Culturales

TESTIGO DE CARGO
  
  
ESO: ¿QUÉ DEMONIOS ES SER “PROGRESISTA”?
  
Conociendo mis gustos, mi hijo José me regaló una separata de “Le Monde Diplomatique” con el título “El progresismo argentino”, escrito por algunos de los más conspicuos representantes de esa ideología: Carlos Altamirano, Atilio Borón, José P. Feinmann, Felipe Pigna y Luis Alberto Romero. Algo como para integrar un conjunto de rock con el nombre de “Los auténticos fracasados”. Porque aunque detenten cátedras, programas de televisión y premios a rolete, son todos tristes desechos del derrumbe de la U.R.S.S. y el socialismo real. Desde entonces, no saben dónde están parados. ¿Cómo habrían de saber qué cosa es el progreso?
  
Pero me llevé un primer chasco. Porque a partir de la página ocho, nada menos que Carlos Altamirano promete explicarnos “¿Qué es ser progresista?” Caramba, me dije, parece que estoy equivocado en mi prejuicio. Estos chicos sí saben qué demonios es ser progresista hoy, saben en consecuencia qué es hoy el progreso y saben muy bien dónde están parados.
  
Leamos. La primera página  podría, casi, casi, haberla escrito yo. Y de hecho he escrito cosas muy parecidas en esta sección: 1) Hay un anacronismo en llamarse ahora progresistas porque ése es un concepto del siglo XVIII y se basaba en una confianza total en que se estaba frente a “un proceso unitario que tenía como actor al conjunto de la humanidad”, el cual recorrería “etapas de un incremento creciente del conocimiento, del dominio… y de la explotación de la naturaleza. Y además (habría), como parte de este mismo movimiento también un bienestar creciente”. 2) Parece que las cosas no salieron así: Altamirano reconoce que “hoy ser progresista es, en primer término, tener conciencia de los problemas que envuelven la noción de progreso, de la crisis que afecta esta noción misma, porque ha crecido la conciencia contemporánea del lado oscuro que tiene el progreso”. Y porque parece que la noción de progreso “se convirtió en algo (no) evidente sino en un problema que es necesario definir una y otra vez”.
  
Muy bien, pero de aquí nos caemos a las décadas del sesenta y del setenta y los modos de ver el progreso entonces. Y luego, hasta el final del articulo, en el progreso y progresismo en la Argentina y en Cuba. ¡Un momento! ¿No se nos perdió algo en el camino? Al final, ¿qué demonios es el progresismo? ¿Una crisis? ¿Todo lo que ofreceríamos a los ávidos de soluciones es un aula de debates intelectuales sobre “un problema que es necesario definir”? Lo terrible es que es más o menos cierto. Para las clases instruidas de nuestro tiempo que son, en su mayoría, progresistas, izquierdistas o “modernas”, el progreso es hoy ese problema sobre el que dan vueltas y vueltas en cátedras del primer mundo bien pagadas, en programas de TV que dan popularidad, en artículos innúmeros como el que comento, en debates a escala mundial. El pequeño detalle es que en treinta años de discusiones, congresos y simposios no se sabe que hayan logrado ni un milímetro de adelanto en la tarea de (re)definir el progreso. ¿Y quién le dice que el concepto de progreso está perimido sin remedio y nada ni nadie puede redefinirlo o resucitarlo?
  
Por suerte para ellos, los intelectuales como Altamirano pueden vivir en su mundo enclaustrado y algunos, de vez en cuando, enseñar (es un decir) en universidades norteamericanas que  pagan bien. No hay más riesgos que afrontar, una que otra vez, a locos que asesinan sin más razones que su locura. El último fue el coreano de Virginia. Forman parte del sistema y por suerte no actúan muy frecuentemente.
  
Mientras tanto, la  definición de progreso se hace y se vive en las calles por gentes de la catadura moral e intelectual de los hijos de “Gran Hermano” y de personajes como Ginés González García. Ellos no necesitan (re)definir el concepto todos los días. Saben que en la práctica “ser progresista” es tirar la chancleta, drogarse, abortar cuando un hijo molesta, hacerse maricón y enorgullecerse, etcétera, etcétera. Mientras los intelectuales meditan agobiados por el peso y la solidez del problema planteado, los hombres del común lo han develado sin preocupaciones. Ser progresista es hoy la vida sin honor, sin pudor, sin control, sin conciencia del prójimo. Las niñitas que saltan de un hogar y un colegio católico a juntarse con su “novio” y a vivir “como les da la gana” saben sobre eso que llaman progreso más que estos sabihondos como Altamirano. Cuya definición actual del progreso es como una granada de mano sin seguro que se pasan los intelectuales entre ellos para ver si alguno atina a impedir la explosión.
  
NO SE PIERDA ÉSTA
  
¿Entendió lo que escribí en la notícula anterior? Entonces no se pierda ésta. En México, capital, las fuerzas progresistas lograron hacer aprobar el aborto rápido, barato y expeditivo. (Todavía no obligatorio, pero todo se andará). En “La Nación” de hace un tiempo leemos la noticia y este párrafo que llamaría delicioso si no fuera repugnante. El Coordinador del Comité de Alternativa (vaya uno a saber qué es eso) Don Jesús Robles Maloof (vaya nombrecito que le pusieron sus padres) declaró: “En un país tan conservador, lo que sucedió es un triunfo de las izquierdas progresistas”. ¿Captó la idea? Mientras Altamirano cobra por (re)definir qué cosa es hoy el progreso, los Robles Maloof —como los González García— la tienen muy clara. El progresismo hoy no es como la antigua izquierda del siglo XX, que apostaba al poder totalitario con el nombre de “dictadura del proletariado”, lo cual debía leerse como dictadura de los comunistas en nombre del proletariado. Las “izquierdas progresistas” son hoy mucho más modestas. Ya no aspiran a asesinar cien millones de personas para hacer surgir de su sangre el hombre nuevo. Ahora se conforma con unos pocos milloncitos anuales de bebés asesinados en el vientre de sus madres. Éstos son sus “triunfos” de hoy. Ésta es su ideología de hoy.
  
PUES, SEÑOR
  
Así comenzaban, en los lejanísimos tiempos de mi infancia, muchos cuentos para niños, reemplazando el consabido “Había una vez…” Sobre todo en los “Cuentos de Calleja”, unos libros maravillosos ilustrados de una manera mágica, a toda página. La escena más común era alguna catástrofe. Por ejemplo, un cocinero resbalaba y caía sobre él una lluvia del contenido de sus estantes: sólidas morcillas, frascos que goteaban aceites olorosos, cuchillos de distinto filo y uso, platos por decenas. He perdido —¡ay!— los libros, pero las imágenes no se han borrado aún de mi memoria.
  
Pues señor, un buen amigo me escribe una larga carta con términos tan elogiosos como inmerecidos para este “Testigo” de internet. Pero me objeta que poner el centro del problema de la modernidad en el individualismo es erróneo, aunque sea en el terreno operativo.
  
Expliquémonos. El análisis filosófico de un problema puede llevarnos a dilucidar su esencia, su auténtica consistencia. A partir de esa respuesta, sabremos lo que de verdad importa en la cuestión. Si a la luz de la filosofía y de la teología analizamos la modernidad, no hay respuesta más segura y precisa que la de San Agustín. Claro que el Obispo de Hipona nada escribió sobre la modernidad, muy lejana todavía en el momento de su muerte. Pero su tesis en “La Ciudad de Dios” es que la historia entera está signada por la lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre. Esta última puede asumir muchas formas, pero lo que identifica a todas ellas es el reemplazo de Dios por el hombre.
  
La ciudad moderna no es la primera en que se da esta inversión de valores. Claro está que es en la renuncia a Dios y la deificación del hombre donde está la médula de lo sucedido. Pero el modo propio moderno de hacerlo, el modo diferencial moderno es ahora el que interesa.
  
En la famosa trilogía de la revolución francesa  está la clave: Libertad, que a la corta y a la larga termina en un ser amurallado de derechos que le permiten exigir a todos una distancia reverencial. “Yo soy yo y mis derechos, nadie se atreva a pasar la invisible frontera que ellos trazan a mi alrededor”. Bien, pero no te quejes si nadie la pasa tampoco para darte amor. La igualdad es exigida para que no haya humanidades en distintos niveles. “Yo soy yo y mis derechos y la humanidad está constituida por millones de yo y…” etc. Todos iguales para que el proceso de deificación no deje a nadie atrás. Bien, pero no te quejes si la realidad demuestra que esa igualdad así concebida no es mas que un sueño ideológico. Y que lo que realmente logras es una igualdad ideológica, es decir un gris conformismo que jamás se aparta de lo “políticamente correcto”. En cuanto a la fraternidad, implica la supresión de toda pertenencia significativa más allá de la humanidad. Patria, pago, familia pasan a ser “accidentes” históricos que hoy existen pero mañana serán descartados por la marcha triunfal del progreso. Bien, pero no te quejes si lo que has forjado no es un hombre-dios sino un ser desarraigado y enfermizamente individualista.
  
Y entonces recuerdo que en “La Nación” del 20 de abril de 2007, un artículo de Guy Sorman, uno de los popes del liberalismo, que nos asesta estas verdades de a puño: “nuestro mundo, dominado por el individualismo”… “El estallido de las viejas normas y el paso de la era de las masas a la del individuo en busca de gratificaciones inmediatas resultan ser fatales para las grandes ideologías de ayer” (¡si fuera sólo para las “ideologías de ayer”! Es fatal para toda convivencia humana), “los individuos se dejan llevar más por sus deseos que por el civismo”.
  
Es una buena, aunque parcial imagen de la realidad. El mundo se encamina a la supresión final de toda sacralidad, es decir a poner en ejecución aquello que Nietzsche profetizó hace un siglo y medio: la muerte de Dios. Pero para llegar a hacerlo el camino ha sido crear estos Frankenstein al por mayor que son los hombres modernos, absolutamente imposibilitados de amar al prójimo y para qué decir amar a Dios. O viceversa.
  
En suma, todos los desastres de la modernidad tienen su causa en el olvido de Dios. Pero en el Occidente actual ese olvido se funda y se mantiene gracias al individuo “en busca de gratificaciones inmediatas”. Pues, señor, este cuento se ha acabado. ¿Y las catástrofes que pintaba el ilustrador de los cuentos de Calleja? Lea, por favor, los diarios.
  
Aníbal D'Ángelo Rodríguez
  

7 comentarios:

Anónimo dijo...

El sargento Cabra era negro de Angola. Gracias Cristina

http://www.lanacion.com.ar/1479080-el-sargento-cabral-era-negro

Anónimo dijo...

En todos los ámbitos del arte y el pensamiento, todo, absolutamente todo, se ha ido al demonio.Literalmente. Li único que progeresó es...¿ que cosa ? Si tomo los últimos 70 años, no se que decir, ni los autos progresaron. Que hay mas idioteces, eso si. La calidad ya no existe más. Solamente el Johnny Walker se mantiene. Y punto.
Fracaso total, como el comunismo y como todo, Hasta el pasquín fundado por TREMI, se fue al tacho y hoy puede escribir Aguinnis, que hace 40 años atrás, a lo sumo podría haber ocupado un espacio en "Buenas Tardes, Mucho Gusto" y no se si le daba la talla. Las minas son pasamanos y la mayoría de los "machos" son putos.
Dale aque va, que allá en el horno se vamo a enoontrá (Discepolo)
CD

Anónimo dijo...

Como serán de progre , que van por atrás de vuelta a Sodoma . Las reuniones de intelectuales K y parecidos , parecen dinosaurios .. En realidad los progres se quedaron en el tiempo….

Anónimo dijo...

Que es ser progresistas?

Ser dirigidos por multimillonarios/as que ahorran en dolares mientras le dicen al pueblo que tiene que pesificarse.

Confiscar ahorros del sector productivo para repartirlos entre los que no trabajan y poder mantener la estructura política que los lleva a ganar las elecciones.

Designar a personajes oscuros y corruptos en la administracion publica permeables al chantaje (Etchegaray, etc) y asi obtener obediencia ciega.

Acordar con la Union Industrial Argentina para esquilmar a toda la poblacion con productos caros y de mala calidad.


Mariana Alvarez Gaiani

Anónimo dijo...

Tambien conocidos como progre-simios.

Fernando Tupa

Anónimo dijo...

Estimado Aníbal, su artículo es excelente. Un placer leerlo. Alguien tiene que decir la verdad!!!!
Cabría agregar algunas características más sobre el progresismo, A nivel de los intelectuales su tendencia a la soberbia y su permanente desprecio hacia los que discrepan con sus dogmas. A nivel de las masas -y alentado por los intelectuales- su continuo reclamo por supuestos "derechos", cuanto más contrarios a la ley natural y las enseñanzas de la Iglesia mejor.
Pero no hay duda: la raíz de todo esto está en la ausencia de Dios y la deificación del hombre.
GDL

Anónimo dijo...

Crelebro el regreso del testigo de cargo!! Por mucho tiempo más!! Somos muchos los que lo leemos con provecho e incluso usamos sus artículos para dar clases.